Read Afortunada Online

Authors: Alice Sebold

Tags: #drama

Afortunada (36 page)

BOOK: Afortunada
4.96Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Por eso ella ya no quiere alquilar apartamentos a dominicanos —me dijo.

—Pero si ella es dominicana...

—Nada tiene sentido aquí.

Fuera, el hombre gruñía y la mujer no hacía ningún sonido. Luego los dos terminaron y se marcharon. Él la llamó por un nombre en español y se rió de ella.

Por primera vez me permití sentirme asustada. Cambié el plomo y me preparé para volver a casa. Mi único objetivo ahora era llegar a un lugar seguro, y arriba en el edificio estaba más segura que allá abajo, enterrada en el polvo con las ratas, el fantasma de un adicto al crack asesinado y una puerta contra la que acababan de tirarse a una chica.

Lo logré.

Aquella noche decidí irme de Nueva York. Recordé que había leído que muchos de los veteranos, al volver de Vietnam, se habían sentido atraídos por lugares como la rural Hawai o los Everglades de Florida. Recreaban el entorno que mejor conocían, donde sus reacciones ante las cosas parecían más naturales que dentro de las casas suburbanas desparramadas a través del menos verde y exuberante Estados Unidos.

Yo siempre había vivido en barrios humildes excepto una vez que viví encima de un tipo que maltrataba a su mujer en Park Slope, en Brooklyn. Nueva York para mí significaba violencia. En la vida de mis alumnos, en la vida de la gente de la calle era algo bastante común. Toda aquella violencia me había tranquilizado. Encajaba en ella. Mi forma de actuar y de pensar, mi constante estado de alerta y mis pesadillas tenían sentido allí. Lo que agradecía a Nueva York era que no pretendía parecer segura. El mejor de los días era como vivir en medio de una gloriosa contienda. Sobrevivir a aquello año tras año era algo que la gente llevaba con orgullo. Después de cinco años te ganabas el derecho a alardear. A los siete empezabas a integrarte. Yo había llegado a los diez, prácticamente me había afincado desde el punto de vista de la durabilidad prevista por el East Village, luego, de repente y para sorpresa de los que me conocían, me marché.

Volví a California, donde sustituí a Bob en Dorland mientras éste estaba fuera. Viví en su cabaña y cuidé a su perra. Conocí a los miembros de la colonia y les mostré los alrededores, les enseñé a hacer fuego en sus estufas de leña y los atormenté con el espectro de ratas canguros, pumas y los supuestos fantasmas que merodeaban por la zona. No les hablé mucho de mí. Nadie sabía de dónde venía.

El 4 de julio de 1995 escribía dentro de mi cabaña. Afuera estaba oscuro. El lugar se hallaba desierto. Los miembros de la colonia se habían ido juntos a la ciudad. Yo estaba sola con
Shady.
No había escrito mucho en los últimos años, desde los dos meses que había pasado en Dorland como un miembro más de la colonia. Me parecía incomprensible que hubiera tardado tantos años en aceptar mi violación y la de Lila, pero había empezado a admitir que había sido así. Me dejó con una sensación que no sé describir. El infierno había terminado. Tenía todo el tiempo del mundo por delante.

Shady
entró corriendo en la cabaña y apoyó el morro en mi regazo. Estaba asustada.

—¿Qué pasa? —dije, acariciándole la cabeza. Luego también lo oí; parecía un trueno, como si se avecinara una tormenta de verano—. Vamos a ver qué es, ¿vale? —Cogí mi pesada linterna negra y apagué la lámpara.

Afuera se alcanzaba a ver hasta lejos. La cabaña tenía un porche y una silla. Muy lejanos y parcialmente ocultos por la ladera de una oscura montaña, vi los fuegos artificiales. Tranquilicé a
Shady
y me senté en la silla.

Los fuegos duraron mucho rato.
Shady
mantuvo la cabeza en mi regazo. Yo habría alzado una copa de haber tenido una.

—Lo hemos conseguido —dije a
Shady,
acariciándole el costado—. Feliz día de la Independencia.

Al final, llegó el momento de seguir mi camino. La víspera de mi partida me acosté con un amigo. No había tenido relaciones sexuales desde hacía más de un año. Un celibato autoimpuesto.

El sexo de aquella noche fue breve, torpe. Habíamos salido a cenar y habíamos tomado una copa de vino. A la luz de la lámpara de queroseno me concentré en la cara de mi amigo, en lo diferente que era él de un hombre violento. Los dos comentamos más tarde, cuando hablamos por teléfono desde costas opuestas, que había sido muy especial. «Fue casi virginal —dijo él—. Como si hicieras el amor por primera vez.»

En cierto sentido así fue, aunque aquello era imposible. Pero ha pasado el tiempo y ahora vivo en un mundo donde las dos verdades coexisten; donde el infierno y la esperanza están en la palma de mi mano.

Agradecimientos

La palabra «afortunada» es mi manera de decir bendecida. He sido bendecida por la gente que ha pasado por mi vida.

Glen David Gold, mi verdadero amor.

Aimee Bender y Kathryn Chetkovich, mis seductores titanes. Grandes escritores así como grandes lectores y grandes amigos.

El profesor, Geoffrey Wolff, que vio las primeras cuarenta páginas y dijo «Tienes que escribir este libro», y siguió leyendo con el bolígrafo en la mano.

El embajador Wilton Barnhardt, que, en mi momento más sombrío y quejumbroso, dijo: «¡Envíame ese libro, maldita sea! ¡Se lo llevaré a mi agente!».

Gail Uebelhoer. Quince años después no titubeó. Su ayuda en la recogida de datos ha sido esencial para escribir ese libro.

Pat McDonald. Todo empezó en el piso trece.

Emile Jarreau. Mientras escribía me enseñó el verdadero significado de la palabra «dolor». Es algo así como: «¡Dame más!».

Natombe,
mi arrugada musa. Montó guardia a mi lado en la alfombra todas las mañanas, privándose de los paseos que le encantaban.

Eithne Carr. Valiente.

También quiero dar las gracias a las instituciones que me han dado de comer o me han concedido el privilegio del tiempo: Hunter y FIND/SVP de Nueva York, la colonia artística Millay, la Fundación Ragdale y, sobre todo, la colonia artística Dorland Mountain y el programa MFA de la Universidad de California, Irvine.

Mi agente, Henry Dunow, porque aun después de cuarenta minutos de elogios yo seguía creyendo que iba a rechazarme, y porque, cuando se lo confesé, comprendió perfectamente mi estado anímico.

Jane Rosenman, mi editora. Espero que las marcas de pintalabios que he dejado en sus zapatos duren años.

Los amigos que aparecen en estas páginas y unos cuantos que no lo hacen: Judith Grossman, J. D. King, Michelle Latiolais, Dennis Paoli, Orren Perlman y Arielle Read. Vuestro apoyo me llena de gratitud.

Mi hermana, Mary, y mi padre, por ser parte del espectáculo y soportar los golpes inherentes a él. A pesar de no ser partidarios de contarlo todo, me dejaron contar una buena parte de todos modos.

Por último, estoy infinitamente en deuda con mi madre. Ella ha sido mi heroína, mi contrincante, mi inspiración, mi estímulo. Desde el principio —y me refiero al día en que nací—, ella ha creído. De la manera más dura, mamá. Aquí lo tienes.

BOOK: Afortunada
4.96Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Fall of Light by Steven Erikson
Tucker's Last Stand by William F. Buckley
Brick Lane by Monica Ali
The Second Heart by K. K. Eaton
Moms Night Out by Tricia Goyer
Take Back the Skies by Lucy Saxon
Freaks Like Us by Susan Vaught
A Bobwhite Killing by Jan Dunlap