Read Blanca Jenna Online

Authors: Jane Yolen

Blanca Jenna (8 page)

BOOK: Blanca Jenna
3.93Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Catrona emitió un sonido de admiración y Jenna se volvió hacia ella.

—Éstos son nuestros hermanos, Catrona. Por el momento.

Catrona asintió con la cabeza lentamente, sin dejar de mirar las manos de Sorrel.

—Con nuestras hermanas, nuestras manos serán como la hierba dulce, el malvavisco, suave y sedante —afirmó Sorrel—. Mirad. —Con un movimiento fluido se situó junto a Deber y acarició su hocico. El animal suspiró profundamente con un extraño sonido y se reclinó en sus manos.

—¿Por qué nos habéis seguido desde tan lejos? —preguntó Catrona de pronto, sin que su mano abandonara la empuñadura de la espada.

Sobresaltado, Sorrel alzó la vista, pero con la misma velocidad volvió a bajar los ojos.

—Oh sí —manifestó Catrona satisfecha de haberlo sorprendido—. Vosotros no sois los únicos capaces de leer las señales del bosque. Nosotras, las hermanas de las Congregaciones, somos conocidas por ello.

—Hemos oído eso —admitió Sorrel—. Es algo que nos acerca aún más. Hermano con hermana.

—Volveré a preguntarlo —dijo Catrona con énfasis—. De hermana a hermano: ¿Por qué seguirnos como si fueseis nuestros enemigos cuando, según decís, sois nuestros amigos?

—No somos amigos. ¡Hermanos! —respondió Sorrel—. Debemos vigilar y saber quiénes son los que cabalgan por nuestros bosques. Debemos estar seguros de que se trata de la Anna. Las estrellas nos indican que ha llegado el momento de que se cierre el círculo, pero hay muchos que transitan nuestro camino. Debemos estar seguros antes de dar la bienvenida a la Anna.

Hubo un murmullo entre el resto de los Hombrecillos Verdes, como confirmando su frase.

Petra y los muchachos miraron a su alrededor. El sonido parecía rodearlos desde todas partes, como un lazo.

—¿Por qué nos rodeáis? —preguntó Petra, girando lentamente para mirarlos uno por uno.

—¿No es el círculo la forma perfecta, Pequeña Madre? —preguntó Sorrel—. Perface. En él nadie es más alto. Nadie es más bajo. Nadie es el primero. Nadie es el último.

—¿No eres tú primero en este círculo? —preguntó a su vez Jenna bajando la voz para no resultar ofensiva. Repitió su extraña frase—: En esta ocasión, éste tiene la palabra primero... —Cruzó los brazos frente al pecho—. ¿Qué otro del círculo habla, con excepción de ti? —Jenna sonrió.

Petra susurró en la antigua lengua:

—¿Quis voxen?

—La pregunta no cuadra contigo, Anna. Ni contigo, Pequeña Madre. Preguntas semejantes son más apropiadas para la boca de la Vieja Gata o para sus jóvenes Felinos —señaló a Catrona y a los muchachos.

Como ante una señal, Catrona habló en voz bien alta utilizando las palabras de Petra.

—¿Quis voxen? —Su pronunciación era abominable.

—Éste es quien habla hoy. Mañana será otro. El círculo no se detiene.

Jenna se acercó al hombrecillo. A pesar de que era muy alta para él, en forma instintiva supo que no debía hincarse. Ello los degradaría a ambos. Sólo inclinó un poco la cabeza, como único indicio de la diferencia de altura.

—¿Y nosotros formamos parte de tu círculo más amplio, Sorrel?

Él asintió con la cabeza.

—Al igual que el resto de la vida.

—Sin embargo me has señalado como diferente. Me has llamado Anna, y también reina.

—Regens —susurró Petra—. ¡Buena pregunta, Jenna!

—Te hemos estado aguardando desde el comienzo —aseguró Sorrel—. Tu llegada es parte del círculo. Tú anuncias el final.

Unió sus índices y pulgares formando un anillo. Jenna notó que sus dedos largos y delgados contaban con un nudillo de más.

—¿Qué final? —preguntó—. ¿Qué final anuncio yo?

—El final de lo que conocemos —respondió Sorrel—. Estos tiempos.

—¿Se referirá al final de lo que él y los Hombrecillos Verdes conocen? —preguntó Marek, evidentemente confundido.

—¿O al final de lo que conocemos nosotros?—agregó Sandor mirando a su hermano.

—Nos iremos. Vosotros vendréis con nosotros —decidió Sorrel.

—No —dijo Jareth. Se inclinó para volver a extraer el cuchillo de su bota—. La Anna va en rescate de sus hermanas. Y nosotros estaremos con ella. No iremos contigo. Mi padre me ha dicho: “Quien se va con los Grenna permanece con ellos.” Dentro de muchos años, cuando regresemos, todas las personas que conocemos estarán muertas y el pasto crecerá sobre sus tumbas.

—Jareth —Jenna extendió una mano hacia él—. Ésas son sólo historias.

—De todos modos... —continuó Jareth—, no debemos olvidar a las hermanas.

—La mano con que sostenía el cuchillo comenzó a temblar y él mismo la sujetó cogiéndose la muñeca.

Jenna miró a Sorrel.

—Él tiene razón, lo sabes.

Sorrel sacudió la cabeza.

—Has llegado demasiado tarde para ayudar a estas hermanas. La única forma es el círculo. Te irás más fuerte de lo que has llegado.

—¡Demasiado tarde! —la voz de Jenna se quebró. Para calmarse y ayudarse a pensar, realizó tres profundas respiraciones latani y trató de concentrarse en seguir el ritmo con que respiraba Sorrel, hálito por hálito. Sin embargo sus espiraciones eran tan lentas que comenzó a sentirse invadida por un mareo. Cerró los ojos y reflexionó sobre esas palabras: Demasiado tarde para ayudar a estas hermanas. Sabía que lo que él decía era verdad, pero había quince Congregaciones más, incluyendo la suya. Catorce que debían ser puestas sobre aviso. No podía permitir que las cogiesen desprevenidas. Jenna abrió los ojos y miró a Sorrel. Sus ojos verdes como el bosque estaban fijos en ella.

—Es demasiado tarde para todas ellas, Anna —dijo él, como si le hubiese leído los pensamientos—. Malas propas.

Jenna alzó el mentón. Mientras hacía girar el anillo en su mano izquierda, recordó lo que Madre Alta le había dicho al entregárselo: El momento del final es inminente. En ese instante tomó su decisión.

—Iremos con los Grenna.

—Pero Jenna... —comenzó Jareth. Petra le tocó el hombro.

—Iremos sin discutir ya que nosotros somos pocos y ellos muchos.

—Puede que sean muchos —replicó Jareth—, pero son pequeños. Son más pequeños que yo; y además tengo un cuchillo. No tengo miedo de morir por la Anna.

—Yo tengo una espada —agregó Carroña—. Y nunca he tenido miedo de morir por mis hermanas. —Desenvainó la espada produciendo un furioso sonido metálico.

—Iremos con Sorrel —repitió Jenna—. Ingresaremos en su círculo. No permitiría que ninguno de vosotros muriese por mí. Sorrel me ha llamado hermana y reina. Y me promete fuerzas. Las necesitaremos en gran medida para los próximos días. Confío en él.

—¿Durante cuánto tiempo? —susurró Jareth en voz ronca—. ¿Durante cuánto tiempo confiarás en él? ¿Un día? ¿Un año? ¿Hasta el fin? ¿O hasta que otro de los del círculo tenga la palabra?

—Confío en él hasta que este asunto esté concluido, lleve el tiempo que lleve. ¿Estás conmigo, Jareth? Si es así, habla.

Él guardó silencio, pero Marek y Sandor respondieron al unísono.

—Estamos contigo, Anna.

—Y yo, regens —afirmó Petra.

Después de unos momentos, Catrona habló con voz tan baja que Jenna tuvo que esforzarse para oírla:

—Y yo. —No envainó su espada.

Finalmente Jareth exhaló un profundo suspiro.

—Sólo iré porque tú lo pides, Jenna. Tú... no ellos. —Señaló por encima del hombro al círculo de hombrecillos verdes.

Jenna asintió con la cabeza y se volvió hacia su caballo. Tomó las riendas y llevó consigo a la yegua, agradecida de que, al menos, no tuviera que discutir con ella. Caminó tras la espalda verde de Sorrel, asombrada de que no se le perdiese entre la miríada de verdes del bosque.

Podía oír que los demás la seguían de cerca, y el sonido de sus pasos era como un eco que repetía: Es demasiado tarde para ayudar...

EL CUENTO:

Había una vez una niña llamada Jenny que caminaba por la pradera tras de sus ovejas. Cuando éstas se detuvieron a pastar, la pequeña Jenny trenzó una corona de margaritas y se la colocó sobre la cabeza. Pero pensando que las margaritas eran demasiado sencillas, tomó una rosa silvestre y estaba a punto de colocarla en la corona cuando, sin que el cielo estuviese nublado, se descargó un relámpago.

Jenny se levantó de un salto. Ante ella había un apuesto joven vestido de verde.

—¿Quién eres tú? —exclamó ella.

—Soy el rey de la pradera. He venido respondiendo a tu llamada.

—Pero yo no te he llamado.

—Has arrancado la rosa, y ésa es la señal que me hace acudir desde el reino verde.

El joven la tomó con su mano verde y fría y la condujo debajo de la colina. Allí cantaron y bailaron hasta que el atardecer se tornó oscuro y las estrellas cayeron como nieve a sus espaldas. Entonces Jenny exclamó:

—Debo regresar con mis ovejas.

Él la dejó ir y ella volvió cruzando la larga pradera. Pero todas las ovejas estaban ahora desperdigadas y algunas habían desaparecido.

Tristemente, Jenny regresó a su casa para informar sobre lo que había ocurrido. Pero al llegar a la aldea, descubrió que ésta estaba muy cambiada. Se detuvo en la primera casa y golpeó la puerta.

—¿Quién eres? —le preguntó el anciano que le abrió.

—Soy Jenny, hija de Dougal y de Ardeen. ¿Se encuentran ellos aquí?

—¡Ay de mí! —exclamó el anciano—. Yo soy el único descendiente de Dougal. Y en cuanto a Jenny, esa pobre niña provocó la muerte de su madre, Ardeen murió de pena después de que Jenny desapareciera con sus ovejas y no regresara jamás a casa. Ya han pasado cien años o más de aquello.

Jenny sacudió la cabeza y se lamentó:

Rey de la pradera, rey de la pradera;

Cien años atrás conmigo desposaba.

En un solo día cien años pasaban;

Cantando y bailando mi vida dejaba.

Entonces desapareció nuevamente colina arriba y nunca volvieron a verla.

Este cuento proviene del Valle del Whilem y ya han sido reunidas veintisiete versiones.

EL RELATO:

Siguieron a los Grenna durante largas horas, hasta que el sol descendió e incluso las sombras parecieron verdes. Nadie hablaba. Era como si el bosque los hubiese vaciado de palabras, con excepción de las que se repetían una y otra vez en la cabeza de Jenna: Demasiado tarde, demasiado tarde para todas ellas.

Jenna se preguntaba si sería demasiado tarde para advertirles lo que ocurriría o para ayudarlas; si se refería a que era demasiado tarde para las hermanas mayores que morirían sin que nadie les diese sepultura, o para las más jóvenes llevadas lejos de allí; si hablaba sólo de las hermanas del Cruce de Wilma o de todas las que habitaban el territorio. Pero no preguntó nada. Tenía miedo de conocer la respuesta. No saber es malo, pero no querer saber es peor. Estaba cansada de tanta sabiduría inventada para momentos menos trascendentes. Estaba cansada de predicciones enigmáticas y de señales que debían ser leídas de soslayo. Sólo deseaba volver a sentir el viento en su cabello... y la boca de Carum sobre la suya. Cerró los ojos y caminó haciendo eses en medio de la oscuridad, esperando haber tomado la decisión correcta.

—¡Jenna!

Su nombre la trajo de regreso al bosque; abrió los ojos y miró a su alrededor. Habían llegado a una gran abertura negra que conducía directamente hacia un risco. Había unas puertas redondeadas de roble que se encontraban entreabiertas y que parecían las tapas de un barril, abiertas por el medio.

—¡Jenna, mira las puertas!

Era Petra quien le había hablado. Jenna miró.

Las puertas estaban talladas con formas intrincadas: río, manzana, bayas, flor, piedra, pájaro, luna creciente, arco iris, árbol, pez. Todos signos familiares. Jenna los tocó uno por uno.

—El Ojo Mental —susurró.

La voz de Catrona fue un eco de la suya:

—¿Por qué aquí?

El círculo de los Grenna desapareció al otro lado de las puertas, dejando sólo sombras a sus espaldas. Deber relinchó con suavidad y el sonido pareció deslizarse por la abertura negra deteniéndose abruptamente como cortado por un hacha.

Jenna y Catrona vacilaron ante las puertas y los demás se reunieron alrededor de ellas.

—Podríamos volvernos atrás —susurró Jareth—. Tú, Catrona y Petra cabalgaríais hacia la Congregación mientras Marek, Sandor y yo mantendríamos las puertas cerradas.

Los otros dos muchachos asintieron con la cabeza.

—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó Catrona con sorna—. ¿Un día? ¿Un año? ¿Hasta el fin, Jareth?

Él no respondió, pero hizo una mueca y la miró con furia.

—¡Vieja Gata!—susurró Marek a Sandor con aprobación en la voz.

—Malas propas —recordó Petra con suavidad—. Eso es lo que Sorrel dijo: malas propas. Significa demasiado tarde. Pero también significa desfavorable, poco propicio, mala suerte.

—Debemos crear nuestra propia suerte —afirmó Catrona—. Y tres jovencitos inexpertos no tienen la suerte ni las fuerzas para defender dos puertas en contra de todos los Hombrecillos Verdes. Además, no sabemos si no existen otras entradas a este lugar. Podrían ser como los hurones. Si los encierras por aquí, salen como una tromba por allí. —Señaló a la derecha de las puertas—. O por allá. —Señaló a la izquierda.

Lentamente, Jenna tocó a cada uno de ellos: a Petra en la mejilla, a Catrona en el hombro, a Marek y a Sandor sobre la cabeza, a Jareth en la mano. Allí permaneció un largo momento y él le sonrió.

—Sólo nos tenemos los unos a los otros —dijo Jenna—. No podemos separarnos ahora. ¿Tenemos miedo de confiar? ¿Tenemos miedo a la oscuridad? Vamos, dadme vuestras manos. Entraremos juntos en este hueco negro y juntaremos nuevas fuerzas para el viaje. Eso nos han prometido los Grenna.

Catrona colocó la mano directamente sobre la de Jenna. La de Petra vino después. Finalmente llegaron las de Marek y Sandor. Jenna inspiró profundamente y transmitió el aliento a la mano de Jareth, que aún permanecía bajo la suya. Después, reconfortados por el contacto, avanzaron hacia la oscuridad como una sola persona.

No se trataba de una oscuridad negra sino verde; la luz provenía de unos fragmentos fosforescentes sobre los muros de piedra. Durante un buen rato, no hubo alternativas respecto a la dirección en la cual caminar. Había un solo túnel que los conducía inexorablemente hacia abajo, demasiado estrecho para cambiar de idea y hacer girar los caballos.

Nadie hablaba; la oscuridad imposibilitaba toda conversación. Hasta los caballos estaban en silencio con excepción del sonido apagado de sus cascos sobre la piedra. Jenna encontraba cierto consuelo en su ritmo regular; era como el latido de un corazón.

BOOK: Blanca Jenna
3.93Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Toblethorpe Manor by Carola Dunn
Chariots of the Gods by Erich Von Daniken
Dragon Knight's Axe by Mary Morgan
Message of Love by Jim Provenzano
That Infamous Pearl by Alicia Quigley
Threshold by Caitlin R Kiernan
Lyrics by Richard Matheson