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Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi

Tags: #clásico, humor, aventuras

El Periquillo Sarniento (12 page)

BOOK: El Periquillo Sarniento
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Acabé mi gramática, como os
dije, y entré al máximo y más antiguo colegio de
San Ildefonso a estudiar filosofía, bajo la dirección
del doctor don Manuel Sánchez y Gómez, que hoy vive para
ejemplar de sus discípulos. Aún no se acostumbraba en
aquel ilustre colegio, seminario de doctos y ornamento en ciencias de
su metrópoli, aún no se acostumbraba, digo,
enseñar la filosofía moderna en todas sus partes;
todavía resonaban en sus aulas los
ergos
de
Aristóteles. Aún se oía discutir sobre el
ente de razón
, las
cualidades ocultas
y la
materia prima
, y esta misma se definía con la
explicación de la nada,
nec est quid
, etc. Aún
la física experimental no se mentaba en aquellos recintos, y
los grandes nombres de
Carlesio
,
Newton
,
Muschembreck
y otros, eran poco conocidos en aquellas paredes
que han depositado tantos ingenios célebres y únicos,
como el de un Portillo. En fin, aún no se abandonaba
enteramente el sistema peripatético que por tantos siglos
enseñoreó los entendimientos más sublimes de la
Europa, cuando mi sabio maestro se atrevió el primero a
manifestarnos el camino de la verdad sin querer parecer singular, pues
escogió lo mejor de la lógica de Aristóteles y lo
que le pareció más probable de los autores modernos en
los rudimentos de física que nos enseñó; y de
este modo fuimos unos verdaderos eclécticos, sin adherir
caprichosamente a ninguna opinión, ni deferir sistema alguno,
sólo por inclinación al autor.

A pesar de este prudente método, todavía aprendimos
bastantes despropósitos de aquellos que se han enseñado
por costumbre, y los que convenía quitar, según la
razón y hace ver el ilustrísimo Feijoo, en los discursos
X, XI y XII, del tomo 7 de su teatro crítico.

Así como en el estudio de la gramática aprendí
varios equivoquillos impertinentes, según os dije, como
Caracoles comes
;
pastorcito come adoves
;
non est
pecatum mortale occidere patrem sum
, y otras simplezas de
éstas; así también en el estudio de las
súmulas aprendí luego mil sofismas ridículos, de
los que hacía mucho alarde con los condiscípulos
más cándidos como por ejemplo:
besar la tierra es
acto de humildad
;
la mujer es tierra, luego etc.
;
los apóstoles son doce, San Pedro es apóstol ergo
etc.
; y cuidado, que echaba yo un
ergo
con más
garbo que el mejor doctor de la academia de París, y le
empataba una negada a la verdad más evidente, ello es, que yo
argüía y disputaba sin cesar, aun lo que no podía
comprender, pero sabía fiar mi razón de mis pulmones, en
frase del padre Isla. De suerte que por más quinadas que me
dieran mis compañeros, yo no cedía. Podía
haberles dicho: a entendimiento me ganarán, pero a
gritón no, cumpliéndose en mí, cada rato, el
común refrán de que
quien mal pleito tiene, a voces
lo mete
.

¿Pues qué tal sería yo de tenaz y tonto
después que aprendí las reducciones, reduplicaciones,
equipolencias y otras baratijas, especialmente ciertos desatinados
versos, que os he de escribir solamente porque veáis a lo que
llegan los hombres por las letras. Leed, y admirad.

Barbara, Celarent, Darii, Ferio, Baralipton,
Celantes, Dabitis, Fapesmo, Frisesonorum,
Cesare, Camestres, Festino, Baroco, Darapti,
Felapton, Dísamis, Datisi, Bocardo, Ferison.

¡Qué tal! ¿No son estos versos estupendos?
¿No están más propios para adornar redomas de
botica que para enseñar reglas sólidas y provechosas?
Pues hijos míos, yo percibí inmediatamente el fruto de
su invención; porque desatinaba con igual libertad por
Bárbara
que por
Ferison
, pues no
producía más que barbaridades a cada palabra. Primero
aprendí a hacer sofismas que a conocerlos y desvanecerlos;
antes supe obscurecer la verdad que indagarla; efecto natural de las
preocupaciones de las escuelas y de la pedantería de los
muchachos.

Enmedio de tanta barahúnda de voces y terminajos
exóticos, supe qué cosa eran silogismo, entimema sorites
y
dilemma
. Este último es argumento terrible para
muchos señores casados, porque lastima con dos cuernos, y por
eso se llama
bicornuto
.

Para no cansaros, yo pasé mi curso de lógica con la
misma velocidad que pasa un rayo por la atmósfera sin dejarnos
señal de su carrera, y así después de disputar
harto y seguido sobre las operaciones del entendimiento, sobre la
lógica natural, artificial y utente, sobre su objeto formal y
material, sobre los modos de saber, sobre si Adán perdió
o no la ciencia por el pecado (cosa que no se le ha disputado al
demonio), sobre si la lógica es ciencia o arte, y sobre treinta
mil cosicosas de éstas, yo quedé tan lógico como
sastre; pero eso sí, muy contento y satisfecho de que
sería capaz de concluir con el
ergo
al mismo
Estagirita; ignoraba yo que por los frutos se conoce el árbol,
y que según esto, lo mismo sería meterme a disputar en
cualquiera materia, que dar a conocer a todo el mundo mi
insuficiencia. Con todo eso, yo estaba más hueco que un
calabazo, y decía a boca llena que era
lógico
como casi todos mis condiscípulos.

No corrí mejor suerte en la física. Poco me entretuve
en distinguir la particular de la universal; en saber si ésta
trataba de todas las propiedades de los cuerpos, y si aquélla
se contraía a ciertas especies determinadas. Tampoco
averigüé qué cosa era física experimental, o
teórica; ni en distinguir el experimento constante del
fenómeno raro, cuya causa es incógnita; ni me detuve en
saber qué cosa era
mecánica
, cuáles las
leyes del movimiento y la quietud, qué significaban las voces
fuerza
,
virtud
, y cómo se componían o
descomponían estas cosas; menos supe qué era
fuerza
centrípeta
,
centrífuga
,
tangente
,
atracción
,
gravedad
,
peso
,
potencia
,
resistencia
, y otras friolerillas de esta
clase; y ya se debe suponer que si esto ignoré, mucho menos
supe qué cosa era
estática
,
hidrostática
,
hidráulica
,
aerometría
,
óptica
y trescientos
palitroques de éstos; pero en cambio, disputé
fervorosamente sobre si la esencia de la materia estaba conocida, o
no; sobre si la trina dimensión determinada era su esencia, o
el agua; sobre si repugnaba el vacío en la naturaleza; sobre la
divisibilidad en infinito, y sobre otras alharacas de este
tamaño, de cuya ciencia o ignorancia maldito el daño o
provecho que nos resulta. Es cierto que mi buen preceptor nos
enseñó algunos principios de geometría, de
cálculo y de física moderna; mas fuérase por la
cortedad del tiempo, por la superficialidad de las pocas reglas que en
él cabían, o por mi poca aplicación, que
sería lo más cierto, yo no entendí palabra de
esto; y sin embargo decía al concluir este curso, que era
físico
, y no era más que un ignorante patarato;
pues después que sustenté un actillo de física,
de memoria, y después que hablaba de esta enorme ciencia con
tanta satisfacción en cualquiera concurrencia, tomo que me
mochen si hubiera sabido explicar en qué consiste que el
chocolate dé espuma, mediante el movimiento del molinillo; por
qué la llama hace figura cónica, y no de otro modo; por
qué se enfría una taza de caldo u otro licor
soplándola, ni otras cosillas de estas que traemos todos los
días entre manos.

Lo mismo, y no de mejor modo, decía yo que sabía
metafísica y ética, y por poco aseguraba que era un
nuevo Salomón después que concluí, o
concluyó conmigo, el curso de artes.

En esto se pasaron dos años y medio, tiempo que se
aprovechara mejor con menos reglitas de súmulas, algún
ejercicio en cuestiones útiles de lógica, en la
enseñanza de lo muy principal de metafísica, y cuanto se
pudiera de física, teórica y experimental.

Mi maestro creo que así lo hubiera hecho si no hubiera
temido singularizarse, y tal vez hacerse objeto de la crítica
de algunos zoylos, si se apartaba de la rutina antigua
enteramente.

Es verdad, y esto ceda siempre en honor de mi maestro; es verdad
que, como dejo dicho, ya nosotros no disputábamos sobre el
ente de razón
,
cualidades ocultas
,
formalidades
,
hecceidades
,
quididades
,
intenciones
, y todo aquel enjambre de voces insignificantes
con que los aristotélicos pretendían explicar todo
aquello que se escapaba a su penetración. «Es verdad
(diremos con Juan Buchardo Mecknio) que no se oyen ya en nuestras
escuelas estas cuestiones con la frecuencia que en los tiempos
pasados; pero ¿se han aniquilado del todo? ¿Están
enteramente limpias las universidades de las heces de la barbarie? Me
temo que dura todavía en algunas la tenacidad de las antiguas
preocupaciones, si no del todo, quizá arraigada en cosas que
bastan para detener los progresos de la verdadera
sabiduría.» Ciertamente que la declamación de este
crítico tiene mucho lugar en nuestra México.

Llegó por fin el día de recibir el grado de bachiller
en artes. Sostuve mi acto a satisfacción, y quedé
grandemente, así como en mi oposición a toda
gramática; porque como los réplicas no pretendían
lucir, sino hacer lucir a los muchachos, no se empeñaban en sus
argumentos, sino que a dos por tres se daban por muy satisfechos con
la solución menos nerviosa, y nosotros quedábamos
más anchos que verdolaga en huerta de indio, creyendo que no
tenían instancia que oponernos. ¡Qué ciego es el
amor propio!

Ello es que así que asado, yo
quedé perfectamente, o a lo menos así me lo
persuadí, y me dieron el sonoroso y retumbante título de
baccalaureo
, y quedé aprobado
ad
omnia
[26]
. ¡Santo Dios! ¡Qué
día fue aquél para mí tan plausible, y qué
hora la de la ceremonia tan dichosa! Cuando yo hice el juramento de
instituto, cuando colocado frente de la cátedra en medio de dos
señores bedeles con mazas al hombro, me oí llamar
bachiller en concurso pleno, dentro de aquel soberbio general, y nada
menos que por un señor doctor, con su capelo y borla de limpia
y vistosa seda en la cabeza, pensé morirme, o a lo menos
volverme loco de gusto. Tan alto concepto tenía entonces
formado de la bachillería, que aseguro a ustedes que en aquel
momento no hubiera trocado mi título por el de un brigadier o
mariscal de campo. Y no creáis que es hiperbólica esta
proposición, pues cuando me dieron mi título en
latín y autorizado formalmente, creció mi entusiasmo de
manera que si no hubiera sido por el respeto de mi padre y convidados
que me contenía, corro las calles, como las corrió el
Ariosto cuando lo coronó por poeta Maximiliano I. ¡Tanto
puede en nosotros la violenta y excesiva excitación de las
pasiones, sean las que fueren, que nos engaña y nos saca fuera
de nosotros mismos como febricitantes o dementes!

Llegamos a mi casa, la que estaba llena de viejas y mozas,
parientas y dependientes de los convidados, los cuales, luego que
entré, me hicieron mil zalemas y cumplidos. Yo
correspondí más esponjado que un guajolote; ya se ve,
tal era mi vanidad. La inocente de mi madre estaba demasiado
placentera, el regocijo le brotaba por los ojos.

Desnudeme de mis hábitos clericales y nos entramos a la sala
donde se había de servir el almuerzo, que era el centro a que
se dirigían los parabienes y ceremonias de aquellos
comedidísimos comedores. Creedme, hijos míos, los
casamientos, los bautismos, las cantamisas y toda fiesta en que
veáis concurrencia, no tienen otro mayor atractivo que la
mamuncia
. Sí, la
coca
, la
coca
es la
campana que convoca tantas visitas, y la bandera que recluta tantos
amigos en momentos. Si estas fiestas fueran a secas, seguramente no se
vieran tan acompañadas.

Y no penséis que sólo en México es esta
pública gorronería. En todas partes se cuecen habas, y
en prueba de ello, en España es tan corriente, que allá
saben un versito que alude a esto. Así dice:

A la raspa venimos,
Virgen de Illescas,
a la raspa venimos;
que no a la fiesta.

Así es, hijos, a la raspa va todo el mundo y
por la raspa; que no por dar días ni parabienes. Pero
¿qué mas? Si yo he visto que aun en los pésames
no falta la raspa, antes suelen comenzar con suspiros y lamentos y
concluir con bizcochos, queso, aguardiente, chocolate o almuerzo,
según la hora; ya se ve, que habrán oído decir
que los duelos con pan son menos, y que a barriga llena,
corazón contento.

No os disgustéis con estas digresiones, pues a más de
que os pueden ser útiles, si os sabéis aprovechar de su
doctrina, os tengo dicho desde el principio, que serán muy
frecuentes en el discurso de mi obra, y que ésta es fruto de la
inacción en que estoy en esta cama; y no de un estudio serio y
meditado; y así es que voy escribiendo mi vida según me
acuerdo, y adornándola con los consejos, crítica y
erudición que puedo en este triste estado, asegurándoos
sinceramente que estoy muy lejos de pretender ostentarme sabio,
así como deseo seros útil como padre, y quisiera que la
lectura de mi vida os fuera provechosa y entretenida, y bebierais el
saludable amargo de la verdad en la dorada copa del chiste y de la
erudición. Entonces sí estaría contento y
habría cumplido cabalmente con los deberes de un sólido
escritor, según Horacio, y conforme mi libre
traducción:

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