Read El viajero Online

Authors: Mandelrot

El viajero (9 page)

BOOK: El viajero
7.71Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Lo siguiente sucedió casi instantáneamente. El tremendo viento, la luz blanca y cegadora, y los fantasmas que pasaron junto a ellos emitiendo sus sonidos amplificados al chocar entre la roca redondeada. Tras esto todo quedó de nuevo en oscuridad y silencio.

—¿Estás bien? —preguntó Kyro.

—S-sí. Bien.

El viajero se puso en pie entre las sombras y ayudó a su compañero.

—La salida está muy cerca. Y está amaneciendo.

Así era; poco más tarde veían la tenue luz de la mañana al final del paso, hasta que finalmente lo alcanzaron.

Al otro lado el paisaje era completamente distinto: la zona era bastante montañosa y había algo de vegetación, a lo lejos incluso se divisaban lo que parecían los límites de algunos pequeños bosques.

—Esto es... —Balod parecía asombrado—. He pasado toda mi vida en el desierto. Jamás había visto algo así.

Kyro, después de escrutar con la vista el terreno a su alrededor, consultaba un trozo de pergamino.

—Según el mapa debemos ir hacia allá —dijo, señalando hacia un punto al frente y un poco a la derecha desde donde estaban—. Hay un camino que rodea esa montaña; espero que lleguemos antes de la noche. ¿Listo para seguir?

Balod asintió. Se pusieron en marcha; el viajero iba delante caminando con decisión.

Avanzaron durante bastante tiempo sin complicaciones; a medida que se adentraban en aquel paraje se notaba cómo las plantas abundaban algo más. Kyro parecía concentrado en el camino, pero su compañero no podía evitar sentirse maravillado por todo lo que les rodeaba.

—Es increíble. Increíble —decía—. Todo esto, solo a unos días de camino de Damdal y es como si estuviéramos en otro mundo.

—Es cierto —fue el único comentario del chico.

—Quizá para ti esto no sea nada, pero yo... ¡No tengo palabras! Apenas me he alejado de mi ciudad desde que nací; el desierto es duro pero es mi hogar. No esperaba ver nunca... Otro lugar. Y tan diferente.

Bajó la cabeza con resignación.

—No importa. Tú no puedes comprenderlo.

Kyro se volvió un momento para mirarle sin hablar. Tras esto continuó caminando.

—Viajero, ¿te he ofendido? Noto que mis palabras te desagradan.

El chico se detuvo de nuevo y sonrió fugazmente; sus ojos, sin embargo, mostraban una dureza que hasta ese momento no habían expresado.

—No, en absoluto; discúlpame por darte esa impresión. Mira, por ahí está el camino que rodea la montaña; tratemos de llegar hasta allí cuanto antes.

Balod no tuvo tiempo de responder antes de que su compañero reanudara la marcha.

El camino al que por fin llegaron era un estrecho sendero ascendente entre la empinada pared de la montaña y el vacío. Desde abajo ya se apreciaba que la altura llegaba a ser considerable, y el espacio era lo justo para un hombre así que deberían ir en fila si no querían caer.

El chico se detuvo.

—Ve tú delante, yo te seguiré —dijo.

Su actitud seguía siendo algo hosca, así que Balod no dijo nada; se adelantó unos pasos y comenzó el ascenso.

A partir de ese punto siguieron avanzando en silencio. Balod caminaba mirando al suelo para asegurarse de apoyar sus pies en zona firme, aunque de vez en cuando se permitía una mirada a lo lejos para apreciar la impresionante vista que hasta entonces jamás había podido disfrutar.

Después de un buen trecho recorrido, se detuvo al fin un momento y se secó el sudor.

—Creo que jamás podré acostumbrarme de nuevo al desierto —dijo, y se volvió a mirar a su compañero—. Cuando...

Se quedó paralizado. No fue capaz ni siquiera de sorprenderse: el viajero había desaparecido.

Tardó unos momentos en asimilarlo: estaba solo. Pero no era posible: sencillamente, no podía ser. Miró a su alrededor como si se hubiera equivocado, como si no hubiera mirado en la dirección correcta, y solo entonces pudo hablar.

—¿Kyro? —llamó débilmente.

Se agarró a la pared de la montaña como si hubiera perdido apoyo.

—¡Kyro! —repitió más alto. Entonces comenzó a andar de vuelta, mientras seguía llamándole—. ¡Kyro! ¿Dónde estás?

Mientras andaba pegándose a la roca, moviéndose todo lo rápido que podía, siguió llamando a su compañero mirando hacia abajo. Estaba aterrorizado.

—¡Kyro! ¡Viajero, contesta! —ahora gritaba hacia el vacío bajo sus pies—. ¿Kyro?

Se detuvo un momento, absolutamente desesperado.

—¡Por el gran Varomm, responde! —miró a todas partes sin saber qué hacer—. ¡Kyro!

Se asomó una vez más con cuidado al vacío pero no distinguió el cuerpo del chico. Volvió a apretarse contra la pared de la montaña respirando agitadamente. Tras un momento más de indecisión, siguió retrocediendo por el estrecho camino... Hasta que lo que encontró le detuvo en seco.

No eran humanos. Lo parecían; pero su piel grisácea, esos rostros anchos de ojos pequeños y completamente blancos, y los agujeros que se abrían y cerraban en lugar de nariz inmediatamente le hicieron darse cuenta de que eran otra clase de criaturas. Vestían lo que parecían pieles ligeras curtidas también de un color gris oscuro, y sobre ellas cubriéndoles el pecho llevaban a modo de protección una especie de peto de metal como el casco que cubría sus cabezas.

Por un instante tanto Balod como el grupo de esos seres se quedaron inmóviles por la sorpresa mutua; pero enseguida el primero de ellos lanzó un grito levantando amenazadoramente la espada serrada que blandía y los que le seguían hicieron lo mismo.

El habitante del desierto reaccionó instantáneamente: echó a correr lo mejor que pudo para no caer, ascendiendo de nuevo. Tras él sus perseguidores avanzaban con más rapidez, acostumbrados al terreno, y en solo unos momentos le dieron caza y le sujetaron.

El primero le puso el filo de su espada junto al cuello, mientras el resto solo podía esperar tras él. Balod, tan aterrado que apenas podía pensar, escuchó sus palabras en una lengua que desconocía.

—¡¡Dal-uz woi ma!! ¡¡Dal-uz woi ma, yokka woi umra!! —le gritó.

El habitante del desierto no pudo reaccionar. No comprendía absolutamente nada, pero la agresividad con que le hablaban era tan tremenda que claramente se apreciaban sus intenciones.

—No... No me hagas daño, por favor...

El atacante le tiró al suelo de un empujón. Balod consiguió mantenerse en el camino y no caer al vacío. Cuando volvió a mirarle levantaba ya nuevamente su arma, haciendo girar su cuerpo para asestarle el golpe que le matara allí mismo. Pero cuando ya lanzaba su ataque contra él, de repente una piedra que venía de arriba impactó con enorme fuerza contra su cabeza, a la altura de la sien, arrancándole el casco y haciéndole doblarse como una hoja. La inercia del movimiento de su espada hizo que el filo se clavara en el suelo, muy cerca del cuerpo de Balod, mientras su agresor caía por el precipicio.

Antes de que el resto de atacantes pudiera incluso darse cuenta de lo que ocurría, una impresionante figura cayó en medio del grupo lanzando un grito: Kyro golpeó a uno de ellos tirándole al vacío y, tan rápido como preciso, cortó de un tajo la mano con la que sujetaba la espada el que tenía detrás y se lanzó hacia adelante empujando con enorme ímpetu.

El grupo de guerreros superaba la docena, pero allí en fila de uno daba igual su número: a la espalda de Kyro el que tenía la mano cortada bloqueaba el paso, lo que le daba la oportunidad de centrarse en quien tenía al frente por unos momentos. Al primero, que no había tenido tiempo de colocarse en posición de ataque, le agarró el brazo armado al tiempo que clavaba su hoja en el costado por donde no le protegía el peto metálico; este se dobló de dolor y Kyro empujó con todas sus fuerzas, haciendo perder el equilibrio también al siguiente y provocando que los dos cayeran al vacío.

El tercero consiguió mantenerse por poco, pero ese instante de vacilación bastó para que el viajero se arrojara sobre él aprovechando su indefensión. Aunque logró lanzar como pudo un mandoble poco efectivo, Kyro lo evitó fácilmente agachándose y atacándole a una pierna con su espada con gran potencia: se la cortó limpiamente por encima del tobillo. Mientras tanto, por detrás sus propios compañeros habían arrojado al precipicio al de la mano amputada y empezaban a avanzar.

Pero Balod no pudo prestar más atención a todo esto, porque el empuje del viajero había hecho retroceder a los atacantes por su lado; al dar algunos pasos atrás, el que ahora estaba más cerca del habitante del desierto tropezó con él y se dio la vuelta para encararle con gran fiereza.

Levantó su espada con la intención de matarle... Y en ese momento la espada de Kyro surgió desde atrás y le cortó de un tajo el brazo. El guerrero gritó sangrando abundantemente, se dobló hasta apoyar la rodilla en el suelo y Balod le propinó una patada que le hizo caer.

En este momento Kyro ya estaba luchando con los que venían por detrás, que le habían alcanzado; se le veían ya algunas heridas. Empujó con fuerza al que tenía ante sí, ganando un instante de respiro en el que miró fugazmente a Balod; este pudo ver que tenía la cara también manchada de sangre.

—¡Vete de aquí! —ordenó, y se lanzó de nuevo contra los que quedaban.

Balod tardó un momento en reaccionar, pero finalmente lo hizo moviéndose tan rápido como le permitía el pánico; con la cara desencajada por el terror se alejó de la pelea marchándose solo.

Había llegado la noche y Balod dormía enroscado como podía en un hueco bajo las grandes raíces de un árbol de extraña forma; no era cómodo pero estaba más o menos resguardado. De repente se despertó con un sobresalto: alguien le había puesto una mano encima.

—Soy yo —dijo el viajero.

—¿Kyro? ¡Kyro! Oh, por el gran Varomm, me alegro... —dijo levantándose como pudo—. Pensé que... que estabas...

—Estoy Bien. Vamos, quiero enseñarte algo. Recoge tus cosas.

Cuando Balod llegó al montículo al que el viajero le condujo este ya estaba mirando algo a lo lejos: por encima de los árboles se veía a lo lejos el grupo de fantasmas flotando en el aire elegantemente, como cintas de luz al viento.

—Jamás había visto nada tan hermoso como esos seres —dijo el hombre del desierto.

—Fíjate —dijo Kyro—, parece que hay algo en la falda de esa montaña.

Efectivamente, si uno se fijaba daba la impresión de que los gusanos flotaban en torno a algo: se acercaban, pareciera que lo estuvieran olfateando, y volvían atrás con el grupo. Así uno tras otro.

—¿Qué podrá ser?

—No lo sé —contestó el viajero—. Pero creo que está cerca del lugar adonde vamos. Ahora será mejor descansar, ahí hay un hueco en la roca que será perfecto para los dos.

Tras decir esto se dirigió hacia donde había señalado; Balod miró una vez más a los maravillosos fantasmas en su ritual, y tras esto le siguió.

Ya era de día, y Balod comía ahora un fruto alargado y de aspecto sabroso mientras Kyro se lavaba en el río sus heridas. Estaba lleno de marcas de golpes, cortes y magulladuras; llamaba la atención una herida en un lado de la cara, cerca de la sien. Pero aparte de una leve cojera al andar no se quejaba ni parecía que su estado le afectara.

El hombre del desierto hablaba mirando la fruta que tenía en sus manos.

—Es increíble lo bien que sabe —dijo—. Mucho mejor que las nuestras.

—Ya es mucho que consigáis plantar algo en medio del desierto —le miró el viajero—; de todas formas si conseguimos llevar el agua de nuevo hasta Damdal podréis volver a cultivar sin problemas.

—Para serte sincero... Hasta ahora estaba convencido de que no lo lograríamos. Pero estamos aquí, y parece que ya hayamos hecho lo más difícil.

El viajero se dio la vuelta para quedar mirando fijamente a su compañero.

—Todavía no, Balod. Creo que aún nos quedan problemas graves.

—¿A qué te refieres?

—Yo soy un soldado, y reconozco a los soldados cuando les veo. Esos hombres no lo eran.

—No entiendo... —Balod parecía desconcertado.

Kyro se acercó a él y cogió una fruta.

—Cuando salimos del Paso de la Sombra me di cuenta enseguida de que había dos vigías apostados cerca; discúlpame por no decírtelo, pero nos daba ventaja que ellos no supieran que los habíamos descubierto. Uno de ellos desapareció casi inmediatamente y supuse que había ido a buscar refuerzos, así que hice que apretáramos el paso para que no nos alcanzaran antes de llegar a un terreno donde pudiera hacerles frente. Si nos hubieran emboscado en cualquier otra parte probablemente ahora estaríamos los dos muertos.

—Pero ¿por qué dices que no son soldados?

—Quizá les paguen para serlo, pero un auténtico soldado con experiencia en combate jamás hubiera caído en mi trampa; yo no lo hubiera hecho. Además hay maneras de pelear que solo se aprenden con la práctica de la guerra, y ellos no luchaban así. Si estos son los habitantes de las montañas que antes solo eran pastores, ¿para qué tienen ahora guerreros, si aquí no viene nadie a combatir?

—Los fantasmas... —dijo Balod sin convencimiento.

El viajero negó con la cabeza.

—No lo creo. No podrían hacer nada contra ellos, son demasiado poderosos. Además parece que son seres de costumbres, ¿para qué arriesgar a dos vigías junto a la salida del Paso de la Sombra? No tiene explicación... A menos que todo esto tenga que ver con vuestro problema del agua y esta gente estuviera esperando a alguien como nosotros.

La cara de Balod pasó de la sorpresa primero, a la incredulidad fugazmente y después a la comprensión.

—Quieres decir... ¿Esa gente está en guerra con mi pueblo?

—Si es así pronto lo sabremos. Vamos, ya he borrado nuestras huellas y no nos encontrarán fácilmente; pero debemos seguir nuestro camino.

Pasaron el resto del día avanzando por entre las montañas. En algunos tramos la vegetación se hacía abundante, y aunque ninguno de los dos había visto nunca plantas como aquellas y desde algunos puntos la vista era impresionante solo Balod parecía muy sorprendido por el entorno; sin embargo Kyro estaba absolutamente concentrado en la marcha, en comprobar que nadie les siguiera, en asegurarse de que el camino fuera seguro. Era la actitud pura de un soldado.

Finalmente, cuando ya no estaban lejos del lugar al que se dirigían, el viajero se detuvo haciendo un gesto para que su compañero lo hiciera también.

—¿Qué pasa? —dijo Balod en voz baja.

—Falta poco —contestó Kyro sin dejar de mirar alrededor—. Si los jefes de los guerreros ya saben que estamos aquí estarán preparados, así que esperaremos a la noche para acercarnos más al principio del río que crearon tus antiguos.

BOOK: El viajero
7.71Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Jagged Heart by Trinity Lee
Reaching Out to the Stars by Donna DeMaio Hunt
Heading Home by Kiernan-Lewis, Susan
The Secret Agent by Stephan Talty
Cinderella Sister by Dilly Court
Distant Star by Joe Ducie