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Authors: Brandon Mull

Fablehaven (37 page)

BOOK: Fablehaven
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—Es una lástima que tu abuela tuviera que compartir con vosotros ese secreto. Soy consciente de que era una medida de precaución, por si los dos quedábamos incapacitados. Pero esa información es una carga terrible para que la lleven unos niños. Jamás deberás hablar de ello con nadie. He tratado de inculcar esta misma idea a Seth... Que el Cielo nos proteja. Yo soy el responsable de Fablehaven, y apenas sé nada sobre el artefacto, salvo que está escondido en algún lugar de esta finca. Si los miembros de la Sociedad del Lucero de la Noche saben que el artefacto se encuentra aquí, y tenemos motivos de sobra para creer que lo saben, no se detendrán ante nada para penetrar nuestras defensas y echarle el guante.

—¿Qué vais a hacer? —preguntó Kendra.

—Lo que hacemos siempre —dijo el abuelo—: consultar con nuestros aliados y tomar todas las medidas necesarias para garantizar que nuestras defensas sigan intactas. Hace siglos que esa sociedad conoce la ubicación de docenas de reservas, y aun así no ha conseguido infiltrarse en ellas. Puede que ahora nos dediquen algo más de atención, pero si no bajamos la guardia, poco pueden hacer.

—¿Y la dama fantasma? ¿La que escapó mientras las hadas encerraban a Bahumat?

—No conozco su historia, aparte de que evidentemente actuaba en connivencia con nuestros enemigos. Nunca he conocido a muchos de los seres siniestros que merodean por los rincones inhóspitos de Fablehaven.

Llegaron a la carreta. El abuelo ayudó a Kendra a montarse y luego subió él.

—Hugo, llévanos a casa.

Se pusieron en camino en silencio. Kendra reflexionó sobre todo lo que habían hablado: el sino de Lena y la amenaza inminente de la Sociedad del Lucero de la Noche. La noche funesta que a Kendra le había parecido el fin de todos sus problemas empezaba a parecerle ahora como si hubiese sido el principio.

Más adelante, a un lado de la carretera, vieron a Dale, que estaba trabajando con el hacha en un árbol caído para convertirlo en leña. Empapado de sudor, blandía el hacha agresivamente. Cuando la carreta pasó por su lado, Dale levantó la vista hacia Kendra. Ella sonrió y le saludó con la mano. Dale le dedicó una tensa sonrisa y apartó la mirada, antes de retornar a su quehacer.

Kendra arrugó la frente.

—¿Qué le pasa últimamente a Dale? ¿Crees que haber sido convertido en una estatua de plomo ha podido dejarle traumatizado?

—Dudo de que sintiera algo. Se está torturando por otra cosa. —¿El qué?

—No le digas ni una palabra a él. —El abuelo guardó silencio unos segundos, miró atrás, a Dale, y prosiguió—: Se siente mal porque su hermano Warren no estuviera presente cuando las hadas curaron a todo el mundo.

—La abuela me contó que el hermano de Dale es catatónico. Yo aún no le he visto. ¿Las hadas habrían podido ayudarle?

El abuelo se encogió de hombros.

—Teniendo en cuenta que volvieron a llevar a Lena al agua, que devolvieron a los diablillos a su estado anterior de hadas y que rehicieron a Hugo a partir de un montón de barro, sí, imagino que habrían podido curar a Warren. En teoría, toda magia que haya sido llevada a cabo puede deshacerse igualmente. —El abuelo se rascó la mejilla—. Tienes que comprenderlo, la semana pasada yo habría dicho que no había forma humana de curar a Warren. Créeme, he investigado la cuestión a fondo. Pero tampoco había oído nunca que un diablillo pudiera volver a su estado de hada. No es algo que pase, simplemente.

—Ojalá se me hubiese ocurrido —dijo Kendra—. Ni siquiera pensé en él.

—No es culpa tuya, ni mucho menos. Warren simplemente no estaba en el lugar adecuado en el momento oportuno. Yo doy gracias porque el resto de nosotros sí.

—¿Cómo entró Warren en ese estado?

—Eso, querida mía, es parte del problema. No tenemos ni idea. Estuvo tres días desaparecido. Al cuarto, regresó, blanco como una sábana. Se sentó en el jardín y desde entonces no ha dicho ni una palabra a nadie ni ha respondido a nada. Es capaz de masticar la comida, y de caminar si se le lleva de la mano. Incluso es capaz de hacer tareas sencillas si le enseñas cómo. Pero no hay comunicación. Tiene la mente en blanco.

Hugo se detuvo en el lindero del jardín. El abuelo y Kendra bajaron de la carreta.

—Hugo, ocúpate de tus labores.

El golem levantó la carreta y se marchó.

—Voy a echar de menos este lugar —dijo Kendra, al tiempo que abarcaba con la vista las brillantes flores que cuidaban unas hadas resplandecientes.

—Tu abuela y yo hemos esperado mucho tiempo para encontrar a alguien como tú entre nuestros descendientes —dijo el abuelo—. Confía en mí. Volverás.

***

—Kendra —la llamó la abuela desde la planta baja—. ¡Han llegado tus padres!

—Enseguida bajo.

A solas en el cuarto de juegos, Kendra se sentó en su cama. Seth estaba ya abajo. Kendra había preparado sus maletas y había ayudado a su hermano con las suyas.

Suspiró. El día que sus padres los trajeron, ella había empezado a contar los días que faltaban para que volviesen a por ellos. Ahora casi se sentía reacia a verlos. Como no sabían nada sobre la mágica naturaleza de la reserva, no habría manera de poder contarles lo que había vivido allí. La única persona a la que podría contárselo era Seth. Cualquier otro pensaría que estaba chiflada.

Sólo de pensarlo ya se sentía aislada.

Cruzó la habitación en dirección al cuadro del estanque. Era un recuerdo perfecto de su estancia allí, un dibujo numerado trazado por una náyade que describía el escenario en el que se había desarrollado el acto más valeroso de toda su vida.

Con todo, no estaba segura de si llevárselo o no. ¿Convocaría aquella imagen demasiados recuerdos dolorosos? Muchas de las experiencias que había vivido en ese lugar habían sido espantosas. Ella y su familia habían estado a punto de morir. Y cuando Lena regresó al estanque, ella se había quedado sin su nueva amiga.

Al mismo tiempo, el cuadro podría hacerle añorar el mundo encantado de la reserva. Eran tantos los aspectos de Fablehaven que resultaban maravillosos... Después de los extraordinarios acontecimientos de las últimas dos semanas, la vida iba a parecerle demasiado sosa.

Fuera como fuese, tal vez el cuadro le haría sufrir. Pero, por supuesto, esos recuerdos persistirían con o sin el cuadro del estanque. Así que lo cogió.

El resto de las maletas estaban ya en la planta baja. Kendra echó un último vistazo al cuarto de juegos, atesorando en su memoria hasta el último detalle, y salió por la puerta. Bajó las escaleras, recorrió el pasillo y empezó a bajar las escaleras que daban al vestíbulo.

Sonriéndole desde abajo estaban su madre y su padre. Los dos habían ganado peso, sobre todo él, que parecía haber engordado casi diez kilos. Seth estaba al lado de su padre, abrazando su dibujo del dragón.

—¡Tú también has hecho un cuadro! —exclamó su madre—. ¡Kendra, es precioso!

—Algo me ayudaron —respondió la chica, que llegaba ya al pie de las escaleras—. ¿Qué tal el crucero?

—Tenemos un montón de buenos recuerdos —respondió su madre.

—Parece que papá ha comido caracoles hasta reventar —comentó Seth.

El hombre se acarició la panza.

—Nadie me avisó sobre todos aquellos postres.

—¿Estás lista, cariño? —preguntó su madre, que rodeó los hombros de Kendra con el brazo.

—¿No vais a echar un vistazo? —preguntó Kendra.

—Dimos un paseo por fuera mientras estabas arriba y recorrimos las habitaciones de aquí abajo. ¿Hay algo en concreto que quieras enseñarnos?

—En realidad no.

—Creo que deberíamos ponernos en marcha —dijo su padre, abriendo ya la puerta de la casa.

No hacía muchos días esa misma puerta había estado destrozada y tenía una flecha clavada en el marco.

En el exterior, Dale cargaba las últimas bolsas de viaje en el todoterreno deportivo. La abuela y el abuelo aguardaban cerca del vehículo, en el camino de acceso. Kendra y Seth metieron los cuadros en el coche con ayuda de su padre; su madre dio las gracias efusivamente a la abuela y al abuelo Sorenson.

—El placer ha sido nuestro —respondió la abuela de todo corazón.

—Tendréis que dejarlos que vuelvan pronto a vernos —insistió el abuelo.

Seth y Kendra se despidieron de sus abuelos con sendos abrazos y se subieron al todoterreno. El abuelo guiñó un ojo a Kendra. El motor del coche se puso en marcha.

—¿Lo habéis pasado bien, chicos?

—Sí, sí —respondió Seth.

—Bomba —añadió Kendra.

—¿Os acordáis de lo preocupados que estabais cuando os trajimos? —les preguntó su madre mientras se abrochaba el cinturón de seguridad—. Seguro que al final no ha sido ni la mitad de espeluznante de lo que vosotros imaginabais.

Kendra y Seth se cruzaron una mirada muy especial.

Fin

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