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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La maldición del demonio (27 page)

BOOK: La maldición del demonio
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—Tal vez, sí, o tal vez no. Es leal, pero pragmática. Cada guerrero que muere es una espada menos con la que contar en el camino de regreso. En cualquier caso, es un riesgo que correré yo; no tú. Tú estarás a salvo de preocupaciones. —La daga penetró apenas un poco más en el cuello del noble—. Bueno, ¿te das cuenta de lo precaria que es tu vida en este momento?

—Ya lo creo —replicó Malus, que se sorprendió ante la calma que sentía.

—Excelente —dijo Dalvar, y la daga desapareció de repente—. Ahora, espero que apreciarás el hecho de que yo no tenga ningún interés en aprovecharme de esta oportunidad.

Malus se volvió con lentitud para encararse con Dalvar. La espada le temblaba en la mano.

—Tienes una manera interesante... y posiblemente fatal... de demostrar las cosas —dijo.

El guardia se encogió de hombros.

—No se me ocurrió ningún modo mejor de mitigar tu suspicacia, mi señor. Si tuviera algún interés en matarte, podría haberlo hecho hace apenas un instante y con un mínimo riesgo.

Malus apretó los dientes. Era una idea que lo enfurecía, aunque también realista.

—Bien, ¿cuál es tu interés, entonces?

—Sobrevivir —fue la sencilla respuesta de Dalvar—. No quiero hacer demasiado hincapié en el asunto, mi señor, pero creo que te han engañado, y que Nagaira nos ha sacrificado a mí y a mis hombres para conferirle mayor peso a ese engaño.

Los ojos del noble se entrecerraron con desconfianza.

—¿Cómo sabes eso?

Dalvar se encogió de hombros.

—No lo sé con certeza, pero algunas de las cosas que mi señora te aseguró, y también a mí, incidentalmente, han resultado no ser ciertas, ¿verdad? El cráneo no está conduciéndonos a ninguna parte, y Urial lanzó a esos jinetes tras nosotros casi inmediatamente después de que saliéramos de Hag Graef.

—¿Y qué consigue ella con todo esto?

—Os perjudica tanto a ti como a Urial con un solo golpe. Has cogido una de las más preciadas posesiones de Urial y te la has llevado muy lejos de su alcance, al interior de los Desiertos del Caos. Aunque sobrevivas, tu medio hermano dedicará todas sus energías a destruirte, y no tienes aliado ninguno dentro ni fuera de Hag Graef que pueda auxiliarte. Esto, por otra parte, también mantiene a Urial demasiado ocupado para que continúe acosando a Nagaira. Se enfadó mucho contigo cuando te escabulliste para llevar a cabo la incursión pirata de este verano y la abandonaste a las atenciones de él.

—Urial tiene que saber que ella me ayudó a entrar en su torre.

Dalvar se encogió de hombros.

—Tal vez, pero tú tienes el cráneo, y ella no. Además, está loco de deseo por Nagaira.

—¿Y sacrificaría a su teniente de mayor confianza y a cinco guardias sólo por un engaño?

—Como ya he dicho, estaba muy enfadada.

Malus inspiró profundamente y recobró la compostura.

—Muy bien, ¿qué quieres?

—¿Qué quiero? No quiero nada. Te estoy ofreciendo mis servicios.

El noble parpadeó.

—¿Qué podría querer yo de un bribón como tú?

La sonrisa burlona de Dalvar hizo acto de presencia de nuevo.

—¡Vamos, mi señor! Tu teniente es una mujer, tienes a tu servicio un caballero que ganaste en una apuesta, y si los rumores son ciertos, das cobijo a un antiguo asesino que huyó del templo de Khaine. Recurres tanto a los bribones como cualquier otro noble, y no eres tan descuidado con sus vidas.

Malus meditó lo que acababa de oír.

—De acuerdo. ¿Qué puedes decirme de Vanhir, entonces? ¿Qué traición está planeando?

—¿Traición? Ninguna, mi señor.

—¿Esperas que me crea eso, Dalvar? —le espetó Malus.

—Por supuesto —replicó el guardia—. Creo que lo has juzgado mal, mi señor.

—¿De verdad? ¿En qué sentido?

—No está a punto de traicionarte, mi señor. Vanhir es un hombre orgulloso y honorable..., precipitado e impetuoso tal vez, pero orgulloso y honorable de todas formas. No es de los que te clavan un cuchillo por la espalda o te degüellan mientras duermes. No; cumplirá su juramento y regresará a Hag Graef, y luego consagrará el resto de su vida a destruirte, un tajito por vez. Y durante todo ese tiempo, se asegurará de que sepas que es él quien lo está haciendo. En eso, sospecho que los dos os parecéis mucho.

Malus lo pensó cuidadosamente, y le dolió admitir que el bribón estaba en lo cierto.

—¿Y qué me dices de tus hombres?

Dalvar extendió las manos hacia adelante.

—Ahora me pertenecen a mí, no a ella. Harán lo que yo diga.

El noble asintió con la cabeza.

—Muy bien. Pero recuerda que, como tan sabiamente has señalado, soy yo quien posee el cráneo, y tengo intención de reclamar el poder que encierra, con independencia de cuántos de vosotros muráis en el proceso. Saldré de los Desiertos del Caos yo solo si es necesario. ¿Me entiendes?

Dalvar hizo una profunda reverencia.

—Viviré y moriré a tus órdenes, mi señor.

—¿Mi señor? —La voz de Lhunara resonó por la caverna con un ligero toque de preocupación—. Hemos llenado los pellejos de agua. ¿Va todo bien?

—Todo va bien —respondió Malus, mirando a Dalvar a los ojos—. Tenemos todo lo que necesitamos. Salgamos de aquí.

Malus encabezó la marcha escalera arriba; alternativamente, tanto hervía por dentro como consideraba con calma el movimiento siguiente. Las sospechas que abrigaba respecto a su hermana parecían haberse confirmado, y ese pensamiento lo amargaba hasta el fondo de su alma. Pero ella se había excedido. Entonces, los guardias de Nagaira le pertenecían a él y, dentro de poco, lo mismo sucedería con el poder del templo.

Sus pasos se aceleraron a través de los oscuros salones vacíos, y sonrió salvajemente en las tinieblas. En todo caso, su posición era aún más fuerte que antes.

El grupo estaba a poca distancia de la puerta de la ciudadela cuando se produjo la emboscada.

15. Kul Hadar

El gran salón para banquetes estaba separado del vestíbulo de entrada de la ciudadela por un largo pasillo, que, en esencia, dividía una estancia enorme para aislar un tercio de su largo, que quedaba como habitación independiente, situada frente a las altas puertas dobles de la fortaleza. Cuando Malus y el grupo atravesaban el pasillo, el noble vio que grises rayos solares entraban oblicuamente por la puerta abierta y formaban un débil cuadrado de luz sobre el suelo cubierto de arena. La luz mortecina de los Desiertos del Caos jamás había parecido tan acogedora antes.

El y Dalvar acababan de penetrar en el vestíbulo de entrada cuando la oscuridad que los rodeaba estalló en aullidos y rugidos bestiales, y unos pies anchos y descalzos tamborilearon sobre las losas de pizarra. Malus captó un atisbo de una enorme forma cornuda y musculosa que se alzaba sobre dos patas a la luz del farol, y luego un pesado garrote le golpeó el avambrazo izquierdo y le hizo caer la luz de las manos. El noble retrocedió y alzó la espada mientras el farol se estrellaba sobre las losas y derramaba aceite ardiendo por el suelo.

El atacante de Malus lanzó otro rugido inhumano y corrió hacia el noble con el garrote en alto. La débil luz del aceite ardiendo brilló sobre un ancho pecho musculoso ribeteado de negro pelo grueso, y sobre unas poderosas piernas rematadas por grandes pezuñas. El monstruo medía cerca de dos metros y parecía mucho más fuerte que cualquier druchii, además de moverse con la rapidez de un león de las llanuras.

Sin embargo, por rápido que fuera el monstruo, el noble lo era aún más. Cuando el hombre bestia cargó, Malus también dio un salto hacia adelante, se agachó por debajo de los gruesos brazos del monstruo y le clavó la espada profundamente en el vientre. La hoja atravesó la gruesa pared de músculos abdominales del monstruo y la fuerza de la carga la empujó a través del cuerpo, de modo que raspó contra el espinazo cuando salió por la espalda de la criatura.

El hombre bestia bramó de sorpresa y cólera, y se dobló sobre la espada druchii, pero tendió la mano izquierda, aferró a Malus por el pelo y lo lanzó hacia atrás, contra la pared que tenía cerca; la cabeza del noble golpeó contra el muro de piedra y ante su visión estallaron chispas. Luego, el garrote de la criatura se estrelló contra el peto de Malus, que creyó haber sido pateado por un dios.

El noble rebotó contra la pared de piedra y cayó al suelo con la respiración cortada. La armadura fue lo único que lo salvó, y a pesar de eso, sintió que el resistente acero flexible estaba profundamente abollado justo a la izquierda del corazón. El garrote volvió a caer, y esa vez impactó contra el muro y parte de un hombro de Malus; el golpe le causó una aguda punzada en la articulación, y lo hizo gritar de dolor e ira mientras sacaba a tientas la daga de la vaina que tenía la bota. Cuando el hombre bestia volvió a alzar el garrote, Malus se levantó de un salto y se aferró a la enorme criatura, a la que apuñaló una y otra vez en el pecho y el cuello.

El monstruo rugió. Tenía la boca situada justo sobre el oído izquierdo del noble. Malus olía el fétido aliento del hombre bestia, que al sacudir la cabeza de dolor, lo golpeaba con las puntas de gruesos colmillos o cuernos. Sangre caliente y amarga corría por el pecho del monstruo, cuyos bramidos se transformaron en un estertor estrangulado.

Una vez más, la ancha y callosa mano del hombre bestia aferró a Malus por el pelo y el cuello e intentó quitárselo de encima, pero el noble gruñó de dolor y continuó cogido mientras clavaba el cuchillo una y otra vez en el cuerpo del enemigo. El pesado garrote cayó al suelo, pero el triunfo del noble fue de corta duración porque la bestia se puso a darle repetidos puñetazos en un lado de la cabeza, y uno de los golpes hizo que cayera al suelo.

Aturdido y desorientado, Malus se puso trabajosamente de pie. Se oían gritos y alaridos que resonaban por la estancia vacía, y las bestias parecían estar en todas partes. Una figura cubierta de pelo se estrelló contra él y lo derribó, y el noble le clavó los dientes en la garganta destrozada y sangrante antes de darse cuenta de que el ser sufría estertores agónicos. El hombre bestia murió un momento después, y cuando Malus hizo rodar a la criatura para quitársela de encima vio que el cadáver aún tenía su espada clavada en el abdomen hasta la empuñadura.

La emboscada fue tan breve como brutal. Al recobrar del todo el sentido, Malus vio que otro monstruo se desplomaba sobre el aceite que aún ardía, pero la daga que la criatura tenía clavada en un ojo le ahorró el sufrimiento de quemarse viva. Otros dos hombres bestia pasaron corriendo ante la oscilante luz, de modo que brazos y piernas pasaron como un rayo en la precipitada carrera hacia la puerta abierta.

—¡Alto! —rugió Malus al ver que se lanzaban de cabeza al patio, y luego se levantó con paso vacilante para seguirlos.

Un nauglir rugió de forma desafiante cuando Malus llegaba a la entrada. Los hombres bestia —pues no había mejor término para describirlos— se habían quedado inmóviles a poca distancia de las puertas al encontrarse con que siete gélidos avanzaban hacia ellos. Los nauglirs estaban desplegándose en semicírculo para rodear y acorralar a las presas contra la pared de la torre.

—¡Quietos! —ordenó Malus con voz cargada de autoridad.

Las siete bestias de guerra se detuvieron cuando el entrenamiento se impuso brevemente al instinto.

Al oírlo, los hombres bestia se volvieron, cayeron de rodillas y se pusieron a balar en un idioma que Malus nunca había oído antes. A la gris luz del día, el noble vio que las criaturas eran de constitución poderosa y estaban cubiertas de negro pelaje, salvo en los bíceps y el pecho. Las piernas estaban rematadas por lustrosas pezuñas negras, y los dedos, por gruesas uñas como garras. Tenían cabeza de carnero enorme, con ojos negros y pesados cuernos curvos, que les nacían de la frente y bajaban hasta el pecho. Uno llevaba un brazalete de oro toscamente batido en torno a la muñeca derecha, mientras que el otro lucía collares de hueso y plumas variadas alrededor del grueso cuello. Por lo que Malus podía ver, las deformes criaturas estaban suplicando por su vida.

Vanhir y uno de los hombres de Dalvar llegaron corriendo a toda velocidad desde el cuerpo de guardia, con la ballesta en la mano. A Malus le latía el costado de la cabeza, y sobre el cuello le caían gotas de sangre que manaban de profundos cortes que tenía en la mejilla y la oreja. El resto del grupo salió a la luz dando traspiés, muchos también cubiertos de sangre.

—¿Cuántos atacantes? —preguntó Malus.

Dalvar negó con la cabeza mientras se presionaba con una mano un tajo que tenía en una mejilla. Lhunara se apartó el pelo de los ojos.

—Cinco en total. Esos dos huyeron cuando se dieron cuenta de que eran los únicos que quedaban.

Malus se volvió a mirar a Vanhir.

—¿Qué son? —preguntó al mismo tiempo que señalaba a las dos criaturas.

El guardia se encogió de hombros.

—Hombres bestia. —Cuando el semblante del noble palideció de ira, Vanhir se apresuró a añadir—: Los autarii dicen que viven en tribus en los confines de los Desiertos del Caos, donde la energía mística muta sus cuerpos hasta darles formas blasfemas. A veces atacan nuestras atalayas a lo largo de la frontera, pero los espectros matan a cualquiera que invada las montañas.

—¿Hablas su idioma?

—Desde luego que no, mi señor —replicó Vanhir, ofendido por la mera idea—. No creo que ni siquiera un autarii pueda entenderlos.

—En ese caso, no me sirven de mucho más que diversión —gruñó Malus—. ¿Por qué supones que están aquí?

—Soy un caballero de Hag Graef, mi señor, no un maldito oráculo —replicó Vanhir con aire de superioridad—. Si tuviera que conjeturar, supondría que son algún tipo de fugitivos. Estas bestias suelen viajar en partidas de centenares de miembros... Por una u otra razón, éstos se encuentran lejos de sus compañeros de carnada.

Malus se frotó el mentón con aire pensativo e hizo una mueca cuando el movimiento de la piel reavivó el dolor de la oreja desgarrada.

—¿Dices que proceden del lejano norte?

Vanhir asintió con la cabeza.

—De algún lugar situado al norte de aquí, al menos.

El noble, pensativo, contempló a los hombres bestia, y luego avanzó rápidamente hasta
Rencor
. Rebuscó en la alforja y sacó el cráneo envuelto en alambre. Después, se volvió hacia las dos criaturas y les enseñó la reliquia.

—¿Kul Hadar? —preguntó Malus—. ¿Kul Hadar?

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