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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

La Profecía (3 page)

BOOK: La Profecía
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—¿Tan seguro estás de que es la verdad? —Las palabras del Patriarca surgieron forzadas.

—¿Lo negáis? —gritó Saryon, inexorable. Deteniendo su paseo, levantó la mirada hacia las vigas de la celda como si el Patriarca flotara entre ellas—. ¿Negáis que me enviasteis aquí a propósito, esperando que yo lo descubriera?

Se produjo un momento de vacilación; Saryon recibió en su mente la imagen de un hombre que contemplaba una mano de cartas de tarot, preguntándose cuál de ellas debía jugar.

—¿Se lo has dicho a Joram?

Había auténtico pavor en aquella pregunta, un temor que Saryon sintió de forma palpable, un temor que le pareció comprender.

—No, claro que no —replicó el catalista—. ¿Cómo podría contarle una historia tan fantástica? Sin pruebas no me creería. Y no puedo darle ninguna.

—Sin embargo, ¿has mencionado la suma de
todos
los factores? —se obstinó Vanya.

Saryon movió la cabeza con impaciencia. Empezó a pasear de nuevo, pero se detuvo en seco junto a la ventana de la celda. Había amanecido totalmente. La luz penetraba en la fría prisión y el pueblo de los Hechiceros empezaba a despertar; se veía humo elevándose hacia el cielo y haciéndose jirones al ser azotado por el viento. Unos pocos, más madrugadores que el resto, estaban ya en pie dirigiéndose con paso cansino a sus labores o inspeccionando los daños causados en sus viviendas por la tormenta de la noche anterior. A lo lejos, vio a uno de los hombres de Blachloch que corría por entre las casas.

¿Dónde estaba Joram? ¿Por qué no había regresado?, se preguntó Saryon. Inmediatamente apartó aquel pensamiento de su mente y volvió a pasear, esperando que aquella actividad lo ayudase a concentrarse y a entrar en calor al mismo tiempo.

—¿Todos los factores? —repitió, pensativo—. Sí, hay... otros factores. El joven se parece a su madre, la Emperatriz. Oh, no es exactamente igual, claro. Su rostro está endurecido por la existencia tan difícil que ha llevado; sus gruesas cejas le dan un aspecto triste y no sonríe casi nunca; pero tiene una hermosa cabellera negra que cae sobre sus hombros. Me dijeron que su madre, es decir, la mujer que lo crió, se negaba a que se lo cortara. Y en sus ojos hay a veces una expresión regia, altiva... —Saryon suspiró. Tenía la boca seca y las lágrimas que se agolpaban en su garganta sabían a sangre—. Como es lógico, el joven está Muerto, Divinidad...

—Hay muchos Muertos que deambulan por este mundo.

«El Patriarca está intentando averiguar cuánto sé —se dio cuenta Saryon de repente—. O a lo mejor está buscando pruebas.» Sintiendo que se le doblaban las piernas, el catalista se derrumbó en una silla frente a la pequeña y sencilla mesa que había junto al hogar. Levantando la jarra de arcilla hecha a mano, intentó servirse un poco de agua; pero le fue imposible porque el agua que contenía estaba cubierta por una capa de hielo. Lanzando una amarga mirada a las frías cenizas de la chimenea, Saryon volvió a colocar la jarra sobre la mesa con un golpe sordo.

—Sé que hay muchos Muertos, Divinidad —contestó cansinamente el catalista, hablando todavía en voz alta—. Yo mismo me encontré con demasiados en Merilon, si no lo habéis olvidado. Para ser declarado Muerto, un bebé tenía que fracasar en dos de las tres pruebas destinadas a descubrir el tipo de magia que posee. Pero vos y yo sabemos, Divinidad, que estos Muertos aún poseen algo de magia, aunque sea muy poca. —Tragó saliva penosamente; tenía la garganta reseca y le dolía—. Jamás he visto una criatura, salvo una excepción, que fracasara en las tres pruebas, que fracasara completamente. Esa criatura fue el príncipe de Merilon. Y nunca me he encontrado con una persona, ni siquiera entre aquellas denominadas Muertas que viven en nuestro pueblo, que carezca totalmente de magia, excepto una: Joram. Está Muerto, Divinidad. Realmente Muerto. En su interior no existe Vida en absoluto.

—¿Lo saben los Hechiceros? —El interrogatorio continuaba implacable.

Saryon empezó a sentir punzadas en la cabeza. Anhelaba conseguir algo de tranquilidad, deseaba deshacerse de aquella penetrante voz. Pero no se le ocurría cómo hacerlo, a menos que estrellara su cabeza contra la pared de ladrillo. Mordiéndose el labio, contestó a la pregunta.

—No. Joram ha aprendido a ocultar su deficiencia magníficamente. Es un experto en crear ilusiones y en la prestidigitación. Aparentemente le enseñó Anja, la mujer que se hacía pasar por su madre. Joram sabe lo que sucedería si alguien descubriera la verdad. Los Muertos y los proscritos de aquí lo asesinarían, o, en el mejor de los casos, lo expulsarían. —Saryon empezó a impacientarse—. Pero, seguramente, Blachloch os informó de todo esto...

—Blachloch conoce lo que es necesario que conozca —respondió Vanya—. Tenía mis sospechas, lo admito, y él hizo lo que fue necesario para confirmarlas o refutarlas. No vi la necesidad de discutir el asunto con Blachloch.

El catalista se removió incómodo en su silla.

—Pero es necesario discutirlo conmigo —musitó.

—Sí, Padre. —La voz del Patriarca era fría y firme ahora—. Percibo en ti un apego hacia el muchacho, un creciente afecto por él. Este afecto está actuando como un veneno mortal en tu alma, hermano Saryon, y debes deshacerte de él. Sí, quizá te envié con la esperanza de que me confirmaras lo que yo sospechaba desde hacía tiempo. Ahora conoces el secreto, Saryon, ¡y es un secreto terrible! Si se supiera que el auténtico Príncipe vive quedaríamos a merced de nuestros enemigos. ¡El peligro es tan enorme, que es casi inconcebible! ¿Qué pasaría, Saryon, si se diera a conocer que el auténtico Príncipe está Muerto? La sublevación sería lo de menos. La familia que gobierna en estos momentos sería expulsada, vilipendiada. ¡Merilon caería en el caos, convirtiéndose en presa fácil para Sharakan! ¡Seguramente te das cuenta de todo esto, Saryon!

—Sí, Divinidad. —De nuevo, Saryon intentó humedecerse la boca, pero parecía como si tuviera la lengua de trapo—. Lo comprendo.

—Y por lo tanto entiendes por qué es esencial que se nos traiga a Joram...

—¿Por qué no era esencial antes? —exigió Saryon, a quien el frío y el agotamiento le proporcionaban aquel insólito valor—. Teníais aquí a Joram, teníais a Blachloch. Ese hombre era un Señor de la Guerra, ¡un
Duuk-tsarith
! ¡Hubiera podido entregaros a Joram en pedazos si se lo hubierais ordenado! ¿O por qué molestarse en llevar a Joram a El Manantial? ¡Si es peligroso, hubierais podido libraros de él! ¡Hubiera sido facilísimo matarlo, especialmente para Blachloch! —Saryon hablaba con profunda amargura—. ¿Por qué involucrarme a mí...?

—Era necesario para averiguar la verdad —respondió Vanya, cortando de cuajo los pensamientos de Saryon—. Hasta ahora, no podía hacer más que conjeturas sobre si este Joram era el Príncipe. Tus «factores» concuerdan, tal como yo pensé. En cuanto a asesinarlo, la Iglesia no comete asesinatos, Padre.

Saryon inclinó la cabeza; la reprimenda era bien merecida. Aunque había perdido la fe tanto en su Iglesia como en su dios, en el fondo de su corazón le era imposible creer que el Patriarca de Thimhallan pudiera ordenar la muerte de un hombre. Incluso los bebés a los que se había declarado Muertos no habían sido ejecutados sino que se los había llevado a las Antesalas de la Muerte, donde se les permitía abandonar sin ruido un mundo al que no pertenecían. En cuanto al asesinato del joven Diácono, había sido obra de Blachloch. A Saryon no le costaba ningún esfuerzo creer que al Patriarca le debía de haber resultado difícil controlar al Señor de la Guerra. Los
Duuk-tsarith
vivían según sus propias reglas.

—Voy a confesarte algo, Saryon. —Los pensamientos de Vanya transmitieron a Saryon una gran carga emocional; el catalista hizo una mueca de dolor al sentir aquella misma emoción en su interior—. Te cuento esto para que puedas comprenderme con más claridad. Si no fuera porque ese desdichado joven ha descubierto la piedra-oscura, me hubiera contentado con dejarlo vivir su vida, oculto entre los Hechiceros; al menos hasta que estuviéramos listos para atacarlos a todos ellos. ¿Te das cuenta, Saryon? Hubiera sido tan fácil perder a Joram entre ellos, eliminando todos estos peligros para el mundo de un solo golpe, sin perturbar al pueblo... Castigar a Sharakan, castigar a los catalistas rebeldes, eliminar a los Hechiceros de las Artes Arcanas y deshacernos de un Príncipe Muerto. Hubiera sido tan simple, Padre...

Se produjo de nuevo el silencio dentro del silencio. Saryon suspiró, hundiendo la cabeza entre las manos. La voz volvió a sonar, hablando tan suavemente que no era más que un susurro en su mente.

—Aún puede resultar muy simple. Tienes el destino de Merilon en tus manos, por no decir el del mundo entero.

Horrorizado, Saryon levantó la cabeza, protestando:

—¡No, Divinidad! No quiero...

—¿No quieres la responsabilidad? —Vanya hablaba con voz dura—. Me temo que no tienes otra opción. Has cometido un error, Saryon, y ahora debes pagar por ello. Entiendo algo de la piedra-oscura, como sabes; y soy consciente de que Joram no pudo haber aprendido a utilizarla sin la ayuda de un catalista.

—Divinidad, yo no sabía... —empezó a decir Saryon con voz agonizante.

—¿No, Saryon? ¡Tu cabeza puede que haya justificado tus acciones, pero tu alma sabía que estaba pecando! Siento tu culpa, hijo mío, una culpa que ha destruido tu fe. Y no podrás ser absuelto de ella hasta que hayas cumplido con tu deber. Al traerme a ese joven, al entregarlo a la Iglesia, tranquilizarás tu conciencia torturada y encontrarás la paz que antes conocías.

—¿Qué... qué le sucederá a Joram? —preguntó Saryon, vacilante.

—Eso no debería preocuparte. —Vanya hablaba con dureza—. El muchacho ha infringido por dos veces nuestras leyes más sagradas: ha cometido un asesinato y ha vuelto a traer al mundo un espantoso y diabólico poder. ¡Piensa en tu negra alma, Saryon, e intenta redimirla!

«Si pudiera», pensó Saryon, fatigado.

—Padre Saryon —prosiguió el Patriarca, visiblemente enojado ahora—, percibo duda y confusión donde únicamente debiera haber ¡contrición y humildad!

—¡Perdonadme, Divinidad! —Saryon se oprimió las sienes con las manos—. ¡Ha sido todo tan repentino! No puedo comprender... Necesito tiempo para pensar y... y considerar lo que es más conveniente hacer. —Una súbita sospecha le cruzó por la mente—. Divinidad, ¿cómo es que Joram está vivo? ¿Cómo consiguió Anja...?

—¿Qué es eso, Padre? ¿Más preguntas? —lo interrumpió el Patriarca con severidad.

Se produjo una pausa, profunda, expectante. Saryon tragó saliva, aunque no había nada en su boca excepto el sabor a sangre. Intentó aclarar su mente, pero las preguntas estaban allí, persistentes, punzantes. Tal vez el Patriarca se dio cuenta de ello, porque los siguientes pensamientos que recibió Saryon eran cálidos como una manta.

—Quizá tengas razón —dijo Vanya, amable—. Necesitas tiempo. Admito que soy impaciente. La cuestión es tan grave para mí, el peligro tan real, que he sido insensible. Un día más no puede alterar nada. Me pondré en contacto contigo esta noche para ultimar los preparativos. La Cámara de la Discreción me permite encontrarte en cualquier momento y en cualquier lugar. Estás siempre en mi pensamiento, como dice el refrán.

Saryon se estremeció. No era una idea demasiado reconfortante.

—Me honráis, Divinidad —musitó.

—Que Almin te acompañe y guíe tus vacilantes pasos.

—Gracias, Divinidad.

Regresó el silencio, y esta vez Saryon supo que el Patriarca se había ido. Levantándose muy despacio de su silla, el catalista cruzó la celda y se tumbó de nuevo en su camastro. Se cubrió los hombros con la delgada y exigua manta y se quedó allí, temblando de frío y temor. La luz del alba penetraba por la enrejada ventana, irradiando una claridad tan pálida y macilenta que, si algo conseguía, era intensificar la gélida atmósfera más que calentarla. Saryon contempló tristemente las sombras que se agitaban en la burlona claridad e intentó comprender qué era lo que le había sucedido.

Pero eran tales el horror y la repugnancia que lo consumían, que apenas si podía concentrarse. Enojado, luchó contra aquellos pensamientos rebeldes.

«Debería sentirme lleno de humilde gratitud ante la preocupación que el Patriarca siente por su gente, que le ha hecho idear este sistema para velar por ella. Si mi alma fuera pura, como él dice, no me tomaría a mal esta invasión —se dijo Saryon con amargura—. ¡Son mis propios pecados los que me hacen temblar de miedo ante el poder que le permite escarbar en mi mente como un ladrón! Después de todo, mi vida pertenece a la Iglesia. No debería tener nada que ocultar.»

Se dio la vuelta y se quedó boca arriba, ya más sereno, contemplando las sombras danzantes entre las vigas del techo.

—¡Oh, volver a encontrar la paz! Quizá lo que ha dicho el Patriarca sea verdad. Quizás he perdido la fe a causa de mi propia culpa, ¿una culpa que me niego a aceptar? ¡Si confesara mis pecados y aceptara mi castigo, sería libre! ¡Me liberaría de estas dudas que ahora me atormentan! ¡Me liberaría de esta confusión interior!

El catalista sintió que una paz momentánea lo invadía mientras se hacía estas consideraciones. Era una sensación agradable y tranquilizadora y llenaba aquel terrible, oscuro y frío vacío que había en su interior. Si Vanya hubiera estado presente, Saryon se habría arrojado a los pies del Patriarca allí mismo.

Pero... Joram...

Sí, ¿qué pasaba con Joram? El recuerdo del joven hizo estallar aquella burbuja de paz. La sensación de bienestar empezó a disiparse. ¡No! Saryon intentó desesperadamente aferrarse a ella.

«Admítelo —razonó consigo mismo—. ¡Joram te asusta! Vanya tiene razón. El muchacho es un peligro muy real. Sería un alivio deshacerse de él y de la responsabilidad que significa esa arma diabólica, especialmente ahora que estás seguro de la verdad. Después de todo, ¿qué decían los antiguos? ¿"La verdad te hará libre"?»

«Muy bien —contraatacó el alma oscura y cínica de Saryon—, pero ¿qué
es
la verdad? ¿Contestó Vanya a tus preguntas? ¿Qué sucedió en realidad hace diecisiete años? Si Joram es el Príncipe, ¿cómo y por qué sigue estando vivo?»

Los ojos del catalista se cerraron, intentando apartar de ellos a la vez el sol y las sombras. De nuevo sostenía al diminuto bebé en sus brazos, meciéndolo suavemente, mientras sus lágrimas caían sobre aquella cabecita que no comprendía. De nuevo sintió el contacto de Joram: la mano del joven apoyada sobre su hombro, tal y como lo había hecho durante aquellos terribles momentos la noche pasada en la forja. Vio aquella expresión hambrienta de cariño en los ojos oscuros y fríos, anhelando aquel amor que el alma de Joram se había negado a sí misma durante tanto tiempo. Joram había visto aquel amor en Saryon. ¡El vínculo estaba allí! Sí. Si Saryon hubiera creído en Almin, casi hubiera podido decir que el vínculo estaba allí por deseo divino. ¿Podía romperlo, traicionarlo?

BOOK: La Profecía
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