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Authors: Patrick Dennis

Tags: #Humor, Relato

La tía Mame (16 page)

BOOK: La tía Mame
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—¡Sí, sí, por Dios, sí! —gimió la señorita Gooch.

—¡Llévenos adonde le he dicho! —rugí yo.

Luego Agnes me aplicó una llave de lucha libre y me arrastró hasta el asiento con ella. Hacía poco que yo había recibido un beso bastante difícil de superar de una apasionada morenita de la escuela de la señorita Walker, pero al parecer la universidad de Agnes —el Instituto Lillian Rose Dowdey de Técnicas Empresariales Aplicadas— incluía asignaturas en su programa que dejaban en mantillas a las alumnas de la señorita Walker. Ignoro dónde —o siquiera si— la señorita Gooch había aprendido esas técnicas amatorias, pero desde luego tenía ideas muy avanzadas.

Llevé a Agnes a casa de la tía Mame y la subí a la habitación de invitados, donde se alojaba siempre que se quedaba a dormir en el centro.

A fuerza de tirones, y de dar de sí varias de sus costuras, le quité el vestido de lana color mostaza y la tumbé sobre la cama, le desabroché los zapatos ortopédicos y le quité las gafas. El pelo le quedaba muy atractivo desparramado sobre la almohada. De hecho, aunque no me hubiera dado cuenta hasta entonces, Agnes tenía muy buena figura. Se quedó allí totalmente traspuesta pero muy guapa. De pronto, abrió los ojos y parpadeó:

—Tómame —gimió mientras la tapaba con la colcha—, tómame, Brian, por el amor de Dios, tómame…

* * *

A la mañana siguiente, estaba desayunando cuando Agnes entró a hurtadillas en la habitación. No necesité preguntarle cómo se encontraba.

—Dios —dijo—, tengo que disculparme por mi comportamiento de anoche. Creo que debí de comer algo que no me sentó muy bien. Dime, ¿hice o dije algo anoche que no fuese… propio de una señorita?

A fin de demostrarle que la caballerosidad no se había perdido del todo, respondí:

—Créeme, Agnes, estuviste de lo más correcta.

—¡Oh!, cuánto me alegro. —Luego se excusó y se marchó a toda prisa.

Brian llegó a eso de las once, y la tía Mame bajó dando saltitos por las escaleras vestida más o menos como Sherlock Holmes, con un traje de pata de gallo y una enorme capa escocesa.

—¡Alehop! —canturreó—, vamos a estrenar el coche nuevo. ¡Va a ser muy divertido! Patrick, cariño, sé bueno y ve a preguntar a Ito si la cesta está lista.

El día estaba húmedo y hacía mucho frío.

—¿Vas a ir a dar una vuelta en descapotable con el día que hace? —pregunté.

—¡Pues claro, cariño! Un enérgico paseo por los páramos hace que la sangre corra por las venas. Los celtas somos gente resistente.

Con un leve escalofrío, observé alejarse a Brian y a la tía Mame. Luego subí a ofrecerle una bolsa de hielo a la señorita Gooch.

Me estaba vistiendo para asistir a un baile cuando volvieron Brian y la tía Mame. La tía Mame parecía muy acalorada. El paseo por los páramos no parecía haberle sentado demasiado bien y se acurrucó al lado del fuego bebiendo
whisky
caliente irlandés. Sus ojos brillaban de forma muy poco natural y, cuando me agaché a darle un beso de despedida, el rostro le ardía.

Al día siguiente, la tía Mame tuvo que quedarse en cama con lo que el médico describió como un catarro tan fuerte que rozaba la neumonía.

Daba pena ver a la pobre tía Mame. Su rostro se había hinchado al doble de su tamaño habitual. Los ojos le lagrimeaban lastimosamente. La nariz se le había puesto de color escarlata, y cada frase quedaba entrecortada por violentos espasmos de tos y estornudos. Pasó dos días gimiendo en la cama, mientras la señorita Gooch pululaba a su alrededor colmándola de atenciones.

Brian pasó por casa todas las mañanas, pero la tía Mame no permitió que la viera.

—No puedo dejarle subir, Agnes —gemía contemplando tristemente su nariz enrojecida y estornudando. Luego volvía a estornudar, echaba otra mirada incrédula a su imagen en el espejo y se daba la vuelta en su gran cama dorada.

Agnes trotaba por la casa haciendo recados, llamadas telefónicas y asegurándose de que hubiese siempre una tetera de agua hirviendo en el dormitorio de la tía Mame. Abajo, en la biblioteca, Brian hizo un débil intento de escribir un fragmento de
Una chica de Buffalo
, pero se pasó la mayor parte del tiempo yendo y viniendo por la habitación. Me recordaba a un semental que llevara encerrado en las caballerizas todo el invierno. Las comidas con Brian y la señorita Gooch eran una prueba terrible. Ella estaba cada día un poco más cetrina, un poco más coqueta y elegante; y él parecía tan inquieto que estuve tentado de echarle bromuro en la sopa, como hacía el cocinero en la San Bonifacio.

La tía Mame se fue poniendo mejor, pero el médico insistió en que guardase cama al menos una semana más. Eso la puso furiosa, porque estaba deseando asistir a la gran fiesta de fin de año que iba a ofrecer su editor.

—¡Oh! Patrick, cariño —rabiaba—, ¿qué habré hecho yo para merecer un destino tan cruel? Llevo meses planeando ir a la fiesta de Lindsay y ahora no puedo. Estoy tan indignada que me entran ganas de llorar. Tengo derecho a ir a esa fiesta. Al fin y al cabo, soy una de sus autoras. Habrá gente famosa del mundillo de las letras que irá para verme y hablar sobre mi libro…, y ¿dónde estaré yo? Aquí, en cama, con mis kleenex y una tetera de agua hirviendo. Brian tenía tantas ganas de ir…

—Y ¿por qué no va él solo?

—El pobre es tan tímido que no se divertiría si no fuese conmigo.

Yo no estaba tan seguro.

—Vaya, tía Mame, sí que es una faena —dije y fui al piso de abajo, donde Brian, casi trazando un surco en la alfombra del salón, ignoraba a la señorita Gooch, que, sentada en una pose muy seductora en el sofá, agitaba las pestañas detrás de las gafas.

Llegó el día de la fiesta de fin de año de Lindsay Woolsey y la tía Mame seguía en cama.

Para acabar de empeorar las cosas, su agente telefoneó a la hora de comer y dijo que esperaba que la tía Mame y Brian estuvieran en la fiesta esa noche pues un famoso productor de la Metro Goldwyn Mayer había expresado su interés por
Una chica de Buffalo
y ella estaba convencida de que la tía Mame sabría emplear todo su encanto para hacerle comprar los derechos…, preferiblemente a ciegas.

La tía Mame sollozó:

—¡Ay, Mary, es terrible! No puedo ir. ¡Qué situación tan horrible! —Tras otra serie de hipidos, la tía Mame dijo—: Pero, Mary, no puedo enviar a Brian solo. En primer lugar, es muy tímido, y, además, ¡el pobre corderito es tan inocente! No tiene mi visión para los negocios. No sabría ni por dónde empezar.

Siguieron parloteando y la tía Mame insistió:

—No, Mary, eso está descartado. Ya te digo que no conozco a ninguna mujer sin compromiso, al menos a ninguna en la que pueda confiar.

La señora Bishop continuó hablando y la tía Mame respondió:

—Mary, no hay solución posible. No conozco a ninguna mujer soltera a quien pueda llamar a última hora. Tendrás que…

Aún hoy sigo sin saber qué mosca me picó entonces, pero, al ver a la pobre Agnes sentada en el sofá tejiendo un antimacasar de ganchillo con aire triste y virtuoso, tuve una inspiración repentina.

—Y ¿por qué no mandas a la señorita Gooch, tía Mame? —pregunté.

—No seas absurdo —dijo la tía Mame. Luego echó a Agnes una mirada como la que dedicaría una madre nerviosa a una niñera recién contratada para ocuparse de un niño problemático: una mirada de alivio y aprobación—. Espera un momento, Mary —dijo la tía Mame en el auricular. Luego se volvió hacia Agnes—: Agnes, querida, ¿qué planes tienes para esta noche?

—Dios mío, señora Burnside, supongo que no muchos. En Nochevieja, mamá, Edna y yo siempre tomamos cerveza de jengibre y el bizcocho de chocolate que hace Edna, luego ponemos la radio y oímos cómo celebran el Año Nuevo en uno de los grandes hoteles de Nueva York, y una hora más tarde en Chicago, y luego en Denver y por fin en el Cocoanut Grove, en California. Recuerdo que el año pasado Gary Cooper…

—Este año tengo otros planes para ti, querida. Hola, Mary, no te preocupes, mi secretaria irá en mi lugar.

—¡Oh, Dios mío, no puedo! —exclamó Agnes—. Lo único que tengo es mi viejo vestido de organdí color melocotón y ya no hay tiempo de hacer nada y…

—Ya nos arreglaremos, Agnes —repuso la tía Mame—, tengo toneladas de cosas en las que podrías embutirte. Mary, ¡la victoria es nuestra! Agnes puede cuidar de Brian. Con algunos retoques estoy segura de que quedará aceptable. Primero los enviaré al teatro, pero estarán allí a eso de las once… ¡Feliz año a ti también! Adiós.

Colgó el teléfono.

—Agnes —dijo la tía Mame mirándola con ojos acerados—, deja ahora la calceta y ven aquí. No podemos perder un segundo.

—¡Oh, señora Burnside, yo no podría…!

—Agnes, quítate la ropa.

—Pero, señora Burnside, Patrick está…

—¿Prefieren las damas que me vaya? —pregunté.

—Desde luego que no. En un asunto como éste, necesito toda la ayuda posible. Además, necesito la mirada crítica de un hombre para guiarme a la hora de crear una nueva Agnes. No seas gansa, Agnes, quítate el vestido de sarga y date prisa. —La señorita Gooch se despojó tímidamente de su vestido azul oscuro—. Tal vez un poco ancha de caderas —dijo la tía Mame con el ojo crítico de un tratante de caballos—, pero no es nada que no pueda remediarse con una buena faja. Cielos, Agnes, tienes mucho pecho. ¿Dónde demonios lo has guardado todos estos meses? Ve al vestidor, abre la tercera puerta y veremos qué traje de noche te sienta mejor. —La señorita Gooch atravesó despacio la habitación con su combinación blanca y sus zapatos ortopédicos y volvió con un auténtico cargamento de rutilantes vestidos de noche—. ¡Deja el rojo ahora mismo, Agnes! —dijo la tía Mame desde las profundidades de su kleenex—. Eres tú la que tienes que llevar el vestido, y no él a ti. No, querida, con el de color lima parece que tengas ictericia. Creo que será mejor que vayas de negro, con eso nunca te equivocas. Ése de ahí, el de terciopelo de Patou entallado que realza la figura. Agnes, con un par de retoques aquí y allá, tienes muy buen tipo, no hay por qué avergonzarse. Vamos, pruébatelo. Patrick, por el amor de Dios, cielo, súbele la cremallera. ¿Dónde está tu galantería? —Incluso con su sencilla ropa interior blanca asomando por el escote del vestido de fiesta de terciopelo, Agnes estaba muy guapa, si no se fijaba uno en su cara y su pelo. Desde luego tenía muy buen tipo—. Sí —dijo en tono autoritario la tía Mame al tiempo que encendía un Kool—. Decidido. Este vestido. Ahora quítatelo y ve a darte un baño. Dios mío, chica, ojalá podamos hacer algo con tu piel. Un buen masaje haría maravillas, pero es demasiado tarde para probar algo tan drástico. En el baño encontrarás un frasco de Piel Radiante de Lydia van Rensselaer. Úntatelo por todo el cuerpo. Te picará un poco, pero vale la pena el sufrimiento. Patrick, ve a prepararle a Agnes un buen baño caliente y echa un buen chorro de aceite de orquídea Van Rensselaer en la bañera. Y Agnes, por el amor de Dios, depílate las axilas. Pareces King Kong.

Oí a Agnes que gimoteaba en el baño por el dolor de Piel Radiante, pero la tía Mame no le prestó atención, excepto para chillarle: «Agnes, calla de una vez».

Por fin, Agnes surgió reluciente como un clavo al rojo vivo. Se había dejado las gafas.

—Caramba, Agnes —gritó encantada la tía Mame—, ¡tienes unos ojos preciosos! Olvídate para
siempre
de las gafas.

—Pero si no veo nada con el ojo derecho, señora Burnside, y…

—Pues mira con el izquierdo. ¡Oh, lo que daría porque me dejaras cortarte el pelo!

—¡Oh, señora Burnside, si me llega por la cintura!

—¡Qué cosa tan ridícula! En fin, si no quieres que te lo corte, al menos trataremos de que parezca interesante. Ven querida. ¡Y estáte quieta!

El proyecto tardó más de seis horas, y Agnes no paró de quejarse y lloriquear con cada toquecito de la borla de la polvera, con cada pellizco de las pinzas de depilar las cejas y cada pincelada de rímel.

Eran casi las ocho cuando se completó la transformación. Agnes se plantó alta y elegante, aunque un poco inestable, sobre los zapatos de tacón de la tía Mame. No hacía más que mirar con los ojos entornados su imagen en el espejo, y aunque no podía verse muy bien, la tía Mame y yo le dijimos varias veces que estaba guapísima.

—Mira, Agnes —dijo la tía Mame—, estás divina. Realmente esbelta. Así que, cuando llegues allí, no quiero que te comportes como una ingenua. Trata de esforzarte. No les digas que vives en Kew Gardens, no les hables de tu madre y de Edna, por mucho que sean dos mujeres excelentes. De hecho, será mejor que hables lo menos posible. Deja que Mary Lord Bishop lleve el peso de la conversación, al fin y al cabo para eso cobra comisión. Tú trata de parecer inteligente y elegante, y cada vez que el hombre de la Metro Goldwyn Mayer te pregunte por mí, por nuestro, libro dile que es maravilloso y que está destinado a convertirse en un clásico, cosa que por otra parte es cierta. Lo único que tienes que hacer es cuidar de Brian.

Al oír el nombre de Brian se me encogió el estómago.

—Tía Mame —balbucí—, tal vez sería mejor que dejases que la señora Bishop se ocupara del hombre del cine. Después de todo, la noche de fin de año significa mucho para la señora Gooch y para Edna; y tú, Brian y yo podríamos quedarnos aquí oyendo unos discos…

—¿Acaso has perdido el juicio, chico? —preguntó con indulgencia la tía Mame—. Es vital para la carrera literaria de Brian y la mía que se relacione con literatos famosos. Para eso está Agnes: para ocuparse de Brian cuando yo no puedo hacerlo. Además, al fin y al cabo ha sido idea tuya.

—¡Oh, señora Burnside! —gimoteó Agnes—. No puedo hacerlo, estoy tan nerviosa que siento cómo me llegan los sudores…

—No será con mi vestido de noche, Agnes Gooch. Lo que tú necesitas es algo que te calme los nervios. Patrick, trae un poco de champán. Nos sentará bien a todos.

Se me heló la sangre en las venas.

—Tía Mame, ¿de verdad crees que debemos beber algo? Agnes…

—¡Caramba, qué ahorrativo te has vuelto con mi champán! Haz lo que te digo y déjate de impertinencias.

—¡Oh!, señora Burnside, no creo que deba be…

—Tía Mame —grité—, si Agnes no quiere beber…

—Tú imagina que es una medicina, Agnes. Te relajará.

Aunque la tía Mame rara vez pasaba por alto una indirecta, en esta ocasión se lució de verdad.

Para hacer justicia a la pobre señorita Gooch, hay que decir que se bebió la primera copa de champán como si tomara cicuta e hizo no sé qué comentario aburrido sobre las burbujas que le hacían cosquillas en la nariz. Pero, cuando la tía Mame insistió en que se tomara otra, se me cayó el alma a los pies.

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