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Authors: Patrick Dennis

Tags: #Humor, Relato

La tía Mame (5 page)

BOOK: La tía Mame
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Después de la cena, la señora Babcock y Dwight júnior, a quienes sin duda habían instruido previamente, anunciaron que se marchaban corriendo al cine, pues ponían una película de Tom Mix. La tía Mame se atragantó, pero se levantó con mucha elegancia y agradeció a su anfitriona aquella cena tan deliciosa con un entusiasmo un poco exagerado. El hijo me dio un húmedo apretón de manos y dijo que ya nos veríamos. Deseé para mis adentros que no fuese así.

En cuanto nos quedamos solos, el señor Babcock se aclaró la garganta y dijo que creía que ahora podríamos tener nuestra pequeña charla, y que pasáramos a su madriguera para que la criada no pudiera fisgonear. Lo de la madriguera sonaba muy interesante, pero resultó ser sólo un pequeño despacho lleno de libros sobre banca aún más sofocante que las otras habitaciones.

El señor Babcock sacó un montón de papeles y dijo que la tía Mame era muy afortunada de tener a un niño tan bueno para consolarla tras la, ¡ejem!, pérdida de su hermano. La tía Mame bajó la mirada con modestia. Luego el señor Babcock afirmó que había estado comprobando mis notas y que eran muy buenas, aunque ya hablaríamos de los colegios más tarde. La tía Mame se contuvo.

Luego sacó hojas y más hojas de papel cubiertas de números. Dijo que era un chico adinerado, no rico, entiéndame, pero sí adinerado.

—No tendrá que preocuparse por ganarse el pan, a menos que, ¡ejem!, esos bolcheviques lleguen al gobierno. —Afirmó que hasta el último centavo estaba cuidadosamente invertido en acciones y bonos seguros, fiables y conservadores, y que no era buen momento para tontear con el mercado. Le mostró a la tía Mame los papeles, pero ella no pareció interesarse mucho—. En cuanto a lo del colegio de este jovencito —dijo, rebuscando entre un montón de papeles—. Por supuesto, ya sabrá que el difunto padre del chico dejó dicho que sería, ¡ejem!, más apropiado que yo, en representación de la Trust Company, gozase de total autoridad al respecto. —La tía Mame se puso rígida—. Pero, je, je, je, no creo que tenga por qué haber la menor fricción en eso —afirmó—, parece usted una mujer sensata y agradable, señorita Dennis, y estoy seguro de que estaremos de acuerdo en todo.

Sacó un grueso volumen de tapas rojas titulado
Manual de colegios privados
. A partir de ese momento, comenzó oficialmente el combate.

El señor Babcock empezó con unas observaciones preliminares. Dijo que sería ideal que pudiera asistir a un colegio en Manhattan, para que la tía Mame y yo pudiéramos pasar juntos el mayor tiempo posible.

—Estupendo —respondió calurosamente la tía Mame—. Yo misma había pensado algo por el estilo.

—Veamos —dijo el señor Babcock—, me he tomado la, ¡ejem!, molestia de recopilar información sobre los mejores colegios masculinos de la ciudad.

La tía Mame se llevó la mano a la garganta y dijo:

—Yo prefiero los colegios mixtos. Mezclar a los niños y a las niñas a una edad temprana reduce mucho las tensiones psicosexuales, ¿no le parece? —El señor Babcock torció el gesto como si le hubiesen golpeado, y la tía Mame, volviendo a su papel de doncella inocente, enmendó su observación diciendo—: En fin, ya sabe a lo que me refiero. Después de todo, los hombres y las mujeres viven juntos en la vida real…, cuando se casan.

—Sí, ya veo —balbució el señor Babcock—, es una teoría muy interesante, señorita Dennis, probablemente tenga usted razón. Pero no había considerado ninguna de las, ¡ejem!, instituciones mixtas, aunque Buckley es famoso por ser un espléndido…

—Eso está muy bien, pero antes de hablar de Buckley, espero que no le moleste que sugiera una escuela nueva que acaba de inaugurar Ralph Devine, un amigo mío. Ralph es un tipo estupe…, un hombre muy erudito. Se sabe a Freud de pe a pa, de hecho, lo conoce en persona, y tiene una idea de la educación que está a años luz de Froebel y Montessori. Es una escuela totalmente revolucionaria. El…

El señor Babcock levantó la mano como si estuviese dirigiendo el tráfico en hora punta.

—Estoy seguro, señorita Dennis, de que ése es justo el tipo de colegio donde su difunto hermano no desearía que enviáramos a su hijo. En su testamento dejó bien claro que debía tratarse de un colegio tradicional. Veamos, si no le gusta Buckley, ¿qué le parece la escuela Allen–Stevenson?

—¡Oh, no!, conozco a un niño horrible que va a ese colegio. Pero tengo una idea, a la que estoy segura de que no pondrá usted ninguna objeción. Es un colegio muy prestigioso, pero mixto y moderno. Se trata del City and Country School en…

—También lo he considerado, señorita Dennis, y temo que sea demasiado experimental. Aunque también está el colegio Browning, que es muy conveniente para…

La tía Mame estaba alcanzando un estado de exagerada desesperación que desde entonces he aprendido a temer.

—¡Oh, señor Babcock, no olvide el colegio Dalton! Es estupendo. Conozco a la señorita Dickerman y a la señora Roosevelt y están haciendo maravillas con…

—Conozco el colegio Dalton —respondió gélidamente el señor Babcock—. Tienen ideas muy radicales. Peligrosamente radicales.

—Y ¿qué le parece Ethical Culture? —dijo la tía Mame en un arrebato.

—Mi querida señorita Dennis, no me estará diciendo que está dispuesta a enviar al niño con esa panda de judíos…—La falsa diadema de la tía Mame se estremeció de manera francamente alarmante—. De hecho —prosiguió con calma el señor Babcock—, me propongo alejar al muchacho de esos elementos del West Side todo lo posible. No obstante, allí está la Collegiate School y he oído decir que es espléndida.

Pasé la siguiente hora y media sentado en el pequeño y agobiante despacho mientras la tía Mame y el señor Babcock discutían sobre todos los colegios de Nueva York: St. Bernard's, Friends, Horace Mann, Buckley, la Hoffman School para el desarrollo individual, la escuela preparatoria Poly, sin que ninguno de los dos cediera ni un centímetro. La tía Mame temblaba como un galgo y el señor Babcock se mostraba cada vez más cortante. La discusión tomó un cariz que me hizo temer que la elegante farsa de la tía Mame fracasara por completo, cuando de pronto una mirada astuta y furtiva cruzó su rostro. Se oyó un sollozo repentino y la tía Mame se cubrió la cara con las manos y se estremeció convulsivamente. El señor Babcock quedó tan estupefacto que interrumpió el elogio del departamento de matemáticas del colegio Browning. Yo también estaba atónito. La habitación quedó en silencio, excepto por los sollozos de la tía Mame. El señor Babcock adquirió una lividez casi humana y se pasó un dedo por el cuello cada vez más mustio de la camisa.

—Señorita Dennis —balbució—, por favor, ¡ejem!, realmente, ¡ejem!, esto es…, no pretendía…

La tía Mame alzó un rostro beatífico que noté que estaba sorprendentemente seco.

—¡Oh, señor Babcock! —dijo con voz entrecortada—, ¿cómo puedo disculparme por ser tan obstinada y testaruda? Qué estúpida y caprichosa debo de haberle parecido. —Se secó los ojos con un pañuelo de un modo que me recordó a Pola Negri en una película muda que había visto hacía poco. Se sorbió delicadamente la nariz—. Al fin y al cabo, ¿quién soy yo…, una pobre y desdichada mujer, que no sabe nada de educar a un chiquillo, para discutir con usted, que es padre y el fideicomisario del pobre Patrick? Qué odiosa debo de parecerle.

Inclinó la cabeza y juntó las puntas de los pies.

—Vamos, vamos, señorita Dennis —dijo cordialmente el señor Babcock—, si cree usted que el niño estaría mejor en Dalton…

La tía Mame levantó una mano blanca y sin fuerzas.

—No, señor Babcock, estaba equivocada. Ya lo he dicho y me alegro. Estaba equivocada y he sido una tonta. Patrick irá al colegio que usted sugiera. No debe hacerme caso, aunque sé que no podrá perdonar mi imperdonable comportamiento de esta noche…

El señor Babcock se volvió de pronto muy expansivo.

—Bueno, con las mujeres ya se sabe. Después de todo, Eunice, es decir la señora Babcock, y yo, también tenemos nuestras, ¡ejem!, diferencias. Es natural…, la batalla de los, ¡ejem!, sexos, ya sabe a lo que me refiero, ¡je, je, je! —La tía Mame esbozó una apropiada sonrisa que mostró sus hoyuelos—. En fin —prosiguió el señor Babcock—, hay muchos buenos colegios en Nueva York, y en realidad no es que uno sea mejor que otro, pero yo sugeriría Buckley.

—Señor Babcock, ni una palabra más. Es la elección acertada. Estoy convencida. De acuerdo. ¡Irá a Buckley y vestirá su uniforme con orgullo!

—Es sólo una gorra, no un uniforme —respondió con desaprobación el señor Babcock—. Pero es, ¡ejem!, un colegio espléndido. Espléndido. Sólo asisten chicos de las mejores familias…

—Sí —suspiró la tía Mame—, la clase social es muy importante. Y ahora —dijo con una tonta sonrisa—, debemos irnos.

—Entonces, ¿extiendo un cheque a nombre del colegio Buckley y usted se encargará de llevar al chico y matricularlo cuando se lo notifiquemos?

—Divino —respondió la tía Mame con una sonrisa irresistible—. Vamos, cariño, no debes acostarte tarde. —Se dirigió hacia la puerta y se encasquetó el sombrero negro de Vera hasta el postizo—. Buenas noches, señor Babbitt…, ha sido una velada encantadora…, ¡muy instructiva! Vamos, Patrick.

La puerta del coche se cerró e Ito arrancó el motor con un rugido.

—¿De verdad vas a enviarme a ese… colegio del que hablaba, tía Mame?

—No te preocupes, cariño, no te preocupes, la tía Mame tiene un plan.

Con un extático suspiro encendió un Melachrino mientras Ito ponía rumbo a Connecticut.

* * *

Justo después del Día del Trabajo la tía Mame me llevó a Buckley y me matriculó. El señor Babcock se había ocupado de trasladar mi expediente y dijeron que todo estaba en orden. La tía Mame me compró una gorrita azul, que acabó llevando ella, y me envió a un sitio cerca de Washington Square para que me hicieran un test de inteligencia. Al volver a casa la encontré enfrascada en una conversación con un hombre rubio y apuesto.

—Pasa, cariño —gorjeó—, quiero que conozcas a Ralph Devine. La semana que viene empezarás a ir a su escuela.

—Pero… ¿qué hay de Buckley? —balbucí.

—Discúlpame un segundo, Ralph —dijo. Me llevó a su lado y me miró solemnemente a los ojos—. Cariño, lo que ha hecho la tía Mame puede parecer un poco, no sé, fullero, pero con el tiempo aprenderás que a veces es mejor no ser demasiado honrado. Tú y yo vamos a gastarle una pequeña broma a tu señor Babbitt, cariño. Ya verás, mientras él cree que estás asistiendo al otro colegio, estarás haciendo cosas divinas y muy avanzadas con Ralph. Será nuestro secreto, cariño, sólo tenemos que saberlo nosotros tres, y el señor Hitchcock, o como se llame, no se enterará de nada, ¿no crees? —Respondí que seguro que no se enteraría—. Ahora corre arriba a leer alguna cosa mientras hablo con Ralph, dame un besito.

Ralph estaba diciendo: «Mame, ¿es que dejas que el niño
lea
?», cuando salí de la habitación.

* * *

La semana siguiente, la tía Mame se levantó «en plena noche» y me llevó a dos manzanas de allí a la escuela de Ralph. Ocupaba el último piso de un viejo edificio en la Segunda Avenida. Llegamos un poco tarde —la tía Mame siempre llegaba tarde—, y, a nuestra llegada, la enorme habitación estaba llena de niños desnudos de todas las edades corriendo y gritando por doquier. Ralph salió a recibirnos tal y como vino al mundo y nos dio un cordial apretón de manos.

—¿No te parece encantador? —dijo entusiasmada la tía Mame—. Igual que un Praxíteles. ¡Oh, cariño, estoy segura de que esto te va a encantar!

Una mujer bajita, gruesa y rubia, que también iba desnuda, salió corriendo a recibirnos y besó a la tía Mame. Se llamaba Natalie. Ella y Ralph dirigían la escuela.

—Ahora ve con Ralph y diviértete, cariño, te veré cuando vuelvas a la hora del té.

La tía Mame se marchó dedicándome un alegre saludo y me quedé solo, convertido en la única persona que llevaba ropa.

—Ven aquí y desvístete, ¿quieres? —dijo Natalie—, luego ve con los demás.

Siempre me sentí como un pollo desplumado en la escuela de Ralph, aunque resultaba agradable no tener que hacer nada. Era una enorme y austera habitación pintada de blanco, con suelo térmico de linóleo, claraboyas de cristal de roca y tubos de rayos ultravioleta a lo largo del techo. No había sillas ni pupitres, sólo algunas esteras donde podíamos tumbarnos a dormir siempre que quisiéramos, y, en el centro de la habitación, una gran estructura de color blanco que parecía una pelvis de vaca. Se suponía que debíamos arrastrarnos dentro, alrededor y por encima de ella si nos apetecía, y cada vez que alguno de los niños más pequeños lo hacía, Ralph propinaba una sonora palmada al enorme trasero de Natalie y soltaba una risita:

—De vuelta al útero, ¿eh, Nat?

Había aseos comunales —lo que corta de raíz las inhibiciones— y toda clase de pasatiempos avanzados. Podíamos dibujar o pintar con los dedos o hacer cosas con plastilina. Había círculos de conversación guiada, en los que discutíamos nuestros sueños y contábamos por turnos lo que estábamos pensando en ese momento. Si te apetecía ser antisocial, podías serlo. A la hora del almuerzo comíamos zanahorias y coliflor crudas —que siempre me producían gases—, manzanas crudas y leche de cabra. Si dos niños se peleaban, Ralph les hacía sentarse con todos aquellos que estuviesen interesados y discutían el asunto. A mí todo me parecía bastante tonto, pero conseguí un bronceado perfecto.

Sin embargo, no pasé el tiempo suficiente en la escuela de Ralph para averiguar si me hacía bien o mal. Mi carrera allí —y la de Ralph, dicho sea de paso— terminó justo seis semanas después de que empezara.

Ralph y Natalie, erróneamente convencidos de que sus jóvenes discípulos trabajaban en la escuela, organizaron por las tardes un período de Juego Constructivo, a fin de que volviésemos a casa alegres y contentos. La idea era que los niños, todos excepto los verdaderamente antisociales, participasen en un gran juego que nos enseñase algo sobre la vida y lo que nos aguardaba más allá de las puertas de la escuela. En ocasiones, jugábamos a granjeros y cuidábamos las enmarañadas plantas de aguacates que cultivaba Natalie. Otras veces, jugábamos a la lavandería y lavábamos la ropa interior de Ralph, aunque uno de los juegos preferidos de los niños más pequeños se llamaba «Familias de Peces», y nos proporcionaba cierto conocimiento sobre la reproducción en los órdenes inferiores de la escala animal.

Era un juego muy sencillo y hacíamos mucho ejercicio. Natalie y todas las niñas se acurrucaban en el suelo y fingían poner huevos de pez, y luego Ralph, seguido de todos los niños, saltaba por encima con los brazos pegados al cuerpo y moviendo los dedos —«como si nadarais, como si nadarais»— para fertilizar los huevos. Siempre se organizaba un gran revuelo.

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