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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

La Torre de Wayreth (42 page)

BOOK: La Torre de Wayreth
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El Señor de la Noche hizo su aparición, acompañado por un asistente. El Señor de la Noche vestía una túnica negra de terciopelo y sobre ella una sotana bordada con los cinco colores de las cinco cabezas del dragón, Takhisis. Los Espirituales, que también lucían su ropa de gala, se agolparon alrededor. El Señor de la Noche estaba de un humor excelente. Saludó a todos los Espirituales uno a uno y, al final, sus ojos vacíos e inexpresivos se detuvieron en Raistlin.

—Me han dicho que eres devoto de Morgion —dijo el Señor de la Noche—. En muy pocas ocasiones contamos con uno de sus seguidores entre nosotros, sobre todo uno de rango tan alto. Sed bienvenido, Espiritual...

El Señor de la Noche se quedó callado. Entrecerró los ojos. Observó a Raistlin.

—¿Nos hemos visto antes, Espiritual? —preguntó el Señor de la Noche; aunque su voz era agradable, la mirada de sus ojos no lo era—. Hay algo en ti que me resulta familiar. Quítate la capucha. Deja que te vea la cara.

—Mi cara no es muy agradable de ver, Señor de la Noche —contestó Raistlin con voz áspera, lo más diferente de la suya que pudo fingir.

—No soy fácil de impresionar. Esta misma mañana le corté la nariz a un hombre y después le arranqué los ojos —repuso el Señor de la Noche con una sonrisa—. Era un espía y eso es lo que yo hago con los espías.

Raistlin se puso en tensión, maldiciendo su mala suerte. No debería haber acudido. Tendría que haber previsto que corría el riesgo de que el Señor de la Noche lo reconociera. Ni siquiera se molestarían en llevarlo a las mazmorras. El Señor de la Noche lo mataría allí mismo, donde estaba.

«¡Quítate la capucha! Muéstrale tu rostro»,
dijo Fistandantilus.

—¡Cállate! —ordenó Raistlin por lo bajo. En voz alta, dijo—: Mi señor, he hecho una promesa a Morgion...

—¡Quiero verte la cara! —El Señor de la Noche cogió su medallón de la fe y empezó a rezar—. Takhisis, escucha mi oración...

«¡Te matará aquí mismo! ¡Quítate la capucha! Como tú mismo dijiste, estamos juntos en esto. Por el momento...»

Lentamente, con movimientos vacilantes, Raistlin se llevó las manos a la capucha y empezó a retirarla.

Una mujer del grupo de Espirituales se cubrió la boca con la mano y reprimió una arcada. Los demás apartaron los ojos y se alejaron de él. El Señor de la Noche miró hacia otro lado, no porque sintiera repugnancia, sino porque ya había perdido todo el interés. No había desenmascarado a un espía, sino a un seguidor enfermo de un dios repugnante.

—Cúbrete —ordenó el Señor de la Noche, haciendo un gesto desdeñoso con la mano—. Mis disculpas a Morgion si le he ofendido en algo.

Raistlin se echó la capucha sobre la cabeza.

«Una vez más, te he salvado, jovencito.»

Raistlin se apretó una sien. Querría atravesarse el cráneo y arrancarse esa voz de la cabeza.

Fistandantilus se echó a reír.
«Me debes una. Y siempre te enorgulleces de pagar tus deudas.»

Una mano apretó el corazón de Raistlin. Sintió un dolor intenso en el pecho. Le costaba respirar y le sobrevino un ataque de tos que lo dobló. Se llevó la mano a la boca y los dedos se le cubrieron de sangre. Raistlin maldijo para sí, invadido por la impotencia. Maldijo y tosió hasta que se sintió mareado y se dejó caer contra una pared.

Los Espirituales lo miraban asustados. Todos tenían la palabra «contagio» en los labios y estaban dispuestos a pegarse para poder apartarse de él lo antes posible. En ese momento, el sonido de una campanilla resonó en todo el templo. El nerviosismo hizo que los Espirituales se olvidaran de Raistlin.

—La campana nos está llamando, mi señor —anunció el asistente, y abrió la puerta de doble hoja que comunicaba la cámara con el salón del consejo.

Los Espirituales se arremolinaron alrededor de la puerta, ansiosos por presenciar la procesión del Señor de la Muerte y la llegada del emperador.

—¿Tenéis que quedaros ahí, embobados como paletos? —dijo el Señor de la Noche.

Los Espirituales, con expresión avergonzada, volvieron a la antecámara.

—Las tropas del emperador están reuniéndose alrededor de su trono —informó el asistente desde su posición junto a la puerta—. Están preparándose para recibir al emperador.

—Nosotros entramos después de Ariakas —anunció el Señor de la Noche—. En fila.

El asistente corría de un lado a otro, colocando a los Espirituales en dos hileras. El Señor de la Noche ocupó su puesto al final. Nadie prestaba atención a Raistlin, que seguía apoyado en su bastón, intentando recuperar el aliento y despejar su mente. El suelo temblaba bajo el estruendo de centenares de pies, marchando al mismo tiempo al ritmo de un tambor y de las órdenes que gritaban los oficiales.

—Primero saldrá el cortejo de peregrinos —explicó el Señor de la Noche a sus Espirituales—. Cuando os hayáis reunido todos en la plataforma, entraré yo y me situaré en el lugar de honor junto a Su Oscura Majestad.

Los soldados empezaron a vitorear en el salón.

—Vete a ver qué está pasando —ordenó el Señor de la Noche a su asistente.

—El emperador ha entrado en la sala —informó el ayudante.

—¿Lleva la Corona del Poder? —preguntó el Señor de la Noche, nervioso.

—Lleva la armadura propia de un Señor del Dragón —dijo su asistente—, una capa de color morado y la Corona del Poder.

El rostro del Señor de la Noche se contrajo en una mueca airada.

—La corona es un objeto sagrado. Cuando la reina Takhisis haya conquistado el mundo, ya veremos quién lleva la corona. —La furia hacía que su voz se elevase chillona sobre las ensordecedoras ovaciones.

Los Espirituales permanecían en fila, expectantes, nerviosos, aguardando la señal y la llegada de su reina. Raistlin se puso en último lugar. Empezó a toser. El clérigo que estaba delante de él se volvió para mirarlo con odio.

Las tropas de Ariakas lo vitoreaban una y otra vez. No parecía que Ariakas tuviera mucha prisa por hacerles callar, pues los vítores eran cada vez más altos y escandalosos. Los soldados golpeaban el suelo con las lanzas, entrechocaban las espadas y los escudos, y bramaban su nombre. Los Espirituales empezaban a cansarse de esperar. Murmuraban entre sí y pasaban el peso del cuerpo de un pie a otro, impacientes. El Señor de la Noche fruncía el ceño y quiso saber qué estaba pasando.

—Ariakas está haciendo reverencias al trono de la Reina Oscura —informó el asistente desde su puesto junto a la puerta. Tenía que gritar para que lo oyeran.

—¿Ya ha llegado Su Oscura Majestad? —preguntó el Señor de la Noche.

—No, mi señor. Su trono sigue vacío.

—Perfecto. Estaremos allí para darle la bienvenida.

Los Espirituales se movían nerviosamente. El Señor de la Noche daba golpecitos con el pie sobre el suelo. Por fin, los vítores empezaron a apagarse. El silencio empezó a extenderse entre las tropas. Se oyó el sonido de otra campanilla.

—Esa es nuestra señal —dijo el Señor de la Noche—. Preparaos.

Los Espirituales se colocaron bien las capuchas y se alisaron las túnicas. Se oyó una trompeta y volvieron a extenderse los vítores por toda la sala, tan ensordecedores o más aún que los dedicados al emperador. El Señor de la Noche se sentía satisfecho. Hizo un gesto y la hilera de Espirituales empezó a avanzar hacia la puerta. Saldrían al estrecho puente de piedra que llevaba desde la antecámara al trono de la Reina Oscura. Los dos primeros Espirituales ya estaban en la puerta cuando, de pronto, el asistente lanzó un grito para que se detuvieran.

—¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó el Señor de la Noche, frunciendo el entrecejo otra vez por la contrariedad.

—¡La señal era para la Señora del Dragón Kitiara, mi señor! —contestó el asistente, tembloroso—. La Dama Azul y sus tropas están entrando en la sala ahora mismo.

El Señor de la Noche palideció de furia. Los Espirituales abandonaron la fila y se arremolinaron enfadados alrededor de su líder. Todos querían ser escuchados. La aparición de un draconiano que lucía el emblema de la guardia del emperador trajo consigo un silencio cortante y repentino.

—¿Qué quieres? —preguntó el Señor de la Noche, furibundo.

—Su Majestad Imperial Ariakas transmite sus respetos al Señor de la Noche de la reina Takhisis —dijo el draconiano—. El emperador me envía para informar a vuestra señoría de que ha habido un cambio de planes. Vuestra señoría y sus respetados clérigos entrarán en el salón detrás del Señor del Dragón del Ejército de los Dragones Blancos, lord Toede. El emperador...

—Me niego —repuso el Señor de la Noche con una tranquilidad que resultaba inquietante.

—Ruego que me perdonéis, vuestra señoría —dijo el draconiano.

—Ya me has oído. No voy a entrar el último. De hecho, no voy a entrar. Puedes decírselo a Ariakas.

—Se lo diré al emperador —repuso el draconiano, antes de retirarse con una reverencia y un movimiento desdeñoso de la cola.

El Señor de la Noche paseó su mirada lúgubre por los clérigos.

—Ariakas me insulta y, al insultarme, está insultando a nuestra reina. ¡No estoy dispuesto a aceptarlo, y nuestra diosa tampoco! Iremos al Santuario y desde allí le dedicaremos nuestras oraciones.

Los Espirituales salieron presurosos de la habitación, haciendo gala de una justificada indignación. Raistlin iba a unirse a ellos. Dio un paso, se llevó la mano al pecho y lanzó un grito de dolor desgarrador. Se le cayó el bastón de la mano. Tropezó, se tambaleó y cayó de rodillas, entre toses y escupitajos sanguinolentos. Con un gemido, cayó de bruces y se quedó tendido en el suelo, retorciéndose entre terribles dolores.

Los Espirituales se detuvieron y lo miraron preocupados. Varios dirigieron sus miradas dubitativas hacia el Señor de la Noche.

—¿Deberíamos ayudarle? —preguntó uno de ellos.

—Dejadlo. Morgion se ocupará de su clérigo —repuso el Señor de la Noche, hizo un gesto desdeñoso con la mano y salió apresuradamente de la antecámara.

Los Espirituales no necesitaban que se lo dijeran dos veces. Cubriéndose la boca y la nariz con la manga de sus túnicas negras, pasaban al lado de Raistlin lo más rápido posible.

En cuanto estuvo seguro de que se hallaba solo, Raistlin se puso de pie. Recogió el Bastón de Mago, se acercó a la puerta y se asomó al salón.

Ante él se extendía un puente estrecho de piedra negra. Al final se abría la tribuna envuelta en sombras donde se encontraba el trono de la Reina Oscura. La diosa todavía no había hecho su entrada. Quizá estuviera en el Santuario, escuchando las quejas de su Señor de la Noche. En el salón, retumbaban los tambores y vitoreaban los soldados. Otro Señor del Dragón entraba grandiosamente. Raistlin se aventuró un par de pasos por el puente. Pero no fue muy lejos, pues quería ver, pero no ser visto.

El puente no tenía barandilla, ni pretil. Raistlin se asomó por el borde y vio las cabezas de la multitud que estaba mucho más abajo. Los soldados se elevaban, se retorcían y se agitaban, y a Raistlin le hicieron pensar en un montón de gusanos alimentándose de un cadáver putrefacto. Las plataformas en las que se situaban los tronos de los Señores de los Dragones estaban muy altas sobre el suelo. Unos puentes estrechos de piedra unían las antecámaras de cada Señor con su trono. De esa forma, los Señores de los Dragones no tenían que abrirse paso entre la muchedumbre.

El trono de Ariakas se elevaba sobre los demás. Ocupaba el lugar de honor, justo debajo de la tribuna de la Reina Oscura.

El trono del emperador era de ónice y carente de adornos. Por el contrario, el trono de Takhisis era terriblemente hermoso. El respaldo estaba formado por los cuellos graciosamente curvos de las cinco cabezas de dragón: dos a la derecha, dos a la izquierda y una en el centro. Los brazos del trono eran las patas del dragón; el asiento, el pecho de la bestia. Todo el trono estaba hecho de piedras preciosas: esmeraldas, rubíes, zafiros, perlas y diamantes negros.

Desde su ventajosa posición en el puente, Raistlin podía ver a dos de los Señores de los Dragones. Allí estaba el rostro bello y desdeñoso de Salah-Kahn y los rasgos feos y astutos del semiogro Lucien de Takar. El trono blanco estaba vacío. Ariakas había gritado varias veces llamando a lord Toede, el Señor del Dragón Blanco, pero nadie había respondido.

El mismo Toede que había sido Fewmaster en Solace. El mismo Toede cuya búsqueda del bastón de cristal azul había arrastrado a Raistlin y a sus amigos a terribles peligros y les había hecho emprender el camino brillante e intenso, oscuro y tortuoso que ahora recorrían.

Desde donde estaba, Raistlin no podía ver a Kitiara. Debía de estar sentada en el trono que había a la derecha de Ariakas. Raistlin avanzó un poco más por el puente. Ya no le preocupaba que alguien lo viera desde abajo. La bóveda del salón estaba envuelta en nubes de humo. Esas nubes las emitían los dragones, que lo observaban todo desde sus perchas elevadas, así como las antorchas repartidas por las paredes y las llamas que crepitaban en los braseros de hierro. Con su túnica negra, Raistlin no era más que otra sombra en una sala repleta de sombras.

Takhisis lo estaría observando, como observaría con ávido interés todo lo que estaba sucediendo. El ambiente estaba cargado del olor a humo y a acero, a piel y a intrigas. Seguro que Ariakas también había percibido la pestilencia. Y, sin embargo, permanecía sentado en su trono solo, aislado, apartado, seguro de su invulnerabilidad. No había apostado guardias armados, sólo contaba con la Corona del Poder. Que sus vasallos se preocupasen de las espadas. Ariakas no temía nada ni a nadie. Contaba con el respaldo de su reina.

«Pero ¿sigue siendo eso cierto?», se preguntaba Raistlin.

De los gobernantes se espera una actitud segura. Incluso la arrogancia se permite en un trono. Pero los dioses no perdonaban la soberbia. El último hombre vivo que había llevado la corona se había visto aquejado de esa enfermedad. El Príncipe de los Sacerdotes de Istar se había creído tan poderoso como un dios. Los dioses de Krynn le habían enseñado lo que era realmente el poder, y una montaña abrasadora había caído sobre su cabeza. Ariakas había cometido el error de tener un concepto demasiado alto de sí mismo.

Desde donde estaba, por fin Raistlin podía ver a Kitiara. Y con ella estaba Tanis, el semielfo.

34

La Corona del Amor

La Corona del Poder

DÍA DECIMOSEXTO, MES DE MISHAMONT, AÑO 352 DC

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