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Authors: Morris West

Tags: #Ficción

Lázaro (43 page)

BOOK: Lázaro
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—Naturalmente.

—En ese caso, siéntese allí y escríbame una queja, acerca de persona o personas desconocidas, por amenazas contra usted y las señoras. Mencione sus elevados vínculos y las advertencias que ya ha recibido. Exagere todo lo que quiera, y fírmelo con su mejor letra.

—¿Para qué es eso?

—Señor Neylan, eso se llama cubrirse la espalda. La suya y la mía. Las armas no son problemas. En la bahía de Clonakilty desembarcan muchos cargamentos para el IRA., y es probable que las armas continúen llegando mientras dure la guerra. Pero en este rinconcito de la Santa Irlanda es muy difícil explicar la aparición de cadáveres con agujeros de bala. Por eso más vale que preparemos de antemano todo el papeleo.

—Comprendo —dijo fervientemente Matt Neylan—. Lo comprendo claramente.

En cambio, Tove Lundberg no lo comprendió en absoluto. La impresionó la idea de combates a tiros en la mañana brumosa y la sangre derramada sobre los pastos donde rumiaban los plácidos vacunos.

—¿Qué es esto, Matt? —quiso saber—. ¿Un melodrama barato inventado para nosotros? Preparemos esta noche las maletas y vamonos a Dublín. De allí podemos viajar en avión al país que se nos antoje, cambiar de línea, borrar nuestras huellas. ¿Quién sabrá, a quién le importará dónde estamos?

—Las cosas no son así —explicó pacientemente Matt Neylan, mientras Britte escuchaba, asintiendo y murmurando en el ansia desesperada de ser oída—. En este juego somos demostraciones. No importa dónde estemos, es necesario eliminarnos para demostrar el poder de La Espada del Islam. ¿Deseas pasarte la vida entera ocultándote?

Britte se aferró a él, e hizo señas desesperadas: ¡No, no, no! Tove permaneció inmóvil, mirándolos a los dos. Después abandonó bruscamente la silla y aferró a Britte y a Neylan.

—Pues bien, ¡lucharemos! ¡Magnífico! Por la mañana saldremos al campo y me enseñarás a tirar. ¡Me niego a continuar siendo una mera espectadora!

El ataque a la villa de Omar Asnan fue el dieciséis de octubre. Se desarrolló así: Omar Asnan llegó a su casa a las siete y media. Inmediatamente después el guardia salió a correr con los dobermans. Cuando pasó frente al Erode Attico, fue alcanzado por una camioneta cerrada que obligó al hombre y a los perros atraillados a apoyarse contra una pared de piedra. Los perros cayeron abatidos por dardos con anestesia. El guardia fue dominado por varios individuos enmascarados. Le cubrieron los ojos, la boca, las muñecas y los tobillos con tela adhesiva. Le arrebataron las llaves. Fue llevado, con los animales, a un lugar desierto de los pinares, cerca del mar, y dejado allí. Una pareja de gimnastas le descubrió, entrada la mañana siguiente. Los perros estaban al lado, gimiendo y lamiéndole la cara.

Entretanto, Aharón Ben Shaúl y tres ayudantes, vestidos con mallas negras y la cara cubierta con un pasamontañas, entraron a la villa, dominaron al chófer y a la mujer, narcotizaron a los dos y después se ocuparon de Omar Asnan, que estaba bañándose antes de cenar. Desnudo, temblando y con los ojos vendados, fue bajado al sótano, depositado sobre la alfombra que cubría el piso de piedra e inyectado con el derivado del pentotal. Cuarenta y cinco minutos después había revelado el asesinato del agente del Mossad y la existencia del granero subterráneo donde habían depositado el cadáver. También reveló el carácter del acuerdo con el coreano que se había comprometido a importar un equipo de asesinos para matar al Pontífice y otro para secuestrar o matar a Tove Lundberg en Irlanda. Sobre el modo o el momento de los presuntos asesinatos, Asnan nada sabía. Esa era la naturaleza del trato: la mitad del dinero al contado, más los gastos, y el resto al finalizar el trabajo; todo quedaba a discreción de los equipos de ataque, que así podían trabajar sin temor a verse traicionados.

No era por completo satisfactorio, pero fue todo lo que pudieron averiguar, y Omar Asnan se sentía muy incómodo a causa de la elevada dosis de droga. De modo que enrollaron la alfombra, retiraron la piedra que cubría la entrada de la cripta y trasladaron el cuerpo a la cámara donde se almacenaban las antiguas vasijas destinadas a guardar el grano. Allí, Aharon Ben Shaúl alzó el pequeño cuerpo de piel oscura, lo depositó en una de las vasijas de granos y la cerró con la tapa.

—Morirá —dijo uno de los ayudantes.

—Por supuesto —dijo Aharon Ben Shaúl—. También murió nuestro amigo Khalid. Así es la ley, ¿verdad? Vida por vida, diente por diente. Ahora, salgamos de aquí. Aún tenemos cosas que hacer arriba.

Cerraron la cámara, sellaron y cubrieron la entrada, y después saquearon sistemáticamente la casa, trasladaron el botín al garaje y lo depositaron en el baúl del Mercedes de Asnan. El chófer y el ama de llaves continuaban durmiendo. Aharon Ben Shaúl les administró una dosis suplementaria de narcóticos, les liberó la boca, aflojó las ligaduras y los dejó. Los intrusos se alejaron en el Mercedes, que fue descubierto una semana después en una cantera de mármol abandonada, en el camino a la villa de Adriano. La mayoría de las posesiones de Asnan fueron a parar, por distintos caminos, al Mercado de Ladrones, y ofrecidas en venta a los visitantes de la mañana del domingo.

La desaparición de Omar Asnan provocó durante unos días el interés de los investigadores locales y originó cierta confusión en sus asociados comerciales. Los criados fueron interrogados rigurosamente. Se les retiraron los permisos de residencia y fueron repatriados discretamente. La casa y los fondos depositados en el banco de Asnan, así como el contenido de la caja fuerte, fueron puestos al cuidado de un procurador designado por la República.

Aharon Ben Shaúl se felicitó por el trabajo realizado durante la noche. Había destruido un grupo terrorista y eliminado a su jefe. El Papa podía cuidar de sí mismo y Tove Lundberg estaba fuera del área que el propio Shaúl controlaba.

Entretanto, como nada de esto apareció en la prensa y Hyun Myung Kim estaba fuera del país, dos equipos de cazadores muy eficientes se prepararon para caer sobre sus presas.

El programa del consistorio —denominado generalmente
Ordo
— era bastante original para despertar comentarios entre los participantes. Comenzaría a la impía hora de las 8 de la mañana, en el nuevo Salón de Consistorios de Ciudad del Vaticano. Debía inaugurarse con una oración, la invocación tradicional al Espíritu Santo. Su Santidad anunciaría ciertos cambios en diferentes cargos de la Curia. Estos preludios concluirían a las 8:45, y entonces se iniciaría la alocución. Debía durar una hora. Después, habría media hora para las preguntas y los comentarios. A las diez y cuarto los cardenales se dispersarían para prepararse con el fin de asistir a la misa de once en San Pedro, concelebrada por Su Santidad con seis antiguos cardenales en presencia del resto del Sacro Colegio y miembros del Cuerpo Diplomático acreditados ante la Santa Sede.

Como en Roma nada se hacía sin una razón, se interpretó que estas disposiciones eran un recurso del Pontífice para evitar polémicas apresuradas en relación con su discurso, para ofrecer un amplio panorama público de unidad eucarística y para prestarse a las audiencias privadas durante los días siguientes. Sus Eminencias fueron informadas de que Su Santidad estaría disponible de las cinco a las ocho de la tarde, y desde las ocho hasta el mediodía los días siguientes, y que quienes desearan ser recibidos en audiencia privada o en grupos debían presentar su solicitud al Cardenal Camarlengo. Algunos escépticos apuntaron que éste era un modo muy eficaz de cortar cabezas. Otros señalaron que era nada más que una nueva versión del aforismo
divide et impera
: divide y domina.

Un hecho más sencillo era que para el Pontífice la mañana constituía la única parte del día en que podía demostrar toda su fuerza. Después de un discurso prolongado y una misa ceremonial muy larga en San Pedro estaría al borde del agotamiento, y tendría que descansar por lo menos dos o tres horas. No dudaba que las conversaciones que mantuviese con esos encumbrados príncipes de la Iglesia eran fundamentales para sus planes. Incluso una caída momentánea de la atención o un relámpago de irritación podía perjudicar el plan grandioso, pero frágil. La medida cabal de su ansiedad aparecía expresada solamente en su diario:

«…De los ciento cuarenta miembros del Sacro Colegio, ciento veintidós asistirán al consistorio; el resto se ha disculpado arguyendo causas de enfermedad, edad o intolerancia frente a los viajes aéreos largos. Todos han estado en contacto personal conmigo, aunque sólo haya sido brevemente, y todos ansian conocer el tema de mi alocución. He tratado de reconfortarlos describiendo mi discurso como el prólogo a un coloquio fraternal en asuntos que a todos nos conciernen. Es lo que deseo que sea, el comienzo de conversaciones francas entre hermanos; pero mi reputación de autócrata de mal carácter está muy grabada en el recuerdo de todos, y no será fácil modificarla. De modo que sólo puedo rezar, pidiendo luz y el don de la elocuecia.

»Gerard Hopgood se ha convertido en un auténtico baluarte. Aunque carece del ingenio y el bullicioso buen humor de Malachy O’Rahilly, tiene conocimientos mucho más sólidos y demuestra mucha mayor seguridad en sus relaciones conmigo. No me permite rehuir el examen de los aspectos difíciles del texto. No acepta que me refugie en argumentos relacionados con la necesidad práctica y la oportunidad. Me dice sin rodeos: «Eso no sirve, Santidad. Son todos hombres adultos. No pueden permitirse el lujo de seguir la pista de argumentaciones defectuosas. Si usted tiene el valor de afrontar los hechos desagradables, ellos deben hacer lo mismo».

»A veces, rodeados por páginas del manuscrito profusamente subrayado, bebemos café y él me habla de la tribu de delincuentes juveniles a los que está entrenando como atletas. Alienta un saludable escepticismo acerca de su propio éxito. Según dice, es probable que los mejores se incorporen como carteristas a las pandillas criminales que roban a los turistas en Roma; pero hay otros para quienes él y su amigo se han convertido en padres y tíos sustitutos. Pero añade un sagaz comentario: «No necesito ser sacerdote para hacer lo que hago. Tampoco necesito ser célibe. En realidad, probablemente sería mejor que no fuera ninguna de las dos cosas. Santidad, quiero llegar a lo siguiente: me parece que deberíamos examinar mejor este documento, porque necesitamos definir mucho más claramente la identidad de un sacerdote moderno, su auténtica vocación en la Iglesia. Créame, sé de lo que hablo. Sé cómo empiezan las defecciones».

»…Le creo. Y le respeto. Digámoslo francamente: he llegado a amarle como al hijo que nunca tuve. Me conmueven los menudos gestos protectores que me prodiga: ¿he tomado mis pildoras? Ya he estado sentado demasiado tiempo. Debo ponerme de pie y caminar un rato… «Hagamos una pausa y practiquemos ejercicios quince minutos. Sé que es aburrido, pero si no lo hace estará suicidándose…»

»…Le pregunto cómo ve su futuro en la Iglesia. Aliento el pensamiento secreto de que llegará el día en que será un espléndido obispo. Su respuesta me sorprende. “Todavía no estoy seguro. Afronto ciertos dilemas. Uno de mis amigos, sacerdote como yo, trabaja en una de las comunidades de base de una región muy pobre del Brasil. No podía descubrir por qué las mujeres rehusaban casarse… se negaban absolutamente. Cuidaban a sus hombres, les guardaban fidelidad, les daban hijos, pero ¿el matrimonio? De ningún modo. Por fin descubrió la razón. Una vez casadas caían en la servidumbre. Sus hombres podían pisotearlas. Y ellas no tenían derecho a huir. Mientras no se casaran, por lo menos tenían la libertad de escapar a la crueldad y llevarse consigo a sus hijos. Tengo una película de mi amigo y su obispo —que es también cardenal y que vendrá al consistorio— administrando la comunión a esa gente durante una misa en el marco de un festival. Bien, apruebo esa actitud. Me complace vivir y trabajar en una Iglesia Cristiana que vive de ese modo. Si no lo hiciera, yo tendría que reflexionar profundamente sobre el asunto.”

»…Se trata de una revelación que no puedo escuchar sin comentarios. Le pregunto: «¿Cómo justifica la administración de los sacramentos a personas que viven en pecado mortal?». Su respuesta es instantánea. «¿Cómo justificamos negarles los Sacramentos? ¿Y qué está más cerca del ideal cristiano de matrimonio, una unión libre y afectuosa en que se ama y protege a los niños, o la unión que origina la esclavitud de la mujer y el niño?» Después ríe y se disculpa. «Perdóneme, Santidad. Usted ha preguntado. Yo he contestado. No sugiero que incluya este asunto en el temario del consistorio. Según están las cosas, ya tendrá que lidiar con suficiente número de problemas.»

»…Coincido con él; y observo que mi Cardenal Arzobispo tal vez sea un buen aliado en la causa que he abrazado. Con respecto a la calidad de la teología implícita, dudo que sea aceptable para Clemens, pero por lo menos debe existir en el seno de la Iglesia un foro abierto donde sea posible discutirla libremente y sin censura, real o implícita.

»…De modo que cae la noche, y estamos ahora más cerca de la festividad de Todos los Santos. Tengo un sueño extraño. Estoy sentado en la Sala de Consistorios, contemplando a los cardenales reunidos. Les estoy hablando, aunque no oigo las palabras que yo mismo digo. Y de pronto advierto que todos se han convertido en piedra, como los cortesanos de un palacio encantado.»

Menachem Avriel, embajador de Israel ante la República de Italia, tenía un mal día. No tan malo como algunos, pero a decir verdad bastante malo. Por la mañana fue invitado a mantener una conversación amistosa con el ministro de Relaciones Exteriores, sobre asuntos de interés mutuo. Podía haber sido mucho peor. Hubieran podido llamarle perentoriamente. La conversación amistosa podría haber sido una conferencia urgente y las cuestiones de interés mutuo haberse convertido en temas de especial inquietud. El ministro era un hombre muy cortés. Simpatizaba con Avriel. Reconocía la utilidad de Israel en los asuntos del Mediterráneo. No necesitaba, ni mucho menos, un incidente diplomático. De manera que, con tacto infinito, dijo al embajador israelí:

—Mi estimado Menachem, cooperamos muy bien. Continuemos en ese mismo plano. Este hombre del Mossad, ¿cómo se llama? ¿Aharon Ben Shaúl?, tiene la mano muy pesada. Hasta ahora ha tenido suerte y nosotros lo hemos aprovechado. Pero cada vez se arriesga un poco más. ¡Y ya es suficiente! Me agradaría proponer, yo personalmente, no el Ministerio de Relaciones Exteriores, que le envíe fuera del país con la mayor brevedad posible… Entiéndame, no estamos diciéndole cómo debe manejar sus asuntos. Envíennos el suplente que prefieran, con la condición de que demuestre más tacto que éste, y le aceptaremos sin discutir. ¿Qué le parece?

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