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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

Lyonesse - 2 - La perla verde (39 page)

BOOK: Lyonesse - 2 - La perla verde
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—No podría decirte, majestad. Nosotros hemos surcado el Mar Angosto en busca de ska, y les hemos causado muchos problemas. Ahora estamos aquí sólo para cargar provisiones. Estábamos a punto de zarpar cuando llegaste.

—¿Qué me dices del rey Gax de Xounges? ¿Aún vive?

—Se dice que está agonizando, y que un títere de los ska será el nuevo rey. Estas son las noticias que hemos recibido.

—Posterga tu partida, por favor, y muéstrame dónde puedo asearme.

Media hora después, Aillas se reunió con Tatzel en el camarote del capitán. Ella se había quitado la ropa vieja, se había bañado y llevaba un vestido de lino marrón oscuro que uno de los marinos había ido a comprar en el mercado. Se acercó a Aillas y le apoyó las manos en los hombros.

—Por favor, Aillas, llévame a Xounges y déjame en el muelle. Mi padre está allí cumpliendo una misión especial. Sólo deseo reunirme con él —Tatzel escrutó la cara de Aillas—. ¡No eres un hombre cruel! ¡Te imploro que me dejes en libertad! No puedo ofrecerte más que mi cuerpo, que no parece interesarte, pero me entregaré ahora, y de buen grado, si me llevas a Xounges. Y si no quieres nada de mí, mi padre te recompensará.

—¿De veras? —se interesó Aillas— ¿Y cómo?

—Primero, anulará para siempre tu condición de esclavo. Ya no tendrás que temer que vuelvan a capturarte. Te dará oro, el suficiente para que compres tierras en Troicinet y no vuelvas a padecer necesidades.

Aillas, mirando ese rostro afligido, no pudo contener una carcajada.

—Tatzel, eres muy persuasiva. Iremos a Xounges.

XIII
1

Mientras Aillas atravesaba las agrestes comarcas de Ulflandia del Norte con su insatisfactoria esclava Tatzel, los acontecimientos no se detenían en las demás regiones de Elder.

En la ciudad de Lyonesse, la reina Sollace y su consejero espiritual, el padre Umphred, inspeccionaban planos de la futura catedral. Esperaban erigir una suntuosa fachada en el extremo del Chale, para provocar un éxtasis de reverencias religiosas en cuantos la vieran.

El padre Umphred había garantizado que, si se construía la catedral, la reina Sollace podía contar con la canonización y el júbilo eterno. La recompensa del padre Umphred sería algo más modesta: el arzobispado de la diócesis de Lyonesse.

Ante la terca oposición del rey Casmir, la reina Sollace había perdido las esperanzas. El padre Umphred había insistido una y otra vez:

—¡Querida dama, querida dama! Nunca permitas que la sombra de la desesperación enturbie la regia belleza de tus mejillas. ¿Desaliento? Olvida esa palabra, arrójala al odioso cenagal de culpas, herejías y vicios donde chapotean las gentes ignorantes de este mundo.

Sollace suspiró.

—Resulta agradable oír tus palabras, pero la simple virtud, aun unida a mil plegarias y lágrimas de sagrada pasión, no ablandará el alma de Casmir.

—¡Claro que no, querida dama! ¡Puedo susurrar al oído del rey Casmir palabras que significarían dos e incluso cuatro catedrales! Pero he de pronunciarlas en el momento adecuado.

La alentadora actitud del padre Umphred no era nueva; había hecho estas insinuaciones en otras oportunidades, y la reina Sollace había aprendido a contener su curiosidad con una mueca y un gesto altivo.

En cuanto al rey Casmir, no quería que su autoridad disminuyera. Sus súbditos abrazaban una gran variedad de creencias: zoroastrismo, algo de cristianismo, panteísmo, doctrinas de los druidas, fragmentos de la teología romana clásica, parte del sistema godo, un sustrato de animismo antiguo y misterios pelásgicos. Tal mezcla de religiones resultaba conveniente para el rey Casmir; no le interesaba la ortodoxia procedente de Roma, y Sollace lo tenía harto con su cacareada catedral.

En Falu Ffail de Avallen, el rey Audry estaba sentado con los pies en una tina de agua tibia y jabonosa, preparándose para el pedicuro real, mientras escuchaba mensajes procedentes de todos los puntos cardinales, leídos por Malrador, el subchambelán a cargo de esta ingrata tarea.

El rey Audry se angustió al enterarse de lo ocurrido al caballero Lavrilan dal Ponzo, quien, por órdenes del rey Audry y utilizando estrategias sugeridas por dos allegados del rey, los caballeros Arthemus y Gligory, había encabezado una incursión en Wysrod, donde los celtas lo habían rechazado.

Lavrilan pedía refuerzos y mencionaba la necesidad de disponer de caballería ligera y arqueros; los piqueros y jóvenes caballeros recomendados por Arthemus y Gligory habían tenido un mal desenlace ante los revoltosos celtas.

El rey Audry se reclinó en los cojines y levantó las manos con disgusto.

—¿Qué ha fallado esta vez? ¡Estoy desconcertado por tanta ineptitud! ¡No, Malrador, no quiero saber más! ¡Ya me has amargado el día con tus graznidos! A veces sospecho que disfrutas haciéndome sufrir.

—¡Majestad! —exclamó Malrador—. ¿Cómo puedes pensar eso de mí? ¡Sólo cumplo con mi deber! Y, con todo respeto, te pido que oigas este último mensaje. Ha llegado hace apenas una hora desde las Marcas. Parece que importantes acontecimientos se están produciendo en las Ulflandias, y deberías conocerlos.

El rey Audry observó a Malrador con los ojos entornados, la cabeza reclinada en los cojines.

—A menudo me seduce la idea de pedirte que no sólo leas los mensajes, sino que los respondas, ahorrándome así ese fastidio.

Ante esta ocurrencia, Arthemus y Gligory, que estaban sentados a poca distancia, rieron apreciativamente.

Malrador inclinó la cabeza.

—Majestad, jamás me atrevería. Pero he aquí el mensaje del caballero Samfire de las Marcas.

Malrador leyó el parte, que mencionaba los triunfos de troicinos y uflandeses sobre los ska. Samfire hacía recomendaciones en un lenguaje que llevó al rey Audry a olvidar la situación en que se encontraba y patalear. Dos doncellas y el barbero se acercaron deprisa para llevarse la tina y apoyar los pies del rey en un taburete acolchado, para que el pedicuro pudiera trabajar.

—Majestad —intervino cortésmente el barbero—, sugiero que mantengas quietos los pies mientras te corto las uñas.

—Sí, sí —masculló Audry—. ¡Ha sido por culpa del lenguaje de Samfire! ¿Se atreve a sugerirme estrategias?

Arthemus y Gligory chasquearon la lengua con desaprobación.

—Majestad —dijo Malrador con imprudencia—, creo que Samfire sólo desea poner la importancia de estos hechos en una perspectiva clara, para tu mejor información.

—¡Calla, Malrador! ¡Ahora te pones de su parte y en contra mía! ¡Éstos son acontecimientos distantes, más allá de las Marcas, y mientras tanto recibimos las burlas de los exasperantes celtas! ¡No respetan la gran Dahaut! ¡Bah! Hay que castigarlos. Se ahogarán en su propia sangre, ya que eso desean. Arthemus, Gligory, ¿por qué nos derrotan así? ¡Responded! ¡Son meros patanes y palurdos que huelen a vaca! ¿Cómo lo explicáis?

Arthemus y Gligory gesticularon indignados y se acariciaron el bigote. El rey Audry se volvió malhumorado hacia Malrador.

—Bien, te has salido con la tuya. ¿Has terminado? ¡Siempre me traes preocupaciones cuando estoy del peor ánimo para hacerles frente!

—Majestad, es mi deber leer los mensajes. Si te ocultara noticias desfavorables, tendrías buenas razones para reprochármelo.

—Es verdad —suspiró el rey Audry—. Malrador, eres un vasallo leal. Vete, y escribe estas palabras en pergamino: «Lavrilan dal Ponzo, nuestros saludos. Es hora de que te limpies la mantequilla del mentón. Tal vez mediante el ejemplo logres inculcar en tus tropas cierto ánimo beligerante. El mes pasado me aseguraste que romperíamos la cabeza de mil rústicos celtas. ¿Cuál será tu próximo estribillo?». Luego pon mi sello, añade mi rúbrica y envía el mensaje con urgencia.

—Muy bien, majestad. Así se hará, y tu reprimenda se escuchará.

—Es algo más que una simple reprimenda, Malrador. ¡Es una orden! Quiero ver cabezas celtas en la punta de nuestras picas. ¡Quiero que el poderío de Dahaut ahuyente a esos bufones como conejos asustados!

—Arthemus y Gligory tienen a sus órdenes selectas brigadas —comentó Malrador con gravedad—. ¿Por qué contenerlos? ¡Ambos se mueren por una buena pelea!

Arthemus y Gligory aplaudieron con aparente entusiasmo.

—¡Bien dicho, Malrador! ¡Ahora ve y azuza a Lavrilan mientras nosotros discutimos la cuestión con su alteza!

En cuanto Malrador se marchó, Arthemus y Gligory dieron una apresurada explicación de la derrota de Wysrod y encauzaron la conversación hacia temas más agradables, y los tres se enfrascaron en planes para el entretenimiento del rey Adolphe de Aquitania. Así iban las cosas en Dahaut.

En otras regiones de las Islas Elder, Torqual volvía de la frontera de la muerte por mera fuerza de voluntad. Melancthe, en su villa de Ys, guardaba pensamientos insondables. En Swer Smod y Trilda, respectivamente, Murgen y Shimrod se ocupaban de sus investigaciones. Sin embargo, Tamurello no estaba en Pároli. Según el mago Cuervo Raught, había subido a la cumbre de un alto monte de Etiopía para un período de meditación.

¿Y la Perla Verde? Un par de jóvenes duendes tropezaron con el blanco y pelado esqueleto de Manting y se pusieron a jugar con los huesos: patearon el cráneo de aquí para allá, usaron la pelvis como yelmo, arrojaron vértebras a un grupo de dríades, quienes pronto se encaramaron a los árboles y se burlaron de los duendes con voz dulce y aguda.

El limo del bosque cubrió aún más la perla. Así transcurrieron el verano, el otoño y el invierno. Al llegar la primavera comenzaron a germinar las semillas en el terreno donde estaba sepultada la perla. Brotes de inusitado vigor crecieron en las plantas jóvenes, echando una profusión de hojas exuberantes seguidas de maravillosas flores, cada cual diferente de las demás y de todas las flores jamás vistas.

2

Xounges había sido un lugar fortificado desde antes del comienzo de la historia. La ciudad ocupaba un promontorio chato de piedra, tres de cuyos lados estaban rodeados de peñascos que se elevaban a sesenta metros sobre el agua. Por el cuarto lado, una angosta estribación de granito de más de cien metros de longitud conectaba la ciudad con tierra firme.

La Ulflandia de cuatro siglos atrás había sido un reino poderoso que abarcaba Ulflandia del Norte y del Sur (aunque no Ys ni el Valle Evander), Godelia y lo que entonces eran las Marcas de Dahaut, más allá de Poelitetz. En aquella época, el rey Fidwig, en pleno ejercicio de su poder megalómano, decretó la total seguridad de Xounges. Diez mil hombres trabajaron durante veinte años para erigir un sistema de fortificaciones basado en murallas de granito de diez metros de ancho en la base y de seis metros de alto, las cuales protegían la carretera y se extendían hacia el Skyre para defender el puerto de un ataque por mar.

El rey Fidwig también ordenó la construcción de un palacio, y Jehaundel se erigió con una majestad tan prodigiosa como las murallas de Xounges.

Aunque había perdido buena parte de su magnificencia, Xounges conservaba la misma seguridad contra los ataques. La aristocracia había mantenido altas casas de piedra y organizado el núcleo de un pequeño ejército que defendía la ciudad de los ska.

Jehaundel, convertido en el palacio del rey Gax, mostraba una maciza fachada que daba a la plaza del mercado, pero, al igual que los palacios de la nobleza menor, no tenía pretensiones de antiguas glorias. Las alas estaban cerradas, así como los pisos superiores, excepto los aposentos del rey Gax, cámaras lúgubres alfombradas con juncos tejidos y amuebladas con piezas macizas deterioradas por los siglos. El combustible era un elemento costoso; sólo unos rescoldos entibiaban el dormitorio donde agonizaba el rey Gax.

En su juventud, el rey Gax había sido hombre de gran estatura e imponente constitución. Durante treinta años, mientras los ska penetraban con sus negros batallones en la Costa Norte, y luego en Ulflandia del Norte, su reinado había declinado. Había luchado con ferocidad y sufrido heridas, pero los ska eran implacables. Destruyeron sus fuerzas y aplastaron tres orgullosos ejércitos de Dahaut que luchaban bajo un tratado de ayuda mutua. Por último, los ska arrinconaron a Gax tras las murallas de Xounges. Se creó un equilibrio. Los ska no podían atacarlo, y él no podía ejercer ninguna presión sobre los ska.

En ocasiones, los emisarios ska llevaban a Gax nuevas ofertas de amnistía, a condición de que abriera las puertas de Xounges y abdicara en favor del hombre designado por los ska. Gax rechazaba estos ofrecimientos con la esperanza de que el rey Audry honrara de nuevo el antiguo pacto y enviara un gran ejército para echar a los ska al mar.

Sus súbditos solían respaldar esta política, pues no veían ninguna ventaja en el dominio ska. El caballero Kreim, el siguiente monarca en la sucesión real, también suscribía la intransigencia de Gax, aunque por razones muy distintas de las del rey. Kreim era un hombre corpulento, de rasgos gruesos y mediana edad, con cabello negro, arqueadas cejas negras y una barba corta y rizada que contrastaba con su tez pálida. Tenía apetitos excesivos, gustos poco refinados y una ambición ilimitada. Aspiraba a ocupar el trono para obtener ventajas personales, ya fuera mediante una alianza con los ska o a través de una abdicación por cuyo precio él obtendría una lujosa finca en Dahaut.

Pero el tiempo pasaba y el rey Gax se negaba desconsideradamente a morir. A juzgar por los rumores, Kreim contenía su impaciencia sólo con gran esfuerzo, y no era improbable que hubiera pensado en métodos que aceleraran el proceso natural.

El chambelán Rohan, al enterarse de que Kreim había manifestado gran simpatía a dos de los guardias que custodiaban el dormitorio del rey Gax, ordenó que se pusieran nuevas cerraduras en las puertas y asignó dichos guardias a vigilancia nocturna permanente en las murallas exteriores, donde la lluvia y la tormenta sólo incitaban a aguzar la atención. Rohan también creó un sistema para garantizar que la alimentación del rey Gax fuera la más sana de todo Xounges; cada cocinero debía probar la comida de Gax antes de servirla.

Kreim, al advertir las precauciones, felicitó a Rohan por su fidelidad y de mal talante se resignó a esperar a que el rey Gax muriera a su debido tiempo.

Mientras tanto, el equilibrio persistía. El rey Audry no sólo no cumplió el compromiso de socorrer a su aliado el rey Gax, sino que los ska penetraron con insolencia en Dahaut y ocuparon la fortaleza Poelitetz. El ultrajado rey Audry lanzó enfáticas protestas, después advertencias, luego amenazas. Los ska no prestaron atención y el rey Audry se encargó de otros asuntos. En su momento reuniría un ejército invencible, con cien carros de guerra, mil caballeros sólidamente armados y diez mil valientes soldados. En un magnífico centelleo de agudas crestas de acero y plata, con banderines ondeantes, el gran ejército sorprendería a los ska y los arrojaría al mar; Audry envió al rey Gax un documento que reafirmaba su sólida determinación en este sentido.

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