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Authors: Jared Diamond

Tags: #Divulgación Científica, Sexualidad

¿Por qué es divertido el sexo? (10 page)

BOOK: ¿Por qué es divertido el sexo?
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Así pues, otras estrategias reproductivas podrían funcionar para un mamífero, y aparentemente se requerirían pocas mutaciones para transformar un cobaya o una liebre recién nacida en un mamífero recién nacido que no requiriese ninguna leche en absoluto. Pero eso no ha sucedido: los mamíferos han permanecido evolutivamente comprometidos con su característica estrategia reproductiva. De manera similar, aunque hemos visto que la lactancia masculina es fisiológicamente posible, y aunque podría parecer también que requiere pocas mutaciones, las hembras mamíferas les han llevado una enorme ventaja evolutiva a los machos en el perfeccionamiento de su compartido potencial fisiológico para la lactancia. Las hembras, pero no los machos, han estado experimentando selección natural para la producción de leche desde hace decenas de millones de años. En todas las especies que he citado para demostrar que la lactancia masculina es fisiológicamente posible —humanos, vacas, cabras, perros, cobayas y murciélagos frugívoros de Dyak—, los machos productores de leche dan con todo y con eso mucha menos leche que las hembras.

Aun así, los seductores y recientes descubrimientos sobre los murciélagos frugívoros de Dyak le hacen a uno preguntarse si hoy en día no podría haber, quizá no descubierta aún, alguna especie de mamífero cuyas hembras y machos compartan las cargas de la lactancia, o alguna que pudiera evolucionar este reparto en el futuro. La historia vital de estos murciélagos permanece virtualmente desconocida, así que no podemos decir qué condiciones favorecieron en ella el comienzo de la lactancia masculina normal, ni tampoco cuánta leche suministran realmente los murciélagos macho a su prole (si es que lo hacen). Sin embargo, podemos fácilmente predecir sobre bases teóricas las condiciones que favorecerían la evolución de la lactancia masculina normal. Estas condiciones incluyen: una camada de crías que constituyen una gran carga para alimentarlas; parejas monógamas hembra-macho; alta confianza de los machos en su paternidad; y preparación hormonal de los padres para una eventual producción de leche mientras su pareja está todavía embarazada.

La especie de mamífero qué mejor describe ya algunas de estas condiciones es la especie humana. La tecnología médica está haciendo otras de tales condiciones cada vez más aplicables a nosotros. Con los modernos fármacos de fertilidad y los métodos de alta tecnología para la fertilización, los nacimientos de gemelos y trillizos son cada vez más frecuentes. Dar de mamar a los gemelos humanos es un gasto de energía tal que el presupuesto de energía de una madre de gemelos se acerca al de un soldado en un campo de entrenamiento. A pesar de todas nuestras bromas sobre la infidelidad, las pruebas genéticas muestran que la paternidad de la gran mayoría de los bebés europeos y estadounidenses sometidos a ellas es del marido de la madre. Las pruebas genéticas en fetos son cada vez más habituales y permiten ya a un padre estar virtualmente seguro al 100 por 100 de que él es realmente el padre del feto que está dentro de su mujer embarazada.

Entre los animales, la fertilización externa favorece, y la fertilización interna atenúa, la evolución de la inversión parental masculina. Este hecho ha desanimado la inversión parental masculina en otras especies de mamíferos, pero ahora la favorece de forma exclusiva en los humanos porque en las últimas dos décadas las técnicas de fertilización externa in vitro se han convertido en una realidad para los humanos. Por supuesto, la amplia mayoría de los bebés mundiales todavía son concebidos internamente mediante métodos naturales. Pero el número en aumento de hombres y mujeres de edad avanzada que desean concebir pero tienen dificultades para hacerlo, y la anunciada disminución de la fertilidad humana (si es que es real), se combinan para asegurar que más y más bebés humanos acaben siendo producto de la fertilización externa, como la mayoría de los peces y ranas.

Todas estas características hacen de la especie humana un candidato favorito para la producción de leche masculina. Mientras que puede llevar millones de años perfeccionar esta candidatura a través de la selección natural, está en nuestra mano atajar mediante la tecnología este proceso evolutivo. Cierta combinación de estimulación manual de los pezones e inyecciones de hormonas podrían desarrollar pronto el potencial latente para hacer leche del padre expectante —con la confianza en su paternidad reforzada por las pruebas de ADN—, sin necesidad de esperar cambios genéticos. Las ventajas potenciales de la lactancia masculina son numerosas. Promovería ésta un tipo de enlace emocional del padre con el hijo hasta ahora sólo al alcance de las mujeres. Muchos hombres, de hecho, sienten celos del vínculo especial que surge de amamantar, cuyas restricciones tradicionales para la madre hacen que los hombres se sientan excluidos. Hoy, muchas o la mayoría de las madres en las sociedades del Primer mundo tienen poca disponibilidad ya para dar el pecho, bien debido al trabajo, bien a las enfermedades o a que no logran producir leche. Y sin embargo, no sólo los progenitores sino también los bebés obtienen muchos beneficios de la lactancia. Los bebés amamantados adquieren defensas inmunológicas más fuertes y son menos susceptibles a numerosas enfermedades, incluyendo la diarrea, las infecciones del oído, la diabetes infantil, la gripe, la enterocolitis necrótica y el SIDS (síndrome infantil de muerte repentina
[4]
). La producción de leche masculina podría proporcionar a los bebés estos beneficios si por cualquier razón la madre no estuviera disponible para ello.

Debemos reconocer, sin embargo, que los obstáculos a que los hombres den el pecho no son sólo fisiológicos, evidentemente superables, sino también psicológicos. Los hombres han considerado tradicionalmente esta práctica como un trabajo femenino, y el primer varón en dar de mamar a sus hijos será sin duda ridiculizado por muchos otros hombres. Sin embargo, la reproducción humana lleva consigo ya un creciente uso de otros procedimientos que hasta hace unas décadas habrían parecido ridículos: procedimientos como la fertilización externa sin acto sexual, la fertilización de mujeres por encima de la edad de los cincuenta años, la gestación del feto de una mujer dentro del útero de otra, y la supervivencia, mediante métodos de incubación de alta tecnología, de fetos de un kilo de peso nacidos prematuramente. Sabemos ahora que nuestro compromiso evolutivo con la producción de leche femenina es lábil fisiológicamente; podría probarse que es también psicológicamente lábil. Quizá nuestra mayor distinción como especie es nuestra capacidad, única entre los animales, de hacer elecciones contraevolutivas. La mayoría de nosotros elegimos renunciar a asesinar, violar y llevar a cabo genocidios, a pesar dé sus ventajas como medio para transmitir nuestros genes y a pesar de que se dan generalizadamente en otras especies animales y en sociedades humanas más primitivas. ¿Se convertirá la lactancia masculina en otra de estas elecciones contraevolutivas?

Capítulo
4
El momento equivocado para el amor: la evolución del sexo recreativo

Primera escena:
un dormitorio tenuemente iluminado, con un hombre atractivo tumbado en la cama. Una bella joven en camisón corre hacia él. Un precioso anillo de boda de diamantes destella en su mano izquierda, mientras en la derecha sostiene una pequeña banda de papel azul. Se agacha y besa la oreja del hombre.

Ella:
¡Querido, es exactamente el momento apropiado!

Siguiente escena:
el mismo dormitorio, la misma pareja, evidentemente haciendo el amor, pero los detalles quedan discretamente ocultos por la tenue iluminación. Después, la cámara muestra un calendario cuyas páginas van siendo arrancadas lentamente (para indicar el paso del tiempo) por una grácil mano que lleva el mismo anillo de diamantes.

Siguiente escena:
la bella pareja sosteniendo totalmente felices un bebé limpio y sonriente.

Él:
¡Querida, estoy tan contento de que Ovu-stick nos dijera cuándo era el momento apropiado!

Última imagen:
primer plano de la misma grácil mano, sosteniendo el pequeño trozo de papel azul. La leyenda reza: «Ovu-stick. Prueba casera de orina para detectar la ovulación.»

Si los babuinos pudieran entender nuestros anuncios de televisión, encontrarían éste especialmente hilarante. Ni los machos ni las hembras de esta especie necesitan una prueba hormonal para detectar la ovulación femenina, el único momento en el que el ovario libera un óvulo y en el que ella puede ser fertilizada. En lugar de esto, la piel alrededor de la vagina de la hembra se hincha y se vuelve de un color rojo intenso visible a distancia; también despide un olor distintivo. Por si acaso el poco perspicaz macho todavía no se percata del asunto, ella se pone en cuclillas delante de él y le presenta sus cuartos traseros. La mayoría de las demás hembras animales son igualmente conscientes de su propia ovulación y la anuncian a los machos con señales visuales, olores o comportamientos semejantemente llamativos.

Consideramos estrafalarias a las hembras de babuino con los cuartos traseros de color rojo intenso. De hecho, es nuestra ovulación difícilmente detectable lo que hace de nosotros los humanos una pequeña minoría en el reino animal. Los hombres no tienen medios fiables para detectar cuándo pueden ser fertilizadas sus compañeras, ni tampoco lo tenían las mujeres en las sociedades tradicionales. Reconozco que muchas mujeres experimentan dolores de cabeza u otras sensaciones cercano el punto medio del ciclo menstrual; sin embargo, no sabrían que esos son síntomas de ovulación si no hubieran sido informadas por los científicos: e incluso éstos no fueron conscientes de ello hasta casi 1930. De forma similar, las mujeres pueden ser
enseñadas
a detectar la ovulación mediante el control de su temperatura corporal o la mucosidad, pero esto no tiene nada que ver con el conocimiento instintivo que poseen los animales hembra. Si nosotros poseyéramos también un conocimiento instintivo como éste, los fabricantes de kits de prueba de ovulación y 1os de anticonceptivos no tendrían un negocio tan floreciente.

También somos peculiares en nuestra casi continua práctica del sexo, comportamiento que es consecuencia directa de nuestra ovulación oculta. La mayoría de las demás especies de animales restringen el sexo al breve período estral alrededor del anunciado momento de la ovulación (el nombre
estro
y el adjetivo
estral
derivan de la palabra griega para «tábano», un insecto que persigue al ganado y lo pone frenético). Durante el estro, una hembra de babuino pasa de un mes de abstinencia sexual a copular unas cien veces, mientras que una hembra de macaco de Gibraltar lo hace cada diecisiete minutos como media, distribuyendo sus favores una vez por lo menos a cada macho adulto de su grupo. Las parejas monógamas de gibón pasan varios años sin tener relaciones sexuales, hasta que la hembra desteta a su cría más reciente y entra en estro de nuevo. Tan pronto como se queda preñada, los gibones vuelven una vez más a la abstinencia.

Nosotros los humanos, sin embargo, practicamos el sexo en cualquier momento sin necesidad de ajustamos al ciclo estral. Las mujeres lo solicitan en cualquier día y los hombres actúan sin ser exigentes sobre si su pareja es fértil o está ovulando. Tras décadas de investigación científica, ni siquiera está claro en qué estadio del ciclo se halla la mujer más interesada en las iniciativas sexuales por parte de los hombres; ello si es que realmente el interés femenino muestra una variación cíclica. De ahí que la copulación humana incluya a mujeres que no son capaces de concebir en ese momento. No sólo tenemos relaciones sexuales en el momento «inapropiado» del ciclo, sino que continuamos practicando el sexo durante el embarazo y después de la menopausia, cuando sabemos con seguridad que la fertilización es imposible. Muchas de mis amigas de Nueva Guinea se sienten obligadas a tener relaciones sexuales exactamente hasta el último momento del embarazo, porque se cree que las repetidas inyecciones de semen proporcionan el material para construir el cuerpo del feto.

El sexo humano parece un monumental desperdicio de esfuerzo desde un punto de vista «biológico», si uno sigue el dogma católico de equiparar la función biológica del sexo con la fertilización. ¿Por qué las mujeres no dan señales ovulatorias evidentes, Como la mayoría de las otras hembras animales, de modo que podamos restringir el sexo a los momentos en los que podríamos obtener algún beneficio de él? Este capítulo intenta entender la evolución de la ovulación oculta, la casi constante receptividad femenina y el sexo recreativo, una trinidad de peculiares comportamientos reproductivos fundamental en la sexualidad humana.

A estas alturas, podrías haber decidido ya que soy el auténtico ejemplo del científico encerrado en una torre de marfil, buscando innecesariamente problemas que explicar. Puedo oír a varios miles de millones de personas del mundo protestando: «No hay nada que explicar, excepto por qué Jared Diamond es tan idiota.
¿Tú
no Comprendes por qué
nosotros
tenemos relaciones sexuales todo el tiempo? ¡Pues porque nos divierte, por supuesto!»

Desafortunadamente, esa respuesta no satisface a los científicos. Mientras los animales están embarcados en relaciones sexuales, también ellos parecen estar divirtiéndose, a juzgar por su intensa implicación. Los ratones marsupiales parecen incluso estar pasándoselo muchísimo mejor que nosotros, si la duración de sus cópulas (unas doce horas) sirve como indicativo. Entonces, ¿por qué la mayoría de los animales sólo consideran el sexo divertido cuando la hembra puede ser fertilizada? El comportamiento evoluciona a través de selección natural, de la misma forma que lo hace la anatomía; de manera que si el sexo es placentero, la selección natural debe ser responsable de ese resultado. Sí, el sexo también es divertido para los perros, pero sólo en el momento apropiado: los perros, como la mayoría del resto de los animales, han desarrollado el buen juicio de disfrutar del sexo cuando pueden obtener algún beneficio de él. La selección natural favorece a aquellos individuos cuyo comportamiento les permite transmitir sus genes al mayor número de crías. ¿Cómo te va ayudar a hacer más niños si estás tan loco como para disfrutar del sexo en un momento en el que no tienes posibilidad alguna para ello?

Un simple ejemplo, que ilustra la naturaleza finalista
[5]
de la actividad sexual en la mayoría de las especies animales, lo suministran los papamoscas cerrojillos, las aves que mencioné en el capítulo 2. Normalmente, una hembra de papamoscas solicita la cópula sólo cuando sus óvulos están listos para ser fertilizados, unos cuantos días antes de la puesta. Una vez que comienza a poner, su interés por el sexo desaparece y se resiste a las proposiciones de los machos o se comporta con ellos de manera indiferente. Pero en un experimento en el que un equipo de ornitólogos convirtieron en viudas a veinte hembras de papamoscas, eliminando a sus compañeros tras completar la puesta, seis de las veinte viudas experimentales fueron observadas dos días después solicitando la cópula a nuevos machos, tres fueron vistas de hecho copulando, y muchas otras podrían haberlo hecho fuera de observación. Evidentemente, las hembras estaban intentando engañar a los machos haciéndoles creer que eran fértiles y que estaban disponibles. Cuando los huevos finalmente eclosionaran, los machos no tendrían forma de darse cuenta de que el padre de la nidada era realmente algún otro macho. Por lo menos en algunos casos el truco funcionó, y los machos procedieron a alimentar a los polluelos como habría hecho un padre biológico. Luego, no había ni siquiera la más ligera indicación de que cualquiera de las hembras fuera una viuda alegre que buscara sexo por mero placer.

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