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Authors: Christopher Priest

Tags: #Ciencia Ficción

Un mundo invertido (3 page)

BOOK: Un mundo invertido
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—¿No deberías presentarme a los padres de Victoria? —le dije al distinguir al constructor de puentes Lerouex de pie, a un lado de la sala, junto a una funcionaria que debía de ser su esposa.

—No… eso viene después. —Seguimos adelante y pronto me vi estrechando las manos de otra serie de personas.

Me pregunté dónde estaría Victoria. Ahora que la ceremonia del gremio había finalizado, nuestro compromiso debería ser el próximo anuncio. A estas alturas tenía muchas ganas de encontrarme con ella. El motivo residía en parte en mi propia curiosidad, pero también en que ella era alguien conocido. Me sentía rodeado de gente mayor y experimentada, al menos ella tenía mi edad. Victoria provenía del orfanato, igual que yo, conocíamos a las mismas personas, éramos coetáneos; en esta sala llena de miembros del gremio hubiera supuesto un recordatorio de lo que ahora quedaba a mi espalda. Había dado un gran paso hacia la edad adulta y eso ya era bastante para un solo día.

Pasó el tiempo. No había comido desde que Bruch me despertó aquella mañana, y ver tanta comida pasando ante mis ojos me hizo recordar lo hambriento que estaba. Comencé a dejar de prestar atención al aspecto social de la ceremonia. Todo esto era demasiado. Seguí a mi padre otra media hora, hablando sin demasiado interés con las personas que me presentaba, cuando lo que en realidad me hubiera gustado hubiera sido disfrutar de un rato en soledad para pensar en todo lo que estaba experimentando.

Finalmente mi padre me dejó hablando con un grupo de personas de la administración de sintéticos, el grupo que se encargaba de la producción de todos los productos alimenticios sintéticos y de los materiales orgánicos utilizados en la ciudad. Se acercó a Lerouex. Los vi hablar durante un momento. Lerouex asintió a algo.

Al momento, mi padre regresó y me apartó a un lado.

—Espera aquí, Helward —me dijo—. Voy a anunciar tu compromiso. Cuando Victoria entre en la sala, arrímate a mí.

Se acercó apresuradamente a hablar con Clausewitz. El navegante retornó a su asiento en la tribuna.

—¡Miembros del gremio y funcionarios! —vociferó Clausewitz sobre el murmullo de las conversaciones—. Tenemos otra celebración que anunciar. El nuevo aprendiz va a ser comprometido con la hija del constructor de puentes Lerouex. Explorador del futuro Mann, ¿nos hace el favor de hablar?

Mi padre se adelantó al frontal de la sala y se colocó al frente de la tribuna. Realizó un discurso cuyo tema principal era yo. Hablaba demasiado deprisa, atropelladamente. Por si toda la vergüenza del día no hubiese sido suficiente, esto era un añadido a la lista. Mi padre y yo siempre nos habíamos sentido incómodos el uno con el otro, nunca estuvimos tan unidos como su perorata pretendía hacer ver. Quería hacerle callar, irme de la sala hasta que terminara, pero estaba claro que yo seguía siendo todavía el centro de atención. Me pregunté si los miembros de los gremios tendrían la más mínima idea de cómo me estaban excluyendo de su sentido de la ceremonia y de la ocasión.

Me alivió que mi padre acabara por fin su exposición. Permaneció al frente de la tribuna esperando algo. Desde otro lugar de la estancia, el puentes Lerouex declaró que deseaba presentar a su hija. Se abrió una puerta y por ella entró Victoria, escoltada por su madre.

Siguiendo las instrucciones de mi progenitor, me situé junto a él. Me estrechó la mano. Lerouex besó a Victoria. Mi padre hizo lo propio y le regaló un anillo. Se produjo otro discurso. Por último, mi padre me presentó a mi futura esposa. No tuvimos ocasión de hablar.

Los festejos continuaron.

2

Me dieron una llave para entrar y salir del orfanato. Me dijeron que tendría que seguir usando el mismo cuarto hasta que me encontraran un hueco en las instalaciones del gremio y volvieron a recordarme el juramento que había prestado. Tras todo esto, me fui directamente a la cama.

Me despertó uno de los miembros del gremio que había conocido el día anterior, su nombre era futuro Denton. Esperó a que me pusiera mi nuevo uniforme de aprendiz y me condujo al exterior del orfanato. No seguimos la misma ruta que tomé el día anterior con Bruch, por el contrario, subimos varios tramos de escaleras. La ciudad estaba tranquila. Al pasar junto a un reloj comprobé que era realmente temprano, pasaban pocos minutos de las tres y media de la madrugada. Los corredores estaban vacíos, casi todas las luces de la techumbre permanecían atenuadas.

Acabamos llegando a una escalera en espiral, en cuya parte superior se asentaba una pesada puerta de acero. Futuro Denton se sacó una linterna del bolsillo y la encendió. La puerta tenía dos cerraduras y al mismo tiempo que las abría me indicó que yo debía pasar primero.

Al otro lado me invadieron el frío y la oscuridad, hasta tal punto que mi cuerpo acusó el impacto. El hombre cerró la puerta a su espalda y volvió a echar los cerrojos. Con la escasa luz de la linterna de Denton, pude apreciar que nos encontrábamos en una pequeña plataforma circundada por una baranda de un metro de alto. Nos adelantamos hasta ella. Denton apagó la linterna, la oscuridad era total.

—¿Dónde estamos? —dije.

—No hables. Espera… y no dejes de mirar.

No me era posible ver absolutamente nada. Mis ojos, habituados a la iluminación de los corredores que acabábamos de pasar, reaccionaron mostrándome formas coloridas a mi alrededor. Pronto eso cesó. La oscuridad dejó de ser mi principal preocupación cuando el aire frío me caló hasta los huesos y comencé a tiritar. El acero de la baranda era como una lanza helada en mis manos, así que traté de moverlas para sentirme algo menos incómodo. Soltarla no hubiera sido una buena idea. En mitad de esta oscuridad, la baranda era el único objeto familiar al que podía aferrarme. Nunca antes me había sentido tan aislado de todo lo que me era habitual ni me había enfrentado tan brutalmente a lo desconocido. Toda mi anatomía estaba en tensión, como preparándose para una inminente explosión o un dolor físico; nada de eso sucedió. A mi alrededor todo era oscuridad y silencio, salvo por el zumbido del viento en mis oídos.

A medida que transcurrían los minutos, mis ojos se iban ajustando a la situación, pronto incluso distinguí vagamente algunas formas. Veía a futuro Denton a mi lado, una figura alta con su capa negra perfilada sobre la oscuridad, menos intensa por la parte de encima de su cabeza. Sobre la plataforma, una enorme e irregular estructura se cernía sobre nosotros. Negrura sobre negrura.

La oscuridad era impenetrable alrededor de todos aquellos elementos. No contaba con ningún punto de referencia, nada donde pudiera comparar las formas y los perfiles. Daba miedo, tanto que llegaba a afectarme emocionalmente, aunque en realidad no me sintiera físicamente amenazado en absoluto. A menudo había soñado con un lugar semejante; al despertar, imágenes iguales a esta permanecían aún vividas en mi mente. Sin embargo, esto no era un sueño, este intenso frío no podía ser fantasía, como tampoco lo era la apabullante claridad de la sensación de un nuevo espacio y una nueva dimensión. Fui consciente de que mi primera salida al exterior de la ciudad, pues esto no podía ser otra cosa, no tendría parangón con ninguna otra situación que hubiera sido capaz de concebir con anterioridad.

Al comprenderlo, el efecto del frío y la oscuridad en mi sentido de la orientación se convirtió en algo secundario. Estaba en el exterior… ¡esto era lo que llevaba esperando toda la vida!

Denton no tuvo necesidad de volver a hacerme callar; me resultaba imposible decir nada. Aunque lo hubiera intentado, las palabras habrían muerto en mi garganta o el viento se las habría llevado. Solo me quedaba mirar, contemplar las profundas tinieblas delante de mí, el misterioso velo que cubría la tierra bajo la noche nublada.

Me invadió una nueva sensación: ¡podía oler la tierra! El aroma no se parecía ni lo más mínimo a nada de la ciudad. En ese momento, mi mente entretejió una equívoca imagen de kilómetros y kilómetros de tierra húmeda, rica y rojiza. No tenía forma de saber de dónde provenía realmente ese olor, probablemente no se trataba de tierra, pero esa imagen de terrenos ricos y fértiles había perdurado en mí tras leer cierto libro en el orfanato. Con eso bastó para dar rienda suelta a mis fantasías; de nuevo se elevó mi excitación al sentir el reparador efecto de la tierra salvaje e inexplorada de fuera de los límites de la ciudad. Había tantas cosas que ver y hacer… e incluso así, allí de pie en la plataforma, mi imaginación disfrutó del control exclusivo de aquellos preciados momentos. No hacía falta que moviera un músculo, el impacto de dar este paso fundamental fuera de los confines de la ciudad era suficiente para disparar mi infradesarrollada imaginación a lugares que hasta entonces solo habían sido creados por los escritos de los autores que leí en el orfanato.

Poco a poco, la negrura se hizo menos densa; la tonalidad del cielo sobre mi cabeza cambió al gris oscuro. Vi en la distancia el lugar donde las nubes se encontraban con el horizonte, y ante mis ojos observé una línea del rojo más pálido comenzar a colorear la forma de una nube pequeña. Como propulsadas por el impacto de la luz, esa y otras nubes avanzaron lentamente sobre nosotros, alejándose del fulgor por la fuerza del viento. El rojo del amanecer se extendió, rozando las nubes un momento, antes de seguir su camino y dejar atrás una amplia zona de claro cielo teñido de un naranja profundo. Toda mi atención estaba centrada en esas vistas, pues eran sencillamente lo más bello que había presenciado en mi vida. De manera casi imperceptible, el color naranja se iba extendiendo y aclarando; las nubes que se alejaban continuaban manchadas de rojo, pero en el punto exacto donde el horizonte se oponía al cielo crecía un punto intenso de luz que se hacía más brillante a cada minuto.

El naranja desaparecía. Fue mermando al mismo tiempo que la luz se hacía más brillante, con mayor rapidez de la que nunca hubiera imaginado. El cielo se había vuelto de un azul pálido muy cercano al blanco. En el centro, como si surgiera del horizonte, un haz de luz igualmente blanca se inclinaba ligeramente a un lado como el derrumbado torreón de una iglesia. Al crecer, engordaba y se tornaba más brillante, hasta el punto de que su brillo e incandescencia fue tal que era imposible mirarlo directamente.

De repente, futuro Denton me agarró del brazo.

—¡Observa! —me dijo, señalando a la izquierda del núcleo del brillo. Una formación de pájaros se desplegaba ante nuestros ojos en forma de uve, surcando el cielo de izquierda a derecha. Pasados unos momentos, las aves atravesaron directamente por delante de la creciente columna de luz y se perdieron de vista unos segundos.

—¿Qué son? —pregunté, mi voz ronca y trabada.

—Gansos.

De nuevo se hicieron visibles, peregrinando lentamente por el cielo azul. Un minuto después desaparecieron tras unas lejanas montañas.

Devolví mi atención al sol naciente. Durante el corto espacio de tiempo en que me entretuve con la visión de los pájaros, su aspecto había cambiado. Ahora sobresalía casi entero y proyectaba un largo platillo de luz con dos puntas perpendiculares e iridiscentes, una arriba y otra abajo. Su calor me azotó el rostro. El viento comenzó a amainar.

Permanecí allí de pie junto a Denton, contemplando toda aquella extensión de tierra, la parte de la ciudad visible desde la plataforma y cómo las últimas nubes desaparecían en el horizonte contrario al del sol. Este lucía poderoso en el cielo despejado y Denton se quitó la capa de los hombros.

Me hizo un gesto con la cabeza y me enseñó la manera de bajar de la plataforma hasta el suelo, por medio de una serie de escalones de metal. Él descendió primero. Al seguirle y poner por primera vez los pies sobre tierra firme, oí a los pájaros que anidaban en la estructura superior de la ciudad entonar su serenata matutina.

3

Futuro Denton caminó conmigo alrededor de la periferia de la ciudad. Cruzamos un campo a escasos quinientos metros de ella, al otro lado del cual se erigían unas pocas edificaciones prefabricadas. Allí me presentó a vías Malchuskin antes de emprender su camino de vuelta a la ciudad.

El constructor de vías era un hombre bajo y velludo, recién levantado y todavía somnoliento. La intromisión no pareció molestarle, su trato fue educado.

—Aprendiz de futuro, ¿verdad?

Asentí.

—Acabo de salir de la ciudad.

—¿Es tu primera vez?

—Sí.

—¿Has desayunado?

—No… Futuro me sacó de la cama y vinimos hacia aquí casi directamente.

—Ven conmigo adentro, haré un poco de café.

Comparado a lo que estaba acostumbrado a ver dentro de los muros de la ciudad, donde la limpieza y el orden parecían tener una gran importancia, el interior de la cabaña de Malchuskin era hosco y desordenado. Mirara donde mirara veía ropa sucia desperdigada, sartenes y cazos sin fregar y restos varios de comida. En una esquina reposaba una gran pila de herramientas e instrumentos de metal y contra la pared un camastro con la colcha hecha un gurruño a los pies. Toda la estancia desprendía un vago hedor a comida rancia.

Malchuskin vertió agua sobre un cazo y lo puso al fuego. Buscó un par de tazas, fregó el fondo y derramó el agua sobrante. Echó una medida de café sintético en una jarra que llenó una vez el agua estuvo hervida.

Solo había una silla en la cabaña. Malchuskin quitó varias pesadas herramientas metálicas de la mesa y la arrastró junto al camastro. Se sentó en él y me indicó que hiciera lo propio en la silla. Permanecimos un rato sentados en silencio, dando sorbos al café. Había sido elaborado del mismo modo que en la ciudad, sin embargo, su sabor me pareció muy distinto.

—No hemos tenido muchos aprendices últimamente.

—¿Y eso por qué? —dije yo.

—Ni idea. Simplemente ya no vienen muchos. ¿Y tú quién eres?

—Helward Mann. Mi padre es…

—Sí, lo sé. Un buen hombre. Fuimos juntos al orfanato.

Me sorprendió oír eso. ¿Cómo era posible que mi padre y este hombre tuvieran la misma edad? Malchuskin notó mis reservas.

—No te preocupes por eso —me dijo—. Algún día lo entenderás. Lo averiguarás de la manera más complicada, igual que el resto de cosas de este maldito sistema de gremios. La vida en el gremio del futuro es extraña, no era para mí, aunque supongo que a ti te irá bien.

—¿Por qué no quería ser un futuro?

—No he dicho que no quisiera… he dicho que no era para mí. Mi padre fue un miembro del gremio de los constructores de vías. Así es el sistema de gremios, ya te lo he dicho. Te ha tocado el camino más peliagudo, pero estás en las mejores manos. ¿Has hecho mucho trabajo físico?

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