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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (20 page)

BOOK: Velo de traiciones
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—¿Y usted no se fue con ella? ¿Por qué no? —preguntó Havac, tras mirarlo fijamente.

—Eso es asunto mío.

Cindar no pudo contener una sonrisa.

—Acude a nosotros porque usted no ha podido resistirse a los créditos, mientras que ella sí.

Cohl negó con la cabeza antes de reírse con amargura.

—Lo que me ha hecho venir no son los créditos, sino la vida. ¿Cómo va a retirarse alguien como yo? ¿Qué sé yo de granjas? —se golpeó la pistola de rayos de la cadera—. Esto es lo que sé hacer. Esto es lo que soy.

—Entonces, estamos más que encantados de tenerlo a bordo, capitán —repuso Havac, tras intercambiar una mirada satisfecha con Cindar.

Cohl plantó los codos en la mesa.

—Pues haga que me merezca la pena haber venido.

—Igual no se ha enterado, pero el canciller supremo Valorum piensa gravar con impuestos las zonas de libre comercio —dijo Havac, asintiendo—. Si la propuesta es aceptada por el Senado, la Federación de Comercio acabará viendo cómo gran parte de sus beneficios acaba en Coruscant. Algo que estaría muy bien si los neimoidianos supieran encajar el golpe, pero no sabrán hacerlo. Intentarán compensar los impuestos subiendo las costas de transporte. Y al no tener a nadie más con quien tratar, los sistemas fronterizos no tendrán más remedio que aceptar los precios de la Federación. Los mundos que se nieguen a aceptar las nuevas tarifas serán ignorados y sus mercados se colapsarán.

—La competencia será sanguinaria —añadió Cindar—. Y especialmente dura para los mundos desesperados por comerciar con el Núcleo. Habrá muchos créditos a ganar para todo el que quiera aprovecharse de la situación.

Cohl miró a la pareja y sonrió.

—¿Y qué tiene que ver eso conmigo? No puede importarme menos lo que le pase a cualquiera de los bandos.

—Ese desinterés es justo lo que necesita este trabajo, ya que nuestro objetivo es cambiar las reglas —repuso Havac entrecerrando los ojos.

Cohl esperó a que continuara.

—Queremos que reúna a un grupo de combatientes, rastreadores y expertos en armas. Tendrán que ser muy buenos en su terreno y compartir su sentido de la imparcialidad. Pero no quiero emplear profesionales. No quiero arriesgarme a que ya estén sometidos a vigilancia, o a que sean los principales sospechosos una vez realizado el trabajo.

—Está buscando asesinos —dijo Cohl.

—No le pedimos que participe en la realización del trabajo —dijo Cindar—. Sólo en la entrega. Por si quiere calmar su conciencia, considere a ese equipo como un envío de armamento.

Cohl frunció el labio superior.

—Ya les haré saber si mi conciencia necesita calmarse. ¿Quién es el objetivo?

—El canciller supremo Valorum —dijo Havac con cuidado.

—Queremos atacar durante la Cumbre de Eriadu —elaboró Cindar.

Cohl les miró con diversión.

—¿Éste es el gran trabajo que me prometieron?

—Su retiro garantizado, capitán —repuso Cindar abriendo las manos.

—¿Quién le ha metido esa brillante idea en la cabeza, Havac? —comentó Cohl meneando la cabeza y riendo.

—Recibimos ayuda de un poderoso agente externo que apoya a nuestra causa.

—El mismo que les contó lo del cargamento de aurodium.

—Cuanto menos sepa, mejor —advirtió Cindar.

—Es información secreta, ¿eh? —dijo Cohl, volviendo a reírse.

La frente de Havac se arrugó por la preocupación.

—¿No cree que el trabajo pueda hacerse?

—Se puede matar a cualquiera —respondió Cohl encogiéndose de hombros.

—¿Por qué duda entonces?

Cohl lanzó un bufido de desdén.

—Deben tomarme por un tratante de furbog. Que me hayan perseguido por toda la ruta Rimma y buena parte de este sector no significa que no esté atento a lo que está pasando. Intentaron matar a Valorum en Coruscant e hicieron mal el trabajo. Y ahora se dirigen a mí, que es lo que debieron hacer en primer lugar.

Cindar devolvió la burla.

—Usted no estaba interesado antes, ¿recuerda? Quería retirarse a una granja de humedad en Tatooine.

—Además, no fallamos en nada —dijo Havac—. Queríamos asustar a Valorum para que invitara al Frente de la Nebulosa a la Cumbre de Eriadu. No picó el anzuelo, así que ahora acabaremos el trabajo en Eriadu.

—Pensamos arruinar su Cumbre de un modo que no olvidará nadie —repuso Cindar con una sonrisa malévola.

Cohl se rascó la barba.

—¿Para qué? ¿Para que Valorum no cargue un impuesto a las zonas de libre comercio? ¿En qué manera ayudará eso al Frente de la Nebulosa o a los sistemas fronterizos?

—Creía que no le interesaba la política —dijo Havac.

—Simple curiosidad.

—De acuerdo. Sin el impuesto, los mundos no tendrán que preocuparse por un aumento en los precios. Y nosotros seguiremos encargándonos a nuestro modo de la Federación de Comercio.

Cohl no estaba convencido.

—Va a crearse una gran cantidad de nuevos enemigos, Havac, y por lo poco que sé, entre ellos se incluyen los Jedi. Pero supongo que no me paga por pensar.

—Exacto —aclaró Cindar—. Deje que nosotros nos preocupemos de las repercusiones de lo que pase.

—Por mí vale, pero hablemos antes sobre Eriadu. La seguridad va a ser excesiva, después de lo de Coruscant. Sea lo que sea lo que intenten hacer, ya se las han arreglado para minarse su propio terreno.

—Más motivo aún para conseguir un buen equipo de expertos —admitió Havac.

—Necesitaré una nueva nave —dijo Cohl, poniendo las manos sobre la mesa—. El
Halcón Murciélago
es demasiado conocido.

—Hecho —prometió Cindar—. ¿Algo más?

Cohl lo meditó un momento.

—Supongo que no podrán hacer nada para quitarme a los Jedi de encima.

—A decir verdad, capitán —repuso Havac sonriente—, prácticamente puedo garantizarle que los Jedi están muy ocupados en otro sitio.

Los Sistemas Fronterizos
Capítulo 18

L
os dos cruceros diplomáticos se acercaban al planeta marrón claro que era Asmeru, cuando la apagada luz del sol asomaba tras la curva de una pequeña luna. Una escolta de oscuros cazas Tikiar volaba delante y a los flancos de las naves carmesí corellianas, semejantes a aves de rapiña. Tras ellas, algo rezagadas y todavía a la sombra de la luna, volaban un par de colosales Dreadnought de acolmillada proa y elegantes aletas en la popa, erizados de armas y portando el estandarte real de la casa Vandron.

En el fondo estrellado acechaba una inmensa espiral de luz situada a varios años luz que se difuminaba a medida que giraba hacia un centro de negrura absoluta.

Qui-Gon contemplaba el cielo desde la cabina del segundo crucero. Obi-Wan estaba a su lado, mirando entre los asientos para conseguir una mejor visión. Los pilotos, un hombre y una mujer, vestían el ajustado uniforme azul del Departamento Judicial.

—Nos acercarnos al campo de minas —dijo la piloto, mientras sus manos hacían ajustes en los instrumentos.

Una serie de brillantes objetos cilíndricos llamó la atención de Qui-Gon.

—Podría haberlos confundido con asteroides —dijo el copiloto.

—Las cosas no son siempre lo que parecen —dijo Obi-Wan inclinándose hacia él.

Qui-Gon le dirigió una mirada desaprobadora.

—Recuerda eso cuando estemos en la superficie, padawan —dijo despacio.

El discípulo contuvo una réplica, asintió.

—Sí, Maestro.

La piloto produjo una visión ampliada de una de las minas.

—Se detonan a distancia —le dijo al Jedi por encima del hombro—. Seguramente desde naves centinelas o incluso desde el mismo planeta.

Qui-Gon meditaba sobre esto cuando una voz de mujer brotó de los altavoces de la cabina.


Prominencia
, aquí el
Eclíptica
. Nuestra escolta nos aconseja que pongamos los escudos deflectores y nos detengamos. Los escáneres de largo alcance indican la presencia de tres cazas al otro lado del campo de minas. Estamos muy seguros de que conocen nuestra presencia.

Qui-Gon tocó a su discípulo en el hombro.

—Es hora de reunirnos con los demás en la sala de vainas.

Salieron de la atestada cabina y recorrieron un estrecho pasillo que cruzaba el centro del puente de navegación, la sala de comunicaciones y la sala de la tripulación. El pasillo acababa en un turboascensor que los condujo a la cubierta inferior. Una vez allí avanzaron hacia el vestíbulo de la sala de vainas y entraron en la sala propiamente dicha.

Las vainas con forma de cono estaban situadas bajo la abrupta proa del crucero y detrás de la panoplia delantera de sensores, siendo todas iguales y capaces de proporcionar diferentes atmósferas. De darse una emergencia, podían ser expulsadas al exterior y servir como vehículos de escape. La sala tenía miradores a babor y a estribor, y una mesa circular con un holoproyector en el centro.

—Estamos ante el campo de minas —dijo Qui-Gon.

—Así es —dijo el Caballero Jedi Ki-Adi-Mundi desde el mirador de estribor. Tenía el cráneo liso y alargado y una mirada penetrante. Su barbilla lucía una larga barba gris, y de su labio superior pendía un bigote gris que hacía juego con las espesas cejas.

—Preocupado tu joven padawan parece, Qui-Gon —comentó Yaddle desde su asiento ante la mesa—. ¿Por el campo de minas, o por otra cosa es?

—Está en su habitual estado aprensivo —respondió Qui-Gon con una sonrisa—. Cuando está preocupado de verdad, se le nota porque echa humo por las orejas.

—Sí —dijo Yaddle—. Entrenarse le he visto. Y el humo también.

—No estoy preocupado, Maestros. Sólo pienso en lo que se avecina —dijo Obi-Wan con buen humor. Esperó a que su Maestro hiciera algún sabio comentario sobre la Fuerza viva, pero por una vez guardó silencio.

—Bien haces en el futuro pensar, padawan —repuso Yaddle—. Con ligereza los asuntos importantes trata, y con decisión los poco importantes. Enfrentarse a una crisis difícil es, y resolverla con ligereza, si uno resuelto no está, pues la incertidumbre tus esfuerzos bloquea. Cuando el momento llegue, a resolver las cosas con ligereza, por adelantado ayuda haberlas pensado. ¿No estás de acuerdo, Qui-Gon?

—Como digas, Maestro —repuso éste inclinando la cabeza.

Al otro lado de la mesa, en diagonal desde donde estaba Yaddle, se hallaba Saesee Tiin, que alzó la cabeza y sonrió como si leyera los pensamientos de Qui-Gon. A su lado, y tan corta de estatura como Yaddle, se encontraba Vergere, hembra fosh y antigua aprendiz de Thracia Cho Leem, que había abandonado la orden jedi varios años antes. El delgado torso de Vergere estaba cubierto por plumas de variados colores. Su rostro ligeramente cóncavo era de ojos rasgados, boca ancha y delicados bigotes, rematándose en finas orejas y un par de antenas. Se movía mediante unas piernas de articulación invertida y unos pies abovedados.

Junto a Vergere estaba Depa Billaba, con la cabeza cubierta por la capucha de la capa.

La voz del piloto del
Prominencia
chisporroteó en los altavoces de la vaina.

—Maestro Tiin, recibimos una transmisión de nuestra escolta.

Qui-Gon se acercó más a la mesa. Instantes después aparecía sobre el holoproyector la imagen de un humano aristocrático.

—Estimados miembros de la Orden Jedi —empezó diciendo el hombre—, tengo el honor de darles la bienvenida al sector Senex en nombre de Lord Crueya y Lady Theafa de la casa Vandron. Pedimos disculpas por la larga ruta que nos hemos visto obligados a seguir, así como por las precauciones que nos hemos visto obligados a asumir, en vista de las actuales circunstancias. La combinación de la fuerza de las mareas cósmicas y de las armas orbitales resulta especialmente azarosa.

Esbozó una ligera sonrisa antes de continuar.

—En cualquier caso, confiamos en que no juzgarán al sector Senex por lo que probablemente encontrarán en Asmeru. Es un planeta que antaño albergó grandes ciudades y grandes palacios, pero ambas cosas cayeron víctima de repentinos cambios climáticos. Su población está compuesta por esclavos ossanos, creados en el mundo Vandron de Karfeddion, pero expulsados a este planeta por defectos de un tipo u otro. Al haber sido criados para labores agrícolas, los esclavos se las arreglaron para sobrevivir por su cuenta, pero dudamos que los encuentren especialmente amistosos. Un problema al que seguramente se enfrentarían los miembros del Frente de la Nebulosa, pese a su superior armamento.

—Encantador —dijo Depa, lo bastante alto como para que lo oyeran sus camaradas.

—Sentimos no poder serles de mayor ayuda en estos momentos —añadió el humano—. Deseamos que, una vez resuelta la presente crisis, las casas de Senex y la República puedan reunirse para hablar sobre cuestiones de interés y beneficio mutuos.

La figura en miniatura desapareció, dejando a los siete Jedi intercambiando miradas de recelo.

—Y ni la mitad del campo de minas hemos atravesado —dijo Yaddle.

El comunicador volvió a llamar.

—Una transmisión desde Asmeru —anunció el piloto—. Las naves centinelas del Frente de la Nebulosa no presentan una amenaza clara, pero los cazas de la casa Vandron se han dispersado para mantenerse al margen de cualquier posible acción.

Qui-Gon vio por el mirador de babor cómo los esbeltos Tikiar se alejaban elegantemente del
Prominencia
. Cuando volvió la mirada a la mesa, en el cono de luz azul del holoproyector había un humanoide de piel correosa cuya boca estaba deformada por un rictus bárbaro. Llevaba el cráneo afeitado, a excepción de una trenza que le caía hasta los hombros. Qui-Gon pensó que era uno de los esclavos expulsados de Asmeru, hasta que habló.

—Cruceros de la República, identifíquense o les dispararemos.

Saesee Tiin se situó ante la holocámara y habló por los Jedi, con la capucha bajada para mostrar su rostro tenso y brillante y los cuernos apuntando hacia abajo.

—Formamos una misión diplomática enviada por Coruscant.

—Esto no es espacio de la República, Jedi. Aquí no tenéis autoridad.

—Reconocemos eso. Pero hemos llegado a un acuerdo con los gobernantes de este sector para que nos guiasen hasta Asmeru con el fin de entablar negociaciones con el Frente de la Nebulosa.

—El Frente de la Nebulosa tiene agravios pendientes con la Federación de Comercio, no con Coruscant —repuso el humanoide enseñando los dientes—. Y eso ya lo solucionaremos a nuestro modo. Y lo que es más, sabemos muy bien cómo negocian los Jedi.

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