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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

Barrayar (11 page)

BOOK: Barrayar
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Mientras aguardaba al pie de la escalera de caracol en el vestíbulo, Cordelia deslizó una mano sobre la seda verde que ocultaba su vientre. Poco más de tres meses de esfuerzo metabólico, y lo único que tenía para mostrar era esa pequeña hinchazón… habían ocurrido tantas cosas desde el verano, que le parecía que su embarazo debía progresar más rápido. Silenciosamente y como un mantra, pronunció unas palabras de aliento para su bebé. «Crece, crece, crece…» Al menos ahora, además de sentirse completamente agotada, ya comenzaba a tener aspecto de embarazada. Por las noches Aral compartía su fascinación con los progresos, y ambos posaban la mano sobre su vientre tratando de percibir algún movimiento a través de la piel.

Aral apareció junto al teniente Koudelka. Ambos estaban recién bañados, afeitados, peinados y resplandecientes en el uniforme imperial rojo y azul. El conde Piotr se reunió con ellos vestido con el uniforme que Cordelia le había visto en las sesiones del Consejo, en café y plateado, una versión más rutilante de las libreas de sus hombres. Los veinte guardias de Piotr tenían alguna clase de exhibición formal esa noche, y su jefe los había estado preparando meticulosamente durante toda la semana. Droushnakovi, quien acompañaba a Cordelia, vestía un traje sencillo también en verde y marfil, diseñado para permitir los movimientos rápidos y ocultar las armas e intercomunicadores.

Después de un momento en que todos se admiraron mutuamente, se dirigieron a los coches terrestres que aguardaban en el pórtico. Aral ayudó a Cordelia a subir y retrocedió un paso. —Te veré allí, amor.

—¿Qué? —Ella giró la cabeza—. Oh. Entonces, ¿ese segundo vehículo no es sólo por el tamaño del grupo?

La expresión de Aral fue momentáneamente tensa. —No… Me ha parecido prudente que a partir de ahora viajemos en vehículos separados.

—Sí —dijo ella con voz débil—. Por supuesto. Él asintió con un gesto y se alejó. Ese maldito lugar les robaba otro pedazo de sus vidas, de sus corazones. Disponían de tan poco tiempo para estar juntos, y ahora ni siquiera esos momentos…

Al parecer, esa noche el conde Piotr sería el sustituto de Aral; el anciano se acomodó a su lado. Droushnakovi se sentó frente a ellos, y la cubierta se cerró. El coche avanzó suavemente hacia la calle. Cordelia se volvió tratando de ver el vehículo de Aral, pero éste los seguía a demasiada distancia para resultar visible. Cordelia se enderezó y exhaló un suspiro.

El sol se ocultaba con un reflejo amarillo entre las nubes grises, y las luces comenzaban a encenderse en la fría tarde otoñal, proporcionando un aire melancólico a la ciudad. En las calles se llevaban a cabo animados festejos, y a Cordelia no le pareció tan mala idea. Los celebrantes le recordaron a los primitivos hombres de la Tierra, golpeando cacerolas y disparando tiros para alejar a los dragones que devoraban a la luna eclipsada. Esta extraña tristeza de otoño era capaz de consumir a un alma desprevenida. Gregor había escogido un buen momento para cumplir años.

Las manos endurecidas de Piotr jugueteaban con una bolsa de seda oscura que lucía el escudo de los Vorkosigan bordado en plata. Cordelia la observó con interés.

—¿Qué es eso?

Piotr esbozó una sonrisa y se la entregó. —Monedas de oro.

Más arte folclórico; la bolsa y su contenido eran un placer para el tacto. Cordelia acarició la seda, admiró el bordado y volcó en su mano unos pequeños discos acuñados.

—Bonitos. —Cordelia recordó haber leído que durante la Era del Aislamiento, el oro había sido muy valioso en Barrayar. En su mente betanesa la palabra oro se asociaba a la idea de
un metal que en ocasiones resulta útil para la industria electrónica
, pero la gente mayor solía teñirla de cierta mística—. ¿Esto significa algo?

—¡Ja! Ya lo creo. Es el obsequio de cumpleaños del emperador.

Cordelia imaginó al niño de cinco años jugando con una bolsa de monedas. Además de construir torres y tal vez practicar las cuentas, Gregor no podría hacer mucho más con ella. Esperaba que hubiese pasado la edad de meterse cualquier objeto en la boca, ya que esos pequeños discos tenían el tamaño ideal para que el niño los tragase.

—Estoy segura de que le gustará —dijo sin mucha convicción.

Piotr emitió una risita.

—No sabes qué está ocurriendo, ¿verdad?

Cordelia suspiró.

—Como de costumbre. Déme una pista.

Se reclinó en el asiento con una sonrisa. Piotr siempre parecía entusiasmado con la tarea de explicarle Barrayar. Cada vez que descubría un nuevo terreno en el cual ella era ignorante, se mostraba encantado de suministrarle información y opinión. Cordelia tenía la sensación de que podría disertar veinte años seguidos y nunca se quedaría sin tema.

—El cumpleaños del emperador es el fin tradicional del año fiscal, para cada distrito regido por un conde en relación con el gobierno imperial. En otras palabras, es día de impuestos, aunque… los Vor no estamos gravados. Esto implicaría una relación demasiado subordinada con el imperio, y por eso entregamos un obsequio al emperador.

—Ah… —dijo Cordelia—. Pero en un año todo este lugar no le produce sesenta pequeñas bolsas de oro, señor.

—Por supuesto que no. Los verdaderos fondos fueron transferidos automáticamente esta mañana, de Hassadar a Vorbarr Sultana. El oro es sólo simbólico.

Cordelia frunció el ceño.

—Espere. ¿Eso no se ha hecho ya este año?

—En primavera, con Ezar. Pero hemos tenido que cambiar la fecha de nuestro año fiscal.

—¿Su economía no se ve afectada por ello?

Él se alzó de hombros.

—Nos las arreglamos. —Piotr sonrió y de pronto dijo—: ¿De dónde crees que proviene la palabra «conde»?

—De la Tierra, supongo. Es un término preatómico, latín tardío en realidad, que designaba a un noble que regía un condado. O tal vez «condado» provenga de «conde».

—En Barrayar, es una variación del término «contable». Los primeros condes fueron los recaudadores de impuestos de Voradar Tau… un auténtico bandido; deberías leer sobre él alguna vez.

—¡Pues yo creía que era un grado militar!

—Oh, la parte militar llegó inmediatamente después, la primera vez que esos estúpidos trataron de extorsionar a quien no quiso contribuir. El grado adquirió más encanto con el tiempo.

—No lo sabía. —De pronto Cordelia lo miró con desconfianza—. No se estará burlando de mí, ¿verdad señor?

Él extendió las manos a modo de negación.

Cuídate de hacer conjeturas
, se dijo Cordelia divertida.

Llegaron a la gran entrada de la Residencia Imperial. Esa noche el ambiente era muy distinto al que Cordelia viera en sus visitas anteriores, cuando Ezar agonizaba o cuando se realizaron las ceremonias fúnebres. Unas luces de colores hacían resaltar los detalles en los muros de piedra. Los jardines y las fuentes brillaban. Había gente bien vestida por los jardines, en los salones formales del ala norte y en las terrazas. Había muchos más guardias uniformados que de costumbre, y el vehículo fue sometido a un riguroso registro. Cordelia tuvo la sensación de que esta fiesta sería mucho menos animada que las que habían visto en las calles.

El coche de Aral se detuvo detrás del de ellos en un pórtico, y al fin Cordelia pudo volver a coger el brazo de su esposo. Él la miró con una sonrisa de orgullo, y en un momento relativamente íntimo posó los labios sobre su nuca mientras aspiraba las flores que le perfumaban el cabello. Ella le apretó la mano en secreto a modo de respuesta. Juntos cruzaron el umbral y avanzaron por un pasillo. Un mayordomo con la librea de la casa Vorbarra los anunció en voz alta, y por un momento a Cordelia le pareció que miles de ojos barrayareses de la clase Vor se clavaban en ellos. En realidad sólo había unas doscientas personas en el salón. La experiencia no fue tan horrible después de todo; peor hubiese sido que le apuntaran a la cabeza con un disruptor nervioso con la carga completa. La gente los rodeó intercambiando saludos de cortesía.

¿Por qué estas personas no usan apodos?
, pensó Cordelia desalentada. Como de costumbre, con excepción de ella todos los demás parecían conocerse. Se imaginó a sí misma iniciando una conversación: «Eh, usted, Vor-lo que sea…» Se aferró al brazo de Aral con más firmeza, tratando de parecer misteriosa y exótica, en lugar de cohibida y desorientada.

En otro salón se realizaba la pequeña ceremonia con las bolsas de oro; los condes o sus representantes formaban una fila para cumplir con su obligación, pronunciando unas pocas palabras formales. A pesar de la hora, el emperador Gregor se hallaba sentado en una banqueta alta con su madre. Parecía pequeño y atrapado, y realizaba valientes esfuerzos para contener los bostezos. Cordelia se preguntó si las bolsas con monedas llegarían a sus manos alguna vez, o si simplemente volverían a circular para ser ofrecidas nuevamente al año siguiente. Menuda fiesta de cumpleaños. No había ningún otro niño a la vista. Pero los condes desfilaban bastante rápido, por lo que era probable que el pequeño pudiese escapar pronto.

Un oficial de uniforme rojo y azul se hincó frente a Gregor y a Kareen, presentando su bolsa de seda roja oscura y dorada. Cordelia reconoció al conde Vidal Vordarian, el hombre a quien Aral describiera amablemente como «líder del segundo partido más conservador». Eso significaba que sus ideas políticas eran muy similares a las del conde Piotr, pero el tono de su esposo le había hecho sospechar que más bien era un «fanático del Aislamiento». No tenía aspecto de fanático Sin la ira de aquella noche su rostro resultaba mucho mas agradable; el hombre se volvió hacia la princesa Kareen y dijo algo, ante lo cual ella alzó el mentón y se echó a reír. Con cierta familiaridad, Vordarian posó una mano sobre su rodilla, y ella la cubrió con la propia por unos instantes. Entonces él se levantó y se despidió con una reverencia, para dejar paso al siguiente hombre. La sonrisa de Kareen se desvaneció en cuanto Vordarian le hubo vuelto la espalda.

La mirada triste de Gregor se posó sobre Aral, Cordelia y Droushnakovi; el niño se volvió para hablar con su madre. Kareen llamó a un guardia y momentos después un jefe de guardia se acercó a ellos, pidiendo permiso para llevarse a Drou. Ocupó su lugar un joven discreto que los seguía a cierta distancia, sin perderlos de vista pero sin escuchar sus conversaciones.

Muy pronto Cordelia y Aral se reunieron con lord y lady Vorpatril, dos personas con quienes Cordelia se atrevía a hablar sin tantos remilgos político-sociales. El capitán Vorpatril lucía un uniforme de desfile rojo y azul, con el cual se veía muy apuesto. La señora Vorpatril estaba resplandeciente con un vestido color cornalina, con rosas entrelazadas en su cascada de cabellos negros, maravillosos contra su tez blanca y aterciopelada. Eran una arquetípica pareja Vor, sofisticada y serena, pensó Cordelia, aunque el efecto se malogró un poco cuando comenzó a notarse que el capitán Vorpatril estaba ebrio.

De todos modos, era un borracho alegre cuya personalidad sólo se exageraba un poco, sin llegar a transformarse en algo desagradable.

Vorkosigan, acuciado por algunos hombres en cuyos ojos se leía un propósito, dejó a Cordelia con la señora Vorpatril. Las dos mujeres se sirvieron unos canapés de las elegantes bandejas servidas por criados humanos, y compararon sus informes obstétricos. Lord Vorpatril se disculpó rápidamente para ir tras de una bandeja con copas de vino. Alys planeó los colores y el corte del siguiente vestido de Cordelia.

—Blanco y negro, para la Feria de Invierno —afirmó con autoridad.

Cordelia asintió levemente con un gesto, preguntándose si en algún momento se sentarían a comer en serio o si seguirían picoteando de las bandejas.

Alys la condujo hasta el servicio de señoras, lugar muy concurrido por ambas en esas épocas del embarazo, y al regresar la presentó ante varias mujeres de su refinado círculo social. Entonces Alys se embarcó en una animada discusión con una vieja amiga acerca de la inminente fiesta que la mujer organizaría para su hija, y Cordelia se fue haciendo a un lado.

Al fin retrocedió y logró apartarse (trató de no pensar «de la manada») para disfrutar unos momentos de silenciosa contemplación. Qué mezcla tan extraña era Barrayar, en un momento hogareño y familiar, y al siguiente ajeno y aterrador; el espectáculo no estaba nada mal, aunque… ¡Ah! Eso era lo que faltaba, comprendió finalmente. En Colonia Beta una ceremonia de semejante magnitud hubiese tenido una cobertura completa por holovídeo, para que todo el planeta participara de ella en vivo y en directo. Cada movimiento hubiese sido una danza de meticulosa coreografía alrededor de las cámaras y los comentarios del locutor, casi hasta el punto de aniquilar el acontecimiento que se estaba grabando.

Allí no había un solo holovídeo a la vista. Las únicas grabaciones eran las que realizaba Seguridad Imperial, quienes tenían sus propias razones al margen de cualquier coreografía.

Las personas de ese salón sólo bailaban para sí mismas, y su rutilante espectáculo sería barrido para siempre por el paso del tiempo; al día siguiente la celebración sólo existiría en los recuerdos.

—¿Señora Vorkosigan?

Cordelia se sobresaltó al oír la voz amable a su lado. Al volverse se encontró con el conde comodoro Vordarian. El uniforme rojo y azul denotaba que se encontraba en servicio activo en la jefatura imperial… ¿en qué departamento? Ah sí, en Operaciones, le había dicho Aral. El conde le besó la mano y le sonrió con expresión cordial.

—Conde Vordarian —respondió ella, también sonriendo. Ya se habían cruzado las veces suficientes como para dejar de lado las presentaciones, decidió Cordelia. Y por más que ella lo desease, este asunto de la regencia no iba a desaparecer. Ya era hora de que comenzase a establecer algunas relaciones propias para no necesitar la guía de Aral a cada paso.

—¿Está disfrutando de la fiesta? —le preguntó él.

—Oh, sí. —Trató de pensar algo más que decir—. Es extremadamente hermosa.

—Tanto como usted, señora. —Vordarian alzó la copa en un brindis y bebió un sorbo.

El corazón de Cordelia dio un vuelco, pero ella identificó el motivo de inmediato. El último oficial barrayarés que brindara por ella había sido el difunto almirante Vorrutyer, aunque en circunstancias sociales bastante diferentes.

Casualmente, Vordarian había repetido su gesto con exactitud. Éste no era momento para recuerdos angustiosos.

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