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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

Barrayar (9 page)

BOOK: Barrayar
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—¡Buena jugada! —exclamó Cordelia, extasiada. Drou parecía tan sorprendida como los demás—. ¡Acaba con él, Drou!

El teniente Koudelka frunció el ceño.

—No fue un movimiento justo, señora. —Un hombre del conde le devolvió la funda, y Koudelka envainó la espada—. La culpa fue mía, por distraerlo.

—No dijo lo mismo hace un rato —objetó ella.

—Déjalo, Cordelia —le dijo Vorkosigan con suavidad.

—¡Pero le está robando un punto! —replicó ella en un susurro furioso—. ¡Y qué punto! Hasta el momento Bothari ha sido el mejor de todas las vueltas.

—Sí. Koudelka necesitó seis meses de práctica en el
General Vorkraft
para lograr derribarlo.

—Oh. Hum. —Guardó silencio por un instante—. ¿Celos?

—¿No lo has notado? Ella posee todo lo que él ha perdido.

—He visto que a veces la trata con bastante brusquedad. Es una pena. Evidentemente ella está…

Vorkosigan alzó una mano.

—Hablaremos de ello luego. Aquí no.

Cordelia se interrumpió y asintió con un gesto.

—Tienes razón.

El combate continuaba. El sargento Bothari derribó a Droushnakovi dos veces seguidas, y al fin se libró de su oponente final sin demasiado esfuerzo.

Después de que todos los luchadores conferenciaran al otro lado del jardín, Koudelka cojeó hasta ellos en calidad de emisario.

—Señor. Nos preguntábamos si querría efectuar un combate con el sargento Bothari a modo de demostración. Ninguno de los muchachos lo ha visto nunca.

Vorkosigan descartó la idea sin mucha convicción.

—No estoy en forma, teniente. Y además, ¿cómo lo averiguaron? ¿Han estado contando historias?

Koudelka sonrió.

—Algunas. Creo que así comprenderían lo que puede llegar a ser realmente este juego.

—Me temo que sería un mal ejemplo.

—Yo nunca lo he visto —murmuró Cordelia—. ¿De verdad es tan buen espectáculo?

—No lo sé. ¿Te he ofendido últimamente? ¿Ver cómo Bothari me pulveriza sería una catarsis para ti?

—Lo sería para ti —dijo Cordelia, fomentando su evidente deseo de que lo persuadieran—. Me parece que en los últimos tiempos has dejado de lado algunas cosas que te gustaban mucho.

—Sí…

Con unos aplausos, él se levantó y se quitó la chaqueta del uniforme, los zapatos y los anillos. Luego vació el contenido de sus bolsillos y subió al cuadrilátero para realizar algunos ejercicios de calentamiento.

—Será mejor que actúe como arbitro, Kou —lo llamó—. Sólo para evitar que alguien se alarme innecesariamente.

—Sí, señor. —Koudelka se volvió hacia Cordelia antes de regresar a la arena—. Eh… recuerde que en cuatro años de práctica, nunca se mataron, señora.

—¿Por qué será que en lugar de tranquilizarme me ha alarmado? De todos modos, Bothari ha peleado en seis combates esta mañana. Tal vez esté cansado.

Los dos hombres se enfrentaron en la lona y se inclinaron con formalidad. Koudelka se apartó rápidamente del medio. El bullicioso rumor de la audiencia desapareció y todos los ojos se fijaron en los contrincantes, quienes se estudiaban en un frío y concentrado silencio. Comenzaron a rodearse lentamente, y de pronto se trabaron en combate. Cordelia no alcanzó a ver qué ocurría, pero cuando se separaron, Vorkosigan tenía una herida en la boca y Bothari estaba doblado sobre el vientre.

En el siguiente encuentro, Bothari propinó a Vorkosigan un puntapié en la espalda que lo lanzó por completo fuera del cuadrilátero. A pesar de tener la respiración entrecortada, el almirante rodó y corrió de regreso a la lona. Los hombres responsables de guardar la vida del regente comenzaron a mirarse entre ellos, preocupados. Cuando volvieron a trabarse cuerpo a cuerpo, Vorkosigan sufrió una violenta caída y Bothari se lanzó sobre él para apretarle el cuello. A Cordelia le pareció ver cómo se curvaban sus costillas bajo el peso de la rodilla que lo inmovilizaba. Un par de guardias se dispusieron a avanzar, pero Koudelka les hizo una seña y Vorkosigan, con el rostro enrojecido, golpeó el suelo en señal de rendición.

—Primer punto para el sargento Bothari —exclamó Koudelka—. ¿Dos puntos de tres, señor?

El sargento Bothari se levantó con una leve sonrisa, y Vorkosigan permaneció sentado en la colchoneta un momento, recuperando el aliento.

—De todos modos me queda uno. Debo obtener el desquite. Estoy en baja forma.

—Se lo dije —murmuró Bothari.

Volvieron a rodearse. Chocaron, se separaron, chocaron otra vez y de pronto Bothari se encontró efectuando una voltereta espectacular, mientras Vorkosigan rodaba por debajo de él para cogerle el brazo en una palanca que estuvo a punto de dislocarle el hombro al caer. Bothari luchó unos momentos para librarse de la llave, pero al fin se rindió. Esta vez fue él quien permaneció un minuto en la colchoneta antes de levantarse.

—Es sorprendente —dijo Droushnakovi con los ojos ávidos—. Sobre todo considerando que es mucho menos corpulento.

—Pequeño pero matón —respondió Cordelia, fascinada—. No lo olvides.

El tercer enfrentamiento fue breve. Unos momentos de lucha cuerpo a cuerpo, unos golpes y una caída conjunta se resolvieron de pronto en una llave de brazo, ejecutada por Bothari. Vorkosigan cometió la imprudencia de querer soltarse, y Bothari, con rostro inexpresivo, le dislocó el codo con un crujido que oyó todo el público. Vorkosigan aulló y se rindió. Koudelka volvió a detener a los guardias.

—Colóquelo en su lugar, sargento —gimió Vorkosigan sentado en el suelo, y apoyando el pie contra su ex capitán Bothari le dio un fuerte tirón del brazo—. No debo volver a repetir eso —dijo Vorkosigan, dolorido.

—Al menos esta vez no se lo ha roto —observó Koudelka, tratando de animarlo, y lo ayudó a levantarse asistido por Bothari. Vorkosigan regresó cojeando al sillón y, con gran cautela, se sentó a los pies de Cordelia. Bothari también se movía con dificultad.

—Así solíamos practicar este deporte… a bordo del
General Vorkraft
—dijo Vorkosigan con la respiración todavía agitada.

—Cuánto esfuerzo —observó Cordelia—. ¿Y cuántas veces os habéis enfrentado a una verdadera situación de combate cuerpo a cuerpo?

—Muy pocas. Pero cuando se presentó la ocasión, ganamos.

El grupo se dispersó murmurando comentarios acerca de lo ocurrido. Cordelia acompañó a Aral para ayudar en las curas de su codo y su boca. Luego le hizo preparar un baño caliente y mientras le frotaba la espalda, continuó con el problema personal que le había estado preocupando.

—¿Te parece que podrías decirle algo a Koudelka acerca de cómo trata a Drou? Parece transformarse en otra persona. Ella hace todo lo posible por resultarle agradable, y él ni siquiera la trata con la misma amabilidad que dispensa a cualquiera de sus hombres. Drou es prácticamente una camarada oficial, y creo que está locamente enamorada de él. ¿Por qué no lo nota?

—¿Qué te hace pensar que no? —preguntó Aral lentamente.

—Su comportamiento, por supuesto. Es una pena. Harían muy buena pareja. ¿No la consideras atractiva?

—Encantadora. Pero claro, como todos saben —añadió volviéndose hacia ella con una sonrisa—, a mí me gustan las amazonas altas. No a todos los hombres les ocurre lo mismo. Pero si lo que detecto en tus ojos es un brillo casamentero… ¿no te parece que serán las hormonas maternales?

—¿Quieres que te disloque el otro codo?

—No, gracias. Había olvidado lo doloroso que podía ser un ejercicio de entrenamiento con Bothari. Ah, eso está mejor. Un poco más abajo…

—Bien, mañana tendrás unos bonitos cardenales ahí abajo.

—Ya lo sé. Pero antes de que te entusiasmes demasiado con la vida amorosa de Drou, ¿has pensado con detenimiento en las lesiones de Koudelka?

—Oh. —Cordelia guardó silencio—. Había supuesto que… que sus funciones sexuales habían sido tan bien reparadas como el resto de su cuerpo.

—O tan mal. Es una zona muy delicada para la cirugía.

Cordelia frunció los labios.

—¿Lo sabes con certeza?

—No. Lo que sí sé es que nunca tocamos el tema en nuestras conversaciones. Jamás.

—Hum. Quisiera saber cómo interpretar eso. Suena a un mal presagio. ¿Crees que podrías preguntárselo?

—¡Por Dios Cordelia, por supuesto que no! Vaya una pregunta para formularle. En particular si la respuesta es «no». Recuerda que tengo que trabajar con él.

—Bueno, deberé ocuparme de Drou. No me servirá de nada si languidece y muere con el corazón destrozado. El la ha hecho llorar más de una vez. Ella se retira donde cree que nadie podrá verla.

—¿Ah, sí? Me resulta difícil imaginarlo.

—Considerándolo todo, no esperarás que le diga que él no merece la pena. ¿Pero realmente siente aversión por ella? ¿O es sólo defensa propia?

—Buena pregunta… En cuanto a su opinión, el otro día el chófer hizo una broma acerca de ella, nada demasiado ofensivo, y Kou se mostró disgustado con él. No creo que le tenga aversión. Pero sí creo que la envidia.

Cordelia abandonó el tema con esa frase ambigua. Deseaba ayudar a la pareja, pero no podía ofrecer ninguna respuesta al dilema. Era capaz de imaginar soluciones creativas para los problemas prácticos que podrían crearse con las lesiones del teniente, pero ofrecerlas sería una violación al pudor y la reserva de los afectados. Sospechaba que lo único que lograría sería escandalizarlos. Las terapias sexuales parecían ser algo desconocido allí.

Como verdadera betanesa, siempre había considerado que un doble modelo de conducta sexual debía ser un imposible. Ahora que tenía cierto contacto con la alta sociedad de Barrayar por las obligaciones de Aral, y al fin comenzaba a comprender cómo funcionaba. Todo parecía reducirse a cercenar el libre flujo de la información ante ciertas personas, seleccionada y aceptada por algún código tácito para todos los presentes con excepción de ella. No se podía mencionar el sexo frente a mujeres solteras o niños. Al parecer los varones jóvenes estaban exentos de todas las reglas cuando hablaban entre ellos, pero no cuando se encontraba presente una mujer de cualquier edad. Las normas cambiaban de un modo sorprendente con las variaciones en el nivel social de los interlocutores. Y las mujeres casadas, cuando los hombres no estaban presentes, solían sufrir las transformaciones más asombrosas. Había temas sobre los cuales se podía bromear, pero no discutir seriamente. Algunas cuestiones no podían ser mencionadas jamás. Ella había malogrado más de un conversación con una frase que le parecía banal, y Aral había tenido que llevarla aparte para darle una rápida explicación.

Cordelia trató de confeccionar una lista con las reglas que creía haber deducido, pero las encontró tan ilógicas y conflictivas, sobre todo en el terreno de lo que ciertas personas debían fingir ignorar ante ciertas otras personas, que al final renunció. Una noche le enseñó su lista a Aral, quien estaba leyendo en la cama, y éste se desternilló de risa.

—¿Es así como nos ves? Me gusta tu Regla Siete. Trataré de no olvidarla… lamento no haberla conocido cuando era joven. Hubiera podido evitar todos esos atroces vídeos que nos pasaban en el Servicio.

—Si continúas riendo de ese modo, te sangrará la nariz —advirtió ella con dureza—. Estas reglas son vuestras, no mías. Sois vosotros quienes os regís por ellas. Yo sólo trato de deducirlas.

—Mi dulce científica. Bueno, sin duda llamas a cada cosa por su nombre. Nunca intentamos… ¿te agradaría violar la Regla Once conmigo, querida capitana?

—Déjame ver cuál… ¡oh sí! Claro. ¿Ahora? Y de paso, liquidemos la Trece. Mis hormonas se han elevado. Recuerdo que la co-progenitora de mi hermano me había hablado de este efecto, pero en ese momento no le creí. Dijo que uno lo compensa luego, en el posparto.

—¿La Trece? Nunca imaginé que…

—Eso es porque al ser de Barrayar, te dedicas demasiado a seguir la Regla Dos.

La antropología quedó relegada durante un rato. Pero ella descubrió que podía elogiarlo cuando, más tarde, escogió el momento apropiado para murmurarle:

—Regla Nueve, señor.

La estación estaba cambiando. Esa mañana había habido una insinuación del invierno en el aire, una escarcha que había marchitado algunas plantas en el jardín trasero del Piotr. Cordelia estaba fascinada ante la idea de pasar su primer invierno de verdad. Vorkosigan le había prometido nieve y aguas heladas, algo que sólo había experimentado en dos misiones de Estudios Astronómicos.
Y antes de la primavera, daré a luz un hijo
.

Pero la tarde se había vuelto a entibiar con el sol otoñal. En la Residencia Vorkosigan la azotea del ala principal irradiaba calor cuando Cordelia la atravesó, aunque el aire estaba frío en sus mejillas mientras el sol descendía sobre el horizonte de la ciudad.

—Buenas tardes, muchachos. —Cordelia saludó a los dos guardias apostados en la azotea.

Ellos le respondieron con un movimiento de cabeza, y el de mayor rango se tocó la cabeza en una venia vacilante.

—Señora.

Cordelia se había acostumbrado a contemplar el ocaso desde allí. Desde ese mirador ubicado en el cuarto piso, la vista de la ciudad era excelente. Se alcanzaba a divisar el río que la dividía, detrás de los árboles y edificios. Aunque la excavación de un gran hoyo a pocas calles de allí indicaba que una nueva construcción pronto le ocultaría la vista del río. La torre más alta del castillo Vorhartung, donde asistiera a todas aquellas ceremonias en la cámara del Concejo de Condes, se asomaba desde un barranco frente al agua.

Detrás del castillo Vorhartung se encontraban los barrios más antiguos de la capital. Ella aún no había recorrido la zona con sus calles demasiado estrechas para vehículos, pero había volado sobre los barrios bajos, extraños y oscuros en el corazón de la ciudad. Los sectores más nuevos que brillaban en el horizonte eran similares a lo que solía verse en el resto de la galaxia, diseñados en torno a los modernos sistemas de transporte.

Nada de ello se parecía a Colonia Beta. Vorbarr Sultana se extendía sobre la superficie o se elevaba hacia el cielo, en un extraño cuadro bidimensional. Las ciudades de Colonia Beta se sumergían en pozos y túneles a diversas profundidades, y resultaban tan acogedoras como seguras. Allí no se prestaba tanta atención a la arquitectura como al diseño de interiores. Resultaba sorprendente lo que la gente era capaz de inventar para variar las moradas que tenían fachadas.

Los guardias suspiraron cuando ella se inclinó sobre la baranda de piedra. En realidad, no les gustaba que se acercase a menos de tres metros del borde, aunque todo el lugar no tenía más de seis metros de ancho. Pero desde allí pronto podría divisar el vehículo terrestre de Vorkosigan acercándose por la calle. Los atardeceres eran muy bonitos, pero sus ojos descendieron.

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