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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I (28 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I
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Lo que decía aquel ente era como un eco horrible de las ideas que últimamente habían infestado los sueños más negros de Keridil, y éste se aterrorizó al descubrir que el insidioso argumento le había casi convencido. Y entonces recordó quien, con aparente inocencia, había despertado las primeras dudas y temores en su mente…

Luchando contra la incertidumbre, replicó:

—¿No hay una razón legítima, demonio? ¿Y qué me dices de las dificultades que afligen ahora a nuestra tierra? Los Warps, los bandidos, los…

—¡Oh, sí! Los Warps. Desde que usurpasteis la fortaleza a nuestros antiguos servidores, jamás habéis comprendido su naturaleza, ¿verdad? Los Warps, amigo mío, son una manifestación de los procedimientos nuestros que os jactáis de conocer tan bien como lo es el Castillo donde vivís y, en particular, este Salón en que ahora nos hallamos. —Los labios finos y perfectos se torcieron ligeramente—. Nos enorgullecemos de no haber sido totalmente olvidados en este mundo.

Súbitamente, este concepto causó una terrible impresión a Keridil, al recordar los esfuerzos de generaciones en el Círculo de Adeptos para desentrañar los misterios que los Ancianos habían dejado tras ellos al ser finalmente enviados al infierno que Yandros y los suyos habían creado para sus seguidores. Ya no dudaba de que aquel ente de cabellos rubios fuese lo que afirmaba ser, pero la idea de que un Señor del Caos pudiese manifestarse en un mundo regido enteramente por el Orden le horrorizaba. Iba contra todas las doctrinas y creencias que le habían inculcado desde su infancia, según las cuales el Caos había sido expulsado y nunca volvería. Pero las anomalías de los Warps y el propio Castillo habían derrotado a las mentes más grandes del Círculo a lo largo de toda su historia… Sí, Yandros tenía razón.

—En consecuencia, Keridil Toln —siguió diciendo amablemente Yandros—, ¿no estás de acuerdo en que el Caos tiene que ocupar un sitio en vuestro mundo, y en que, sin el Caos, no puede haber un verdadero Orden?

El argumento de aquel ser era peligrosamente seductor, y Keridil sintió que su voluntad se estaba debilitando. Seguramente, una vocecilla interior le estaba diciendo que, para las fuerzas del Orden, sería mejor tener un verdadero adversario contra el que luchar que limitarse simplemente a los torneos ceremoniales…

Bruscamente, rompió el hilo de sus pensamientos y sintió un escalofrío al darse cuenta de lo cerca que había estado de caer bajo el hechizo mortal de Yandros. Pensar que podía discutir contra un Señor del Caos… Keridil sofocó el estremecimiento que le había producido esta idea y comprendió que sólo podía hacer una cosa. Yandros era demasiado peligroso; tenía que ser sujetado y expulsado, antes de que su influencia lo dominase todo irreversiblemente.

Se obligó a apartar la mirada de aquel ser de rubios cabellos, aunque ello le exigió un tremendo esfuerzo de voluntad. Después sacó la espada ritual de su adornada vaina y la levantó delante de su cara. Estaba sudando copiosamente y una fuerza oculta, subterránea, parecía tratar de contenerle; pero habló a pesar de todo.


Aeoris, Señor de la Luz, Guardián de las Almas y Dueño del Destino…

Oyó que alguien (pensó que debía ser Tarod) suspiraba profundamente, pero hizo acopio de todas sus fuerzas y prosiguió:


Tú que tomaste forma mortal en la Isla Blanca, escucha a tu siervo en esta hora de aflicción… Escucha a tu siervo y portavoz, Aeoris, tú que atas y sujetas las fuerzas de la negra corrupción…

—Keridil, por tu vida, ¡no lo hagas!

Keridil se interrumpió antes de terminar la frase, saliendo del medio estado de trance en que había caído. Sintiéndose, de pronto, terriblemente mareado, miró a Tarod, que había roto la invocación ceremonial.

—¿Qué…?

Pero Keridil no pudo formular su pregunta.

Tarod estaba temblando. Había reconocido instantáneamente las primeras frases del rito más poderoso del Círculo, que solamente podía ser empleado por el Sumo Iniciado en persona en caso de extrema necesidad. La Séptima Exhortación de Destierro era un texto sagrado que sólo podía emplearse para combatir a una entidad astral que no respondiese a métodos más suaves… y más seguros. Era una de las medidas más extremas conocidas por los altos Adeptos; pero Tarod sabía el efecto que podía producir en Yandros.

—Keridil —repitió, en tono apremiante—, no lo utilices, ¡no te atrevas a desafiarle!

Keridil miró a Tarod, con una mezcla de desconfianza y de incertidumbre en su expresión, mientras Yandros les observaba a los dos, al parecer divertido.

—¡Maldito seas, Tarod! ¿Qué te propones? —silbó Keridil—. ¡Esta es la única manera!

—¡Esto no es nada! ¿No te das cuenta, Keridil, de que los ritos del Círculo no significan nada para Yandros? El no es un demonio astral…, ¡es el
Caos
! Y si quiere, ¡puede destruirte así !

Chascó los dedos delante de la cara del Sumo Iniciado.

Keridil no podía dejar de reconocer que esto era verdad; pero no tenía otra alternativa, y se irritó contra Tarod.

—Entonces, ¿qué quieres que haga? —preguntó—. ¿Que le dé la bienvenida? ¿Que me aparte a un lado y le deje actuar libremente? ¿O crees que tú tienes poder para poner fin a esta pesadilla?

Tarod miró reflexivamente a Yandros y sintió que el anillo de plata latía sobre su dedo. Se pasó la lengua por los labios, que se habían secado de pronto.

—Sí, tengo poder para ello…

La expresión de Yandros se ensombreció.

—No te atreverás…, ¡estás ligado por nuestro pacto! Y si intentas…

—No, Yandros, no me destruirás… No puedes destruirme ahora.

El momentáneo destello de incertidumbre en los ojos de aquel ser había confirmado lo que sospechaba Tarod. Con el reconocimiento de su verdadera naturaleza, y de la naturaleza del anillo que llevaba, el antiguo poder que había estado adormecido dentro de él había resurgido en toda su plenitud, con una fuerza mucho mayor de lo que él mismo habría podido imaginar. El poder que había tenido hacía años y que le había hecho matar primero a Coran y después al jefe de los bandidos era un juego de niños comparado con el que sentía en este momento en su interior. Ni el poder de Yandros, ni siquiera el del propio Caos, podían destruirle ahora. Y aunque podía odiar la naturaleza de esta fuerza, la emplearía en caso necesario…

También Keridil había visto las implicaciones de la respuesta de Tarod a su pregunta y sabía que esto les había llevado a los dos al borde de la prueba definitiva y más crucial. Era tanto lo que estaba en juego que tenía que descubrir en parte de quién estaba la verdadera lealtad de Tarod.

—Tarod —le apremió, temblándole la voz—, si tienes este poder, debes emplearlo ahora. No puedes servir a dos señores. ¿Eres fiel al Orden, o al Caos?

Tarod tenía una mirada atormentada.

—¡Yo sirvo al Orden! —respondió, con áspera vehemencia.

—Entonces te ordeno, como Sumo Iniciado, ¡que expulses a Yandros de este mundo!

Los antiguos lazos tiraban de él: obedecer a Keridil sería traicionar a una parte de sí mismo…, pero en todos los años pasados en el Castillo, había aprendido a odiar y despreciar al Caos y todo lo que éste representaba. Permitir que aquellas afinidades le dominasen ahora sería una traición mucho más grande; una traición a la tierra y al pueblo que consideraba suyos.

Yandros adivinó las intenciones de Tarod antes de que éste se volviese a mirar al ser de cabellos de oro, y torció el gesto.

—¡No seas imbécil! Estás atado por…

Tarod sintió aumentar aquella atracción; imágenes frenéticas y bellas pasaron por su mente. Hizo acopio de fuerzas para luchar contra ellas y declaró:

—¡No estoy atado por nada! Te rechazo, Yandros… ¡Ahora pertenezco al Círculo!

—Entonces te traicionas a ti mismo en aras de una ilusión. Tarod, hermano…

Antes de que pudiese seguir hablando, Tarod levantó la mano izquierda. La piedra de su anillo centelleó, cobrando vida, y él sintió urgir la fuerza en su interior, anegándole, mientras la joya reflejaba el aura del Señor del Caos, volviéndola contra sí misma.


¡Vete!
—ordenó Tarod, con voz tonante—. Vuelve al lugar del que has venido, Yandros del Caos. ¡Te rechazo y te destierro!
¡Aroint!

Yandros trató de hablar, pero ningún sonido brotó de sus labios. Su forma se torció, se alabeó; por un instante, la cara de Tarod se superpuso a la suya, y entonces, con un ruido como de cristales rotos, la refulgente figura pareció fundirse en una columna de fuego blanco, y se desvaneció.

Tarod permaneció rígido, respirando fatigosamente y teniendo que ejercer todo su dominio sobre sí mismo para impedir que le flaqueasen las piernas cuando la ola de poder se extinguió. El Salón de Mármol estaba ahora silencioso como una tumba, y Tarod sintió a Keridil y a Themila a su lado. No sabía lo que habían visto, ni lo que habían sentido al ser expulsado Yandros pero sentía su miedo como una presencia tangible. Y, de pronto, supo que tenía que apartarse de ellos. No podía enfrentarse con su confusión y su incertidumbre, tenía un miedo horrible a que le condenasen.

Se volvió y se encaminó a la puerta con tanta rapidez que, cuando los otros se dieron cuenta, casi se había perdido entre la niebla movediza del Salón.

—¡Tarod! —le llamó Themila, y su voz resonó en el silencio—. ¡Espera!

—No… —Keridil la detuvo, para que no corriese tras Tarod—. Deja que se vaya, Themila. Creo que es mejor así… Todos necesitamos recobrar nuestros sentidos.

La condujo a paso lento hasta la puerta de plata; salieron al pasillo y Keridil cerró a su espalda. Ninguno de los dos habló mientras volvían a la biblioteca y subían la escalera del sótano, y cuando al fin salieron a la noche, el cielo estaba tranquilo y sereno. El Warp que había amenazado desde el norte cuando ellos empezaron su trabajo había desaparecido.

Themila escudriñó rápidamente el patio, por si había alguna señal de Tarod, pero nada se movió y no había luz en ninguna de las ventanas del Castillo.

—Si no estás demasiado cansada puedo ofrecerte un vaso de vino en mis habitaciones —dijo Keridil—. El fuego estará todavía encendido; el anciano Gyneth no quiere apagarlo hasta que sabe que estoy durmiendo en mi cama.

Estaba tratando de mitigar la impresión que habían recibido, dando una apariencia de normalidad a su situación, y Themila le sonrió, agradecida.

—Gyneth es un buen hombre…, tu padre le tenía en alta estima. Sí, te acompañaré. Gracias. —Miró la cara tensa del Sumo Iniciado—. Y creo que nos conviene hablar de esto antes de que nos retiremos a descansar.

De nuevo en las habitaciones de Keridil, se acomodaron delante del fuego mientras Gyneth, que había estado esperando como una sombra fiel el regreso de su señor, les servía vino caliente y bizcochos, y aguardaba, solícito, hasta que Keridil le ordenó que se fuese a la cama. Themila sorbió el vino, agradeciendo el calor que le daba, y después dijo:

—Bueno, Keridil, ¿qué vamos a hacer ahora?

El la miró con ojos llenos de incertidumbre. Le intimidaba obligar a su mente a repasar los sucesos de la noche, que estaban tomando ya el aspecto de una pesadilla medio olvidada.

—Contéstame primero a esto —dijo. ¿ Crees que Yandros… era lo que decía ser?

—Sí. No lo he dudado un solo instante —dijo ella, estremeciéndose.

—¿Y… Tarod?

Themila no respondió, y Keridil suspiró. Su silencio era significativo: ella sabía la verdad lo mismo que él. Sí, Tarod había proclamado su lealtad al Círculo, y no había vacilado cuando Keridil le había pedido que demostrase su fidelidad. Pero no había negado en absoluto el parentesco que Yandros había dicho que les unía. Y el hecho de que él, y sólo él, tuviese poder para expulsar a aquel ser, era seguramente prueba de ello.

Un hombre, un mortal según todas las apariencias, pero que llevaba su alma en la piedra de un anillo…, el alma de un Señor del Caos…, ¡era absurdo! Pero Tarod no lo había negado… Y sabía, y había ocultado este conocimiento, que Yandros era responsable directo de la muerte del padre de Keridil. Le había quitado la vida a cambio de salvar la de Tarod… Ni siquiera la probada lealtad de Themila podía perdonar esto.

Keridil comprendió que ya no podía enfrentarse él solo con las preguntas sin respuesta. Necesitaba el apoyo y el saber de sus semejantes para decidir lo que tenía que hacer en vista de las revelaciones de esta noche. Y además, no podía mantener el asunto en secreto. Si llegaba a saberse, y estaba seguro de que sería así, su propia posición sería muy precaria.

Dejó el bizcocho que tenía en la mano, incapaz de comerlo.

—Tendré que convocar un pleno del Consejo —dijo.

—¡Oh, Keridil…! ¿Crees que es necesario?

—Comprendo, Themila, los motivos que te impulsan a defender a Tarod, ¡pero hay que hacerlo! No puedo ocultar esto… y no puedo llevar todo el peso sobre mis hombros. Esta noche, un Señor del Caos ha aparecido entre nosotros, ¡y Tarod le ha llamado! Posiblemente es el suceso más siniestro con que nos hemos enfrentado en muchas generaciones, ¿y me preguntas si es necesario reunir al Consejo?

Ella apoyó una mano en su brazo.

—Lo siento, Keridil. Lo dije sin pensar. Pero tienes razón; hay que hacerlo. Aunque sólo los dioses saben lo que pensará Tarod de esto.

Fuesen cuales fueren las circunstancias, pensó Keridil con envidia, Themila ponía siempre en primer lugar el punto de vista de Tarod. Le había tomado bajo su protección desde el día en que llegó al Castillo, y nunca había dejado de preocuparse por él. De pronto, se sintió muy solo, además de un poco resentido, y estuvo a punto de recordarle a Themila que Tarod había sido, al menos indirectamente, responsable de la muerte de Jehrek. Pero dominó su impulso, consciente de que sería injusto, además de que no serviría de nada. En vez de ello, dijo:

—Desde luego, tendrá oportunidad de hablar. Pero si el peso de la opinión se inclina contra él…

—¿Qué quieres decir?

—Tarod tiene amigos, Themila, pero también tiene enemigos. Como Rhiman Han, con su mezquina envidia. —Keridil prescindió de la vocecilla interior que le acusaba de ser bastante hipócrita—. Y hay muchos viejos miembros del Consejo que consideran con superstición casi obsesiva todo lo que se refiere al Caos. Querrán tomar todas las precauciones posibles.

A Themila no le gustó el rumbo que tomaba la argumentación de Keridil y dijo:

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