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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I (27 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I
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Yandros sonrió y arqueó, divertido, las cejas perfectas.

—¿Como yo? Pero aquí está la cuestión, Sumo Iniciado. ¿Quién soy yo? Tú no me reconoces…, pero sí Tarod, ahora. —La expresión de afecto se pintó de nuevo en los ojos multicolores al mirar a Tarod, y añadió pausadamente—: Ha pasado mucho tiempo.

—¡Maldito seas! —dijo Tarod, volviéndose y cerrando los puños—. ¡Déjame en paz!

—¿En paz, hermano? Has tenido muy poca últimamente. Y tuviste poca antes de que yo te ofreciese la vida como parte de nuestro pacto.

Una mano se cerró sobre los dedos de Tarod, quien sintió que Themila se había acercado más a él.

—¿Y quién ha sido el artífice del tormento de Tarod? —preguntó ella—. De no haber sido por ti, ¡no habría sufrido en absoluto!

Yandros le hizo una pequeña reverencia.

—Has dado en el clavo, Señora, pero debo corregirte. De no haber sido por nosotros, Tarod habría muerto en la provincia de Wishet el día en que mató a su primo sin querer. —Sonrió—. Demasiado para el cuerpo y la mente de un niño, Tarod. Aquella vida temprana debió ser muy dura para ti.

Keridil aguzó la mirada.

—¿Tú? ¿Fuiste tú el instrumento de su llegada al Castillo?

—Fuimos nosotros. —Yandros se volvió de espaldas. Con naturalidad se acercó a la primera estatua sin rostro y apoyó una mano casi cariñosa sobre la piedra negra—. El parecido no es perfecto, pero fue aceptable para nosotros en su tiempo. Lástima que un esfuerzo tan abnegado fuese destruido por la ignorancia… ¿Recuerdas cuando estaban enteras, Tarod? ¿Recuerdas cómo dirigíamos a los artesanos, cómo inspirábamos sus sueños?

Se echó a reír y el sonido de su risa hizo que vacilase el valor de Keridil. Este miró desesperadamente a Tarod, en busca de ayuda. Preguntas indecibles y sospechas y temores vagos y odiosos se agitaban en su mente, atizados por las crípticas referencias de Yandros; pero Tarod rehuyó su mirada.

—Mira las estatuas, Sumo Iniciado —ordenó Yandros, y Keridil tuvo que obedecerle a pesar suyo—. ¿Qué ves?

Keridil tragó saliva.

—Nada, salvo unas figuras de granito con las caras destruidas.

—¿Sabes lo que representan?

—No…

—Entonces, mira de nuevo.

El ente extendió con gracia una mano, y tanto Keridil como Themila lanzaron una exclamación ahogada al ver que, por un momento fugaz, los colosos de piedra tomaban otro aspecto. En aquel instante volvieron a estar enteros, como lo habían estado siglos antes, y Keridil sintió un terrible vértigo al reconocer dos de aquellas orgullosas pero espantosamente maléficas caras talladas en piedra.

—Tarod… —Se volvió de nuevo, desesperadamente, a su viejo amigo—. Tarod, ¡tienes que ayudarme! Si sabes lo que esto significa, lo que esto presagia…

—Lo sabe, mortal —le interrumpió Yandros—. ¿Cuánto tiempo ha pasado, Tarod, desde que tú y yo hicimos nuestro pacto? ¿Cuánto tiempo hace que quité la vida al Sumo Iniciado en pago de la tuya?

Themila lanzó un breve grito involuntario de angustia, y Keridil se puso rígido.


¿Qué…?

Tarod había sabido que esto tenía que pasar. Yandros no desdeñaría la oportunidad, y sintió el frío de la desesperación en la boca del estómago. La cara de Keridil estaba gris a causa de la impresión, y cuando Tarod buscó comprensión en los ojos de su amigo, sólo encontró en ellos asco y una hostilidad que crecía lentamente. Se volvió furiosamente a Yandros.

—¡Aquello no fue un verdadero trato! Me engañaste, ¡me hiciste jurar antes de que yo supiera el precio que exigías!

—Sin embargo, el trato se cerró. —Yandros endureció su mirada—. Y tú sabes por qué. Ahora comprendes por qué hice lo que tenía que hacer… ¡a cualquier precio!

Lentamente, Keridil levantó una mano, señalando a Tarod como un acusador inseguro del delito. Todo su cuerpo se estremecía como en un ataque de epilepsia, y Tarod apenas reconoció su voz cuando por fin consiguió hablar.

—¿Me estás diciendo, maldito seas, que ese… que ese demonio mató a mi padre?

Cualquier intento de negar el hecho habría sido inútil, y Keridil se horrorizó al ver la calma con que Tarod levantaba la mirada y decía:

—Sí, Keridil; él mató a Jehrek Banamen Toln.

—Y tú… lo sabías…

—Lo sabía.


¡Dioses!
Y ahora estás ahí plantado y lo confiesas, como si me estuvieses diciendo la hora que es… En nombre de Aeoris, Tarod, si sabías lo que ese monstruo estaba haciendo, ¿por qué no trataste de impedirlo?

Keridil no podía creer en la enormidad de aquella traición; toda su confianza se había venido abajo y se encontró, de pronto, como despojado de todo.

Pero Tarod sólo dijo, pausadamente:

—Si conocieses la verdadera naturaleza de Yandros, no me harías esta pregunta.

—Entonces, ¡dime cuál es su verdadera naturaleza! —El Sumo Iniciado agarró a Tarod de los hombros y le sacudió tan violentamente que, por un instante, la sorpresa le impidió reaccionar—. En nombre de todo lo sagrado,
¡dímelo!

Tarod se desprendió con un vivo e irritado movimiento, y ambos quedaron cara a cara, como dos adversarios. Tarod sabía que la respuesta a Keridil conduciría inevitablemente a la revelación última y más espantosa pero no podía rehuirla. Si no hablaba, lo haría Yandros.

Dominando su voz con gran esfuerzo, dijo:

—Es Caos.

—Caos… —Keridil hizo la señal de Aeoris; fue un movimiento reflejo que no pudo evitar—. No…, ¡esto es insensato! Caos murió, sus gobernantes fueron destruidos; nuestras leyendas…

Se echó atrás.

—Fueron desterrados —le corrigió Yandros, con una malévola sonrisa—. No destruidos. No se puede destruir lo que es fundamental en el Universo, Keridil Toln; solamente se puede apartar del campo de conflicto durante un tiempo. Pero llegará inevitablemente el momento en que vuelva de nuevo y desafíe el poder de los que fueron responsables de su exilio. —Una expresión divertida iluminó los ojos multicolores—. Podríamos decir que el círculo se cierra. Hemos estado esperando; ahora volvemos a ser fuertes. Y tu buen amigo Tarod va a representar un papel en nuestro renacimiento.


¡No!
—Antes de que Keridil pudiese reaccionar, Tarod había dado un paso adelante para enfrentarse con el ser de cabellos de oro—. ¡No sigas hablando de esto, Yandros! —Estaba luchando contra una creciente ola de miedo, sabiendo que el Señor del Caos estaba logrando apartarle de Keridil y queriendo evitar desesperadamente las cada vez más amenazadoras consecuencias—. El pacto que hicimos no fue éste… Me engañaste, ¡y no tengo contigo ninguna obligación!

Yandros suspiró. La aureola de color que le envolvía tembló ligeramente al encogerse él de hombros.

—Realmente, esperaba más de ti, Tarod. ¡Estás pensando y hablando como un mortal!

—¡
Soy
un mortal! Como lo son Keridil y Themila, que están a mi lado. Nací de una mujer mortal, igual que ellos, y moriré, ¡como morirán ellos! —replicó furiosamente Tarod.

Yandros frunció los párpados y sonrió de nuevo, de una manera que hizo estremecerse a Keridil y a Themila.

—¿De veras? —preguntó, en tono tan bajo que la fría voz argentina fue apenas audible—. ¿O permitirás que tu verdadera naturaleza se libre al fin del miasma de la humanidad? Sabes lo que eres…, conoces tu poder y tu destino, hermano. ¿Puedes renunciar a esto, a cambio de los tristes y pocos años de envejecimiento y decadencia que puede ofrecerte la vida humana? ¿Puedes vivir como un esclavo del Orden, sabiendo que fuiste antaño un Señor del Caos?

—¡Hazle callar, Keridil! —dijo Themila, incapaz de seguir guardando silencio—. Si alguien tiene poder para poner fin a esta pesadilla, ¡debes ser tú! —Había asido de nuevo la mano de Tarod, como una ave madre protegiendo a su polluelo contra un felino merodeador, y se había colocado entre Tarod y Yandros. Se dirigió al Señor del Caos, aunque no podía mirarle a los ojos—. Te dices pariente de un hombre que no es menos que un hijo para mí; dices que no es humano. ¡Yo digo que eres un embustero, Yandros del Caos!

—Y yo, Señora, ¡digo que eres tonta!

Yandros avanzó un paso y Themila se echó automáticamente atrás, apretándose contra Tarod. Este le rodeó la cintura con un brazo, y sintió las rapidísimas pulsaciones de su sangre. Estaba aterrorizada, y él se sintió humillado por el valor que había mostrado ante un adversario semejante.

—Señora —dijo Yandros, mirando fijamente a Themila, que palideció—, sólo puedo admirar tu lealtad para con mi hermano, pero está fuera de lugar. Pues ¿qué clase de mortal es el que lleva su alma en la piedra de un anillo?

Se hizo un terrible silencio. Themila miró a Tarod, suplicándole con los ojos que lo negase, mientras Keridil sólo podía contemplar, pasmado, al hombre de negros cabellos. Tarod se esforzó en encontrar palabras que les tranquilizasen a los dos, pero éstas se negaron a brotar de sus labios. La mano izquierda le ardía como si la hubiese introducido en una hoguera, y podía sentir su anillo —el contorno de su base de plata, el peso de la extraña piedra incolora— como otro ente vivo en su dedo. Sabía la verdad, como la había sabido desde el momento en que Yandros le había llamado hermano, en que había sentido que el antiguo poder volvía a sus venas y comprendido plenamente la naturaleza de su propio origen. Fragmentos de recuerdos a lo largo de un lapso de tiempo inverosímil se fundían en su mente para formar un todo; no podía mirar a la cara a Keridil o a Themila y negar las palabras de Yandros.

Suavemente, como en un sueño insinuante, la voz de Yandros aumentó la confusión.

—Tarod nació de una mujer mortal —dijo. Pero su alma es la de un Señor del Caos. Y sabe, como sabemos nosotros, que Aeoris ya ha reinado bastante en este mundo. Ha llegado la hora de desviar su régimen, ¡y él es el instrumento a través del cual será lanzado el desafío!

Las afinidades… los odiosos lazos que desde la remota antigüedad tiraban de él
… Casi sin saber lo que hacía, Tarod empujó a Themila con tanta violencia que ésta se tambaleó y a punto estuvo de caer al suelo.

—¡Soy humano! —dijo con voz áspera, apenas reconocible—. ¡Y sirvo a Aeoris, no al Caos! ¡Aquí está la prueba!

Con violento ademán, golpeó con un puño su propio hombro, donde habría tenido que llevar la insignia de su rango de Iniciado.

Pero allí no había más que el suave tejido de su ropa. Y entonces recordó que había dado la insignia a Sashka, como prenda y amuleto para mantenerla a salvo hasta que volviesen a encontrarse…

Tarod se echó a reír, pero sin el menor rastro de alegría en su risa. Era una amarga y cruel ironía que se hubiese desprendido del único, aunque pequeño, símbolo vital de su fidelidad al Círculo y a los poderes a los que el Círculo servía. Y aunque la explicación era sencilla y bastante inocente, no podía pasarse por alto la coincidencia.

—Parece una broma pesada… —Miró su propio puño, todavía apoyado en el hombro. El anillo resplandeció en su dedo índice a la luz del aura de Yandros, y Tarod añadió—: Podría quitármelo, Yandros. Podría arrojarlo desde la punta norte de la Península y dejar que el mar hiciese lo que quisiera con mi ofrenda…

—¿Podrías hacerlo?

La mano de Tarod se contrajo convulsivamente, porque conocía la respuesta a la insidiosa pregunta. Fuese cual fuere el coste, no podía abandonar su propia alma…

—Hermano, no puedes negar el destino que llevas contigo. —Yandros hablaba a media voz, pero con una energía y una convicción que hicieron que Themila se tapase los oídos con manos temblorosas—. Digas lo que digas en contra, sabes en tu corazón que debes tu existencia al Caos, pues eres parte de él. Y a pesar de la carne humana de la que estás revestido, nuestro reino es tu única y verdadera patria, y nosotros, tu única familia verdadera. Debes cumplir tu promesa, Tarod, ¡debes traer de nuevo el Caos a este mundo!


¡No!
¡Yo sirvo al Orden!

—No puedes servir al Orden, ¡porque eres del Caos!

—¡Espera! —dijo súbitamente Keridil y el sonido de su voz sobresaltó a Tarod, que había estado tan absorto en su enfrentamiento con Yandros que casi había olvidado la presencia del Sumo Iniciado.

Keridil había apoyado una mano sobre la corta espada ceremonial que pendía de su cinto. Observaba a Tarod, con mirada de halcón, y parecía no saber de fijo lo que quería decir.

—Tarod…, esa criatura, ese… ese demonio, ha dicho muchas cosas de ti… que me espantan. ¿Son verdad?

Tarod no podía mentir, pero tampoco podía responder a la pregunta con absoluta sinceridad. Con voz apenas audible, dijo:

—Yo sigo al Orden, Keridil. Siempre lo he hecho… y siempre lo haré.

—¿Y si el Caos quiere lo contrario?

—Entonces lucharé contra ellos. Presté juramento a Aeoris al hacerme Adepto, y mi fidelidad es inquebrantable.

—Tu fidelidad, hermano, está mal orientada.

Tarod y Keridil se volvieron a Yandros, y Keridil fue el primero en hablar.

—¿Qué sabe el Caos de fidelidad? —le desafió. Vuestras consignas son engañosas y malévolas… ¡Conocemos vuestros procedimientos, Yandros del Caos! Nuestros archivos dicen…

Yandros le interrumpió con una carcajada que hizo temblar la niebla del Salón de Mármol.

—¡Vuestros archivos dicen! —le imitó, con desdén burlón—. Entonces, si eres historiador además de líder, Keridil Toln, sabrás que vuestro querido régimen está volviendo al polvo seco del que nació. El Orden ha reinado sin control durante tanto tiempo que se ha estancado, y tú —añadió apuntando con un largo dedo a Keridil— ¡te has convertido en un anacronismo!

—¿Te atreves a…? —empezó a decir Keridil, furiosamente.

Yandros hizo un ademán y el Sumo Iniciado guardó silencio.

—Sí, mortal, ¡me atrevo! Vuestro venerado Aeoris no significa nada para mí, pues también él es tan anacrónico como sus siervos. —Su voz bajó de tono, de pronto inhumanamente persuasiva—. El Orden ha arraigado tanto en este triste y pequeño mundo que sus servidores ya no tienen razón de existir. Sí, vuestro Círculo continúa, y sigue transmitiendo a vuestros nuevos Adeptos la suma total de vuestros siglos de conocimientos. Pero sin un adversario que os plante cara, todos estos conocimientos son inútiles. Sin nada a lo que combatir, sin entuertos que enderezar, no tenéis ningún valor. ¿Qué eres tú, Keridil Toln? ¿Cuál es la justificación de tu existencia en un mundo donde reina Aeoris sin oposición? ¿Hacer su voluntad, imponer sus leyes? Su voluntad se hace y sus leyes se mantienen sin necesidad de que tú intervengas. ¡No tienes una razón legítima para existir!

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