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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Intrépido (6 page)

BOOK: Intrépido
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—¿Sí? —preguntó Geary.

Los oficiales de la Federación Rift miraron hacia los oficiales de la República, que abrieron paso a una mujer vestida de civil. Geary trató de no fruncir el ceño al verla. Me
parece que no dije que la asistencia era obligatoria solo para los comandantes de las naves, ¿no? No, creo que no. ¿Y esta quién es?
La etiqueta de identificación que estaba junto a su imagen rezaba «C-P Rione».
¿Qué significa eso?

La mujer miró a Geary con un rostro impasible.

—¿Sabe usted que según las condiciones de nuestro acuerdo, nuestras naves pueden ser retiradas del control de la Alianza si la autoridad competente determina que no están siendo empleadas para defender lo mejor posible los intereses de nuestros mundos? —interrogó Rione.

—No. No lo sabía. ¿Debo asumir que usted es la «autoridad competente» en cuestión? —repuso Geary.

—Sí —respondió ella, inclinando muy levemente la cabeza hacia Geary—. Soy la copresidenta Victoria Rione, de la República Callas.

Geary miró a la capitana Desjani, que se encogió de hombros como pidiendo disculpas, y después volvió la vista de nuevo hacia Victoria Rione.

—Es un honor conocerla, señora. Pero hay muchas cosas que hacer y…

Rione alzó una mano con la palma mirando hacia Geary.

—Por favor, capitán Geary. Debo insistir en la necesidad de mantener una conferencia en privado con usted —solicitó Rione.

—Estoy seguro de que más adelante habrá tiempo de sobra…

—Antes de que confíe nuestras naves a su mando —insistió, mirando a los oficiales de la Federación Rift—. Las naves de la Marina de guerra de Rift también han accedido a seguir mis recomendaciones sobre este particular.

Joder
,
qué bien.
Geary echó otro vistazo en dirección a Desjani y esta le respondió meneando la cabeza. Iba a tener que pasar por esto.

—¿Dónde…? —accedió Geary.

Desjani se apartó para darle indicaciones al capitán.

—Aquí, capitán Geary. Yo abandonaré la sala y caerá un escudo de privacidad virtual alrededor de usted y la copresidenta. Cuando hayan terminado la conferencia privada, diga «fin conferencia privada fin» y los dos podrán interactuar con el resto de oficiales de nuevo si así lo desean —explicó Desjani.

En cuanto terminó de hablar, Desjani se apresuró a salir por la escotilla como si estuviese contenta de poder evitar al menos ese compromiso.

Geary observó como la capitana se marchaba y recompuso el gesto con todo el cuidado del que fue capaz. Con un cierto deseo de volver al estado de entumecimiento en el que había permanecido desde que lo despertaran, Geary se giró para mirar cara a cara a la política, quien al parecer no había dejado de posar su mirada fría sobre él en ningún momento.

—¿De qué quiere hablar? —inquirió Geary.

—De confianza. —Su voz no era ni un grado más cálida que su expresión—. Concretamente, de por qué debería confiar las naves supervivientes de la República a su mando.

Geary miró hacia abajo, se frotó la frente y después volvió a alzar la vista para mirarla de nuevo.

—Podría señalar que la otra alternativa que hay es confiar su destino a los síndicos y hace poco hemos podido ver cómo se las gastan esos tipos —argumentó Geary.

—Tal vez se porten de manera distinta con nosotros, capitán —apuntó la copresidenta.

¡Si es así, deje que los síndicos arrasen su querida retaguardia, me importa una mierda!
Con todo, el caso era que Geary sabía que iba a necesitar todas las naves de las que pudiera disponer. Además, lo quisiera o no, había una parte de él que odiaba la idea de dejar a nadie atrás.

—No creo que esa sea una buena idea —repuso Geary.

—Si es así, explique por qué, capitán Geary —insistió.

Geary respiró hondo y buscó con sus ojos la mirada de la copresidenta.

—Porque, a pesar de que contaban con todas las naves que nos quedan para cubrirle las espaldas, los síndicos asesinaron despiadadamente al almirante Bloch y a todos los que iban con él en plenos intentos de negociación. Piense que, si usted va a negociar, no contará con más retaguardia que una mínima parte de la flota. ¿De verdad cree que los síndicos van a portarse mejor con alguien que se encuentra en una posición mucho más débil que el almirante Bloch?

—Ya veo —musitó Rione, apartando por fin la mirada y empezando a caminar de un lado a otro por un extremo de la habitación—. Usted no cree que las naves de la República y de la Federación juntas sean suficientes para impresionar a los síndicos.

—Si los síndicos deciden arrasarnos con todas esas fuerzas que han acumulado ahí fuera, no creo que las naves de la República, de la Federación y de la Alianza juntas tengan más opciones de sobrevivir que una bola de nieve en el infierno —matizó Geary—. Y, o los síndicos han cambiado radicalmente desde que traté con ellos por última vez, o sé de buena tinta que nunca juegan limpio. En estos casos, la parte más fuerte siempre impone las condiciones que cree que el otro puede ser obligado a cumplir.

Rione dejó de moverse, miró hacia la cubierta y después volvió la vista hacia Geary.

—Cierto —admitió Rione—. Se ve que ha pensado en la situación a conciencia, más allá de la mera perspectiva de combate.

Geary se puso junto al asiento más cercano y se dejó caer sobre él. Desde que fue rescatado, no se había sometido a un esfuerzo así, ni físico o ni mental. Y eso que, desde que lo descongelaron, los médicos de la flota le habían advertido hasta la saciedad sobre los posibles problemas que se derivarían de los sobreesfuerzos. No hay manera de saber qué resultados podría haber tenido una hibernación tan larga en la fisiología de Geary, le dijeron.
Creo que me voy a ir enterando sobre la marcha.

—Sí, señora copresidenta —observó Geary—. He tratado de pensarlo a conciencia.

—No me trate con condescendencia —advirtió Rione—. Estas naves son la vida de mi República. Si las destruyeran…

—Quiero llevarme a casa todas las naves que pueda —declaró Geary.

—¿De veras? ¿En lugar de ordenar que nos reagrupemos y tratar de ejecutar un contraataque brillante que concluya en una victoria gloriosa? ¿No es eso lo que realmente desea, capitán Geary? —inquirió Rione Geary se limitó a mirarla, sin molestarse mucho en esconder su cansancio.

—Parece que cree conocerme —musitó Geary.

—Por supuesto que lo conozco, capitán Geary. Lo sé todo sobre usted. Es usted un héroe. Y no me gustan los héroes, capitán. Los héroes llevan a los ejércitos y a las flotas hacia la muerte —reprochó Rione.

Geary se recostó y empezó a frotarse los ojos.

—Se supone que estoy muerto —le recordó.

—Lo cual lo convierte en un ejemplo más que paradigmático si cabe. —Rione dio dos pasos hacia el visualizador que todavía se podía ver en la mesa de conferencias y lo señaló con el dedo—. ¿Sabe por qué el almirante Bloch se jugó esta baza, por qué arriesgó tanto poder de la Alianza en esta operación?

—Lo que él me dijo fue que este parecía un buen modo de forzar el final de la guerra —respondió Geary.

—Claro que sí. —Rione asintió con la cabeza, con los ojos aún clavados en el visualizador que había sobre la mesa—. Un ataque audaz y atrevido. Una operación a la altura del mismísimo
Black Jack
Geary —agregó en voz baja—. Palabras textuales, capitán.

Geary se agarrotó.

—Nunca me dijo tal cosa —se defendió Geary.

—Claro que no. Pero sí se lo dijo a otros. Y fue precisamente el invocar el espíritu del gran
Black Jack
Geary lo que lo ayudó a ganar apoyos para sacar adelante este ataque que, como ve, tan bien nos ha ido.

—¡No me culpe por eso! ¡Voy a tratar de sacar lo que queda de esta flota de aquí si es que puedo; pero tenga presente que, para empezar, no fui yo el que nos metió aquí!

Rione se detuvo, como si realmente estuviese escuchando con atención a Geary.

—¿Por qué asumió el mando? —La copresidenta optó por cambiar de tercio.

—¿Por qué? —Geary movió una mano en dirección a la escotilla—. Porque el almirante Bloch me lo pidió. ¡Me lo ordenó! Y entonces… ellos… —Hizo una pausa, miró con el ceño fruncido hacia la cubierta, sin gana alguna de mirarla—. No tuve elección.

—Usted ha peleado para reafirmar su autoridad. Lo he visto, capitán Geary —apuntó Rione.

—Tenía que hacerlo. Sin alguien que asuma el mando, alguien con un derecho legítimo para hacerlo, esta flota se desmembraría y los síndicos la acabarían destruyendo poco a poco. Usted también ha tenido que ver eso.

Rione se agachó y buscó con su mirada la de Geary.

—¿Puedo fiarme de
Black Jack
Geary? Porque usted no es otro sino ese —le recordó Rione.

—Yo no soy más que un oficial de la Alianza. Y… tengo una tarea que cumplir. Si puedo.

Geary no fue capaz de morderse la lengua antes de decir esas dos últimas palabras, a pesar de que no quería mostrar signo alguno de debilidad, pues no estaba seguro de cómo podía afectar aquello a las opciones de la flota, ya de por sí escasas.

—Eso es todo lo que soy —apostilló.

—¿Eso es todo? ¿No es usted un héroe de leyenda? —Rione se acercó aún más, escrutándolo con la mirada—. ¿Quién es usted, entonces?

—Creí que había dicho que ya lo sabía todo sobre mí —señaló Geary.

—Yo sé todo de
Black Jack
Geary. Y, precisamente, tengo miedo de que el gran
Black Jack
Geary intente hacer algo heroico que marque para siempre el destino de esta flota y tal vez también el de la Alianza y el de mi propio pueblo. ¿Es usted
Black Jack
Geary?

Geary soltó una carcajada, no pudo remediarlo.

—Nadie puede serlo —reconoció Geary.

Rione se quedó mirándolo durante un buen rato y después se dio la vuelta y volvió a alejarse unos cuantos pasos —¿Dónde está la llave hipernética? —preguntó.

—¿Cómo? —disimuló Geary.

Rione se giró, con ojos centelleantes.

—La llave hipernética de los síndicos. Sé que todavía queda una dentro de la flota. Si hubiera sido destruida, se lo habría dicho a todo el mundo para asegurarse de que seguían su plan —razonó Rione—. Aún existe. ¿Dónde está?

—Lo siento, pero…

—¿Existe aún? —insistió.

Geary la miró a los ojos mientras trataba de decidir qué hacer, qué decir. Odiaba la idea de tener que mentir.

—Sí —resolvió, finalmente.

—¿Dónde? —continuó preguntando la copresidenta.

—Preferiría no revelarlo —se resistió Geary.

—Supongamos que le dijera que voy a dar mi visto bueno para que mis naves y las de la Federación pasen a estar a sus órdenes si me revela ese dato —ofreció Rione.

A Geary le salió una media sonrisita falsa.

—Seguiría prefiriendo no tener que decirlo; pero, por el bien de esas naves, lo haría —admitió Geary.

—¿Lo haría? ¿Sabe cuán importante es esa información? —insistió la copresidenta.

—Sí. Y sí, se lo diría, si es lo que hace falta para sacar estas naves de aquí con el resto de la flota —zanjó Geary.

Los ojos de la copresidenta Rione se estrecharon.

—En ese caso yo podría ofrecerles la información a los síndicos a cambio de inmunidad —sugirió Rione.

A Geary no se le había ocurrido esa opción. Se quedó mirándola antes de volver a intervenir.

—¿Por qué cojones me está diciendo esto? —rugió Geary.

—Para que sepa que fiarse de quien no debe puede ser mortal. Pero tampoco olvido que usted estaba buscando ganarse mi confianza. Seré sincera, capitán Geary. Voy a dar mí visto bueno, pero solo porque no veo otra opción mejor. Las naves de la República seguirán formando parte de esta flota y estoy segura de que las de la Federación Rift seguirán mi recomendación y tomarán el mismo camino. Pero me reservo el derecho a ordenar a esas naves que dejen de seguir sus indicaciones cuando lo estime oportuno.

Geary se encogió de hombros.

—No parece que me queden muchas más opciones, ¿no? —se resignó Geary.

Rione esbozó una sonrisa.

—No las tiene, no —resolvió Rione.

—Gracias. —Geary se detuvo y después se puso de pie cuidadosamente, apoyándose con una mano sobre la silla—. Me gustaría pedirle algo

La copresidenta frunció el ceño.

—Necesito a un político —prosiguió Geary—. Alguien que pueda defender la necesidad de llevar a cabo el plan hasta el final todo el tiempo que sea posible. Alguien que sea bueno diciendo montones de palabras que no signifiquen lo que parece y que sea capaz de evitar adquirir compromiso alguno.

—Vaya, gracias, capitán Geary —apostilló Rione con sorna.

Según parecía, la copresidenta Rione tenía sentido del humor en algún punto escondido de su interior.

—No lo vaya contando por ahí. —Geary señaló el visualizador en el que se podía ver que un panel de naves síndicas se cernía sobre la flota de la Alianza—. No queda mucho más de media hora para que se cumpla el plazo dado por los síndicos. Vamos a necesitar cada minuto que podamos para reparar los daños y recolocar a nuestra flota para que esté lista para salir disparada hacia el punto de salto. ¿Podría usted hablar con los síndicos, ya sabe, distraerlos e intentar que no se nos acerquen el máximo tiempo posible?

—¿Se refiere en nombre de la República y del Rift, o de la flota entera? —inquirió Rione.

—Lo que funcione mejor. Lo que nos permita tenerlos distraídos con palabrería. Solo quiero que nos permita ganar algo de tiempo, señora copresidenta. Todo el que pueda —instó Geary.

Rione asintió con la cabeza.

—Es una petición razonable, capitán Geary —aceptó Rione—. Abriré conversaciones con los síndicos en cuanto haya embarcado en mi transbordador.

Geary se quedó mirándola.

—¿Transbordador? No irá a…

—¿Al buque insignia de los síndicos? No, capitán Geary —lo tranquilizó Rione—. Voy hacia aquí. Al
Intrépido
. Quiero tenerlo vigilado personalmente. A usted y a cierta parte importante del equipo. Vaya que sí, usted no me lo ha dicho. Pero creo que puedo salvaguardar mejor los intereses de mi pueblo estando en su nave.

Geary respiró hondo para acabar asintiendo con la cabeza.

—Notificaré a la capitana Desjani que va a venir usted hacia aquí —agregó Geary.

—Gracias, capitán Geary. —Nueva sonrisa, tan desafiante como sus ojos—. Ahora tengo que intentar meter miedo a los síndicos para que nos den algo más de tiempo.

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