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Authors: Ava McCarthy

Jugada peligrosa (45 page)

BOOK: Jugada peligrosa
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Se encontraba en el interior de un claro circular del tamaño de un campo de bochas. Jude yacía boca abajo sobre la hierba a unos metros. Se le cerró el estómago. El helicóptero ardía cerca del centro de aquel círculo. Un hilo de sangre manchaba el césped hasta el que había logrado arrastrarse. Junto a la aeronave se erigía una estatua de unos tres metros. Era un enorme gladiador negro. Soberbio, erguido, con hombros anchos y fuertes, sujetaba una lanza; pero su grueso cuello negro sostenía una horrible cabeza., la cabeza de un toro enloquecido.

Harry cerró los ojos. El Minotauro de Dillon. Harry había llegado al centro de su abominable laberinto.

—Se acabó, Harry, ríndete.

Dillon penetró en el claro a través de una abertura situada a la derecha de Harry. Aún llevaba la pistola. Ella oyó un susurro a sus espaldas y se volvió. Cameron apareció por la entrada sosteniendo la gasolina con una mano y arrastrando la maleta negra de ruedas con la otra. Harry se echó atrás y pasó junto al cuerpo de Jude. Cameron la siguió sin apartarle aquellos ojos descoloridos del rostro. Dillon, que no dejaba de vigilarlos, dio un paso a un lado.

El calor de las llamas abrasaba la blusa de Harry. El helicóptero se encontraba sólo a unos pasos y ella desprendía un intenso efluvio a gasolina. Si se acercaba más al aparato, ardería como una cerilla. Tropezó hacia atrás con el pedestal y sintió el frío del colosal bloque de piedra contra la espalda. Cameron se le acercó y sintió el calor de su aliento en la cara. El empujó la maleta a un lado y empezó a desenroscar el tapón de la garrafa de gasolina.

—¡Cameron! —Dillon dio un paso adelante—. ¡Al lado del dinero no! Lánzame la maleta.

Pero Cameron parecía estar paralizado. Separó los labios y su respiración se volvió superficial. Harry abrió los ojos de par en par al comprobar cómo introducía una mano en el bolsillo y sacaba un mechero.

—¡Cameron! —Dillon le apuntó con la pistola—. ¡Escúchame!

Cameron le dio al mechero con el pulgar y encendió una llama de unos seis centímetros. La acercó al rostro de Harry, y ella se apartó rápidamente bordeando el pedestal. Vio que Jude empezaba a moverse y se ponía de rodillas. Tenía la camisa empapada de sangre y el brazo izquierdo le colgaba de una manera un tanto extraña. Dillon enfocó la pistola hacia él.

—¡Quédate en el suelo!

Jude levantó la cabeza de golpe y se quedó helado. Tenía la cara en carne viva y llena de ampollas. Cameron volvió la mirada un momento hacia él. En ese mismo instante, Harry se abalanzó hacia la maleta, la levantó y se la llevó al pecho. Su corazón latía con fuerza contra aquel peso.

Cameron no pareció darse cuenta. Se acercó más, situó la garrafa encima de la cabeza de Harry y derramó la gasolina sobre ella como si la bautizara. El frío líquido se le deslizó por su rostro y su cuello, y empapó toda la maleta negra. La llama del mechero se agitaba como una serpiente ante un trozo de carne.

Se escuchó un disparo en el aire. Harry se sobresaltó y contuvo el aliento mientras presentía el dolor. Escuchó a Jude gritar. Cameron levantó las cejas.

—¿Por qué? La muerte de mi madre fue un accidente —confesó Dillon con voz entrecortada—. Él no la mató.

Cameron frunció el ceño y se tambaleó levemente. El sonido del disparo aún retumbaba en los oídos de Harry.

—Le hice creer que había sido él —continuó Dillon—. Estaba tan drogado que no recordaba nada.

Cameron alzó la vista sobre la cabeza de Harry y miró a lo lejos. Se le había desencadenado un tic en el párpado izquierdo.

—Después de aquello, conseguí que acatara todas mis órdenes —dijo Dillon.

Los hombros de Cameron se doblaron, su cuerpo se desplomó sobre Harry y el peso la inmovilizó contra el pedestal. Ella chilló, cayó al suelo y soltó la maleta. Cameron se derrumbó junto a Harry que, al tener los pulmones aplastados, espiró. Ella se apartó arrastrándose sin parar de temblar. Cameron yacía boca abajo sobre el césped y una gran mancha roja se le extendía por la espalda. Harry se cubrió la boca con las dos manos para reprimir un grito.

—Harry, lánzame el dinero y acabemos con esto —gritó Dillon.

Harry levantó la cabeza de inmediato. El pedestal le impedía verlo. Dirigió la mirada a la maleta que tenía detrás y después a la garrafa de gasolina que, todavía en la mano de Cameron, estaba colocada de pie contra la estatua. Quedaba casi la mitad de su contenido.

—¿Harry?

Escuchó los pasos de Dillon sobre la hierba por detrás de la estatua. El pulso se le disparó. Agarró la garrafa, abrió la maleta negra y vertió la gasolina dentro. El recipiente tardaba en vaciarse y Harry estaba cada vez más nerviosa. Finalmente, consiguió derramar todo el líquido y cerró la maleta. Miró hacia arriba y se encontró con el cañón de la pistola.

—Pásame la maleta.

El sudor resbalaba por la cara de Dillon. Echó un vistazo al cuerpo de Cameron pero enseguida apartó su mirada de él. Muy cerca, el helicóptero crepitaba y las chispas silbaban y salían disparadas hacia el cielo como fuegos artificiales.

Harry se puso en pie y levantó la maleta con ambas manos. Pesaba aún más que antes y le temblaron los brazos. Volvió la vista atrás. Jude observaba la escena con los ojos abiertos de par en par. Harry se volvió de nuevo hacia Dillon, que tenía el rostro pálido.

—No estás acostumbrado a esto, ¿eh? —dijo jadeando—. Siempre hay otros que hacen el trabajo sucio por ti.

—¡Dame la maldita maleta!

Harry la levantó por encima de los hombros y los fajos de billetes se movieron en su interior cual pesados ladrillos. Como si tuviera una jabalina en las manos, giró su cuerpo y lanzó la maleta al aire. Esta voló por encima de Dillon y se estampó contra un lado del helicóptero en llamas.

Dillon siguió su trayectoria con la mirada y, por una fracción de segundo, no ocurrió nada. Entonces, soltó un bramido y salió disparado a por la maleta abriéndose paso entre las llamas. En aquel mismo momento, Harry dio media vuelta y le gritó a Jude:

—¡Vamos!

Jude se levantó a duras penas sujetándose su inservible brazo izquierdo y ambos echaron a correr hacia la salida del claro. Una corriente ascendente de aire racheado rugía a sus espaldas como un vendaval cada vez más potente. Harry, que llegó primera a la abertura, se lanzó como una flecha al suelo y rodó sobre él hasta encontrar cobijo detrás del seto. Jude se abalanzó a su lado y aulló de dolor. El rugido aumentó gradualmente y al final estalló y sacudió con fuerza los setos. Una abrasadora bola de calor prendió fuego al laberinto y Harry se protegió los ojos de aquel resplandor. Se tocó la ropa impregnada de gasolina, se levantó y tiró de la manga de Jude. Colocó la mano derecha contra el muro de seto y avanzó por el camino haciendo eses, siempre en dirección a la izquierda. Las piernas le temblaban. Una luz naranja parpadeante lo tiñó todo de un amarillo pálido. Continuó por aquel sendero espiral; Jude la seguía de cerca por detrás. Harry avanzaba con la mano pegada al muro de seto hasta que finalmente la apartó al ver la bolsa de viaje de su padre y la bandera triangular roja de la salida.

Capítulo 53

—¿Cuanto dinero había en la maleta?

Harry apartó su mirada de los penetrantes ojos del detective Lynne y no respondió. Estaban sentados detrás de la casa de Dillon, en el césped. Observó las furibundas llamas rojas que devoraban el centro del laberinto mientras los bomberos lanzaban chorros de agua hacia los setos para sofocar aquel infierno.

Ambos permitieron que el silencio se prolongara. Él había utilizado esa técnica durante la última media hora con la esperanza de que Harry se arrancara a hablar y le proporcionara información, pero no lo consiguió.

Lynne fue el primero en romper el hielo.

—Lo averiguaremos, ¿sabe? —Inclinó la cabeza hacia las llamas—. Los forenses pueden recuperar casi todo.

Harry lo miró y se fijó en su cuerpo enjuto y su ajustada corbata. Todo su atuendo era discreto y pulcro, aunque algo raído.

—¿Por qué le importa? —preguntó finalmente Harry.

—El caso Sorohan nunca se cerró. No recuperamos el dinero. —La examinó corno si fuera un tablero de ajedrez y hubiera calculado las próximas diez jugadas—. No quiero rendirme antes de tiempo.

Harry asintió con la cabeza, cerró los ojos y alzó el rostro hacia el fuego. Se sentía entumecida y las mejillas le ardían con aquel calor. Por un segundo le asaltó la imagen de Dillon corriendo hacia el helicóptero en llamas y gritando de furia y dolor. Tocó la hierba con los dedos. Tragó saliva y volvió a concentrarse en el cosquilleo que le recorría la cara y el olor a humo que inundaba el aire.

Cuando abrió los ojos vio que Lynne había desaparecido. Harry frunció el ceño. Aquel dichoso hombre iba y venía como un gato. Se fijó en Jude, que captó su atención desde el otro lado del césped. Se acercó a ella y se sentó a su lado sobre la hierba. Harry le echó una rápida mirada. Llevaba el brazo en cabestrillo y aún tenía las mejillas húmedas por el hielo que le habían aplicado para calmarle las quemaduras. Su camisa estaba acartonada por la sangre seca que le había brotado del profundo corte del hombro.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Jude.

Asintió con la cabeza y se mordió los labios. Permanecieron un momento en silencio. El suelo que rodeaba el laberinto tenía un aspecto cenagoso y los setos estaban húmedos y despeinados. El fuego, extinguido al fin, había dejado un oscuro y húmedo caos a su paso.

—Le vi en el aeropuerto —dijo Harry—. Me escapé.

—Ya.

—¿Cómo supo que estaría allí?

—Esa periodista amiga suya me llamó por la mañana.

Harry arqueó las cejas.

—¿Ruth Woods?

Hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Ayer la estuvo telefoneando todo el día, pero usted no le contestó. Al final, me llamó a mí.

Ayer. Repasó todos sus movimientos del día anterior teniendo en cuenta la diferencia horaria y recordó las llamadas que no había podido contestar justo antes de reunirse con Owen Johnson.

—Fue a ver a Leon Ritch —explicó Jude—. Lo mataron antes de que pudiera hablar con él, pero encontró una especie de informe con los datos que había recopilado. Descubrió que Dillon había trabajado en JX Warner más o menos a la vez que El Profeta.

—Eso no significa nada. Usted también trabajó allí en esa época.

—Había algo más. Leon conocía la existencia del hermano de Dillon. Disponía de fotos y nombres que le permitieron relacionar al uno con el otro, y también tenía pruebas de que estaba detrás del accidente de su padre. —La miró a los ojos—. Lo siento.

Harry asintió con la cabeza y apartó la vista al tiempo que se entretenía en arrancar algunos tallos de hierba.

—Pues bien, la reportera encajó las piezas. —Los labios de Jude se pusieron tensos—. La policía también lo habría hecho si hubiera encontrado el informe.

—¿Qué quiere decir?

—Su maldita periodista lo ocultó. Quería volver a escribir sobre el caso antes de que la hicieran callar. Si no hubiera sido por ella, podrían haber detenido a Dillon ayer. —Señaló hacia el laberinto—. Y nada de esto hubiera sucedido.

Harry le siguió la mirada. Seis agentes de policía con ropas de protección se dirigían en grupo hacia el laberinto, coordinados por un detective que los orientaba desde la atalaya. Uno de los agentes llevaba en el brazo un set de bolsas con cremallera parecidas a las fundas de traje que se utilizan en las tintorerías. Jude también se fijó en ellas.

—Bolsas para transportar cadáveres —comentó.

Harry tragó saliva y cerró los ojos.

—Así que usted fue al aeropuerto para advertirme de lo que sucedía —le dijo.

Él asintió.

—Alguien tenía que hacerlo. A su periodista se la tragó la tierra en el momento en que empezó a trabajar en la noticia. La llamé más veces y le dejé mensajes incluso desde el aeropuerto, pero no me respondió.

Harry lo miró directamente a los ojos. Pensó en la densa e impenetrable niebla y en cuánto le atemorizaba a él volar en aquellas circunstancias.

—Gracias.

Asintió de nuevo y se quedaron un rato en silencio. Entonces, Jude dijo:

—Nunca supo aceptar el fracaso, ni siquiera en la universidad. Siempre tenía que ser el primero en todo.

Harry se examinaba las manos, incapaz de responder.

Jude se aclaró la voz.

—O sea que al final se ha hecho con el dinero de Sorohan.

Harry echó un vistazo a los agentes que se encontraban cerca del laberinto y negó con la cabeza.

—No se lo he contado a la policía. Les dije que no había ningún dinero.

—Pero...

Volvió a mover la cabeza de un lado a otro y miró a Jude fijamente.

—¿De qué sirve decírselo ahora? ¿Para qué? Sacar a relucir el tema del dinero sólo perjudicaría a mi padre.

Jude frunció el entrecejo pero finalmente pareció entenderlo. Dirigió la vista hacia los humeantes setos.

—¿Cuanto dinero había? —preguntó en voz baja.

Harry tardó un poco en contestar.

—Quince millones de euros.

Jude emitió un débil silbido y apoyó los hombros sobre la hierba. Harry se notaba las extremidades más relajadas. Pensó en la inhóspita cárcel de Arbour Hill y en las almas condenadas de aquellos presos. Se acordó de la alegría con la que salió de allí su padre. Quizá fuera una estupidez mentir a la policía, pero no podía permitir que volvieran a condenarlo. Existía el riesgo de que hallaran restos del dinero calcinado en el laberinto pero, por lo que sabía, su padre no tenía nada más que esconder.

De todas formas, no hubiera sido necesario que se preocupara por proteger a su padre. Pocas semanas más tarde, los médicos les comunicaron que estaba a las puertas de la muerte.

Capítulo 54

Las máquinas eran lo único que lo mantenía con vida.

—¿Cuanto tiempo podrán mantenerlo en este estado? —preguntó Miriam.

Harry no pudo contestar. Estaban sentadas codo con codo junto a la cama de su padre mientras Amaranta se tomaba un descanso fuera. Hablaban en voz baja pero, en realidad, Harry gritaba en su interior.

Durante semanas, los médicos intentaron desconectarlo del respirador. Lo habían sometido cada día a una prueba de media hora sin ventilación asistida, pero siempre mostraba signos de parada respiratoria y tenían que volverlo a conectar a la máquina.

La enfermera les aconsejó que no permanecieran en la habitación durante esas pruebas. Harry supuso que se había dado cuenta de las tensiones familiares y pensaba que su presencia sólo serviría para inquietar al paciente. A Harry no le pareció mal. ¿Cómo iba a soportar ver a su padre luchando por respirar con un diafragma tan débil? ¿Cómo iba a quedarse allí mientras se ahogaba?

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