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Authors: Irving Wallace

La isla de las tres sirenas (6 page)

BOOK: La isla de las tres sirenas
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"Trato hecho —dijo Courtney, animadamente—. En nombre del jefe Paoti Wright, su hijo me autoriza para que informe a la doctora Maud Hayden de que puede venir aquí, ateniéndose a las condiciones exactas que usted ha expuesto, durante los meses de junio y julio y por un período máximo de seis semanas, el capitán Rasmussen le servirá de intermediario con nosotros. Por medio de él, usted nos comunicará si está dispuesta a venir, la fecha exacta de su llegada y cualquier modificación que tuviese este plan.

El capitán Rasmussen viene cada quince días para recoger nuestras exportaciones y traernos algunas cosas que necesitamos. Esto quiere decir que está en constante contacto con nosotros. ¿Ha quedado todo bien claro, profesor?"

"Sí, todo", contesté.

Estreché la mano de Courtney, me despedí de Moreturi y regresé con el capitán Rasmussen al hidroavión, donde nos esperaba Hapai. Cuando despegamos en la oscuridad, rumbo a Papeete, vi que la hoguera de la playa ya se había extinguido. Pronto perdí de vista la silueta de Las Tres Sirenas. Durante nuestro vuelo de regreso, permanecí sentado en la cabina de pasajeros, solo, sin que nadie me molestase y anotando en mi cuaderno todo cuanto podía recordar de aquella extraordinaria velada transcurrida en la playa. Principalmente me dediqué a escribir apresuradamente los principales puntos del relato que me había hecho Courtney, acerca de la historia y las prácticas de la tribu de Las Tres Sirenas.

Al revisar mis notas mientras escribo esta larga misiva, doctora Hayden, me doy cuenta de que omití más detalles de los que creía. No sabría decirle si esto hay que achacarlo a mi falta de memoria o a omisiones deliberadas por parte de Courtney. Sin embargo, este deshilvanado relato será más que suficiente para que usted pueda decidir si desea efectuar esta expedición.

Resumiendo, pues…

En 1795 vivía en la Skinner Street londinense un filósofo y publicista llamado Daniel Wright, quien, enzarzado en constantes luchas y polémicas, gozando de una modesta posición gracias a los escasos bienes de fortuna que le había dejado de herencia su padre. La familia de Daniel Wright estaba constituida por su esposa, su hijo y dos hijas y tenía la obsesión de mejorar o reformar la sociedad inglesa de su tiempo. Frecuentaba la compañía de su vecino, amigo e ídolo William Godwin, que entonces contaba treinta y nueve años de edad. Godwin, como usted sin duda recordará, era un escritor y librero que se casó con Mary Wollstonecraft y que más tarde tuvo que soportar a Shelley como yerno. Pero lo importante para nosotros es que, en 1793, Godwin publicó una inquisición respecto a la justicia política, en cuya obra propugnaba, entre otras cosas, la supresión del matrimonio, de los castigos penales y de la propiedad privada. No solamente este libro, sino la personalidad entera de Godwin, ejercieron gran influencia en las ideas radicales de Daniel Wright. No obstante, a éste le interesaba mucho más la reforma matrimonial que las reformas políticas. Godwin le alentó para que escribiese un libro titulado el Edén resucitado, cuya idea fundamental era la de que, por medio de la gracia divina, Adán y Eva recibían una segunda oportunidad de regresar al Edén y empezar una nueva vida. Desilusionados ante las relaciones conyugales que habían heredado y promulgado, decidieron practicar, enseñar y promover un nuevo sistema de amor, cohabitación, relaciones entre los sexos y matrimonio. Debo reconocer que se trataba de ideas muy atractivas.

La obra de Wright atacaba violentamente el sistema conyugal y las costumbres amorosas entonces imperantes en Inglaterra; propugnaba un sistema totalmente distinto. Wright no sólo apeló a su propia imaginación y a las ideas de Godwin, sino también a los conceptos que ya habían sido expuestos en la República de Platón, la Utopía de Sir Thomas More, la Ciudad del Sol de Tommaso Campanella, la Nueva Atlántida, de Francis Bacon y La Rota, de James Harrington. De paso, Wright fustigaba las costumbres de gobierno imperantes a la sazón, metiéndose de paso con el derecho, la educación, el bienestar público y la religión. Wright consiguió encontrar a un editor que no se amilanó ante las consecuencias que pudiese tener la publicación del libro, y en 1795 empezaron a salir de las prensas los primeros ejemplares de aquel delgado pero explosivo libro. Antes de que los ejemplares pudiesen distribuirse, Wright supo, por mediación de Godwin, que en la corte de Jorge III se conocía ya el contenido de aquel libro de ideas tan radicales. Wright fue acusado de "corromper a la juventud", y su utopía marital, considerada como "subversiva". Era inminente la confiscación del libro y el encarcelamiento de su autor. Atendiendo al consejo de Godwin y otros amigos íntimos, Wright metió en una maleta un ejemplar de su libro, que era el más portátil de sus bienes, junto con sus ahorros, y en compañía de su esposa, sus tres hijos y tres discípulos, huyó amparado por la noche al puerto irlandés de Kinsale. Una vez allí, el pequeño grupo embarcó en un velero de 180 toneladas que zarpaba rumbo a Botany Bay, población de Nueva Holanda, que con el tiempo había de ser la ciudad australiana de Sidney.

Según el relato de Courtney, basado en documentos originales que se conservan en el poblado indígena de Las Tres Sirenas, Daniel Wright no huyó de Inglaterra únicamente para ponerse a salvo. A decir verdad, tenía espíritu de mártir y le hubiera gustado que lo juzgasen para pregonar sus ideas ante las autoridades y el reino entero. Lo que le obligó a escapar fue un motivo de carácter más positivo. Durante varios años acarició la idea de trasladarse a los flamantes dieciséis Estados de Norteamérica o a los Mares del Sur, que entonces se comenzaban a explorar, para poner en práctica lo que predicaba, por así decir. O sea que en lugar de limitarse a exponer por escrito sus avanzadas ideas sobre el matrimonio, abrigaba el proyecto de ponerlas en práctica en algún lugar remoto de la Tierra. No obstante, era un hombre estudioso y de carácter sedentario, un pensador, no un hombre de acción, agobiado además por sus obligaciones de padre de familia y no podía decidirse a introducir un cambio tan radical en su vida. Cuando su libro fue retirado de la circulación y vio que era inminente que se dictase auto de procesamiento y prisión contra él, experimentó un arrebato de cólera no sólo ante la injusticia del Gobierno, sino ante la estrechez de miras de la sociedad en que le había tocado vivir. Fue esto, pues, y no otra cosa, lo que lo lanzó a la aventura que siempre había soñado realizar.

Durante su largo y fatigoso viaje a Australia, se dedicó a convertir en medidas prácticas las fantásticas utopías de su libro. Lo único que necesitaba era un lugar libre donde probar la bondad del sistema cuyos postulados había establecido. Daniel Wright confiaba que Australia sería el lugar indicado. Pero apenas él y sus acompañantes pusieron pie en Botany Bay, comprendió que se había equivocado. Aquella región cenagosa, que fue abandonada por los primeros colonos, que entonces se hallaba poblada únicamente por negros semidesnudos armados de lanzas y presidiarios provistos de machetes era un verdadero infierno. Wright y los suyos se apresuraron a trasladarse a Sidney Cove, núcleo principal de la colonia de criminales ingleses, fundada ocho años antes. No había transcurrido un mes cuando Wright comprendió que también tendría que irse de allí. La vida en la colonia de presidiarios era demasiado dura, violenta y malsana; además, allí no sería tolerado un visionario reformador inglés, el gobernador de Su Majestad británica haría la vida imposible a aquel fanático.

Wright conocía los románticos escritos de Louis Antoine Bougainville y James Cook, quienes habían explorado los Mares del Sur. A consecuencia de ello, llegó a la conclusión de que su lugar estaba en aquel paraíso aún no manchado por la civilización. Recordaba perfectamente lo que Bougainville había escrito acerca del Tahití de 1768 en su diario: "Las canoas estaban ocupadas por mujeres cuyas agradables facciones no tenían nada que envidiar a las de la mayoría de europeas y que en cuanto a la belleza del cuerpo, no tenían parangón. Casi todas estas ninfas iban desnudas, pues los hombres y las ancianas que las acompañaban les quitaron los faldellines con que suelen envolverse. Al principio hacían pequeños mohines pícaros desde sus canoas.

Los hombres, más sencillos, o de natural más libre expusieron la cosa con más claridad, animándonos para que escogiésemos alguna de aquellas jóvenes, fuésemos con ella a la playa, para darnos a entender entonces por medio de gestos inequívocos la forma en que debíamos trabar conocimiento". Y una vez en tierra añadía Bougainville: "Era como estar en el jardín del Edén… Todo nos hablaba de amor. Las jóvenes indígenas no hacían melindres en estas cuestiones: todo cuanto las rodea las invita a seguir los dictados de su corazón o la voz de la naturaleza".

Esto bastaba para Daniel Wright Esquire. Más allá de Australia se extendía una civilización nueva y sin restricciones, que practicaba el amor y el matrimonio de una manera comparable a las mejores ideas que él había expuesto. Allí, lejos de las perversas y limitadoras prácticas de Occidente, combinaría sus ideales con las prácticas similares de los polinesios creando en un microcosmos su mundo perfecto.

Wright sacó pasaje para él y los suyos en un bergantín pequeño pero muy marinero que se dirigía a los Mares del Sur para comerciar en aquellas islas. El bergantín rendiría viaje en Otaheite, que es como entonces llamaban los ingleses a Tahití. Wright preguntó al capitán del barco si, mediante el pago de una bonificación, estaría dispuesto a continuar viaje más allá de Tahití, tocando en media docena de islas casi desconocidas y que no figuraban en los mapas, hasta encontrar una en la que pudiesen quedarse Wright, sus familiares y discípulos, el capitán aceptó la proposición.

Efectivamente, el capitán mantuvo su palabra. Cuando el bergantín arribó a Tahití, y después de permanecer quince días fondeado en la isla, el capitán levó anclas para continuar la travesía rumbo al Sur, el barco recaló en tres islas, que fueron exploradas por Wright y dos de sus compañeros. Una era inhabitable a causa de los manglares que la cubrían, otra se hallaba desprovista de fuentes de agua potable y su suelo no era fértil y la tercera se hallaba poblada de caníbales cazadores de cabezas. Wright instó al capitán a que continuase la búsqueda. Dos días después, el vigía divisó el pequeño archipiélago que no tardó en ser bautizado con el nombre de Las Tres Sirenas.

Bastó un día de exploración en la isla principal para que Wright se convenciese de que había encontrado su paraíso en la Tierra. La situación de aquel asilo que se hallaba apartado de las rutas comerciales y no poseía puerto natural ni fondeadero para barcos de gran calado, era garantía de aislamiento. El interior de la isla poseía una flora y una fauna abundantes, arroyos de aguas cristalinas y otros dones de la naturaleza. Además, Wright descubrió un poblado habitado por cuarenta polinesios, que se mostraron amables y hospitalarios.

Gracias a los buenos oficios de un intérprete indígena que se había traído de Tahití, Wright pudo sostener una prolongada conversación con Tefaunni, jefe de la tribu. Wright supo que los habitantes de la aldea descendían de un grupo de polinesios que en tiempos pretéritos partió en busca de otras tierras en grandes canoas de altura, terminando por instalarse en aquel lugar, el jefe, que no había visto nunca a un hombre blanco ni había recibido objetos tan mágicos como un hacha de hierro o una lámpara de aceite de ballena, se hallaba dominado por un gran temor supersticioso en presencia de Wright. Consideraba que era un gran mana —término que, según supo Wright poco más tarde, significaba "prestigio" entre otras cosas— y propuso que su visitante compartiese la isla y el gobierno de la misma con él. Mientras acompañaba a Wright a visitar la aldea, Tefaunni le explicó las costumbres de sus habitantes. En su diario, Wright dice que aquellas gentes eran "alegres, libres, juiciosas, pero ello no les impedía gozar de la vida y del amor", agregando que sus actitudes y modales hubieran "alegrado el corazón de Bougainville",. Al día siguiente, la familia y los discípulos de Wright, ocho en total incluyéndole a él, desembarcaron con sus efectos personales, entre los que se contaban algunos perros, cabras, gallinas y ovejas, el bergantín levó anclas y Wright se dispuso a hacer realidad su Edén resucitado, contando con la colaboración de Tefaunni.

Omito deliberadamente muchos aspectos de esta singular historia, doctora Hayden, pero usted misma podrá enterarse de los detalles, si lo desea. Dispongo de un espacio limitado y prefiero destinar el resto de esta carta a explicarle algo acerca de las costumbres de la sociedad cuyo desarrollo comenzó en 1796 y que actualmente aún existe.

Un mes después de que Wright y su grupo se hubieron incorporado a la pequeña comunidad polinésica, el reformador emprendió un estudio a fondo de sus tradiciones tribales, sin olvidar sus ritos y prácticas. Todo lo anotó cuidadosamente, mezclando estas descripciones con ideas propias acerca de la forma de vida que debía implantarse en Las Tres Sirenas. En lo tocante a la forma de gobierno, los polinesios se regían por un jefe hereditario. Wright era partidario de un triunvirato —cuyos miembros también podían ser femeninos— educado para gobernar, y que hubiese salido airoso de todas las pruebas. Salta a la vista que esto era una adaptación de las ideas platónicas. Sin embargo, Wright comprendió que aquel sistema no podía aplicarse en aquella isla solitaria, donde sería imposible crear una escuela para educar a los futuros gobernantes, por lo tanto, se inclinó ante la costumbre polinesia de un jefe hereditario.

Por lo que concierne al trabajo y la propiedad, si bien cada individuo de una familia polinesia, pese a construir y poseer su propia casa y ajuar, se unía con los demás para las tareas del cultivo o la recolección, guardando las vituallas en una casa comunal familiar, Wright era partidario de un sistema más radical y más comunista. En su opinión, todos los bienes de la tribu tenían que hallarse a disposición del jefe, quien los distribuiría de acuerdo con las necesidades de cada familia. Cuando una familia aumentase, también aumentarían sus bienes. Si una familia se redujese, ocurriría lo propio con sus bienes. Además, en opinión de Wright, los varones adultos de Las Tres Sirenas tenían que trabajar cuatro horas al día en lo que más les agradase, ya fuese agricultura, pesca, carpintería u otra actividad que se considerase necesaria, el producto de estas diversas labores se almacenaba en un gran edificio comunal. Cada familia sacaba semanalmente del almacén la cantidad mínima de alimentos y otros artículos que necesitaba. Esta cantidad mínima era igual para todos. No obstante, los trabajadores más productivos de la aldea gozaban de una bonificación y podían escoger pequeñas cantidades suplementarias de los artículos que prefiriesen. En resumen, Wright se propuso implantar una igualdad absoluta, con supresión de la pobreza, permitiendo cierto grado de estímulo individual. Tefaunni aceptó sin dificultad estas reformas, que se implantaron en 1799.

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