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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (32 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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Mac miró la puerta un momento y después habló.

—Ya puedes bajar, Nina.

Sorprendida, Nina se inclinó por encima de la barandilla.

—¿Sabías que estaba escuchando?

—Conozco cada sonido de esta casa… Escuché crujir la puerta del baño. —Miró hacia arriba—. Lo siento. Pensé que podría convencerlo de que no fuese.

—Simplemente, podrías no haberlo ayudado —señaló ella, con dureza.

—En cuyo caso se habría marchado igualmente y probablemente habría acabado arrestado tratando de pasar la aduana. Algo que, en estas circunstancias, tienes que admitir que era una alternativa peor.

Nina se vio forzada a estar de acuerdo.

—¡Maldita sea! —protestó—. ¿Por qué tiene que ser tan tozudo?

Mac dejó escapar una risa apagada.

—Conozco a Eddie desde hace mucho tiempo, y eso es algo en lo que no ha cambiado.

—¿Quieres decir que realmente hay otras cosas que sí que está dispuesto a cambiar?

Pretendía que fuese una pregunta retórica, aderezada con algo más que una pizca de amargura, y le pilló bastante desprevenida recibir respuesta.

—Te podrías sorprender. He visto bastantes cambios en Eddie en los años que hace que lo conozco.

—¿En serio?

—En serio. Pero —continuó—, si quieres hablar de ellos, creo que sería mejor, ¡al menos para mi cuello!, que no lo discutiéramos con un balcón por medio, como Romeo y Julieta, ¿eh?

Le señaló la puerta que daba a la cocina, en la parte de atrás de la casa.

—Baja y te prepararé algo de comer. Y después, si quieres, podemos hablar sobre el joven señor Chase.

El sol ya se había puesto en Londres y los edificios se perfilaban contra el brillo moribundo del cielo occidental. Las farolas iluminaron los tonos salmón de las terrazas de Belgravia.

La misma luz cayó sobre una furgoneta blanca que se paró enfrente de la casa de Mac. Ignorando la doble línea amarilla, encendió los cuatro intermitentes, utilizando así la tapadera típica de todo conductor británico que quiere estacionar en un lugar prohibido.

Había tres hombres sentados delante en la furgoneta y cuatro más detrás. Todos eran jóvenes, altos, estaban bien entrenados y vestían totalmente de negro. También iban armados, seis de ellos con subametralladoras ultracompactas Brugger & Thomet MP9 y más armas.

El séptimo hombre no tenía una MP9; sin embargo, portaba el arma más poderosa. Sobre sus rodillas, un ordenador portátil y, conectada a él mediante un cable, una sencilla caja blanca unida a un marco improvisado atornillado al lateral de la furgoneta.

—Conectando —dijo.

La pantalla del portátil cobró vida y un remolino aleatorio de grises y blancos sobre un fondo rojo sangre fue tomando forma rápidamente.

El interior de la casa de Mac.

La caja blanca era la antena de un radar de onda milimétrica que usaba una frecuencia capaz de penetrar el ladrillo victoriano con facilidad. El hombre utilizó un pequeño
joystick
para dirigir la antena y se fue desplazando e inclinando sobre la casa, buscando signos de vida…

—Los tengo —anunció.

Nina miró la fotografía más de cerca.

—Oh, Dios mío, ¿ese es Eddie?

—Sí —le confirmó Mac.

Después de comer, Nina se había puesto un par de zapatillas y una de las camisetas de Mac, que le llegaba casi hasta las rodillas. Mientras esperaba que se secase su ropa, su anfitrión le había hecho un pequeño recorrido por la casa y habían acabado en la biblioteca del piso superior… que era tanto una exposición privada del pasado del escocés como un almacén de libros. Una pared estaba llena de fotos enmarcadas de diferentes épocas de su carrera militar.

—¡Tiene pelo!

A pesar del corte militar, el Chase de la foto tenía más folículos capilares que hoy en día.

—¿Qué edad tenía en esta?

—Es de hace diez años, así que tendría unos veinticinco.

Mac también estaba en la foto, así como otros hombres vestidos con trajes de camuflaje del desierto.

—Creo que este era su tercer año en el SAS.

Nina fue hasta la siguiente foto, que parecía estar sacada en un restaurante o un pub. Un grupo de hombres alrededor de una mesa brindaba alegremente con el fotógrafo, que ella supuso que era el propio Mac.

—¡Oh, uau! ¿Ese es Hugo?

Mac miró la fotografía, que incluía a Chase y a Hugo Castille, este último luciendo un bigote largo poco favorecedor.

—Exactamente. La hicieron justo después de volver de una operación conjunta de la OTAN en los Balcanes. ¿Lo conocías? —Nina asintió—. Era un buen hombre. Aunque estaba obsesionado con la fruta.

—Sí, me acuerdo de eso.

En la foto también había alguien a quien recordaba con mucho menos afecto.

—Oh. Y ese es Jason Starkman.

—Sí —dijo Mac con desaprobación—, una vergüenza. Tener una aventura con la esposa de un soldado compañero… Ese es el tipo de cosas por las que un hombre debería ser azotado.

—De hecho… —empezó Nina y se paró, insegura sobre si quería hablar de ese tema.

La mirada inquisitiva de Mac la animó a seguir adelante.

—Eddie me dijo que Starkman no había tenido ninguna aventura con Sophia. Ella se lo inventó para hacerle daño.

Mac asintió casi imperceptiblemente.

—¿Sabes? No me sorprende. Siempre he pensado que Sophia tenía una vena bastante cruel. Derrochaba una prepotencia exagerada y podía ser bastante desagradable si algo no iba exactamente como ella quería. Pero Eddie no se dio cuenta de eso hasta que fue demasiado tarde, el pobre cabrón.

—¿Y ni tú ni Hugo pensasteis en, ya sabes, lanzarle alguna indirecta?

—¿Qué podíamos haberle dicho? Estaba enamorado de una hermosa joven, rica y culta. No creo que hubiese nada que pudiésemos haber hecho para cambiar su imagen de ella. Solo ella podía hacerlo… E incluso cuando se percató del tipo de persona que era, a Chase le llevó bastante tiempo admitir lo que había pasado. Esa experiencia lo hizo cambiar bastante, desafortunadamente.

Así que Chase no era tan inalterable como presumía, pensó Nina.

—Hugo me contó una vez que Eddie solía ser… ¿cortés?

Mac se rió.

—¡Oh, por Dios, sí! Un auténtico caballero en su armadura reluciente. Se apartaba del camino para ayudar a mujeres necesitadas y nunca pedía nada a cambio. Ese es el tipo de comportamiento que hace que un hombre se gane un montón de admiradoras.

—Sí que es verdad que parece tener un montón de amigas alrededor del mundo —dijo Nina.

—Y por buenos motivos. Hay un montón de gente que le debe su vida a Eddie. Pero siempre fue lo suficientemente caballeroso para entender que solo eran amigas… hasta que llegó Sophia. Después de eso, aunque ha seguido tratando de ayudar a la gente, también ha desarrollado una actitud grosera bastante tediosa.

—Un mecanismo de defensa.

—Supongo que sí —dijo Mac, mirando a Nina—. Pero está claro que alguien ha sido capaz de atravesarlo.

—Para lo que ha valido —respondió ella, tristemente.

—¿Lleváis juntos cuánto… dieciocho meses ahora?

—Más o menos.

—Que es más tiempo del que Eddie estuvo con Sophia.

Dejó que Nina pensase en ello mientras él cruzaba la biblioteca. Una viga divisoria en el techo mostraba que se habían unido dos habitaciones más pequeñas, formando una. Mac se estiró para limpiar una mota de polvo de un conjunto de gaitas colocadas sobre una placa grande de madera oscura con forma de escudo.

—¿Sabes tocarlas? —le preguntó, aprovechando la oportunidad de cambiar de tema.

Mac sonrió irónicamente.

—Ni una nota. En realidad, mi familia dejó Edimburgo cuando yo tenía diez años y se mudó a Chingford. Pero los soldados tienen bastante poca imaginación cuando compran regalos de jubilación. O eso, o les gusta putear a la gente. No estoy muy seguro de qué pasó en este caso. Pero lo que cuenta es el sentimiento que hay detrás.

Volvió a sonreír, esta vez con más calidez, y después dejó las gaitas y entró en una habitación adyacente. Nina lo siguió y se encontró en una sala de juegos en la que una mesa de billar de tamaño real ocupaba la mayor parte del espacio. Mac cogió una caja de cartón blanco que había sobre el tapete verde y las bolas de billar resonaron en su interior. Jugó con ella un momento, como si fuese a sacar las bolas para echar una partida, y después se giró para mirar a Nina a la cara.

—Lo que le pasa a Eddie —dijo—, es que sí, puede ser… vamos a ser generosos y decir que puede ser… molesto. Antes incluso de que Sophia lo dejase, hubo momentos en que pensé que una bala en la cabeza sería la única manera de hacerlo callar.

—Más o menos sigue igual —admitió Nina, con una media sonrisa.

—Pero al mismo tiempo, posiblemente sea el hombre más leal, más valiente y redomadamente indómito con el que he servido. —Cogió un taco de la mesa y se golpeó la espinilla con él. Se escuchó un ruido de plástico y metal contra madera—. Esto me lo hice en Afganistán. Esa fue la razón por la que tuve que retirarme del servicio activo y entrar en el mundo del espionaje. La metralla de un RPG me la voló limpiamente de rodilla para abajo.

—Dios mío —dijo Nina, con los ojos muy abiertos.

—Fue Eddie el que me sacó de allí. No solo se adentró entre el fuego enemigo para sacarme de un Land Rover en llamas y después me cargó al hombro… bueno, yo pesaba una pierna menos, supongo…, sino que también se ocupó de los enemigos que nos disparaban. Ese es el tipo de hombre que es. Cuando se trata de proteger a la gente que le importa, es decidido y audaz y llegará a los extremos que sean necesarios. Por lo que dijiste en la cena sobre cómo os conocisteis, tengo la impresión de que eso lo sabes de primera mano.

—Sí —dijo ella, recordando la manera en que Chase había abordado un avión (mientras estaba despegando) para rescatarla.

—Es un hombre de acción —dijo Mac, volviendo a dejar el taco en la mesa—, lo que a veces, por desgracia, quiere decir que actúa sin pensar. Y habla sin pensar. Supongo que la gente cercana a él debe sopesar lo negativo y lo positivo… y lidiar con lo negativo.

—¿Te refieres a la gente como yo?

Él la miró inocentemente.

—Quizás.

Ella sonrió.

—¿Sabes? Nunca había pensado en los hombres del SAS como asesores de pareja.

—No todas las batallas se libran fuera de casa —dijo, devolviéndole la sonrisa…

Oyeron un sonido muy suave arriba, como un arañazo muy leve. Nina apenas lo notó, pero Mac levantó la cabeza rápidamente, buscando la fuente, y la sonrisa se le borró inmediatamente.

—¿Qué pasa? —le preguntó ella.

—Ven conmigo. Rápido.

Su voz no admitía réplica, dado su tono profesional. Fue a la puerta, salió al rellano y bajó rápidamente las escaleras hasta el primer piso, con Nina siguiéndolo justo detrás.

—Tenemos que llegar al estudio.

—¿Qué pasa? ¿Algo va mal?

—Hay alguien en el tejado. He escuchado un paso en la pizarra.

Llegaron al estudio. Mac se agachó y mostró, por primera vez, signos de torpeza a causa de la pierna protésica.

—Mantén la cabeza baja. Pueden estar mirando por la ventana.

Nina se encorvó y lo siguió, cruzando la habitación, hasta un armarito. Mac lo abrió y sacó una siniestra escopeta de corredera que se volvió más amenazadora cuando la amartilló. «Cachac». Ese simple sonido le causó un escalofrío a Nina.

—Trabajando para el SAS, te ganas enemigos —sentenció Mac a modo de cortante explicación—. Y es sabido que algunos de ellos hacen visitas a domicilio.

Con el arma en una mano, fue agachado hasta el escritorio para coger el teléfono.

Otro ruido, sordo, desde el exterior de la calle.

Mac dejó caer el teléfono inmediatamente, se lanzó a por Nina y la placó contra el suelo para protegerla con su cuerpo.

La ventana se rompió y apareció un agujero redondo y limpio de cincuenta milímetros de diámetro…

—¡Tápate los oídos! —gritó Mac.

Nina apenas pudo llevarse las manos a la cabeza…

La granada de aturdimiento explotó con un ruido ensordecedor.

16

A Nina le pitaron los oídos mientras Mac la ponía en pie y tiraba de ella hasta el rellano del primer piso. La camiseta revoloteaba sobre sus piernas. Se oyó un estrépito abajo y Nina miró y vio a dos hombres armados, vestidos completamente de negro y con pasamontañas, irrumpir por la puerta principal. Se escuchó otro estruendo de madera astillada desde la cocina: la puerta trasera también se abrió de golpe.

Los dos intrusos sabían perfectamente dónde estaban ella y Mac, ya que se giraron inmediatamente hacia el balcón. Mac los apuntó con la escopeta…

Los dos tragaluces se hicieron añicos y una lluvia de cristal de las vidrieras les cayó de repente desde arriba. Mac se agachó para evitar los pedazos afilados. Dos cuerdas de nailon negras descendieron por los agujeros del techo y se desenrollaron hasta llegar al suelo del vestíbulo. Un momento después, dos hombres más empezaron a bajar por las cuerdas. ¡Buuuum!

La escopeta de Mac resonó casi con tanta fuerza como la granada. Uno de los hombres de las cuerdas salió despedido hacia atrás. Todo el empuje del impacto le golpeó en el pecho y lo descolgó de la cuerda, lanzándolo sobre la balaustrada. Chocó contra la pared del rellano del piso superior y cayó al suelo.

Pero no había habido sangre. Los atacantes llevaban equipos de protección. El hombre al que Mac le había dado estaba aturdido, pero seguía vivo, seguía siendo una amenaza.

Saltaron astillas del pasamanos de madera cuando los hombres de abajo abrieron fuego y lo destrozaron a balazos. Nina levantó las manos para protegerse la cara. A su lado, Mac amartilló la escopeta y la levantó de nuevo, al tiempo que el otro hombre se giraba para apuntarlos con su MP9 desde arriba…

Mac disparó primero, pero no al hombre armado, sino a un punto situado encima de él. Los perdigones al rojo vivo desgarraron la cuerda que lo sujetaba. El hombre cayó al vacío y el grito que lanzó se quebró de golpe, sustituido por el ruido de huesos rotos.

Los disparos desde abajo cesaron. La esperanza de Nina de que los dos tiradores del vestíbulo estuviesen quizás ayudando a su camarada caído se desvaneció cuando se dio cuenta de que iban deprisa hacia las escaleras.

—¡Arriba! —chilló Mac, cogiéndola del brazo y corriendo hacia el piso superior.

El pie izquierdo de Mac hacía un ruido metálico cada vez que pisaba la moqueta, pero el escocés apenas se veía ralentizado por la prótesis.

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