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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (35 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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—Joder —murmuró.

Abrió la puerta que había al lado de las escaleras y entró en una oficina. Las luces del techo estaban apagadas… pero seguía habiendo bastante iluminación. Toda una pared estaba hecha de cristal y daba al interior del edificio.

Chase se puso en cuclillas y se acercó a la ventana, usando una silla para ocultarse mientras le echaba un vistazo al inmenso espacio. Unas hileras de luces brillantes en el techo iluminaban cada esquina con una blancura intensa y uniforme. A ambos lados del pasillo central había docenas de salas rectangulares con las paredes y los techos de cristal.

Salas blancas. Cada una tenía una esclusa de aire en un lateral y unas tuberías que subían hasta los filtros del tejado. En el interior se estaban examinando minuciosamente, en busca de fallos, unas pastillas de silicio recién fabricadas, y cada una de ellas contenía docenas e incluso cientos de chips.

Y las examinaban humanos, no máquinas. Para consternación de Chase, el turno de noche en la planta estaba trabajando; al menos veía a dos docenas de personas, todos vestidos de pies a cabeza con monos blancos y con las caras escondidas tras máscaras con filtro. Hasta ahí habían llegado sus planes de entrar subrepticiamente en el edificio…

Alejó rápidamente ese pensamiento de su mente cuando vio… a Yuen.

Estaba en otra habitación con pared de cristal en la primera planta, al final de la fábrica. Era algún tipo de sala de reuniones ejecutivas, a juzgar por la gran mesa circular y las sillas de cuero negro y respaldo alto. Parecía encontrarse en medio de una conversación con otros dos hombres, uno trajeado y otro vestido con una bata de laboratorio. Había otros dos hombres más de traje negro en el otro extremo de la mesa que no parecían tomar parte en la charla. Los guardaespaldas de Yuen, supuso Chase. Y sentada entre ellos…

Su corazón latió más fuerte.

¡Sophia!

Se alejó de la ventana. Estaba seguro de poder ocuparse de los dos guardaespaldas que flanqueaban a Sophia, y dudaba de que ninguno de los otros hombres de Yuen supusiese alguna amenaza, especialmente si se les apuntaba con un arma a la cara. Y por lo que respectaba a Yuen, iba a llevarse una buena paliza, ofreciese resistencia o no.

Pero antes, tenía que llegar hasta ellos…

Le llamó la atención un técnico que caminaba por la planta baja, hacia las escaleras. Vestía un mono blanco, pero se había bajado la capucha y se estaba quitando la máscara. Mientras Chase lo miraba, jugueteó con una tarjeta sujeta a un carrete de su traje mediante un cable fino.

Chase retrocedió por la habitación poco iluminada y salió al pasillo. Oyó una campanilla al fondo de las escaleras, seguida de un zumbido cuando se abrió la cerradura electrónica. Mientras se colaba en los baños masculinos, escuchó al hombre subir las escaleras.

El técnico abrió la puerta y entró, bostezando… y después se paró, confuso, al ver a una figura desconocida esperándolo.

—Buenas —dijo Chase, con una sonrisa cautivadora—. He venido a comprobar la lectura del contador.

Chase señaló a un lado y el técnico, instintivamente, miró en esa dirección.

Y recibió el poderoso puño de Chase de pleno en la cara. Soltó un gemido casi cómico y después se tambaleó hacia atrás, con los ojos en blanco. Chase lo sostuvo antes de que cayese al suelo.

—Lo siento —dijo, desabrochándole el traje blanco—. Pero no te vayas a pensar cosas raras…

Tres minutos más tarde, Chase (vestido con el mono blanco del técnico y con la cara casi oculta por la máscara y la capucha) entró en la planta. La tarjeta golpeteó el carrete cuando la soltó.

No había forma de esconder la pistola en el traje, así que tuvo que guardarla bajo la chaqueta. Le llevaría unos segundos abrir la cremallera y sacarla. Esperaba no necesitar el arma con urgencia…

Atravesó la enorme habitación, intentando mostrarse resuelto pero no demasiado apurado. Ninguno de los técnicos parecía prestarle atención; solo era otra persona de blanco. Echó un vistazo casual a la sala de reuniones para comprobar su objetivo…

¡Mierda!

La habitación estaba a oscuras y el brillo frío del otro extremo le reveló que tenía cristales en dos paredes, que se podía ver otra parte de la fábrica desde allí. Yuen se había ido… al igual que Sophia.

Aumentó el ritmo, sin preocuparse ya por aparentar ser uno más. Necesitaba alcanzar a Yuen y a sus compañeros cuando estuviesen solos, alejados de cualquier trabajador que pudiese dar la alarma.

Se abrió la puerta en el extremo más alejado del pasillo y entró Yuen, caminando directamente hacia él.

Chase giró bruscamente y se quedó parado ante la esclusa de aire de la sala blanca más cercana. Yuen iba acompañado del hombre trajeado de perilla con el que había estado hablando en la sala de reuniones, y de un guardia de seguridad uniformado. Un guardia de seguridad armado con una pistola enfundada a un costado. No había rastro del hombre de la bata, ni de los dos guardaespaldas, ni de Sophia.

Yuen se acercaba rápidamente. Paseaba los ojos de un lado a otro, supervisando sus dominios. Miró a Chase… y la vista se quedó fija en él.

Chase se tensó y levantó una mano hasta la cremallera del traje…

Pero la cara de Yuen no mostró signos de reconocerlo ni le ladró órdenes al guardia. Chase se dio cuenta de lo que le había llamado la atención… Yuen se estaba preguntando por qué uno de sus empleados estaba por ahí paseando, en lugar de trabajando.

Chase pasó la tarjeta por el lector que había al lado de la puerta de la esclusa, sin saber si el hombre al que se la había robado tenía acceso a esa sala en particular. Luz verde. La puerta zumbó. Chase tiró de ella, agradecido, y entró, fingiendo juguetear con su tarjeta mientras pasaba Yuen…

—¡Tú!

Chase se giró al escuchar el grito, audible incluso a pesar de las paredes de cristal. Yuen se había parado y lo señalaba con un dedo acusador. Sus compañeros se pararon también y la mano del guardia de seguridad se acercó a la pistola.

Pillado, y sabedor de que nunca podría sacar su propia pistola lo suficientemente rápido como para ganarle al guardia, Chase hizo lo único que se le ocurrió: actuar inocentemente. Se señaló a sí mismo con un dedo enguantado, levantando las cejas, sorprendido.

—¡Sí, tú! —repitió Yuen, con aire enfadado.

Miró a Chase durante un incómodo momento y después le señaló la alfombrilla del suelo.

—¡Límpiate los pies! ¡Cada vez que alguien arrastra polvo al interior, las pastillas de silicio que se estropean me cuestan medio millón de dólares!

Chase asintió, disculpándose, y después hizo la pantomima de limpiarse con cuidado los pies cubiertos en la alfombrilla. Yuen movió la cabeza, exasperado, y siguió caminando a grandes pasos, seguido de los otros hombres.

Aliviado, Chase los miró hasta que giraron en el pasillo central y se dirigieron a una cabina anexa, en un lateral de la sala. Después pasó la tarjeta para salir de la esclusa. Volvió a caminar hacia la puerta que había al final de la planta. Había otro lector de tarjetas al lado; pasó la que había robado…

Luz roja y un áspero pitido de advertencia. «Acceso denegado». El técnico al que estaba suplantando no tenía permiso para entrar en esa parte de las instalaciones.

Echó un vistazo hacia atrás, a las salas blancas cercanas, nervioso de repente. Si cualquiera de los otros trabajadores se preguntaba por qué estaba intentando entrar en un área restringida, podía dar la alarma en cualquier momento…

Una campanilla. Chase se giró rápidamente y vio que la luz en el lector de tarjetas se había vuelto verde y que la puerta pitaba al abrirse. La abrió y la cruzó velozmente.

Empezó a desconfiar. Era imposible que el ordenador que controlaba la cerradura le hubiese prohibido primero el acceso y después hubiese cambiado de opinión sin haber pasado la tarjeta de nuevo. Alguien le había dejado pasar.

Estaba en un vestíbulo. Justo delante vio otra puerta de seguridad que llevaba a la siguiente sección de la planta. Había pasillos a uno y otro lado, pero las escaleras que subían a la siguiente planta eran su prioridad. Si tenía que buscar a Sophia, lo normal era empezar por el último lugar donde la había visto. Se quitó el mono y guardó la tarjeta en el bolsillo; después, sacó la pistola.

Chase subió las escaleras y movió la Steyr hacia ambos lados con rapidez cuando llegó arriba, por si alguien lo estaba esperando. A continuación, correteó hasta alcanzar la puerta de la sala de reuniones.

Irrumpió en ella, barriendo la habitación oscura con la pistola. Vacía. A la izquierda tenía la ventana a través de la cual se veía la enorme sala de fabricación de chips de la que acababa de salir. Como sabía que Sophia no estaba allí, se dirigió a la ventana de la derecha y miró la planta industrial a la que daba.

No era una fábrica de microchips.

Chase reconoció varios barriles del mismo tipo que había visto en la mina de Botsuana. Barriles llenos de uranio.

Alineados, una cinta transportadora los introducía en una máquina muy grande y de aspecto recio. Una especie de horno. Aunque estaba completamente cerrado, el aire que había sobre él vibraba de calor y los aparatos de aire acondicionado del techo le proporcionaban refrigeración. Una pesada tubería salía de un costado hasta un contenedor de acero ancho, aparentemente para los residuos; otras tuberías conducían hasta un segundo horno. Aunque era más pequeño que el primero, el hecho de que estuviese prácticamente enterrado en medio de un equipo de refrigeración sugería que estaba mucho más caliente.

De él surgían más tuberías (anchas, transportando gas a alta presión) que pasaban por varias cámaras de condensación. La luz parpadeaba rápidamente en las pequeñas portillas de inspección, hechas de vidrio emplomado de quince centímetros de ancho.

Luz láser. Los destellos azules eran puros y constantes. Ante cada cámara había otro compartimento de acero donde se recogía el resultado final del proceso.

Chase conocía ese proceso, lo que producía. Había recibido información en el SAS cuando lo prepararon para una misión secreta en Irán, en parte para que, si lo encontraba, pudiese identificarlo… pero principalmente, para saber cómo sabotearlo.

Era un sistema SILVA, Separación de Isótopos por Láser de Vapor Atómico, y solo tenía una finalidad: extraer el mineral de uranio, vaporizarlo y pasar el gas resultante sobrecalentado a través de un poderoso rayo láser con una longitud de onda muy específica. Chase no se había quedado mucho con la parte científica (él era soldado, no un físico atómico), pero sabía lo que producía esa intervención del láser en los colectores: uranio enriquecido, apto para uso armamentístico, producido más rápidamente, con mayor seguridad y con mayor pureza que con los sistemas tradicionales de centrifugado de gas.

Y mientras Chase revisaba el resto de la planta, descubrió el destino final del uranio.

Habían montado una cadena de producción en la que había una hilera de, al menos, veinte carcasas humeantes de acero inoxidable en diferentes estadios de ensamblaje, situadas con cierto espacio entre ellas. Carcasas de bombas.

—Me cago en la puta, joder… —susurró.

Lo que estaba viendo allí abajo era tecnología avanzada más allá de las posibilidades de la mayoría de las naciones que querían unirse al club nuclear.

Pero Yuen la poseía… tenía su propia fábrica de bombas nucleares, construida en secreto con los miles de millones de dólares que sus compañías de alta tecnología le habían proporcionado.

Todo había cambiado. Esto ya no era solo una misión de rescate, y los negocios de Yuen trataban de algo más que vender uranio en el mercado negro. Estaba fabricando… había fabricado, se corrigió Chase, al ver cómo se completaba la última bomba de la cadena, armas nucleares. Fuesen cuales fuesen las intenciones de Yuen, la planta tenía que cerrarse. Ahora.

Volvió a recorrerla, buscando puntos débiles. De acuerdo con la sesión informativa del SAS, los láseres eran la clave, la parte más compleja y más cara de todo el proceso. Si se destruían o si simplemente se dañaban, todo el sistema se volvería completamente inservible.

Y si había algo que a él se le daba bien, era estropear y destruir cosas.

Tenían cinco cámaras de condensación, aunque en ese momento solo cuatro se hallaban activas. Dos hombres, que no vestían los buzos blancos de la inocua planta de fabricación de chips, sino monos amarillos de seguridad y máscaras que les cubrían la cara completamente, trabajaban en el quinto, que tenía un panel abierto y lo que Chase adivinó que era el láser a medio quitar. Eso quería decir que podría ocuparse de uno de esos láseres simplemente tirándolo al suelo, pero los otros iban a darle más problemas.

Las luces de la sala de reuniones se encendieron con rapidez.

Chase se giró y apuntó con la pistola a la puerta mientras se abría…

¡Sophia!

Estaba de pie en la puerta, aterrorizada. Detrás de ella estaba Yuen, presionándole la cabeza con una pistola. Y más atrás vio a dos guardias de seguridad uniformados y a los dos guardaespaldas de traje negro, todos con las armas levantadas.

Apuntando a Chase.

—Te dije que te limpiases los zapatos.

Con una sonrisita, Yuen entró en la habitación, empujando a Sophia delante de él. Sus hombres lo siguieron y se colocaron dos a cada lado.

—Y ahora, tira la pistola o tu exmujer se convertirá de verdad en tu exmujer.

—No le harías daño, Dick —gruñó Chase, concentrándose más en los otros hombres que en Yuen.

Mientras el multimillonario continuase regodeándose, estaría distraído… pero sus hombres estaban callados, completamente atentos, y no dejaban de apuntarlo.

—No después del trabajo que te costó recuperarla.

—Oh, ¿te refieres a la manera en que dejaste caer a mi querida mujer florero justo en mi regazo, sin que yo tuviese ni que levantar un dedo? —se rió Yuen, apretando la pistola contra la mejilla de Sophia.

Ella gimoteó.

—Hazlo —le insistió, con una voz más dura—, o morirá. Puedo conseguir otra esposa. Pero tú no tendrás otra advertencia.

Sin otra opción, Chase levantó las manos y tiró la pistola. Los guardias saltaron hacia él inmediatamente, le agarraron las manos y lo cachearon.

Yuen se apartó de la espalda de Sophia. Bajó el arma…

Y se la dio a su esposa.

Una horrible incredulidad subió desde el estómago de Chase mientras Sophia se apartaba el pelo y le sonreía, a modo de falsa disculpa.

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