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Authors: Jude Watson

Lazos que atan (5 page)

BOOK: Lazos que atan
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—Pero esto es lo que más miedo nos daba. Aquí es donde nos obligaban a contemplar las torturas de los demás. Algunas veces eran personas que conocíamos: amigos, familiares... Los Absolutos utilizaban sondas robot para monitorizar a los Obreros. Mantenían un seguimiento intensivo de los datos vitales de cada uno de ellos para tenernos controlados. Podían encontrar a cualquiera si lo necesitaban —Irini se quedó mirando las pantallas en blanco—. Se enteraron de que yo estaba prometida y encontraron a mi novio.

Obi-Wan se quedó sin aliento. No podía ni imaginar qué clase de mente podía ser capaz de elaborar semejante tortura. Esta vez no se sintió con fuerzas para preguntar a Irini lo que había ocurrido.

Irini le miró.

—Pero los Absolutos no sabían que, de ese modo, los que eran torturados eran también conscientes de que había otros contemplándolos. Los Absolutos sólo pensaban en el dolor que podían infligir, el doble dolor de la víctima y el observador; pero a las víctimas les animaba saber que podían ser valientes por aquellos que les conocían y que les querían. Aguantarían cualquier cosa por amor. Las sondas robot son ilegales ahora en Nuevo Ápsolon. Nadie quiere revivir aquella época.

Volvió a contemplar las pantallas.

—En este lugar, me despedí muchas veces de la vida. Pero conseguí sobrevivir.

—Debe de ser duro regresar —dijo Qui-Gon—. Pero aquí estás, guiando las visitas.

—Recordar es lo más importante —dijo Irini. En la penumbra, alzó su mano torcida—. Me considero afortunada por haber salido de aquí con sólo una mano dañada. Me la rompieron para que no pudiera trabajar en el Sector Tecnológico, pero fueron tan estúpidos que no se dieron cuenta de que soy zurda. Trabajaba igual de rápido cuando salí. Puede que incluso más. No me costó encontrar otro empleo —su sonrisa era sorprendentemente brillante e iluminaba su rostro tenso y demacrado—. Tenía una causa por la que trabajar.

—¿Fueron arrestados todos los Absolutos? —preguntó Qui-Gon.

Irini negó con la cabeza mientras les guiaba por un pasillo hacia el piso inferior, pasando ante otra fila de celdas. El pasadizo tenía el techo tan bajo que un adulto no hubiera sido capaz de mantenerse en pie. Tuvieron que agacharse para entrar. A Irini se le abrió ligeramente la túnica al agacharse, y Obi-Wan vio que llevaba una pequeña cadena con un emblema de plata alrededor del cuello. La delicadeza de la joya contrastaba enormemente con sus modales bruscos y su ropa austera.

—De ninguna manera. Muchos de los que fueron Absolutos siguieron operando en la clandestinidad. Algunos gozaban de la protección de poderosos aliados entre los Civilizados. Hace poco se encontraron unos archivos de los Absolutos. El Gobierno los clasificó. Ésa es una de las razones por las que seguimos luchando. Queremos que los archivos se hagan públicos para poder saber quiénes eran nuestros enemigos.

—¿Por qué se clasificaron? —preguntó Obi-Wan.

Irini les guió hasta el exterior de la pequeña estancia, y de vuelta a la pasarela. Obi-Wan soltó un suspiro de alivio que intentó ocultar. Después de unos pocos segundos en el pequeño espacio oscuro sintió un peso que le oprimía.

—Los que están en el poder dicen que la publicación de los archivos comprometería los esfuerzos que se están realizando para encontrar a los criminales. También había meros burócratas entre los Absolutos: secretarias, ayudantes, técnicos, que no estuvieron involucrados en torturas o detenciones. ¿Qué clase de castigo se merecen, si es que se merecen alguno? El Gobierno teme que publicar los nombres de esas personas genere una situación fuera de la ley y la posibilidad de que la gente se tome la justicia por su mano. Dicen que todas las personas de esas listas tienen que ser investigadas antes de salir a la luz, pero hay algunos Obreros que no están de acuerdo con eso. Según ellos, es otro intento de proteger a los criminales. Roan prometió publicar los archivos en cuanto fuera elegido, pero no lo ha hecho.

—Todavía —dijo Qui-Gon.

—Todavía —dijo Irini—. Puede que nunca lo haga. Después de todo, es un Civilizado.

Abrió la puerta que conducía de nuevo a la zona principal del edificio. Una corriente de aire pasó por el vacío, agitando la túnica de Qui-Gon. Irini permaneció en pie frente a él, sujetando la puerta, y se quedó mirando el cinturón de utilidades del Jedi.

Sus ojos oscuros relucieron de asombro.

—Eres un Jedi.

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Qui-Gon.

—Sé reconocer un sable láser cuando lo veo —Irini les miró de hito en hito—. Debería haberme dado cuenta de que no erais simples turistas. ¿Por qué habéis venido? ¿Os ha hecho llamar Roan? ¿Tan mal están las cosas para él en Nuevo Ápsolon que cree necesario llamar a los Jedi para que nos protejan?

—Me da la impresión de que no te fías de Roan —dijo Qui-Gon.

La mirada de Irini se quedó vacía. Le miró fríamente.

—Por estúpidos que fueran, los Absolutos me enseñaron una cosa —dijo ella—. No te fíes de nadie.

Capítulo 7

Al salir del museo, la mente de Obi-Wan estaba llena de reflexiones sobre lo que acababa de ver. No podía entender la decisión de Irini de seguir acudiendo a ese edificio y guiar las visitas, volver a un sitio en el que había sido torturada y humillada. Entonces recordó a Bant. Estuvo a punto de morir en la catarata del lago, en el Templo; pero seguía siendo su sitio favorito para ir a nadar. Decía que era mejor recordar que olvidar.

Pero ¿hasta qué punto era bueno recordar? ¿Cómo sabía uno cuándo apartar los recuerdos?

Miró a Qui-Gon y estuvo a punto de formular la pregunta, pero su Maestro no parecía de humor para filosofar. Aunque no tenían un propósito definido, él mostraba una expresión rígida mientras caminaba decidido por la avenida.

—Algo va mal —dijo Qui-Gon casi sin aliento—. Puedo sentirla. Sé que está aquí. Está cerca. Pero algo va mal.

La expresión de Qui-Gon no cambió, ni su ritmo; pero Obi-Wan sintió que su concentración había variado.

—No te des la vuelta, Obi-Wan —dijo Qui-Gon—. Cuando lleguemos al final de la avenida, gira a la derecha. Creo que hay un callejón. En cuanto giremos, ponte a cubierto.

—¿Hay problemas? —preguntó Obi-Wan con el mismo tono calmado.

—Una sonda robot.

—Pensé que eran ilegales.

—Parece que, pese a ello, siguen utilizándose. Podría ser mera vigilancia. Quizá no nos esté siguiendo, pero creo que sí. Veamos su reacción.

Llegaron al callejón, y Obi-Wan se metió rápidamente, con Qui-Gon pisándole los talones. Era una zona de servicio de los edificios de la calle. Había gravitrineos junto a algunas puertas, y una nave para el transporte de mercancías frente a una entrada secundaria.

Sin intercambiar palabra, Qui-Gon y Obi-Wan se escondieron detrás de la nave. La sonda robot se metió por el callejón y se movió de un lado a otro con los sensores parpadeando, buscándoles.

Qui-Gon no se movió. Obi-Wan sabía que su Maestro estaba esperando a ver qué pasaba. ¿Estaría la sonda robot programada para continuar con la búsqueda? ¿Hasta qué punto insistiría?

La sonda robot subió y bajó por el callejón, buscando movimiento. Los Jedi estaban entrenados para mantener una quietud perfecta. Ni siquiera parpadeaban. Podían ralentizar el ritmo respiratorio y las constantes vitales para que ni el androide más sensible lo detectara.

La sonda robot no salió del callejón. Se movía lentamente, subiendo y bajando.

—No se va. Bien —susurró Qui-Gon—. Vamos a provocarla.

Se levantó rápidamente y caminó hacia el centro del callejón. La sonda robot detectó el movimiento de inmediato y se situó para colocar a Qui-Gon dentro de su radio de alcance. Con un gesto que no pareció intencionado, Qui-Gon saltó por los aires, activando su sable láser, y cortó a la sonda robot con un movimiento suave y medido.

—Y ahora veamos qué... —comenzó, pero le interrumpieron unos disparos láser desde arriba.

El fuego láser estaba tan cerca de su Maestro que a Obi-Wan le dio un vuelco el corazón. Sin embargo, eso no le impidió activar su propio sable láser y saltar hacia delante para protegerlo. Si los reflejos de Qui-Gon se hubieran retrasado medio segundo, le habrían derribado. Pero el disparo láser sólo le había desgarrado la manga de la túnica.

—¡Quédate a cubierto! —gritó Qui-Gon a Obi-Wan.

Puede que Obi-Wan arriesgara mucho para correr al lado de su Maestro, pero le daba igual. El fuego surgía incansable desde arriba mientras corrían de un lado a otro del callejón, empuñando los sables láser. Atrapados en el estrecho espacio, eran objetivos fáciles.

—Tenemos que subir al tejado —dijo Qui-Gon—. Activa tu lanzacables cuando puedas.

Obi-Wan tuvo que acoplar sus movimientos a los disparos láser que procedían de arriba. Necesitaba los cinco sentidos para mantener los movimientos defensivos. Consiguió activar el lanzacables mientras avanzaba de lado hacia la pared del edificio. Se elevó en el aire mientras los disparos láser le pasaban rozando.

Obi-Wan saltó sobre el tejado. Se dio cuenta de que los disparos habían cesado hacía unos segundos. Recorrió la azotea con la mirada mientras Qui-Gon saltaba tras él.

—Ahí —dijo Qui-Gon.

Corrieron hacia el extremo de la azotea, donde había unos cuantos objetos amontonados. Primero examinaron la zona, mirando hacia la calle por si su atacante había regresado al callejón. Luego escudriñaron los tejados vecinos para ver si había saltado. No parecía haber vía de escape que permitiera al atacante escapar tan rápidamente.

Volvieron a la pila de objetos. Qui-Gon se agachó y recogió un pequeño transmisor.

—Para la sonda robot. Y aquí hay un equipo de munición —se lo alcanzó a Obi-Wan—. Parece que se trataba de una sola persona, pero tenía al menos dos pistolas láser. Los disparos eran constantes.

Obi-Wan contempló el equipo. Estaba hecho de cuero. En uno de los laterales tenía grabada una insignia. Se agachó para enseñárselo a Qui-Gon.

—Lo reconozco. Irini llevaba un collar con el mismo emblema.

—Por fin —dijo Qui-Gon—. Ya tenemos algo por lo que empezar.

Capítulo 8

La noche había caído y el aire refrescaba mientras Qui-Gon y Obi-Wan esperaban a la entrada del Museo de los Absolutos. Llevaban las capuchas puestas y se ocultaban en las sombras de un monumento situado justo enfrente del edificio.

Enseguida recibieron su recompensa. Un grupo de gente comenzó a salir del edificio, y no tardaron en distinguir la figura de Irini. Ella se quitó la capucha mientras bajaba por la escalinata y tomaba la avenida principal.

Los Jedi se mezclaron entre la gente de la avenida sin perder de vista a Irini. La joven subió en un aerobús propulsado, y ellos se las arreglaron para saltar sobre la plataforma trasera. Por suerte, el aerobús estaba repleto. Todos los Obreros volvían a casa.

El aerobús avanzó a toda prisa y sin detenerse por los bulevares y avenidas del Sector Civilizado. Se adentró en el Sector Obrero y comenzó a realizar paradas. Los Obreros fueron bajándose en distintos puntos. Irini seguía allí, en mitad del aerobús y con la mano apoyada sobre una barra. Dirigía su mirada ausente a las oscuras calles.

Qui-Gon se acercó a Obi-Wan.

—Nos bajaremos dentro de poco, aunque Irini no lo haga. No podemos arriesgarnos a que nos vea. Tendremos que seguir al aerobús a pie.

Les costaría un poco correr por las atestadas calles. Obi-Wan asintió. Mejor arriesgarse a perder a Irini que a ser descubiertos. Sabían dónde trabajaba: siempre podrían encontrarla de nuevo.

En ese momento, Irini comenzó a acercarse a la salida. El aerobús se detuvo en la siguiente parada. Antes de hacer una señal a Obi-Wan para saltar de la plataforma, Qui-Gon se aseguró de que Irini se había bajado.

Irini anduvo rápidamente por las calles, intercambiando de vez en cuando una sonrisa o un rápido saludo. La gente iba de un lado a otro buscando comida para la cena, o pasando el tiempo en las cafeterías. Madres y padres llevaban a sus hijos consigo, y las luces comenzaron a encenderse en el distrito de los Obreros. Podían ver familias inmersas en sus rutinas, niños inclinados sobre datapad, y adultos preparando la cena o simplemente sentados en la ventana, contemplando el regreso a casa del resto de los habitantes de Nuevo Ápsolon.

Las calles comenzaron a estrecharse, y cada vez había menos Obreros. Qui-Gon y Obi-Wan redujeron el ritmo de sus pasos, permitiendo que Irini les adelantara considerablemente. Ella estaba comenzando a utilizar los reflejos de las ventanas para ver si la seguían.

—Está comprobando si la vigilan —murmuró Qui-Gon.

Irini cruzó la calle. Con un suave codazo, Qui-Gon indicó a Obi-Wan que retrocediera. Se quedaron ocultos en las sombras mientras Irini, fingiendo que miraba los coches, observaba cuidadosamente la calle. Satisfecha al verla vacía, la mujer se apresuró a entrar en un edificio de piedra lisa que iba a ser demolido junto con el edificio de al lado. Un letrero decía: "CONSTRUYENDO UN FUTURO MEJOR PARA TODOS: EDIFICACIÓN DE NUEVAS VIVIENDAS OBRERAS DE LUJO".

Qui-Gon también escudriñó cuidadosamente la calle antes de cruzar, con Obi-Wan siguiéndole de cerca. Obi-Wan se dirigió a la puerta del edificio al que había entrado Irini, pero Qui-Gon le detuvo. Había estado contemplando el edificio de al lado.

—Vamos a probar primero en ése —dijo.

La puerta estaba cerrada con un gran candado de duracero, pero Obi-Wan lo cortó fácilmente con su sable láser. Empujaron la puerta y se quedaron un momento en el vestíbulo, a oscuras.

—No quiero correr riesgos utilizando la barra luminosa —dijo Qui-Gon—. Espera hasta que la vista se adapte a la oscuridad.

Obi-Wan dudaba que pudiera verse la luz de una barra luminosa desde el otro edificio, pero hizo lo que Qui-Gon le dijo. En unos instantes, sus ojos se habían adaptado a la profunda oscuridad interior. Vio que estaban en un pequeño vestíbulo que parecía haber albergado en el pasado una centralita de datapad, quizá para los mensajes y el correo de los habitantes del edificio. La habían arrancado, y las piezas de la consola estaban desparramadas por el suelo. Había un turboascensor, pero era obvio que estaba fuera de servicio. Una escalera cubierta de escombros conducía al piso superior.

Qui-Gon comenzó a subir.

—He visto desde fuera que algunas plantas de este edificio están conectadas al otro, probablemente para ampliar los apartamentos —susurró a Obi-Wan—. Quizá podamos acercarnos lo suficiente a Irini como para saber qué ocurre.

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