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Authors: Jude Watson

Lazos que atan (8 page)

BOOK: Lazos que atan
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—Estaba con mi meditación matutina. Creo que vosotros también la hacéis —había alegría en los ojos de Manex—. Medito sobre todas las cosas bellas que debería tener. Sin duda mi técnica es diferente a la vuestra.

—Sí —dijo Qui-Gon.

Manex observó que Obi-Wan se mostraba fascinado con la estancia.

—El verde es mi color favorito. Puedo permitirme cumplir todos mis caprichos. Qué afortunado soy, ¿no? Pero sentaos, sentaos.

Qui-Gon tomó asiento en el sillón gemelo al que ocupaba Manex. Se hundió en el asiento. Obi-Wan se sentó a su lado, intentando mantener la espalda recta. Resultaba difícil en una pieza de mobiliario tan lujosa.

Manex les señaló una bandeja de oro con dulces.

—Tengo el mejor repostero de Nuevo Ápsolon. Probad uno —se metió una tartaleta de frutas en la boca.

Qui-Gon vio que Obi-Wan contemplaba hambriento los preciosos dulces, pero su padawan no cogió ninguno.

—¿Qué puedo hacer por vosotros? —preguntó Manex, quitándose las migas de la túnica dorada.

Qui-Gon había estado pensando en la mejor manera de proceder. No estaba seguro de cuánto podía averiguar simplemente hablando con Manex. Después de todo, no iba a admitir de buenas y a primeras que era un corrupto. Pero a menudo la gente daba pistas sobre su verdadera naturaleza sin saberlo. Finalmente, Qui-Gon había decidido que su método sería el de la sinceridad.

—Formé parte del equipo original de Jedi enviado aquí para supervisar las elecciones hace seis años —dijo Qui-Gon—. Ahora no estoy en misión oficial, pero sentí curiosidad por el devenir de Nuevo Ápsolon. Y me temo que lo que he visto me ha producido cierta inquietud.

Manex se incorporó, como si hablar de cosas serias le enderezara la espalda.

—El asesinato de Ewane fue una tragedia. Nuevo Ápsolon estaba floreciendo. No había motivos de descontento. Estábamos consiguiendo que la economía fuera casi tan buena como antes de los conflictos. Tanto los Obreros como los Civilizados vieron cómo mejoraban sus vidas mientras la riqueza crecía sin parar. La galaxia perdió la fe en nuestros productos y ahora está comenzando a recuperarla. Ya perdimos la prosperidad en su momento por un enfrentamiento. Sería una auténtica pena arriesgarla de nuevo.

—La riqueza es importante para ti —dijo Qui-Gon en tono neutro.

—Sí —Manex le miró tranquilamente a los ojos—. Me gusta tenerla. Hay gente que dice que amasé mi fortuna gracias a la corrupción y a mis contactos. Supongo que te refieres a eso.

Qui-Gon estaba impresionado. Ahora sí que había vislumbrado un atisbo del hombre de negocios. Manex hablaría sin tapujos, o al menos en apariencia.

—Contactos, sí. ¿Por qué no iba a tenerlos? Mi hermano tenía un puesto privilegiado en el Gobierno. Me aproveché de todos aquellos que intentaron arrimarse a él. Pero eso no es corrupción. Vi la manera de mejorar mis negocios. Como Civilizado, tenía permiso de exportación. Los Obreros no. La ley era injusta, pero hubiera sido una estupidez por mi parte no aprovecharme de ella. Abrí un amplio mercado de bienes de Nuevo Ápsolon en la galaxia. Tenía una red de contratos de tecnoinformación. Así que me alegró ver a un Obrero siendo elegido, porque eso estabilizaría el Gobierno.

—En su momento no te uniste a tu hermano en su llamada a la unidad —señaló Obi-Wan.

—Mi hermano es el héroe. Yo soy el hombre de negocios.

Qui-Gon cogió un pastelito. No lo quería. Lo cogió porque se lo había ofrecido, y Manex estaba visiblemente orgulloso de lo que tenía. Qui-Gon quería mostrarse respetuoso y que hubiera un buen ambiente. Se metió el delicado pastel en la boca. De repente sintió una explosión de sabor exquisito, dulce y complejo.

Manex sonrió, porque Qui-Gon no pudo evitar que la sorpresa se reflejara en su rostro.

—No he exagerado nada. Es el mejor.

—Sí.

—Sólo digo que tengo lo mejor cuando realmente lo es. No me engaño a mí mismo. Mira a mi hermano —Manex se recostó en los mullidos almohadones—. Él es noble, valiente y dedicado al bien común. Todo lo que yo no soy. Debería despreciarle porque, según dicen, los hermanos sienten celos cuando uno es visiblemente superior al otro. Pero yo no desprecio a Roan. Me alegra que haya seres así en este planeta. Porque hacen posible que yo viva bien.

—Y ahora que tu hermano es Gobernador Supremo, podrás obtener todavía más beneficios —señaló Qui-Gon—. No ganarías nada despreciándole.

—Podría despreciarle y explotarle —replicó Manex—. Estoy seguro de que has visto suficiente en la galaxia como para saber eso.

—Sí —admitió Qui-Gon.

—Estás sugiriendo que estoy detrás del asesinato de Ewane —dijo Manex con tono suspicaz—. Sé que hay gente que lo piensa. ¿Pero por qué iba a arriesgar mi fortuna así? —Manex negó con la cabeza—. Me gusta demasiado mi comodidad como para arriesgarla.

—Además, estaría mal —señaló Obi-Wan.

—Sí, eso también.

—¿Crees que tu hermano tuvo algo que ver con el asesinato de Ewane? —preguntó Qui-Gon—. También hay gente que piensa eso.

—¿Roan? —Manex negó con la cabeza—. Quería a Ewane como a un hermano. No hay más que ver cómo ha acogido a esas niñas.

—Eso podría ser una maniobra para ganarse la simpatía general —dijo Obi-Wan.

Manex no pareció alterarse ante el comentario. Se inclinó hacia delante.

—Hay una cosa que tenéis que comprender. El deber lo es todo para mi hermano. Se siente responsable de Alani y Eritha.

—Hay gente que dice que las gemelas están en peligro, viviendo en la casa de alguien que es sospechoso de la muerte de su propio padre —dijo Obi-Wan.

—Hay gente en Nuevo Ápsolon que actualmente diría cualquier cosa con tal de obtener lo que quiere —dijo Manex con tono firme—. Esas chicas son libres de marcharse, pero se quedan. Conocen mejor a Roan de lo que conocieron a su propio padre. Todo ese dolor que están demostrando... ¿por quién es? No llegaron a conocer a su padre. Ewane pasó en la cárcel toda la infancia de las niñas. Luego fue Gobernador Supremo y sus obligaciones eran innumerables. Nunca llegó a conocer de verdad a sus hijas.

—Uno no puede menospreciar el dolor de un hijo por su padre, por muy distante que fuera la relación —dijo Qui-Gon.

—Claro que no. Estoy seguro de que las gemelas son sinceras —Manex se enderezó y les acercó la bandeja de pastelitos—. Qué conversación más sombría para una mañana tan espléndida. Por favor, comed. Voy a pedir unos tés.

Qui-Gon se levantó.

—Tenemos que irnos. Gracias por su hospitalidad.

—Es un placer recibir a los Jedi. Volved cuando queráis —Manex se levantó para despedirse de ellos.

El mismo androide de protocolo les guió hasta la puerta. Qui-Gon y Obi-Wan se detuvieron en las escaleras. Qui-Gon respiró profundamente el aire de la mañana. La brisa fresca y la luz del sol le infundían valor, pero no se sentía más útil para Tahl.

—¿Tú qué opinas? —preguntó a Obi-Wan mientras regresaban a la calle.

—Le he encontrado desagradable —dijo Obi-Wan—. Sería perfectamente capaz de orquestar un golpe al Gobierno. Pero no creo que tenga la energía suficiente para hacerlo. Tendría que levantarse del sofá.

—Estás dejando que tus prejuicios influyan en tus percepciones, padawan —dijo Qui-Gon con desaprobación—. Recuerda que hace falta energía para amasar una fortuna. Manex lo tuvo más fácil que la mayoría, pero lo cierto es que levantó un imperio financiero impresionante.

—Que utiliza para su propio placer —dijo Obi-Wan con repugnancia.

—He visto hombres y mujeres de gran riqueza que no disfrutaban de sus propias comodidades —comentó Qui-Gon—. Al menos, Manex disfruta de lo que ha construido. Nosotros no hubiéramos tomado las decisiones que tomó él. No dejes que su amor por el placer te impida ver sus méritos.

—¿Ves méritos en él? —preguntó Obi-Wan, incrédulo—. Yo veo corrupción.

—Yo veo a un hombre que vive como quiere y no hace apologías. La pregunta es ¿hasta qué punto sería capaz de llegar con tal de mantener su nivel de vida? —se preguntó Qui-Gon—. Quizá Manex parezca débil, pero yo creo que no lo es. A pesar de sus negativas, podría odiar en secreto a su hermano, pero no podemos dejar de tener en cuenta su perspectiva, padawan.

Qui-Gon buscó en los bolsillos de su túnica.

—Y me ha recordado algo importante.

—¿Una pista?

Dio a Obi-Wan un pastelito que había cogido de la bandeja de Manex, y que se había guardado al salir.

—Ni en plena misión debes rechazar un pastelito.

Capítulo 13

—Vamos a casa de Roan —dijo Qui-Gon—. Es hora de conocer al Gobernador Supremo.

La residencia oficial estaba cerca de allí. Qui-Gon reflexionó sobre la conversación con Manex. Ojalá hubiera averiguado más. Le hubiera gustado llevar información a Tahl. En lugar de eso, sólo tenía vagas impresiones.

—Qui-Gon —le dijo Obi-Wan en voz baja—, mira. Diez metros a la derecha, junto a ese monumento.

Qui-Gon miró en esa dirección. La mirada atenta de su padawan había captado a un pequeño androide de seguimiento. Flotaba en la plaza de césped, justo frente a la residencia del Gobernador Supremo. Él no lo había visto. Se dijo a sí mismo que debía concentrarse. No podía dejar que sus preocupaciones le distrajeran de esa manera.

—¿Crees que nos busca a nosotros? —preguntó Obi-Wan.

—No, está vigilando la residencia. No es una sonda robot. Es posible que lo empleen sólo como seguridad —Qui-Gon escudriñó la zona cuidadosamente, dividiéndola en cuadrantes y examinando cada metro—. Ahí. En los árboles de enfrente. Otro.

—Roan ha aumentado la vigilancia.

—O alguien ha aumentado la vigilancia sobre Roan. No me gusta lo que estamos viendo. Siento una perturbación en la Fuerza. Ven, padawan.

Qui-Gon se dirigió hacia la residencia. Cuando llegaron ante la puerta y tocaron el timbre de seguridad no se materializó ningún guardia en la pantalla, que permanecía en blanco y sólo reflejaba un resplandor azul.

El presentimiento de Qui-Gon se convirtió en alarma. Empujó la puerta, pero no consiguió abrirla.

—Intentémoslo por los jardines —sugirió Obi-Wan.

Una elevada muralla electrificada en su parte superior separaba la parte frontal de la residencia de los jardines traseros. Para los Jedi no suponía un problema. Empleando la Fuerza, ambos saltaron por encima del muro y aterrizaron suavemente sobre la hierba.

Corrieron hacia la parte trasera, donde se encontraban los jardines, bordeando la gran mansión. Mientras corrían, Qui-Gon buscaba un acceso a la casa, pero no había ventanas en ese lado. Quizá sólo se habían construido salidas en la parte delantera y trasera de la residencia. Así era más fácil de defender.

Irrumpieron en los jardines. Al principio, Qui-Gon sólo percibió un remolino de color de las masas de flores que les rodeaban. Había caminitos entre los matorrales, estrechos y enrevesados. Era imposible ver bien.

—Ve a ver el muro trasero —dijo Qui-Gon a Obi-Wan—. Busca alguna entrada.

Qui-Gon investigó la parte trasera de la casa. Todo parecía tranquilo y sereno. No se movía ni una cortina. A primera vista no parecía haber nada extraño ni peligroso. Entonces, Qui-Gon se dio cuenta de que había una puerta ligeramente abierta.

—¡Qui-Gon!

Qui-Gon se dio la vuelta, corrió y se encontró con Obi-Wan a medio camino entre los enrevesados senderos.

—He visto algo ahí delante, movimiento. Y creo que...

Doblaron una esquina. Frente a ellos había un grupo de intrusos lanzando algo por encima del muro. Era del tamaño de una persona, negro y brillante, y tenía una abertura en la parte superior.

Qui-Gon reconoció el contenedor de privación sensorial del Museo de los Absolutos. Pero ¿por qué lo arrojaban los intrusos por encima del muro?

Luego, por la abertura superior, vio un mechón de pelo dorado agitándose.

—Tienen a las gemelas —dijo.

Activaron los sables láser y se lanzaron al ataque.

Los intrusos estaban enmascarados y vestidos con ropas oscuras. Vieron a los Jedi acercándose. Uno de ellos cogió un transmisor.

—¡Cuidado, Obi-Wan! —gritó Qui-Gon.

Las sondas robot comenzaron a sisear sobre sus cabezas. Los disparos láser caían como la lluvia. Blandiendo sus sables, Qui-Gon y Obi-Wan rechazaron los disparos mientras corrían hacia el muro.

Otras sondas robot se aproximaban, volando lo suficientemente alto como para quedar fuera del alcance de los Jedi y seguir acosándolos con sus disparos. Los intrusos tenían ventaja. Saltaron sobre la muralla y desaparecieron.

Hubiera sido difícil saltar sobre el muro y a la vez rechazar los disparos. Qui-Gon lo sabía. No tenía elección.

Accedió a la Fuerza y saltó. A su lado, vio a Obi-Wan haciendo lo mismo. Volaron muy por encima del muro. En esos segundos, Qui-Gon aprovechó para derribar a dos sondas robot. Obi-Wan partió limpiamente a una por la mitad. Las tres sondas cayeron al suelo echando chispas.

Aterrizaron al otro lado del muro. Una gran explanada de hierba se extendía ante ellos. Había unos enormes deslizadores aparcados.

Los intrusos ya habían cargado los dos contenedores en unos deslizadores. Mientras los Jedi se acercaban corriendo, despegaron.

Una puerta secreta del muro se abrió y un montón de guardias de seguridad salió a través de ella. Qui-Gon reconoció a Balog, el jefe de seguridad.

—¿Qué ocurre? —rugió furioso—. ¿Qué hacéis aquí?

—Creo que se han llevado a las gemelas en esos deslizadores —dijo Qui-Gon, señalando a lo que ya no eran más que unos puntitos en el cielo.

Balog hizo una llamada por su intercomunicador, dando las coordenadas de su posición y pidiendo refuerzos aéreos.

—¿Los habéis visto? —preguntó a los Jedi.

—Tenían dos contenedores de privación sensorial como los que hay en el museo. Y he visto el pelo de una de las chicas. Eso es todo.

Balog se giró hacia los guardias.

—Registrad otra vez la casa y la zona —luego se volvió hacia Qui-Gon y Obi-Wan—. Pensábamos que erais turistas. ¿Qué hacíais aquí?

—Somos Jedi —respondió Qui-Gon—. No estamos aquí en misión oficial. Conocí a las chicas hace seis años. Hemos venido a verlas.

Balog les miró con la suspicacia de un responsable de seguridad acostumbrado a escuchar mentiras. Algo debió de convencerle porque suspiró.

—Esto ha ocurrido en mi turno. Yo pensé que la seguridad era perfecta. No sé cómo han traspasado el control y han inmovilizado a los guardias. Hicieron saltar las alarmas, pero hemos tardado demasiado en llegar.

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