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Authors: Michael Marshall

Tags: #Intriga

Los hombres de paja (49 page)

BOOK: Los hombres de paja
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Por algo que le oyó decir a Davids, Nina cree que los Hombres de Paja están convencidos de que son los mejores Cazadores-Recolectores, que su riqueza proviene de cierta «pureza» interior, más que del azar, que ellos prevalecerían en las condiciones que fuera. No lo sé. No es algo que por ahora pueda discutir con nadie.

El mensaje lo enviaron al hotel donde yo me hospedaba en Los Angeles, el día después de que devolviéramos a Sarah Becker. Era de mi hermano. No sé cómo me encontró. Una hora después abandonaba el hotel y desde entonces no he dejado de moverme.

El mensaje tenía forma de cinta de vídeo. La primera parte la había grabado después de que nos conociéramos. Era evidente que estaba muy enfadado, pero quedaba igual de claro que no había perdido la esperanza de la reagrupación familiar. Me informaba sobre una parte de la historia que no compartí con él. Cuando lo descubrieron en una calle de San Francisco, un niño muy pequeño sin nada que lo identificara salvo un nombre cosido en el jersey. Hospicios, un primer asesinato. Un periodo sobre el que se expresaba con vaguedad. Su trabajo como procurador para ricos sociópatas, el descubrimiento de ciertas coincidencias entre sus jefes y su propio pasado, cómo fue aceptado en un grupo secreto y su primer triunfo en el McDonald's de una pequeña ciudad de Pennsylvania en 1991. El desarrollo de experimentos propios sobre la evolución acelerada hacia la violencia y el abuso, el sueño de crear una esposa pura con la que engendrar una estirpe de no-virales. Un plan del que hablaba con una emoción que resultaba desagradablemente parecida al amor.

El resto del vídeo es más difícil de describir. En ciertos aspectos es muy inquietante, no solo por los asuntos que expone o por lo que implica de su sola existencia. Ver a alguien igual que yo en esas situaciones, haciendo esas cosas, es como tener acceso a un oscuro mundo de los sueños, un lugar donde se niega lo que yo creía que era mi persona, y se me transforma en alguien que espero no ser. Lo que Bobby y yo habíamos visto eran solo planos lejanos y borrosos. El Hombre de Pie, o Paul, como supongo que debería llamarle, se había asegurado de que hubiera imágenes cristalinas de su presencia en todos esos acontecimientos. Imágenes tomadas por él mismo. El, de pie, sonriendo, delante de aparcamientos en llamas, instalando cables y bombas, en oscuras habitaciones de América, Inglaterra y Europa con cabezas de turco, proporcionándoles armas y planes. Él en cuclillas, desnudo sobre los cadáveres eviscerados de jóvenes desaparecidos. El comiendo cosas.

Y por lo tanto, yo haciendo todo eso. Yo en lo alto de una encumbrada pirámide de culpa, media hora de pruebas.

La cinta que me ha mandado no me sirve de nada. No puedo enseñársela a nadie, y no solo porque la policía de Dyersburg y probablemente la de toda Montana se haya añadido a la lista de personas a las que debo evitar. Lo único que conseguiría con esa cinta es implicarme. No hay registro alguno de que yo tenga un gemelo, no hay registro alguno sobre mí excepto lo que se ve en la cinta y lo que tengo en mi cabeza.

Antes de bajar del coche en Santa Mónica, Sarah Becker se inclinó hacia delante y me susurró algo muy bajito.

—Tienes que hacerlo —dijo—. Solo tú puedes matar a Nokkon Wud.

Tiene razón. No puedo hacer sino lo que él quiere que haga. No puedo hacer sino ir en su busca.

Mientras tanto, según voy recorriendo millas, sin dejar de moverme, oigo las voces del pasado y pienso en cosas que fueron hechas para mí, en el amor que me dieron. No sabría responder la pregunta de en qué me he convertido, y quizá nunca sepa, pero al menos sé que no soy tan malo como podría haber sido. Lo que mi padre decía en la nota que me dejó, que no estaban muertos, sigue siendo cierto en varios sentidos que él no pretendía. Nunca lo estarán mientras yo viva. Desearía haberles podido conocer mejor, pero eso es uno de los deseos que no solo llegan demasiado tarde, sino que nunca habrían podido llegar a tiempo.

La imagen que más recuerdo de ellos es una que jamás vi en realidad, sino en la pantalla del televisor. Una pareja joven, ambos con un taco de billar en la mano, de espaldas a la cámara y rodeándose con el brazo el uno al otro. Y luego, cuando se giraban, qué sonrisa la de mi padre, y cómo levantaba el dedo a cámara, y cómo sacaba la lengua mi madre.

Y luego, cómo bailaban.

A
GRADECIMIENTOS

Gracias a Doug Winter por decir la frase que puso mi mente en marcha; a Susan Allison, Chris Smith y Jim Rickards por hacerla llegar lo bastante lejos; y también a Linda Shaughnessy, Bob Bookman, y David y Margaret Smith por sus comentarios; a Nicholas Royles, Howard Ely, Conrad Williams, Stephen Jones y Adam Simón por su apoyo durante este y otros procesos.

Y a mi familia, como siempre, con cariño, en especial para Paula, por ayudarme a ver las grietas en el muro contra el que me machacaba la cabeza, y por estar ahí cuando dejé de hacerlo.

Notas

[1]
Y, también, algo parecido a lo que hace con la dimensión de los fantasmas en
Ojos violeta
de Stephen Woodworth, publicada en esta misma colección y a ser seguida por
Manos rojas
,
Habitaciones negras
y
Sangre dorada
.
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[2]
Marshall volvería a explorar esto —esta vez desde una óptica más alien-psicológista— en su novela
Los intrusos
, que también será publicada en esta misma colección.
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[3]
En inglés,
Knock on wood
, frase que da lugar al nombre del personaje creado por Sarán y su padre, el señor Nokkon Wud (
N. del T.
)
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