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Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Tatuaje II. Profecía (5 page)

BOOK: Tatuaje II. Profecía
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—¿Qué? ¿Un mestizo varulf? Dilo, estoy acostumbrado a que me lo echen en cara. He tenido que vivir con eso toda mi vida…

—¿También cuando vivías con tu madre humana?

Yadia emitió una risilla destemplada.

—¿Quién te ha contado esa historia? —preguntó, mirando a Jana con curiosidad—. Nunca llegué a conocer a mi madre, no sé quién era… Me crió una esclava ghul en una de las casas de mi padre, pero cuando llegué a la mayoría de edad él no quiso reconocerme. Me echaron del clan… las cosas se me pusieron bastante difíciles.

—Ya. Parece que la situación ha cambiado mucho —le espetó Jana clavándole una penetrante mirada—. Ahora te has convertido en el confidente de Glauco.

Yadia asintió complacido.

—No es tan idiota como para no reconocer el talento cuando lo tiene por delante —dijo—. Yo le he demostrado de lo que soy capaz… Supongo que he logrado impresionarlo.

—Justamente a eso me refería —insistió Jana, implacable—. ¿Cómo lo hiciste? A mí no puedes engañarme como a tu jefe. Para derrotar a un guardián hace falta algo más que talento: se necesita experiencia, y también poder… Pero es evidente que tú careces de las dos cosas.

—Es posible —admitió Yadia sin la menor turbación—. Pero te olvidas de un pequeño detalle: Argo no deseaba luchar… En realidad, me lo puso muy fácil. Yo creo que, en el fondo, deseaba que lo capturásemos nosotros. Sabía que sus antiguos amigos lo estaban buscando… Y lo último que quería era caer en sus manos.

Jana arqueó las cejas.

—Y sin embargo, tus jefes han aceptado entregárselo a Nieve y a Corvino…

—A cambio de una sustanciosa cantidad de dinero, sí. ¿Por qué no iban a hacerlo? Después de todo, Argo no tardará mucho en morirse, y, una vez muerto, a nosotros no nos serviría de nada.

Jana asintió. Sus ojos se desviaron un instante hacia la ventana.

—Eso tiene sentido. Lo que no encaja es que Argo prefiriere caer en las manos de un varulf antes de dejarse atrapar por Corvino y los otros guardianes. Al fin y al cabo, ellos lo siguen considerando uno de los suyos. Estoy segura de que no lo tratarán mal.

Yadia frunció ligeramente el ceño.

—¿Crees que a Argo le asusta el sufrimiento? —preguntó—. Se nota que no lo conoces ni lo más mínimo. En realidad, eso ya no tiene importancia. Mi padre murió hace seis meses. Su muerte no cambia mis planes.

—Glauco no es de fiar. Yo que tú no confiaría en sus promesas…

—No tengo nada que perder. Nuestra relación es puramente comercial. Él me da lo que quiero y, a cambio, yo le doy lo que él me ha pedido. No soy tan ingenuo como para dejar que me engañe… Antes, la ceremonia de admisión en el clan; después, le contaré a todo lo que averigüe contigo.

Jana se irguió, tensa.

—¿Qué quieres decir? Ya has oído a Argo. Tienes la misma información que yo, seguramente más. No queda nada que averiguar… —Yadia bostezó con aparente indolencia, aunque sus ojos no se apartaban de Jana.

—¿Tú crees? —dijo—. Yo creía que sentirías curiosidad. ¿De verdad no piensas ir al lugar que te ha indicado Argo? En ese caso. Tendré que ir solo.

—Espera. —Jana tenía la sensación de que Yadia le estaba tendiendo una trampa, pero lo único que podía hacer, por el momento, era seguirle la corriente—. Yo no he dicho que no piense ir, el problema es que no quiero ir contigo. Argo me ha dado esa información a mí. De modo que me pertenece.

—¿Eso crees? Vamos, Jana no seas ridícula. Argo sabe que yo lo he oído todo, formaba parte del trato. Solo se le permitió hablar contigo a cambio de admitir mi presencia durante la conversación. Mi deber consiste en llegar al fondo de este asunto. Tengo que ir a esa dirección, ver lo que hay y elaborar el informe para Glauco. Y voy a hacerlo, tanto si te gusta como si no. Pero, si unimos fuerzas, todo será más fácil… Al fin y al cabo, no sabemos con qué nos vamos a tener que enfrentar. Quizá Argo nos haya guiado a ese lugar para vengarse de nosotros… Será menos peligroso si vamos juntos.

Jana meditó unos instantes con la vista fija en el joven semblante de Yadia.

—Está bien —dijo por fin—. Prefiero que me acompañes a que metas la pata yendo tú solo. Quién sabe, podrías estropear algo. Además, yo no conozco muy bien Venecia…

—Yo sí —la interrumpió Yadia, radiante—. Vamos, princesa, tú delante… Te guiaré hasta ese lugar, echaremos un vistazo juntos y, después, te librarás de mí.

Capítulo 6

Yadia amarró su vieja góndola desteñida a uno de los postes de la orilla y saltó al muelle con agilidad. En lugar de ayudar a Jana a desembarcar, sus ojos se concentraron en el callejón que se abría al otro lado del estrecho canal, entre un viejo palacio de paredes de color teja y un ruidoso almacén con tapias de ladrillo salpicadas de hiedra.

—Esta es la Calle dei Morti —murmuró—. No parece muy prometedora…

Sin contestar, Jana retrocedió hasta el puentecillo de hierro que comunicaba el muelle con el callejón. Se trataba de un único acceso posible… Sobre la verdosa corriente, la muchacha se detuvo a contemplar los edificios que la rodeaban. Todos parecían ruinosos, abandonados. El sol arrancaba algunos destellos de los vidrios artesanales de las ventanas.

Al otro lado del puente, las sombras se alargaban sobre la Calle dei Morti, bañándola en una transparencia turquesa. En cuanto Yadia llegó a su altura, Jana se decidió a internarse en aquella oscuridad. Pronto se dio cuenta de que el callejón no tenía salida… Al final de la doble hilera de edificios (tres fachada traseras de antiguos palacios a cada lado) no había más un alto muro de piedra gris.

Yadia se había adelantado un poco y caminaba deprisa, mirando constantemente a derecha e izquierda.

—2250… 2252 —dijo al final, mirando los dos últimos edificios de la estrecha calleja, situados uno a su izquierda y otro a su derecha—. ¿Te das cuenta? La dirección que nos dio Argo no existe. En realidad, tendría que estar entre estos dos palacios… Justo ahí, donde se encuentra el muro.

Jana asintió sin mucha convicción. Llevaba poco tiempo en Venecia, y aún no había conseguido familiarizarse con la complicada numeración de los edificios de la ciudad. Por lo visto, allí no regía la norma de asignar números pares aun lado de la calle e impares al otro… Al menos, no regía en la Calle di Morti.

A su espalda se oyó un gruñido sordo, como de un animal pequeño y desconfiado. Jana se volvió con brusquedad, pero no captó ningún movimiento.

—Nos ha gastado una broma —dijo con un suspiro—. Ha sido una idiotez venir hasta aquí. Debí suponer que Argo no jugaría limpio.

—Espera —exclamó Yadia al ver que Jana se daba la vuelta para regresar al puente—. Espera, quizá no lo hayamos visto todo. Déjame que intente un experimento…

—¿De qué hablas?

Por toda respuesta, Yadia avanzó hasta la agrietada pared del fondo del callejón. Sobre ella, alguien había trazado con spray rojo la tosca silueta de una cabeza de caballo. Jana se estremeció al fijarse en el dibujo, porque le recordó de inmediato el emblema del desaparecido clan de los Kuriles.

En cuanto Yadia posó una mano sobre el dibujo, la parte izquierda del muro se derrumbó, levantando una espesa nube de polvo amarillento. Lo curioso fue que el desplome de las piedras no provocó ni el más leve ruido. Jana observó como Yadia se dirigía al hueco que se había formado en la pared. Asombrada, vio que el muchacho comenzaba a ascender a partir de aquel agujero, como si subiera por una escalera invisible.

—Sígueme —le dijo Yadia, volviéndose a mirarla—. Aunque no los veas, los peldaños son sólidos. Confía en mí, no te caerás.

Un poco irritada consigo misma por haberle cedido la iniciativa a su acompañante, Jana comenzó a ascender la invisible escalera, asegurando el pie sobre cada escalón antes de dar el siguiente paso. Bajo sus pies, el húmedo empedrado del callejón, salpicado de malas hierbas, iba quedando cada vez más abajo. Era como si los peldaños estuvieran tallados en el más puro cristal. Como si el aire, bajo sus pies, se hubiese coagulado…

Solo cuando se encontraba a punto de alcanzar el borde de la tapia observó cómo esta, de pronto, se volvía más alta o, mejor dicho, cómo la parte superior del viejo palacio que cerraba el callejón, hasta entonces invisible, revelaba de pronto su presencia.

Era un edificio majestuoso, a pesar de la humilde ubicación y de la estrechez de su fachada trasera. Tres pares de ventanas góticas se superponían en armónico equilibrio sobre el nivel inferior, que era el que Yadia y Jana habían alcanzado, al término de las escaleras. Ambos se encontraban ahora de pie sobre un rellano semicircular, bajo un delicado tejadillo de mármol calado. Delante de ellos se alzaba una puerta de madera lisa y nueva, completamente negra.

Observando el llamador de bronce de forma de garra de león que decoraba la puerta, Jana se preguntó si debían utilizarlo. Pero antes de que pudiera formular su pregunta en voz alta, Yadia le tomó, una vez más, la delantera. Con gesto seguro, se plantó delante de la puerta y llamó fuertemente con los nudillos, descargando cada golpe en un lugar diferente. Jana siguió sus movimientos con creciente curiosidad. A la tercera llamada, se dio cuenta de que el punto exacto elegido por Yadia para golpear la puerta no era azaroso. Las zonas escogidas por el cazarrecompensas varulf para descargar la fuerza de sus puños componían, entre todas, el contorno de un dibujo bien definido. Pero ¿un dibujo de qué? Por el momento, Jana no era capaz de adivinarlo…

Un imperioso rugido interrumpió de improviso la monótona cadencia de los golpes. Jana miró por encima de su hombro y sintió que la piel se le erizaba de inquietud. Allá abajo, al pie de la escalera, había una sombra densa e impenetrable con forma de animal: un perro enorme, o quizá un lobo. En medio de la negrura de su cabeza, dos ojos dorados miraban hambrientos hacia arriba. De las fauces invisibles de la fiera brotaba un ronco jadeo.

Jana sintió un doloroso tirón en el brazo. Enfadada, se volvió hacia Yadia.

—No mires —le dijo este—. Si te dejas atrapar por su mirada, estás perdida…

La oscura silueta seguía rugiendo por lo bajo a sus pies, de un modo claramente amenazador.

—¿Qué es? —preguntó Jana—. Parece un Ghul…

—Es peor que eso. ¿No ves que su cuerpo es solo un espejismo? Está buscando la manera de subir. Hay que entrar cuanto antes, pero tú me has desconcentrado… —Yadia reanudó sus llamadas sobre la puerta, trazando una vez más con sus golpes el mismo dibujo que había iniciado antes. Jana lo observaba con impaciencia. Los ruidos que emitía la fantasmal criatura junto al muro del palacio le sonaban cada vez más inquietantes.

Intentando tranquilizarse, la muchacha se concentró en la puerta que tenía delante. Para su sorpresa, la última llamada de Yadia pareció imprimir una mancha de moho sobre la madera a la que, de improviso, se unieron otras muchas. Entre todas componían una vez más la figura de una cabeza de caballo vista de perfil. El emblema de los antiguos Kuriles.

En cuanto la figura se perfiló sobre la puerta, esta se abrió con un chirrido apenas audible. Yadia entró y arrastró a Jana consigo asiéndola por el brazo derecho. Cuando ambos estuvieron a salvo en la penumbra del vestíbulo, el cazarrecompensas cerró la puerta con violencia.

Un instante después, oyeron a la salvaje criatura arañar la madera desde el exterior mientras gruñía con desesperación.

—Es un espectro —murmuró Jana, procurando controlar el temblor de sus piernas—. El espectro de un Ghul…

En el rostro de Yadia apareció una mueca escéptica.

—Para que un Ghul llegase a sobrevivir a su muerte bajo una forma espiritual, tendría que estar ligado al alma de un espectro medu muy poderoso. Y aquí no hay ningún medu, aparte de nosotros. Supongo que puedes sentirlo igual que yo.

—Sí —admitió Jana, echando una ojeada al oro desteñido de los estucos que adornaban la bóveda—. No capto señales de ninguna presencia Ghul por aquí en los últimos tiempos. Quienquier que haya estado recientemente en este lugar, está claro que era un humano…

—O un guardián. Vamos a explorar un poco —propuso Yadia—. Si Argo nos ha traído hasta aquí, debe de ser por una buena razón.

Sin contestar, Jana lo siguió a través de una polvorienta escalera protegida por una alfombra que parecía llevar siglos allí. El joven no había dudado ni un segundo; en lugar de prestar atención a las cuatro entradas que se observaban en el vestíbulo, había optado por subir directamente al piso superior. Por un momento, Jana tuvo la sensación de que Yadia conocía la casa…

Arriba hacía frío, y la humedad de las habitaciones mal ventiladas penetraba hasta los huesos. Las dos primeras estancias tenían las contraventanas cerradas, y Jana apenas pudo distinguir sus escasos muebles al cruzarlas. La tercera, en cambio, era completamente distinta… Un gran mirador bañaba el artesonado del techo en la luz cobriza del mediodía, revelando las poderosas figuras míticas pintadas al fresco sobre una de las paredes.

Un escenario semicircular ocupa el fondo del salón, con un viejo espejo como único decorado. Delante del escenario había dos pesadas cortinas rojas sujetas con cordones dorados, y también un trípode con una cámara.

En el suelo de aquel estado vacío, sobre las mugrientas tablas de madera, podía verse un enorme televisor de pantalla plana, un aparato de última generación.

—Quizá era esto lo que Argo quería que encontrases —murmuró Yadia—. Espera, está desenchufado…

El muchacho conectó el cable del aparato a un enchufe de la pared. Una desagradable efervescencia multicolor llenó la pantalla, acompañada de un prolongado chisporroteo, hasta que bruscamente surgió con total nitidez un titular en anticuados caracteres blancos sobre fondo negro. Parecía sacado de una vieja película de cine mudo.

El increíble espectáculo del gran Armand, rezaba la presentación.

Jana miró de reojo a Yadia, que se había apartado del televisor para sentarse un par de metros por delante, sobre el entarimado. Luego, avanzó silenciosamente hasta colocarse justo detrás de él, pero no se sentó.

Poco a poco, las letras blancas de la pantalla se fueron oscureciendo hasta fundirse con el fondo. Entonces, en medio de la negrura apareció una escena llena de luz: en el mismo escenario donde estaba el televisor, un hombre rubio y apuesto, vestido con esmoquin y sombrero de copa, saludaba sonriente a su invisible audiencia.

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