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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (7 page)

BOOK: Una campaña civil
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Oh, sí
. Ivan recordó todas las burlas que su primo le había infligido por sus numerosos asuntos amorosos.
¿Creías que era una piedra, para que afilaras tu astucia conmigo?
La oportunidad para igualar el marcador pareció flotar sobre el horizonte como las nubes de lluvia después de una larga temporada de sequía.

—Está transida de dolor, ¿no? Me parece que le vendría bien alguien con sentido del humor que la anime un poco. Tú no, estás pasando claramente por una de tus crisis. Quizá debería ofrecerme para enseñarle la ciudad.

Miles acababa de servirse más té y estaba a punto de colocar los pies encima de una silla vecina; cuando lo hizo, sonó un golpe.

—Ni lo pienses. Ésta es mía.

—¿De verdad? ¿Ya te has prometido en secreto? Trabajas rápido, primo.

—No —admitió él a regañadientes.

—¿Has iniciado algún tipo de relación?

—Todavía no.

—Entonces ella no es de nadie. De momento.

Miles, algo poco habitual en él, tomó despacio un sorbo de té antes de responder.

—Pretendo cambiar eso. Cuando sea el momento adecuado, y sin duda no lo es todavía.

—Eh, todo vale en el amor y en la guerra. ¿Por qué no puedo intentarlo yo?

—Si te metes en esto, será la guerra —replicó Miles.

—No dejes que tu nuevo estatus superior se te suba a la cabeza, primo. Ni siquiera un Auditor Imperial puede ordenar a una mujer que se acueste con él.

—Que se case con él —corrigió Miles fríamente.

Ivan ladeó la cabeza, sonriendo de oreja a oreja.

—Dios mío, te ha dado fuerte. ¿Quién lo habría imaginado?

Miles enseñó los dientes.

—Al contrario que tú, yo nunca he fingido que no me interesa ese destino. No tengo ningún discursito de soltero que tragarme. Ni una reputación juvenil como semental local que mantener. O que cumplir, como tal vez sea el caso.

—Vaya, estamos quisquillosos hoy.

Miles tomó aire; antes de que pudiera hablar, Ivan intervino:

—Sabes, esa actitud hostil hace que parezcas más jorobado. Deberías tener más cuidado.

Tras un largo y gélido silencio, Miles dijo en voz baja:

—¿Estás desafiando mi ingenuidad… Ivan?

—Ah… —no tardó mucho en encontrar la respuesta adecuada—. No.

—Bien —Miles suspiró—. Bien…

Se produjo otro largo y tenso silencio, durante el cual su primo estudió a Ivan con los ojos entornados. Por fin, pareció llegar a una decisión interna.

—Ivan, te pido tu palabra como Vorpatril, sólo entre tú y yo, de que dejarás a Ekaterin en paz.

Ivan alzó las cejas.

—Eso es un poco pedir demasiado, ¿no? Quiero decir, ¿ella no tiene derecho a voto?

Los ojos de Miles echaron chispas.

—No sientes ningún interés real por ella.

—¿Y tú cómo lo sabes? ¿Y cómo lo sé yo? Apenas he tenido oportunidad de saludarla antes de que te la llevaras.

—Te conozco. Para ti es intercambiable con las próximas diez mujeres que tengas oportunidad de conocer. Bueno, pues para mí no es intercambiable. Propongo un trato. Puedes quedarte con el resto de las mujeres del universo. Yo sólo quiero a ésta. Creo que es justo.

Era de nuevo uno de aquellos argumentos de Miles que siempre parecían resultar tan lógicos para que Miles consiguiera lo que quería. Ivan reconoció el esquema: no había cambiado desde que tenían cinco años. Sólo había evolucionado el contenido.

—El problema es que el resto de las mujeres del universo no son tuyas tampoco —puntualizó Ivan, triunfal. Después de un par de décadas de práctica, se estaba volviendo más rápido en esto—. Estás tratando de cambiar algo que no tienes por… algo que no tienes.

Frustrado, Miles se acomodó en su silla y se lo quedó mirando.

—En serio —dijo Ivan—, ¿no es tu pasión un poco repentina para tratarse de un hombre que acaba de separarse en Feria de Invierno de la estimable Quinn? ¿Dónde has estado escondiendo a esta Kat hasta ahora?

—Ekaterin. La conocí en Komarr.

—¿Durante tu investigación? Entonces es reciente. Eh, no me lo has contado todo sobre tu primer caso, primo lord Auditor. He de decir que todo ese clamor con el espejo solar parece haberse convertido en nada.

Esperó, expectante, pero Miles no recogió la invitación. No debía estar en uno de sus volubles estados de ánimo.
O no lo puedes conectar o no lo puedes desconectar
. Bueno, si había que elegir, era mejor verlo taciturno, porque era más seguro para los peatones inocentes.

—¿Tiene una hermana? —Añadió Ivan al cabo de un momento.

—No.

—Nunca las tienen —Ivan reprimió un suspiro—. ¿Quién es, en realidad? ¿Dónde vive?

—Es la sobrina del lord Auditor Vorthys, y su marido sufrió una muerte terrible hace dos meses. Dudo que esté de humor para tu humor.

Al parecer no era la única. Maldición. Pero Miles parecía decidido a mostrarse inflexible.

—Eh, se mezcló en uno de tus asuntos, ¿eh? Así aprenderá. —Ivan se echó hacia atrás y sonrió amargamente—. Supongo que es una manera de resolver la escasez de viudas. Crear las tuyas propias.

Toda la diversión latente que había esquivado hasta ahora las salidas de Ivan se borró de pronto de la cara de su primo. Enderezó la espalda tanto como pudo, y se inclinó hacia delante, agarrándose a los brazos de la silla. Su voz se convirtió en un susurro helado.

—Te agradeceré, lord Vorpatril, que no vuelvas a repetir esa sandez. Nunca.

A Ivan, sorprendido, le dio un vuelco el estómago. Había visto a Miles actuar como lord Auditor un par de veces ya, pero nunca con él. Los vivarachos ojos grises de pronto tuvieron toda la expresión de un par de cañones de pistola. Ivan abrió la boca, luego la cerró, con más cuidado. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Y cómo alguien tan bajito podía proyectar tanta sensación de amenaza? Años de práctica, supuso Ivan. Y
condicionamiento
.

—Era una broma, Miles.

—No la encuentro nada divertida. —Miles se frotó las muñecas y frunció el ceño. Un músculo dio tirón en su mejilla; alzó la barbilla. Tras un momento, añadió—: No voy a contarte nada del caso de Komarr, Ivan. Es material peligroso, y no es ninguna chorrada. Te diré algo y espero no tener que añadir más. La muerte de Etienne Vorsoisson fue fea, un asesinato, y sin duda no conseguí impedirla. Pero yo no la causé.

—Por el amor de Dios, Miles, yo no creía que tú…

—No obstante —su primo alzó la voz para ahogar la suya—, todas las pruebas que lo demuestran están ahora clasificadas. De ello se desprende que, si se hace contra mí una acusación semejante, no puedo acceder a los hechos o testimonios para rebatirla. Piensa en las consecuencias durante un segundo, por favor. Sobre todo si… mis intenciones prosperan.

Ivan se mordió la lengua un momento, sin saber qué decir. Luego sonrió.

—Pero… Gregor tiene acceso. ¿Quién podría discutir con él? Gregor podría exonerarte.

—¿Mi hermano adoptivo, el Emperador, que me nombró Auditor por hacerle un favor a mi padre? ¿No es lo que dice todo el mundo?

Ivan se agitó, incómodo. ¿Entonces Miles se había enterado de eso?

—La gente que te conoce sabe que no es así. ¿Dónde te enteras de esas cosas, Miles?

Miles se encogió de hombros e hizo un pequeño gesto con la mano por toda respuesta. Se estaba volviendo molestamente político. Ivan tenía un poco menos de interés por implicarse en la política imperial que por acercarse a un arco de plasma a la cabeza y apretar el gatillo. No es que saliera gritando cada vez que se mencionaba el tema; eso habría llamado demasiado la atención. Despegarse lentamente, eso era lo que había que hacer. Miles… Miles el maníaco tal vez tenía cualidades para emprender una carrera política. El enano tuvo desde siempre aquella vena suicida.
Mejor tú que yo, chico
.

Miles, que se había puesto a estudiar sus botas, alzó de nuevo la cabeza.

—Sé que no tengo ningún derecho a exigirte nada, Ivan. Todavía estoy en deuda contigo por… por los acontecimientos del otoño pasado. Y por la otra docena de veces en que me salvaste el cuello, o lo intentaste. Todo lo que puedo hacer es pedírtelo. Por favor. No tengo mucha oportunidades y este asunto lo significa todo para mí.

Una sonrisa torcida.

Esa maldita sonrisa
. ¿Era culpa de Ivan haber nacido sano mientras su primo nacía lisiado? No, rayos. Era la puñetera política lo que le había estropeado, y uno podría pensar que habría aprendido la lección, pero no. Estaba demostrado que ni siquiera los disparos de un francotirador detenían al enano hiperactivo. Mientras te incitaba a estrangularlo con tus propias manos, conseguía que te sintieras lo suficientemente orgulloso para llorar.

Al menos, Ivan había procurado que nadie pudiera verle la cara cuando presenció en la sala del Consejo cómo Miles realizaba su juramento como Auditor con aquella aterradora intensidad, ante todo Barrayar, en la última Feria de Invierno. Tan pequeño, tan lisiado, tan molesto. Tan incandescente.
Dale a la gente una llama y la seguirá a cualquier parte
. ¿Sabía Miles lo peligroso que era?

Y el pequeño paranoico creía de verdad que Ivan tenía el poder mágico de seducir a cualquier mujer que Miles quisiera para sí. Sus temores eran más halagadores para Ivan de lo que jamás dejaría entrever. Pero Miles tenía tan pocos detalles de humildad, que parecía casi un pecado privarlo de éste. Malo para su alma, eh.

—Muy bien —suspiró Ivan—. Pero sólo te concedo el primer disparo, te lo advierto. Si ella te dice que te largues, creo que tengo derecho a ser el siguiente en la lista.

Miles casi se relajó.

—Es todo lo que te estoy pidiendo —entonces volvió a tensarse—. Tu palabra como Vorpatril, te lo advierto.

—Mi palabra como Vorpatril —concedió Ivan a regañadientes, después de un instante muy largo.

Miles se relajó del todo, mucho más alegre. Unos cuantos minutos de conversación sobre la agenda para la sesión de planificación de lady Alys se convirtieron en una enumeración de las múltiples virtudes de la señora Vorsoisson. Si había algo peor que soportar los celos preventivos de su primo, decidió Ivan, era escuchar sus esperanzados farfulleos románticos.

Estaba claro que aquella tarde la mansión Vorkosigan no iba a ser un buen lugar para esconderse de lady Alys, ni, sospechaba, muchas tardes por venir. Miles ni siquiera estaba interesado en tomarse la copa de rigor; cuando empezó a explicarle los diversos planes para sus jardines, Ivan puso la excusa de que tenía deberes que cumplir y se escapó.

Mientras se dirigía hacia las escaleras, Ivan advirtió que Miles había vuelto a hacerlo. Había obtenido exactamente lo que quería, e Ivan ni siquiera estaba seguro de cómo lo había hecho. Ivan no tenía ninguna intención de mancillar el honor de su apellido por aquel asunto. Sólo la sugerencia ya resultaba ofensiva, en cierto modo. Frunció el ceño, frustrado.

Era un error.

Si aquella Ekaterin era tan buena, se merecía un hombre que se preocupara por ella. Y si el amor de la viuda por Miles tenía que ser puesto a prueba, sería mejor que fuera más pronto que tarde. Miles no tenía ningún sentido de la proporción, de la contención, de… de la autoconservación. Sería devastador si ella decidía rechazarlo. Sería de nuevo la terapia de baños de agua helada.
La próxima vez, debería mantener la cabeza bajo el agua más tiempo. Lo dejé salir demasiado pronto, ése fue mi error

Casi sería un servicio público mostrarle a la viuda las alternativas antes de que Miles la volviera loca como a todo el mundo. Pero… Miles había conseguido que Ivan le diera su palabra con total e implacable determinación. Lo había obligado, prácticamente, y un juramento obligado no era ningún juramento.

La manera de sortear este dilema se le ocurrió a Ivan entre un escalón y el siguiente; silbó de repente. El plan era casi… milesiano. Justicia cósmica, darle al enano una ración de su propia medicina. Para cuando Pym le abrió la puerta principal, Ivan volvía a sonreír.

2

Kareen Koudelka se sentó ansiosa en el asiento que daba a la ventanilla de la lanzadera orbital, y apretó la nariz contra la portilla. Todo lo que pudo ver fue la estación y su fondo estrellado. Tras interminables minutos, los habituales golpes metálicos y chasquidos iniciaron el desatraque, y la lanzadera se separó de la estación. El emocionante arco coloreado del señalizador de Barrayar pasó ante sus ojos mientras la lanzadera iniciaba su descenso. La parte occidental del Continente Norte todavía brillaba en la tarde. Pudo ver los
mares
. De nuevo en casa, después de casi un año. Kareen se acomodó en su asiento y reflexionó sobre sus sentimientos encontrados.

Deseó que Mark estuviera aquí con ella, para comparar notas. ¿Cómo manejaba la disonancia cognitiva gente como Miles, que había salido del planeta quizá cincuenta veces? También él había pasado un año como estudiante en la Colonia Beta, cuando era aún más joven que ella. Kareen advirtió que tenía muchas preguntas que hacerle ahora, si podía hacer acopio de valor.

Así que Miles Vorkosigan era ahora Auditor Imperial. Resultaba difícil imaginarlo como uno de esos vejestorios estirados. Mark se había puesto nerviosísimo ante la noticia, antes de enviar un mensaje de felicitación por tensorrayo, pero claro, Mark tenía esa cosa con Miles. Cosa no era un término psicocientífico aceptado, según le había informado su terapeuta, pero no había otro término suficientemente amplio y flexible para abarcar toda la complejidad de la… cosa.

Hizo repaso de sí misma, tirando de la camisa y alisándose los pantalones. La ecléctica mezcla de prendas (pantalón estilo komarrés, chaquetilla barrayaresa, una camisa de sintoseda de Escobar) no iba a escandalizar a su familia. Estiró un rizo rubio platino y se puso bizca para mirarlo. Su pelo casi volvía a tener la longitud y el estilo de cuando se marchó. Sí, todos los cambios importantes eran interiores, privados. Podría revelarlos o no, a su debido tiempo, según le pareciera adecuado o seguro. ¿Seguro?, se preguntó divertida. Estaba dejando que las paranoias de Mark se le contagiaran. Sin embargo…

Frunció el ceño, se quitó los pendientes betanos y se los guardó en el bolsillo de la chaquetilla. Mamá ya había tratado suficiente con la condesa Cordelia y podría descifrar su significado. Era la moda que decía: sí, soy una adulta consciente y protegida por la contracepción, pero en este momento tengo una relación exclusiva, así que no me molesten. Lo cual era mucho decir de unos cuantos trozos de metal retorcido, y los betanos tenían una docena más de símbolos para otras cosas; ella había conseguido comprender un par. Por ahora podía mantener el implante anticonceptivo sobre el que avisaban los pendientes en secreto, pues no era asunto de nadie más que de ella.

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