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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (25 page)

BOOK: Velo de traiciones
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Los clientes de las cabinas contiguas no estaban tan seguros como Cohl. Empezaron a apartarse de la línea de fuego, subiéndose por encima de sillas y mesas y cualquier cosa que pudiera haber en su camino.

Pezzle sudaba profusamente, tragó saliva y encontró voz para responder.

—Págame ya —dijo, escupiendo saliva desde sus gruesos labios.

Cohl nunca pudo ver cómo la pistola de Lope abandonaba su cartuchera. Vio la mano derecha de Lope como si fuera un borrón, oyó varias descargas de pistola, y lo siguiente que supo fue que Pezzle y su trío de acompañantes formaban un montón en el suelo.

Lope miró expectante a Cohl, con la humeante pistola aún en la mano.

—Nos valdrás —dijo Cohl, asintiendo con la cabeza.

El espaciopuerto de Karfeddion era un amasijo de muelles de atraque, casas de reparaciones y cantinas aún más siniestras que el Mynock Achispado. Cohl, Lope y Boiny saludaron a varios miembros del servicio de mantenimiento del Muelle 331 y se acercaron al castigado carguero que les había proporcionado el Frente de la Nebulosa.

—¿Qué ha sido del
Halcón Murciélago
, capitán? —preguntó Lope tras mirar inseguro a la nave.

—Es demasiado conocido en el sitio al que vamos.

Cohl presentó a Lope a la pareja de humanos que había al pie de la rampa de descenso del carguero.

—Capitán —dijo uno de ellos con voz ronca—, hay una dama esperándole en el compartimento delantero.

—¿Cómo se llama?

—No quiso decírnoslo.

Cohl y Boiny intercambiaron una mirada.

—Igual es esa cazarrecompensas que buscabas —sugirió el rodiano.

—Yo creo que es otra persona —dijo Cohl, sin profundizar más.

—¿No pensarás…?

—¿Quién más podría ser? Lo único que no comprendo es cómo ha podido encontrarme.

—Igual te puso un rastreador en alguna parte del cuerpo antes de irse.

Dejaron a Lope para que se familiarizara con los demás y subieron a bordo.

—¿No te dije que me echaría de menos? —repuso Cohl por encima del hombro en cuanto entraron en la cabina delantera.

Rella estaba sentada en la silla de Cohl, con las largas piernas cruzadas.

—Tienes razón, Cohl. No podía mantenerme alejada, pero no por las razones que estás pensando.

Su atuendo de túnica, pantalones, capa y capucha estaba hecho de una fibra metálica plateada que brillaba a cada movimiento suyo.

—Por tu aspecto, yo diría que has saqueado demasiado tu fondo de jubilación y que necesitas los créditos.

—¿Podemos hablar aquí con seguridad?

Cohl le hizo un gesto a Boiny para que conectase el sistema de seguridad de la cabina.

—Me han llegado rumores de que estás reuniendo una nueva tripulación —dijo Rella cuando Cohl se sentó.

—¿Qué otra cosa podía hacer después de que me abandonaras? —repuso él, encogiéndose de hombros.

Ella ni siquiera esbozó una sonrisa.

—Según tengo entendido, estás buscando asesinos y exterminadores de segunda fila, como el bruto con el que has venido.

—Los trabajos duros exigen un personal duro.

Rella le miró fijamente.

—¿En qué andas metido ahora? Sé sincero conmigo, por los viejos tiempos.

—Es una ejecución —respondió Cohl tras meditarlo un momento.

—¿Cuál es el objetivo?

—Valorum, en Eriadu.

Rella pareció encogerse en el asiento, como si sus peores temores se hubieran hecho realidad.

—No puedes hacer eso.

Él lanzó una breve carcajada.

—Eres bienvenida a verlo.

—Escúchame bien… —empezó ella a decir.

—¿Qué pasa? ¿También te has comprado unos escrúpulos nuevos además de ropa nueva?

—¿Escrúpulos? No me insultes.

—¿Qué pasa entonces con Valorum?

—No es por Valorum. Es por ti, por tu reputación. Sin esforzarme nada, he sabido que has estado en Belsavis, Malastare, Clak’dor y Yetoom. ¿Cuánto trabajo crees que le costaría a cualquiera seguir tu rastro? Y no me refiero a matones que quieran trabajar contigo, sino a los judiciales o a los Jedi.

—Agradezco tu aviso, Rella, pero eso ya no importa. Tengo a todos los que necesito. A no ser, claro está, que tú también quieras participar.

—Sí, quiero —dijo ella manteniendo la mirada de él.

Él parpadeó.

—No, no me estoy burlando de ti —dijo ella.

Cohl se puso serio de pronto, y la cogió de la mano.

—Mira, niña, te agradezco que me buscaras, pero esta operación no es algo en lo que quieras mezclarte.

—No lo entiendo. Hace un momento actuabas como si tuvieras a toda la galaxia cogida por la cola.

—Fanfarroneaba, Rella, sólo era eso.

—¿Me estás diciendo que te gustaría no haber aceptado el trabajo?

—Puede que ya me pesen los años, pero sí, debí abandonar esta vida cuando podía. Vamos, que tampoco creo que sea tan difícil aprender a manejar una granja de humedad, ¿no? Y todavía nos quedarían momentos excitantes…

Rella sonrió abiertamente.

—Pues claro que habrá momentos excitantes. Cohl, Abandona este trabajo. Todavía puedes dejarlo.

—Di mi palabra —repuso, negando con la cabeza—. Como mínimo tengo que llegar al final de esto.

Rella lo estudió por un momento, y se obligó a respirar profundamente.

—Más motivo aún para que te acompañe. Si tú no sabes cuidarte solo, tendré que hacerlo yo por ti.

Capítulo 22

E
riadu era un mundo de color gris pizarra, de rugosos continentes y escasos mares, que llevaba mucho tiempo deseando convertirse en el Coruscant del Borde Exterior. Un deseo potenciado por su especial localización en pleno centro del sector Seswenna, en la intersección de la Ruta Comercial Rimma y el Camino Hydiano. Pero mientras Coruscant confinaba la mayoría de sus fábricas y fundiciones a zonas específicas del planeta, las industrias de Eriadu estaban completamente diseminadas, ensuciando el aire, la tierra y el mar con incesantes vertidos de deshechos tóxicos. Para empeorar las cosas, y pese a que el planeta era próspero comparado con sus vecinos, sus legisladores seguían más interesados en un crecimiento económico desordenado que en invertir en los limpiadores atmosféricos, los purificadores acuíferos y los sistemas de control de deshechos que hacían habitable a Coruscant.

La principal ciudad del planeta estaba localizaba en su hemisferio sur. Era un puerto de mar que había crecido alrededor de la desembocadura de un río importante y que se extendía cien kilómetros tierra adentro, cubriendo las costas de una bahía con forma de dedo situada al oeste, y ascendiendo por las antaño boscosas colinas que se alzaban tras ella.

Mientras pasaba entre la multitud de manifestantes que había en el espaciopuerto de Eriadu, Valorum pudo apreciar desde el asiento trasero de su limusina de repulsores con escudo antienergético que la ciudad debió ser en otro tiempo una maravilla paisajística.

En ese momento era una madriguera gris compuesta por cúpulas de losetas, estrechas callejas, altas torres y arcadas y mercados al aire libre abarrotados de mercaderes con turbantes, mujeres con velo, hombres barbados bebiendo de surtidores de burbujeantes tuberías y bestias de seis patas cargadas de mercancías que compartían el espacio con oxidados deslizadores y viejos hovertrineos.

Valorum no podía dejar de ver a Eriadu como una versión polvorienta y descuidada de Theed, la ciudad capital de Naboo.

El tintineo de voces y vehículos era tal que casi superaba los cristales tintados amortiguadores de sonido de la limusina, y ello pese a haberse desalojado la mayoría de las calles de la ciudad para facilitarle el paso. Habían desviado el tráfico y estacionado androides y personal de seguridad en cada cruce. Se permitía a los ciudadanos mirar desde las estrechas aceras, pero cualquiera al que se sorprendiera mirando desde las ventanas de algún piso o paso elevado se arriesgaba a recibir un disparo de los francotiradores judiciales situados en los tejados o en los deslizadores que sobrevolaban la comitiva de la delegación de Coruscant.

Valorum se había enterado previamente de que ya habían partido del espaciopuerto varios convoyes señuelo, y que la ruta que seguiría su hovercomitiva por toda la ciudad se había modificado en el último momento para frustrar cualquier ataque premeditado.

El Canciller era llamado «la mercancía» entre la fuerza protectora de judiciales, guardias senatoriales y androides de seguridad. Tras tomar la decisión de enviar a Asmeru la mitad de la fuerza suplementaria de Caballeros Jedi para ocuparse de la crisis que tenía lugar allí, los jefes de seguridad habían exigido que llevase un localizador temporal implantado para que pudieran saber dónde se hallaba en todo momento.

Resultaba irónico que se descubriese siendo el foco de atención, cuando la principal motivación para convocar la Cumbre era llamar la atención sobre los mundos del Borde Exterior. Aun así se alegraba de haber hecho caso al senador Palpatine y haber seguido adelante con la Cumbre tal y como estaba planeado, pese a lo que estaba sucediendo en el sector Senex.

También resultaba irónico que la familia Valorum hubiera tenido un papel importante en la polución de la atmósfera de Eriadu, además de en su recalentamiento, cortesía de las enormes bolas de fuego que brotaban periódicamente de las fábricas que dominaban las afueras de la ciudad.

La contribución de su familia consistía en una empresa de fabricación y transporte de naves espaciales, localizada tanto en la órbita del planeta como en varias instalaciones de su superficie. La compañía no estaba al nivel de TaggeCo y otras corporaciones gigantes en términos de producción, y en términos de transpone no era rival para Transportes Duro, por no mencionar a la Federación de Comercio. Pero la compañía nunca había dejado de dar beneficios, en parte gracias al nombre de Valorum.

Los parientes que Valorum tenía en ese mundo le habían ofrecido sus palaciegas mansiones, pero él había optado por seguir una sugerencia de Palpatine y residir en la casa del teniente de gobernador del sector, conocido por el propio Palpatine.

El teniente de gobernación se llamaba Wilhuff Tarkin, y se decía que su residencia miraba a las artificiales aguas azules de la bahía.

Se rumoreaba que Tarkin era un hombre ambicioso, de ideas grandiosas, y que su mansión junto al mar no decepcionaba ninguna expectativa.

Igual en tamaño a la de los ricos primos de Valorum, la casa era una mezcla ostentosa de los estilos clásico del Núcleo y el barroco del Borde Medio, que llamaba la atención con sus enormes salas abovedadas, sus doradas columnas y sus suelos de piedra pulida hasta adquirir un lustre líquido. Pero, a pesar de todo ello, había algo impersonal en los enormes salones de altos techos y erguidas columnas. Era como si los costosos muebles y las pinturas enmarcadas estuvieran allí sólo para ser vistas, cuando lo que prefería el propietario era el brillo antiséptico de un carguero espacial.

Valorum fue conducido al interior de la mansión por una escolta de guardias senatoriales. También escoltados iban Sei Taria y una docena de miembros de la delegación de Coruscant que asistían a la Cumbre. Tras ellos iban Adi Gallia y otros tres Jedi que habían aceptado la petición de Valorum de ser lo más discretos que les fuera posible.

Una vez dentro, los guardias concedieron un respiro a Valorum, pero sólo porque mucho antes de su llegada habían escaneado previamente a todos los invitados y androides de servicio. La casa en sí había sido peinada de arriba a abajo por el equipo de seguridad que había convertido una parte de la mansión en un centro táctico y de control. Había francotiradores apostados en árboles y parapetos, y cañoneras patrullando las aguas de la costa.

En prueba de cuáles eran las prioridades de los líderes de Eriadu, el lugar donde iba a tener la Cumbre era Seswenna Hall, un Palacio de Congresos aún más recargado que la casa de Tarkin. Una cúpula de enormes dimensiones coronaba una colina situada en el centro de la ciudad, de la que se alzaba en un esplendor de mosaicos hasta una altura de doscientos metros.

Valorum esperaba ser agasajado, pero no estaba preparado para una reunión de tal calibre. Iba acompañado de Sei Taria, y su llegada fue anunciada a un salón de baile lleno de dignatarios de los mundos de los Bordes Exterior y Medio. Éstos se habían desplazado desde Sullust, Malastare, Ryloth y Bespin; y si bien pocos de ellos apreciaban a Valorum, todos estaban impacientes por hacer oír su opinión en lo referente a los impuestos de las zonas de libre comercio.

—Canciller supremo Valorum, es un honor para Eriadu poder recibirle —dijo el hombre que había hecho eso posible.

El teniente de gobernador Tarkin era un hombre nervudo, de intensos ojos azules, mejillas hundidas y boca inexpresiva. Tenía la frente elevada y huesuda, y su rostro enjuto parecía revelar la forma y tamaño de los huesos que la componían. Su cabello negro, meticulosamente cortado, ya raleaba y estaba peinado hacia atrás. Se mantenía tieso y erguido como un oficial militar y proyectaba un aire de aristocrática oficiosidad.

Valorum recordaba haber oído que, de hecho, Tarkin había servido en el ejército cuando Eriadu era parte de lo que una vez se conoció como las Regiones Desconocidas.

—¿Ha venido el senador Palpatine con usted? —preguntó Tarkin.

—Tenía asuntos urgentes que atender en Coruscant —replicó Valorum—. Pero estoy seguro de que el delegado de Naboo llegará para el discurso de apertura de la Cumbre.

Tarkin examinó abiertamente a Valorum a medida que bajaban a la sala de baile. La multitud se separó para dejarles paso.

—Los que trazan la política de la República rara vez dejan Coruscant —continuó diciendo Tarkin, moviendo los delgados brazos en un amplio círculo—. Es como una prisión, ¿verdad? Si el deber me obligase a verme confinado a un solo lugar, yo exigiría tener como mínimo mucho espacio a mi alrededor.

—El viaje fue corto y agradable —repuso Valorum forzando una sonrisa.

—Sí, pero que usted deje el Núcleo para venir aquí… No deja de ser extraordinario.

—Sólo necesario.

Tarkin arqueó una ceja, mientras se volvía hacia él.

—Quizá haya sido necesario, pero desde luego no tiene precedentes. Y creo que eso dice mucho a favor de su deseo de hacer algo justo y necesario por los sistemas fronterizos. —Bajó la voz para añadir—: Espero que no le hayan alterado los disturbios.

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