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Authors: Max Bentow

Tags: #Policíaco

La huella del pájaro (18 page)

BOOK: La huella del pájaro
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Al cabo de nada volvió a vibrarle el móvil: a lo mejor la doctora se había olvidado de decirle algo.

Se lo sacó del bolsillo sin detenerse.

Era Landsberg.

Intercambiaron apenas un par de frases que, sin embargo, bastaron para dejar a Trojan helado.

Repitió el nombre de la calle y el número del edificio.

Pflügerstrasse, quedaba relativamente cerca de su casa.

Semmler estaba junto al cadáver, en la escalera.

—Tres puñaladas, una de ellas directa al corazón.

—¿Qué longitud tenía la hoja? —preguntó Trojan—. ¿Lo puedes calcular?

—Tendría unos treinta centímetros, incluso más. Mañana te lo diré con más exactitud.

—Pero ¿hay coincidencias o no?

Semmler levantó la cabeza y lo miró.

—Como ya te he dicho, dame tiempo hasta mañana.

Trojan asintió.

El hombre estaba tendido en la escalera, con el pecho bañado de sangre. En el lugar de los ojos había ahora dos agujeros negros. La sangre había salpicado la pared.

Una vieja asustada asomó la cabeza por la puerta de su casa.

—Vuelva a meterse en casa —le dijo Trojan.

La puerta se cerró y Trojan oyó un leve gemido al otro lado.

—¿Dónde está Gerber?

Semmler señaló hacia arriba.

Trojan subió la escalera. Ya desde lejos oyó el frenético aleteo.

Krach y Gerber estaban en el rellano del desván, intentando cazar al pájaro, que revoloteaba de aquí para allá, chocando contra la pared y el cristal de la ventana.

Era pequeño y tenía el plumaje del pecho de color rojo y la cabeza negra. Se trataba sin duda de un frailecillo, Trojan había estado viendo fotos de aquella especie.

Gerber se lo quedó mirando.

—¿Puede tratarse de una casualidad, Nils? ¿Qué crees tú?

Trojan no dijo nada. Se agachó cuando el pájaro pasó silbando sobre su cabeza, le resultaba desagradable.

El frailecillo soltó un graznido.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

—Mis padres tenían uno en el jardín, hace tiempo —dijo Krach—. En realidad es un animal precioso, pero en este contexto…

Trojan percibió un leve olor a alcohol en su aliento y se lo quedó mirando. Albert Krach, su especialista en escenarios de crímenes, había enviudado hacía años. Era un hombre de rostro demacrado, cuyo aspecto enfermizo parecía consecuencia de todos los escenarios sangrientos y las cosas horribles que había tenido que presenciar.

—¿Dónde están los demás? —preguntó Trojan.

—Stefanie, Dennis y Max están interrogando a los vecinos —dijo Gerber con un suspiro—. Yo he tenido que hablar con la mujer de la víctima. No se había enterado de nada, mientras apuñalaban a su marido estaba viendo la televisión, tan tranquila. El tipo iba a una fiesta con unos amigos.

—¿Quién lo ha encontrado?

—Un vecino del cuarto piso.

Bajaron la escalera juntos.

La anciana había vuelto a abrir la puerta de su casa. El cadáver yacía apenas a dos metros de ella y parecía incapaz de calmarse.

—Jesús, María y José —exclamó, y se llevó las manos a la cabeza.

—¿No ha oído nada? —le preguntó Trojan.

La anciana lo miró fijamente.

—Ha pasado delante mismo de su puerta, ¡algo habrá oído!

—Es dura de oído —dijo Gerber—. Y está un poco chalada —añadió en voz baja.

—¿Quién vive ahí? —preguntó Trojan, señalando la otra puerta del piso.

—Una tal señora Reiter —respondió Gerber—, pero no contesta nadie.

Trojan pulsó el timbre.

—Yo lo he intentado ya varias veces —murmuró Gerber.

No hubo respuesta.

Trojan soltó un suspiro.

—¿La echamos al suelo?

Gerber se encogió de hombros.

Los tres hombres se miraron.

—Deja que lo adivine, Nils: sospechas que se trata de una mujer joven y rubia.

Trojan asintió.

En aquel momento se oyeron unas voces procedentes del piso de abajo y al momento apareció en la escalera uno de los agentes de policía encargados de impedir el acceso al edificio, acompañado por una chica.

Trojan y Gerber intentaron evitar que viera el cadáver, pero era ya demasiado tarde, ya lo había visto. La chica se puso muy pálida y dio dos pasos hacia atrás, tambaleándose.

—¿Adónde va? —preguntó Trojan.

—Es que… vivo aquí —balbució la chica.

—Michaela Reiter —dijo el policía—. Ya hemos comprobado su documentación.

Trojan echó un vistazo al nombre que figuraba en el timbre de la puerta y a continuación miró el pelo rubio de la chica que tenía junto a él.

Ésta se sacó un manojo de llaves del bolso con manos temblorosas.

—Es el señor Fitzler, ¿verdad?

—Walter Fitzler, sí.

—Dios mío.

Intentó contener las lágrimas, abrió la puerta y entró en su piso.

—¿Me permite? —preguntó Trojan.

Ella asintió y Trojan la siguió.

La chica fue a la cocina, abrió un mueble, sacó una botella de coñac, se sirvió un vaso y se lo bebió.

—¿Quiere uno?

A Trojan le habría gustado aceptar la invitación, pero negó con la cabeza.

—Es que no me lo puedo creer. Lo han asesinado delante de la puerta de mi casa.

—¿Lo conocía bien?

—En realidad, no; de vez en cuando hablábamos en la escalera y nos saludábamos —dijo la chica, que soltó un suspiro y se apoyó en el mármol de la cocina—. Vivo aquí desde hace relativamente poco.

—¿Dónde ha estado esta tarde?

—Fui con una amiga a tomar algo al Freies Neukölln.

—¿Se ha sentido observada por alguien?

Michaela Reiter frunció el ceño.

—No.

—¿La han acosado últimamente? ¿Llamadas? ¿Cartas? ¿E-mails?

La chica meneó la cabeza.

—¿Había alguien en el bar que le llamara la atención? ¿Algún tipo? ¿Alguien que le dirigiera miradas molestas?

Michaela Reiter volvió a negar con la cabeza.

—¿Por qué me pregunta todo esto?

Trojan la miró un momento. Llevaba el pelo recogido en una coleta y tenía un chupetón en el cuello. Le echó unos veinticinco años. Una vez más, las imágenes de las mujeres asesinadas acudieron a su mente.

—Señora Reiter, tenemos motivos para sospechar que en realidad el asesino tenía intención de atacarla a usted.

La chica abrió mucho los ojos.

—¿A mí? Pero ¿por qué?

Trojan no dijo nada.

La chica puso los brazos en jarras.

—¿Es por lo que traen los periódicos? ¿Los asesinatos de mujeres?

Trojan asintió.

—Pero ¿por qué precisamente yo?

—Coincide con el patrón —respondió Trojan en voz baja.

—¿Qué patrón?

La chica tenía el terror pintado en la mirada y estaba muy pálida. A Trojan le habría gustado poder tranquilizarla, pero no se le ocurrió nada.

—No se lo puedo decir, podría poner en riesgo la investigación, pero sería preferible que no se dejara ver por aquí durante unos días y unas noches.

Ella se lo quedó mirando fijamente.

—Sólo para su seguridad. ¿Podría alojarse unos días en casa de alguien?

—Sí, en casa de una amiga, podría llamarla.

—Hágalo. Y comuníqueme su dirección con antelación —le dijo, al tiempo que le entregaba su tarjeta—. Como ya le he dicho, es por su propia seguridad.

DIECIOCHO

Oyó unos agudos graznidos. Había algo revoloteando sobre su cabeza. Levantó los brazos, pero algo le golpeó en la cara. Era blando y estaba vivo. Sacudió la cabeza y se la cubrió con las manos. Eran pájaros. Piaban, volaban a su alrededor y chocaban una y otra vez contra él. Se encogió.

Entonces vio a Jana Michels. Le gritó algo. También ella estaba rodeada de pájaros y luchaba contra ellos. Finalmente Jana desapareció bajo una inmensa masa de plumas.

Eran frailecillos, los reconoció porque tenían el pecho rojo y la cabeza negra.

Quería ir donde estaba ella y ayudarla, pero avanzaba muy lentamente. El zumbido de los pájaros se le metía en los oídos y su crepitante aleteo le provocaba un dolor físico.

Vio la mano de Jana y se la quiso coger, pero de pronto notó que su mano se hundía en algo blando y ensangrentado. Era una gran herida abierta en el cuerpo de la doctora, en la que se pegaban las plumas.

Gritó su nombre. Trojan despertó sobresaltado y respirando agitadamente.

Tenía el corazón desbocado.

Encendió la luz.

«Tranquilo, no pasa nada —pensó—, sólo ha sido una pesadilla».

Pero el pánico se había apoderado de su cuerpo. Tenía los dedos de los pies contraídos, le había dado un calambre.

Aguzó el oído y oyó algo más.

No se trataba del latido de su corazón, era algo exterior. Venía del pasillo.

Trojan palpó con la mano encima de la mesita de noche hasta encontrar la Sig Sauer P225, una 9 milímetros parabellum. La cogió y la sopesó un momento.

Entonces volvió a oír aquel ruido. Era un crujido y sonaba muy cerca, dentro de su piso.

Salió de la cama con el arma en la mano y se acercó a la puerta del dormitorio. Estaba sólo ajustada, pues por las noches necesitaba que corriera un poco el aire.

Se protegió detrás del marco de la puerta. Estaba sudando.

Era incapaz de sujetar el arma sin que le temblaran las manos.

«Tranquilo —pensó—, tranquilo».

Entonces empujó silenciosamente la puerta, pegó la espalda a la pared, encendió la luz y levantó la pistola.

Inspeccionó el pasillo.

No había nada, tan sólo las chaquetas colgadas del perchero.

Volvió a oír aquel ruido, como si alguien raspara o arañara algo.

Había alguien al otro lado de la puerta del piso.

Alguien estaba intentando abrir el cerrojo.

Siguió avanzando con la espalda pegada a la pared, paso a paso.

Al llegar junto a la puerta, contuvo el aliento, se inclinó hacia delante, apartó la cubierta de la mirilla y echó un vistazo.

Entonces soltó un suspiro e hizo girar las llaves en el cerrojo.

Abrió la puerta de un empujón.

La mujer del rellano retrocedió varios pasos.

—¡Doro!

Ésta se tambaleó y se lo quedó mirando.

—Nils, pero ¿qué…?

Tardó un rato en comprender lo que estaba pasando, y entonces soltó una carcajada.

—¡Vaya! —exclamó, y se pasó la mano por el pelo—. ¡Vaya! —repitió, y se echó a reír.

Se oyó la respiración pesada de Trojan.

—Lo siento, poli, pero creo que me he equivocado de piso.

Volvió a reírse y se tambaleó sobre sus tacones altos. Entonces se fijó en el arma.

—Vaya, pero si llevas tu pipa, Nils. ¡No dispare! —exclamó, al tiempo que levantaba los brazos—. ¡No dispare!

Volvió a reírse.

Trojan intentó recuperar el aliento.

—Vete a la cama, Doro. Estás borracha.

—¿Y qué crees tú que quería hacer? —dijo, e hizo un gesto torpe con la mano—. Oye, lo siento. ¿Te he despertado?

Trojan no respondió.

Doro le dirigió una mirada vidriosa desde el rellano.

—A ver si te dejas ver más a menudo, poli.

Bajó la escalera con paso tambaleante.

Trojan cerró la puerta y se llevó la mano al corazón. Aún le latía con fuerza.

Fue hasta la cocina, dejó el arma encima de la mesa y sacó una cerveza de la nevera; de todos modos sabía que ya no iba a volver a dormir.

Se sentó, abrió la botella con el borde de la mesa y tomó un largo trago.

Pasó un buen rato hasta que el pánico hubo abandonado su cuerpo por completo.

Aún le parecía oír los graznidos de los pájaros y los arañazos en la puerta.

Siguió bebiendo y se concentró en intentar recordar algo.

Aquella tarde lo había pasado por alto: alguien había dicho algo que podía resultar relevante para la investigación.

Había sido un comentario breve.

Pero no logró recordarlo.

Cuando volvió a meterse en la cama ya había amanecido. No logró conciliar el sueño.

Stefanie Dachs entró en su despacho con un montón de papeles.

—Nils, creo que tengo algo.

Trojan levantó la mirada.

Stefanie se sentó al otro lado de la mesa.

—Dispara.

—He vuelto a examinar uno por uno todos los objetos que encontramos en el piso de Coralie Schendel, también todo lo que había en la cocina. Una de esas cosas era un bloc de notas; lo he estudiado a fondo.

—¿Y qué?

—He encontrado una anotación. Mira, ésta.

Le tendió una página arrancada de una agenda escolar y metida en un sobre de plástico transparente. Entre los garabatos se podía leer: «Pelos fuera, viernes, 4 de la tarde».

—El nombre me chocó un poco, dadas las circunstancias. Por lo de la cabellera arrancada, ¿sabes?

Trojan asintió.

—Luego estuve también analizando las fotos que tomamos en el piso de Melanie Halldörfer. Algunas de esas fotos correspondían al baño. Amplié unas cuantas, porque se me ocurrió una idea. Los cadáveres tienen el pelo arrancado, el asesino les arranca la cabellera, y pensé en champús, secadores, peines y todo eso, ¿entiendes?

—Sí —dijo Trojan.

«Está muy bien», pensó.

—Pues bueno… —Stefanie se rascó la nuca—. No sé si nos va a servir de algo, pero mira esto.

Le pasó una foto.

Trojan no entendió qué tenía que mirar; en la foto había varios utensilios de la estantería del baño y parte de la bañera.

—Ay, no, espera, es que me he equivocado de foto. La ampliación que quería que vieras es ésta.

Stefanie le pasó otra foto.

Trojan la cogió y entonces lo vio. Había un bote de champú con una pegatina. En ésta, escritas con letras inclinadas, había dos palabras.

—«Pelos fuera» —leyó Trojan en voz baja.

Stefanie asintió con la cabeza.

Trojan levantó los ojos.

—He investigado un poco y he descubierto que «Pelos fuera» es una peluquería de la Oranienstrasse. Es de suponer que tanto Halldörfer como Schendel eran clientas del establecimiento.

—¿Lo has confirmado?

—De momento no —dijo Stefanie, con una sonrisa tímida—. Te lo quería enseñar primero.

Trojan notó un extraño cosquilleo en las manos.

Entonces se levantó y se ciñó la funda de la pistola.

—Buen trabajo, Stefanie. Iremos a echar un vistazo inmediatamente.

Pelos Fuera era una pequeña peluquería situada cerca de Moritzplatz. Las paredes estaban recubiertas de papel de plata e hilo de oro, y del techo colgaban varias guirnaldas de luces. Encima de una estantería había varias vírgenes de aspecto
kitsch
y junto a un enanito de jardín había una figura con luces de colores y forma de consolador.

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