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Authors: Charlaine Harris

Muerto hasta el anochecer (13 page)

BOOK: Muerto hasta el anochecer
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—Arlene, ya están las hamburguesas —avisó Terry, trayéndome de vuelta a la realidad. Arlene se acercó a por los platos. Supe por su mirada que en cuanto pudiera me iba a someter a un exhaustivo interrogatorio. Charlsie Tooten también estaba por allí. Hacía sustituciones cuando alguna de nosotras estábamos de baja o, sencillamente, no aparecíamos por allí. Confié en que Charlsie ocupara el puesto de Dawn de modo permanente. Siempre me había caído bien.

—Sí, Dawn ha muerto —le dije a Terry. No parecía importarle la larga pausa que había hecho.

—¿Qué le ha pasado?

—No lo sé, pero no ha sido muerte natural —había visto sangre en las sábanas; no mucha, pero la suficiente.

—Maudette —dijo Terry, y comprendí de inmediato.

—A lo mejor —le dije. Desde luego era muy posible que quienquiera que hubiera acabado con Maudette fuera la misma persona que había matado a Dawn.

Como no podía ser de otra forma, toda la parroquia de Renard se pasó aquel día por allí; si no a comer, a tomarse un café o una cerveza por la tarde. Si no había forma de que esto cuadrase con su horario de trabajo, esperaban a fichar y pasaban de camino a casa. ¿Dos chicas jóvenes del pueblo asesinadas en el mismo mes? Estaba claro que la gente quería hablar de ello.

Sam volvió hacia las dos, emanando calor y sudando la gota gorda por haberse pasado toda la mañana al sol en la escena del crimen. Me dijo que Andy le había asegurado que se pasaría a hablar conmigo en breve.

—No sé por qué —dije con cierta hosquedad—. Yo nunca iba con Dawn. ¿Te han dicho qué ha pasado?

—La estrangularon tras propinarle una pequeña paliza —contestó Sam—. Pero también han encontrado señales de mordiscos. Como los de Maudette.

—Hay muchísimos vampiros, Sam —le dije, respondiendo a la observación implícita que acababa de hacer.

—Sookie —dijo con voz queda y grave; me hizo recordar el modo en que me había cogido la mano en casa de Dawn, y entonces me acordé de cómo me había expulsado de su mente; cómo había sabido lo que yo estaba haciendo y cómo había sido capaz de protegerse—, cielo, Bill es un buen tipo, para ser vampiro; pero no es humano.

—Cielo, ni tú tampoco —le contesté, rápida pero incisivamente. Y me volví de espaldas, no queriendo admitir por qué estaba tan enfadada con él, pero queriendo que él lo supiera.

Trabajé como nunca. Fuesen cuales fuesen sus defectos, Dawn era muy eficiente; y Charlsie no podía igualar su ritmo. Tenía muy buena disposición y yo estaba segura de que lograría hacerse con el ritmo de trabajo del bar, pero de momento, nos tocó a Arlene y a mí tirar del carro aquella noche.

Gané una fortuna en propinas, especialmente hacia la noche, cuando la gente había empezado a enterarse de que yo había descubierto el cadáver. Mantuve una expresión solemne y lo llevé lo mejor que pude, tratando de no ofender a unos clientes que sólo pretendían informarse de lo mismo que el resto del pueblo.

De camino a casa, me permití desconectar un poco. Estaba agotada. Lo último que esperaba ver cuando tomé el estrecho camino de entrada que llevaba a mi casa a través del bosque era a Bill Compton. Me estaba esperando, apoyado contra un pino. Pasé por delante de él con la intención de ignorarle. Pero al final me detuve algo más lejos.

Me abrió la puerta. Salí sin mirarlo a los ojos. Parecía sentirse a gusto en la noche, de un modo en el que yo nunca podría hacerlo. Había demasiados tabúes infantiles sobre la noche, la oscuridad, y todas las cosas que pueden surgir repentinamente de ellas.

Pensándolo bien, Bill era una de esas cosas. No era de extrañar que se sintiera tan cómodo allí.

—¿Te vas a pasar toda la noche mirándote los pies, o vas a decidirte a dirigirme la palabra? —preguntó en lo que era poco más que un suspiro.

—Ha ocurrido algo que deberías saber.

—Cuéntame —estaba intentando algo conmigo: podía sentir su poder cerniéndose sobre mí, pero lo esquivé. El lanzó un suspiro.

—No puedo seguir de pie —dije penosamente—.Vamos a sentarnos; en el suelo, o donde sea. Tengo los pies destrozados.

Atendiendo a mi petición, me tomó en brazos y me subió al capó del coche. Luego se puso frente a mí con los brazos cruzados, esperando de un modo evidente.

—Tú dirás.

—Dawn ha sido asesinada. Exactamente igual que Maudette Pickens.

—¿Dawn?

De pronto me sentí mejor.

—La otra camarera del bar.

—¿La pelirroja que ha estado tantas veces casada?

Mucho, mucho mejor.

—No, la morena. La que no dejó de chocar las caderas contra tu silla para reclamar tu atención.

—Ah, ésa. Vino a mi casa.

—¿Dawn? ¿Cuándo?

—Después de que te fueras el otro día. La noche en que los otros vampiros estuvieron allí. Tuvo suerte de no coincidir con ellos. Confiaba demasiado en su capacidad para manejar cualquier tipo de situación.

Lo miré a la cara.

—¿Por qué dices que tuvo suerte? ¿No la habrías protegido?

Los ojos de Bill eran dos pozos de oscuridad a la débil luz de la luna.

—No creo —contestó.

—Eres...

—Soy un vampiro, Sookie. No pienso como tú. No me preocupo por la gente de manera automática.

—Pero a mí me protegiste.

—Tú eres distinta.

—¿No me digas? Soy camarera, como Dawn. Vengo de una familia normal y corriente, como Maudette. ¿Qué es tan diferente?

Una súbita rabia recorrió todo mi cuerpo. Sabía lo que se aproximaba. El puso un dedo en mi frente.

—Eres distinta —repitió—. No eres como nosotros pero tampoco como ellos.

Sentí un incontrolable acceso de cólera casi divina. Lo empujé y le di una bofetada, algo completamente descabellado. Era como intentar golpear un furgón acorazado. En un abrir y cerrar de ojos, me había levantado del coche y me estrechaba contra su cuerpo, reteniendo mis brazos contra mis costados con un solo brazo.

—¡No! —grité. Luché y pataleé pero podía haberme ahorrado las fuerzas. Por último, me dejé caer contra él. Mi respiración era irregular, también la suya; aunque creo que por diferentes motivos.

—¿Por qué creíste necesario contarme lo de Dawn? —sonaba tan razonable que parecía como si la pelea no hubiera tenido nunca lugar.

—Bueno, Señor de las Tinieblas —dije hecha una furia—, Maudette tenía marcas de antiguos mordiscos en los muslos y la policía le dijo a Sam que Dawn también.

Si los silencios pudieran calificarse, el suyo era reflexivo. Mientras Bill meditaba, o lo que sea que hacen los vampiros, su abrazo se aflojó. Con una mano, comenzó a frotarme la espalda con aire ausente, como si fuera un cachorrillo lloriqueante.

—Por lo que dices, no murieron a causa de las mordeduras.

—No. Fueron estranguladas.

—Entonces no fue un vampiro —dijo con tono concluyeme.

—¿Por qué no?

—Si se hubiera tratado de un vampiro, habrían muerto desangradas en lugar de estranguladas. No habrían sido desperdiciadas de ese modo.

Justo cuando empezaba a sentirme cómoda con Bill, él tenía que decir algo tan frío, tan de vampiro, que me hacía volver a empezar de nuevo.

—Entonces —dije hastiada—, o se trata de un astuto vampiro con un tremendo autocontrol, o ha sido alguien decidido a asesinar mujeres que han estado con vampiros.

—Humm...

Ninguna de las dos opciones me gustaba mucho.

—¿Crees que yo haría algo así? —inquirió.

No me esperaba la pregunta. Me revolví intentando liberarme de su abrazo para mirarlo a los ojos.

—Te has tomado muchas molestias para destacar lo despiadado que eres —le recordé—. ¿Qué es lo que quieres que crea?

Y resultaba tan maravilloso no saberlo que casi sonreí.

—Podría haberlas matado, pero no es algo que haría aquí o ahora —contestó. A la luz de la luna, su rostro no mostraba más color que el hueco oscuro de sus ojos y cejas—. Quiero quedarme aquí, quiero tener un hogar.

Un vampiro con aspiraciones hogareñas.

—No te compadezcas de mí, Sookie. Eso sería un error —parecía estar intentando que lo mirara a los ojos.

—Bill, a mí no me puedes hipnotizar, o lo que sea que hagas. No puedes hechizarme para que te deje morderme y luego convencerme de que no has estado aquí. Conmigo no valen esos truquitos. Tendrás que portarte como una persona normal, o forzarme.

—No —dijo con sus labios casi sobre los míos—.Jamás te forzaría.

Luché contra el apremiante impulso de besarlo. Por lo menos sabía que el impulso era mío, y no inducido.

—Pues si no fuiste tú —dije, tratando de retomar el asunto—, entonces es que Maudette y Dawn conocían a otro vampiro. Maudette frecuentaba el bar de vampiros de Shreveport. A lo mejor, Dawn también. ¿Me llevarías allí?

—¿Para qué? —preguntó, meramente curioso.

Me resultaba imposible explicarle lo que era sentirse en peligro a alguien que parecía estar más allá de él. Por lo menos, por la noche.

—No estoy segura de que Andy Bellefleur llegue al meollo de la cuestión —mentí.

—¿Todavía queda algún Bellefleur por aquí? —preguntó, y había algo distinto en su voz. Sus brazos ejercían tal presión sobre mí que me hacía daño.

—Sí —le contesté—. A montones. Andy es inspector de policía. Su hermana, Portia, es abogada. También está su primo, Terry, veterano de guerra y barman. Está sustituyendo a Sam. Y hay muchos más.

—Bellefleur...

Me estaba machacando.

—Bill —le dije con la voz atenazada por el miedo.

Aflojó el abrazo inmediatamente.

—Perdóname —dijo con aire grave.

—Me tengo que ir a la cama —le dije—. Estoy agotada.

Me depositó sobre el suelo sin hacer un solo ruido. Me miró.

—Les dijiste a los otros vampiros que te pertenecía —le dije.

—Así es.

—¿Qué significa eso, exactamente?

—Significa que si tratan de alimentarse contigo, los mataré —respondió—. Significa que eres mi humana.

—Tengo que reconocer que me alegro de que lo hicieras, pero no estoy muy segura de lo que conlleva ser tu humana —dije con precaución—, y no recuerdo que nadie me preguntara si a mí me parecía bien la idea.

—Sea lo que sea, seguro que es mejor que ir de fiesta con Malcolm, Liam y Diane —no me iba dar una respuesta clara.

—Entonces, ¿me vas a llevar al bar?

—¿Cuándo es tu siguiente noche libre?

—Pasado mañana.

—Entonces, al anochecer. Yo conduzco.

—¿Tienes coche?

—¿Y cómo crees que llego a los sitios si no? —es posible que hubiera una sonrisa en su resplandeciente cara. Dio media vuelta y se fundió con la negrura del bosque. Por encima del hombro, dijo:

—Sookie, déjame en buen lugar.

Me quedé allí mirando, boquiabierta.

¡Que lo dejara en buen lugar!

4

La mitad de los clientes del bar pensaba que Bill había tenido algo que ver con las señales aparecidas en los cadáveres de las dos mujeres asesinadas. La otra mitad pensaba que algún vampiro de un pueblo más grande o de la ciudad había mordido a Maudette y a Dawn cualquier noche de copas, y que les estaba bien empleado, por querer irse a la cama con «chupasangres». Algunos creían que cualquier no muerto las habría estrangulado, y otros sencillamente afirmaban que habían acabado de la única forma posible, dada su incorregible promiscuidad.

Sin embargo, toda la gente que venía al Merlotte's coincidía en algo: todos temían que otra mujer resultase asesinada. No puedo recordar la cantidad de veces que me dijeron que tuviera cuidado, que no me fiara de mi amigo Bill Compton, o que cerrara con llave la puerta y no dejara entrar a nadie en casa... Como si todo eso no fuera algo que ya hacía yo habitualmente.

Jason despertaba, a partes iguales, piedad y recelos por haber «salido» con ambas chicas. Un día vino por casa y estuvo una hora lamentándose de su situación, mientras la abuela y yo intentábamos animarlo a que prosiguiera con su trabajo como haría cualquier persona inocente.

Pero, por primera vez desde que yo tengo uso de razón, mi atractivo hermano estaba verdaderamente preocupado. No es que me alegrara de ello, pero tampoco me daba pena. Ya sé que es un poco ruin por mi parte, pero no soy perfecta.

Hasta tal punto, que a pesar de la reciente muerte de dos mujeres que conocía, me pasaba considerables cantidades de tiempo especulando sobre lo que Bill habría querido decir cuando me pidió que le dejara en buen lugar. No tenía ni idea de cuál sería la indumentaria apropiada para acudir a un bar de vampiros, pero no albergaba ninguna intención de disfrazarme con algún tipo de atuendo estúpido, como, al parecer, los humanos asiduos a este tipo de bares hacían.

No sabía a quién le podía preguntar.

No era ni tan alta ni tan delgada como para enfundarme un modelito de licra como el que le había visto a Diane.

Al final, saqué del fondo del armario un vestido que casi no había tenido ocasión de lucir. Era perfecto para una cita especial en la que pretendieras llamar la atención de la persona —o lo que fuera— que te acompañara. El vestido en cuestión tenía un escote cuadrado y pronunciado; blanco y sin mangas, era bastante ceñido. El tejido estaba delicadamente salpicado de flores, en un rojo vistoso, con largos tallos verdes. Destacaba el bronceado de mi piel y confería una apariencia muy sugerente a mi pecho. Me puse unos pendientes de esmalte rojo y unos zapatos, rojos también, de los de ir pidiendo guerra. Para rematar el conjunto, cogí un bolso encarnado de tipo cesta, me maquillé con tonos naturales y me dejé el pelo suelto en una ondulada melena que me caía por la espalda.

La abuela abrió los ojos de par en par cuando me vio salir de la habitación.

—Cariño, estás preciosa —me dijo—. Pero ¿no pasarás frío con ese vestido?

Sonreí.

—No, señora, no lo creo. Hace bastante bueno ahí fuera.

—¿Y por qué no te pones un «jersecito» por encima?

—Pues ya ves —me reí. Había conseguido expulsar de mi cabeza al resto de los vampiros lo suficiente como para que resultar sexy me volviera a parecer apetecible. Estaba muy emocionada por tener una cita, pese al insignificante detalle de que la que se lo había propuesto a Bill era yo, y de que se trataba más bien de una especie de misión para averiguar detalles sobre lo ocurrido. Este último punto también lo había intentado soslayar para poder disfrutar de la ocasión.

Sam llamó para decirme que el cheque con mi sueldo estaba listo. Me preguntó si pasaría a recogerlo, como solía hacer cuando al día siguiente no tenía que ir a trabajar.

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