Enciclopedia de las curiosidades: El libro de los hechos insólitos (3 page)

BOOK: Enciclopedia de las curiosidades: El libro de los hechos insólitos
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L
a obra del compositor estadounidense John Cage (1912-1992) titulada
Paisaje Imaginario N°4
(1953), suena necesariamente distinta en cada interpretación. Es imposible que suene igual salvo que se trate de una grabación, pues esta obra está compuesta para doce receptores de radio sintonizados al azar.

C
laro que obras musicales especiales ha habido muchas. Por ejemplo, en cierta ocasión el rey Luis XI de Francia (1423-1483) ideó un nuevo divertimento musical para su corte. La novedad consistió en reunir una piara de cerdos en concierto. Las «notas» se conseguían pinchando a los animales con distinta intensidad para que emitiesen un diferente chillido.

E
n la grabación discográfica del tema
Shoo Be Doo
del grupo de rock
The Cars
, es posible oír el nombre de Satán reproduciendo el disco al revés. El estribillo de la canción
Another One Bites the Dust
, del grupo
Queen
, escuchado al revés, parece querer decir
It's fun to smoke marihuana
(«es divertido fumar marihuana»). Reproduciendo al revés el final de la canción
I am the Walrus
, incluida en el L.P.
Magical Mistery Tour
, de
The Beatles
, se escuchan nueve versos de
El Rey Lear
de Shakespeare. También se puede escuchar el mensaje oculto
Congratulations, you have just discovered the secret message
! («¡Enhorabuena, acabas de descubrir el mensaje secreto!») al final de la parte instrumental de la canción
Goodbye Blue Sky
del disco
The Wall
(«El muro») de
Pink Floyd
.

V
ecellio Tiziano (1477-1576) tal vez sea uno de los pintores de primera fila más longevos de toda la historia de la pintura, pues murió a los 99 años, y ello sólo a consecuencia de una epidemia de tifus a la que sucumbió.

E
l fanático puritanismo de los cristianos de siglos atrás hacía que, al exigir los cantos religiosos la belleza de la tesitura femenina, castrasen a los adolescentes cantores de las iglesias, ya que estaba prohibido por la jerarquía que este menester fuera realizado por mujeres. Todavía a comienzos del siglo XX se practicaba este procedimiento para mantener la riqueza de voces del coro de la Capilla Sixtina de Roma. Este mismo procedimiento de la castración fue seguido también por los amantes de la ópera, que preferían más que ninguna otra las voces de los llamados
castrati
(«castrados»), es decir, muchachos emasculados en su adolescencia para conservar su voz de soprano o mezzosoprano. En España, por ejemplo, fue famoso el italiano Carlos Croschi, conocido como
Farinelli
, que dirigió el Teatro del Buen Retiro. El último castrado, Giovanni Batista Velluti, murió en 1861.

Biografías atormentadas

S
egún la tradición (que tergiversó sus datos biográficos para ofrecer una imagen sesgada de él), la vida del gran escritor trágico griego Eurípides (480-406 a. de C.) estuvo marcada por el signo de las desgracias. Nació el mismo día en que sus compatriotas vencían a los persas en la batalla de Salamina, desarrollada en la embocadura del estrecho de Euripo, circunstancia de la que precisamente proviene su nombre. Era hijo del tabernero Mnesarchos y de la verdulera Clito, con quienes, además de privaciones, pasó una infancia llena de disputas familiares. Tras ser atleta, pintor, retórico y filósofo, comenzó a escribir tragedias, que en muy raras ocasiones gozaron del favor del público. Para colmo, padecía de halitosis y murió al ser atacado por los perros de un pastor. Incluso, para completar el cuadro, y de hacer caso a la leyenda, su desgracia llegó más allá de la muerte, pues junto a su tumba brotó un manantial de aguas ponzoñosas.

D
e ser ciertas las pocas noticias legendarias sobre su vida, la profesión original de Sócrates (h. 470-399 a. de C.) hubiera tenido que ser, a consecuencia de su linaje, la de picapedrero; sin embargo, abrió una escuela de filosofía. Durante toda su vida se jactó de ser pobre y, como sostuvo que la riqueza y todo afán de lucro eran éticamente indeseables, se mantuvo siempre consecuente, negándose por ejemplo a cobrar sus lecciones. Según algunos relatos, se cuenta que, pese a su gran fama, su indigencia fue tal que su esposa, Xantipa, hubo de trabajar como lavandera para mantener a la familia.

E
l poeta cómico romano Tito Maccio Plauto (h. 254-184 a. de C.) fue hijo de una familia tan pobre que, en su juventud, hubo de servir como criado a actores y más tarde, tras dilapidar una gran fortuna, ya siendo una autor y actor famoso, fue alquilado (como era costumbre en la época) por un molinero para hacer girar la rueda de molino.

E
l filósofo grecolatino Epicteto (50-130?), uno de los más representativos estoicos, fue un hombre que, a juzgar por los relatos de su vida que nos han llegado, gozó de una infinita paciencia y de una incomparable templanza. Por ejemplo, el historiador Celso cuenta que cierto día que Epicteto, que como se sabe era esclavo, era maltratado por su cruel amo Epafrodito, el paciente filósofo le avisó de que si seguía retorciéndole una pierna en el aparato de tortura, cual llevaba haciendo un rato, no sería de extrañar que acabara rompiéndosela. Ocurrido el desenlace previsto, Epicteto, impertérrito, le dijo a Epafrodito: «Ya os había dicho que ocurriría». Si damos por cierta esta anécdota, no es de extrañar que toda su doctrina se resumiera en su conocido lema «Abstente; resígnate».

L
a bella Eloísa (1101-1164) fue una mujer realmente singular, entre otras razones, porque llegó a cursar estudios de medicina y filosofía en un tiempo en que prácticamente ninguna mujer lo hacía. Su tío, el canónigo Fulberto, con quien vivía, contrató al filósofo y teólogo Pierre Berenguer (1080?-1142), más conocido con el seudónimo de
Abelardo
, a la sazón profesor en la universidad de París, para que adiestrara a su sobrina en dichos saberes. Por entonces, Eloísa tenía 16 años y Abelardo, 38, y entre ambos surgió un apasionado amor. Fruto de él, la inteligente y bella pupila quedó embarazada. En tal tesitura, Abelardo simuló su rapto y la envió a Bretaña, a casa de una hermana suya, donde Eloísa dio a luz a un niño, al que, por cierto, impusieron el curioso nombre de Astrolabio. Ante las reclamaciones de Fulberto, Abelardo accedió a casarse con la joven siempre que la ceremonia se celebrara en secreto y su matrimonio no fuera nunca desvelado; pero la propia Eloísa rechazó la proposición para no perjudicar con el posible escándalo la reputación y la carrera de su amado. Pese a ello, finalmente se casaron. A pesar del pacto, Fulberto hizo pública la noticia y Abelardo envió a su esposa a la abadía de Argenteuil para reducir los efectos del escándalo. Mas creyendo el iracundo Fulberto que lo que realmente intentaba Abelardo era deshacerse de su esposa, contrató a unos sicarios que irrumpieron en la casa del filósofo y, siguiendo las instrucciones del canónigo, lo castraron. Desolada con tan triste noticia, permanecería el resto de su vida convertida en una sabia y apacible abadesa, pero sin olvidar nunca su imperecedero amor por el mermado filósofo. Este volvió tras un tiempo a recibir permiso para dar clases y fundó en la región de Champagne la famosa escuela de filosofía del Paráclito, actividad con la que poco a poco fue olvidando a Eloísa. Sin embargo, sus ideas, avanzadas a ojos de la ortodoxia católica, le hicieron caer otra vez en desgracia, iras ser sucesivamente condenadas en el Sínodo de Soissons (1121) y en el Concilio de Sens (1141), acabando sus días como simple monje en un convento, escribiendo libros de teología y su famosa autobiografía,
Historia de las desventuras de Abelardo
. Eloísa, que le sobrevivió veintidós años, murió, aún enamorada, en su retiro bretón, siendo enterrada, por fin, junto a su amado.

E
l santo italiano San Francisco de Asís (1181-1226) es la primera persona conocida que sufrió un estigma. En 1224, vio un radiante ángel ardiente con seis alas que llevaba a un hombre crucificado en el monte Alberno en los Apeninos. Tras esa visión, cayó en trance extático y aparecieron tinas heridas en sus manos, pies y costados, como si él mismo hubiera sido crucificado. La autenticidad de estos estigmas fue comprobada por los Papas Gregorio IX y Alejandro IV.

E
n cierta ocasión en que el emperador Yung-Lo, que gobernó China entre 1402 y 1424, tuvo que ausentarse por largo tiempo de la capital, dejó a su consejero, el general Kang Ping, al cuidado de su harén. Buen conocedor del carácter paranoico e irascible del emperador, este general tuvo la idea de prevenir la sospecha de que hubiera seducido a sus concubinas que indudablemente Yung-Lo volcaría sobre él a su vuelta. Para ello, se castró e introdujo su pene en el equipaje de viaje del emperador antes de que este partiese. Nada más regresar a la capital, como había previsto el general, el emperador le acusó de no haber respetado sus votos de mantenerse alejado de sus mujeres. Kong Ping, tranquilo, se dirigió al equipaje del emperador y recuperó su pene, demostrándole así que tal acusación era infundada. El emperador, conmovido por el gesto de su general, le nombró inmediatamente jefe de sus eunucos e incluso, a su muerte, levantó en su honor un templo, nombrándole protector eterno de todos los eunucos.

E
l gran poeta y dramaturgo francés François Villon (1431-h. 1463) fue condenado a muerte por capitanear una banda de ladrones y por el homicidio de un sacerdote en el curso de una riña, así como por ser autor de versos satíricos. Confinado en las mazmorras del obispo de Orleáns en espera del cumplimiento de la sentencia, se benefició de una amnistía general proclamada con ocasión de la entronización del rey Luis XI. Sin embargo, poco después, en 1462, fue nuevamente encarcelado y condenado en París por un nuevo homicidio, siendo sentenciado a morir en la horca. Le conmutaron la pena por la de destierro de París y nunca más se volvió a saber nada de él.

L
a religiosa dominica peruana Isabel Floret, de nombre religioso Rosa de Lima (1586-1618), que fue la primera santa sudamericana, representa un ejemplo extremo de mortificación voluntaria a mayor gloria de Dios. Se cuenta que, cuando un joven alabó un día su belleza, se rasgó el rostro, marcando sus cicatrices con pimienta y sal. Cuando, tiempo después, otro joven loó la belleza de sus manos, las sumergió en lejía pura para deformarlas. Durante toda su vida comió alimentos poco apetitosos (principalmente, hierbas y raíces cocidas) y cada vez en menor cantidad. Vivió siempre en una pequeña choza que sus padres construyeron para ella en el jardín de la casa familiar, dedicando doce horas diarias a la oración, diez horas al trabajo y dos al descanso. Además, siempre vistió una blusa de un tejido extremadamente áspero que procuraba un constante picor mortificante a su piel. Alrededor de la cintura se anudaba cuan fuerte podía una cadena que, a cada movimiento, hendía su carne y, por si ello no fuera poco, se colocaba una corona de espinas de plata en la cabeza. Cada vez que su confesor trataba de que aliviase todos estos suplicios, ella arredraba con más ímpetu en ellos.

E
l compositor alemán Georg Friedrich Haendel (1685-1759) sufrió a los 52 años un ataque de apoplejía que le paralizó la mano izquierda, casi al mismo tiempo que perdió totalmente la vista. Sin embargo, siguió componiendo hasta su muerte, ocurrida veintidós años después.

L
a madre de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) murió al darle a luz y ello provocó que su hijo recibiese una educación muy desordenada, que influiría tanto en su obra como en su vida posteriores, generándole un carácter y un temperamento muy inestables. Desempeñando múltiples oficios, Rousseau se entregó pronto a multitud de amoríos y romances. Empleado como aprendiz de procurador y grabador con el maestro Ducommun (que le sometió a un cruel trato), optó por huir cuando tenía 16 años, recalando en la ciudad de Confignan, en la Saboya francesa. Allí encontró asilo en casa de un sacerdote, al que se ganó con el pretexto de haber llegado a su puerta para convertirse al catolicismo. El sacerdote le envió a casa de la baronesa de Warens, la cual le hizo ingresar en el convento del Espíritu Santo de Turín, donde el muchacho abjuró del protestantismo. Luego vivió amancebado durante algunos años con su protectora, de la que al cabo perdió su favor. Tras una breve temporada en que ejerció de preceptor en Lyon, llegó a París en 1741, donde entró en el círculo de los enciclopedistas, viviendo bajo la protección de una de ellos, Madame d'Epinay. Mientras tanto comenzó una relación amorosa clandestina con una modesta costurera, Teresa Le Vasseur, de la que tuvo cinco hijos (enviados sucesivamente al hospicio tan pronto como nacieron) y con la que se casaría finalmente veinticinco años después. Reingresado en la fe protestante, y tras publicar algunas obras que alcanzaron un gran éxito, hubo de huir de Francia al ser perseguido tras la publicación de
Emilio
, condenado por el Parlamento de París. Fue acogido por el rey Federico II de Prusia y posteriormente por el filósofo inglés David Humo. De vuelta a Francia, empobrecido y malviviendo como copista de música y autor de opúsculos, entró en una fase de extrema hipocondría, que le llevó a cambiar constantemente de residencia hasta su muerte.

A
l morir en 1805, a los 47 años en la batalla de Trafalgar, Horatio Nelson (1758-1805) —que, por cierto, aunque ha pasado a la historia como el
Almirante
Nelson, nunca obtuvo ese grado, sino sólo el de vicealmirante—, había sufrido la malaria en sus viajes por las Indias Orientales y Occidentales, había perdido un ojo mientras luchaba en Córcega y su brazo derecho en Tenerife. No es de extrañar, a la vista de ello, que, según cuentan los cronistas, el supersticioso Nelson, antes de entablar la batalla de Trafalgar, clavara una herradura de la suerte en el mástil de su nave almirante, la
Victory
. Lo cierto fue que tal vez esta herradura trajo muy buena suerte a Gran Bretaña, cuya victoria en Trafalgar detuvo para siempre los planes invasores de Napoleón, pero no impidió que Nelson muriese en la batalla.

L
a imagen histórica de eterno vencedor que se aplica a Napoleón Bonaparte (1769-1821), al menos hasta su derrota final, ha de ser contrastada con los múltiples problemas de salud que arrastró. Al parecer, además de ser vencido en Waterloo, hubo de soportar la derrota mientras luchaba contra las hemorroides, llegándose a especular que esta dolencia fue una de las razones principales de su derrota, ya que le impedía montar a caballo, lo que, a su vez, no le permitió tener un conocimiento exacto de la marcha de la batalla. También sufrió al parecer de estreñimiento crónico durante toda su vida. Y eso que era un comedor frugal, de lo que da muestra, por ejemplo, que su plato favorito fueran las patatas hervidas con cebolla. Asimismo, sufría un miedo visceral, de carácter fóbico, hacia los gatos. Para algunos historiadores, parece seguro que también contrajo la sífilis. En fin, según estudios recientes realizados sobre su esqueleto, parece muy verosímil que muriese envenenado. Tal vez tantos males y achaques hicieron de Napoleón un hombre precavido. Y quizás por eso, en mayo de 1813, firmó una póliza de seguro por valor equivalente a 10 millones de pesetas de la época, cubriendo la eventualidad de que muriese en batalla o fuese hecho prisionero. La prima que tuvo que pagar fue de tres libras para un seguro válido tan sólo para un mes. Sin embargo, frente a esa existencia tan I leva de achaques, su inmortalidad goza de una muy buena salud, si se puede decir así.

L
a infancia del escritor, filósofo y economista inglés John Stuart Mill (1806-1873) transcurrió sometida a la férrea disciplina que le fue impuesta por su padre, el erudito James Mill (1773-1836). A los 3 años, su padre le enseñó griego antiguo; a los 4, le introdujo en la historia; y a los 8, le avezó en latín, geometría y álgebra. A los 12, John Stuart ya conocía a fondo las obras de Virgilio, Horacio, Ovidio, Terencio, Cicerón, Homero, Sófocles y demás figuras de la cultura grecolatina, leídas todas ellas en su lengua original. Además, era obligado por su padre a escribir composiciones poéticas en inglés. Con estos antecedentes, tal vez no resultó extraño que John Stuart Mill sufriera a los 20 años una grave depresión existencial, de la que, según confesión posterior, sólo salió gracias a la poesía de Wordsworth que le recalificó para la vida diaria y que atemperó tanto caudal cultural con muchas y buenas dosis de madurez sentimental y de humanidad mundana.

F
iodor Dostoievski (1821-1881) nació en el manicomio en que su padre trabajaba de médico. En su infancia vivió, pues, en permanente contacto con los enfermos mentales, lo que marcaría su vida e impregnaría toda su obra literaria con una fructífera vocación por la introspección psicológica de sus personajes. Además, hubo de convivir durante toda su vida con la pobreza y las enfermedades. La epilepsia y los continuos problemas familiares influyeron en su atormentada literatura. Para colmo, cuando era un escritor muy famoso, fue condenado a muerte por sus ideas revolucionarias, aunque en el último momento) esta condena fue conmutada por los trabajos forzados y el destierro en Siberia.

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