Enciclopedia de las curiosidades: El libro de los hechos insólitos (7 page)

BOOK: Enciclopedia de las curiosidades: El libro de los hechos insólitos
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urante siglos, el ser humano ha creído supersticiosamente que a través del estornudo se escapa una parte del alma, esforzándose por retenerlo o, al menos, por contrarrestarlo cuando finalmente se escapa. Aristóteles e Hipócrates explicaron el estornudo como la reacción de la cabeza contra una sustancia extraña ofensiva que se introduce por la nariz, observando que, cuando se asociaba a una enfermedad, presagiaba la muerte, por lo que aconsejaban contrarrestarlo con bendiciones tales como «¡Larga vida para ti!», «¡Que goces de buena salud!» y «¡Que Zeus te guarde!». Muchos romanos pensaron que cuando una persona sana estornudaba, el cuerpo intentaba expulsar los espíritus siniestros de enfermedades futuras, por lo que desaconsejaron su retención. Así, la explosión súbita del estornudo era seguida de toda clase de bendiciones, parabienes e invocaciones («¡Felicidades!»). Esta costumbre se mantuvo durante siglos, hasta que, en el año 591, coincidiendo con una enfermedad epidémica que asolaba Italia, uno de cuyos primeros síntomas eran los estornudos, el Papa Gregorio I aconsejó a los creyentes cristianos que, ante un estornudo, hiciesen inmediatamente una invocación del tipo «¡Jesús!» o «¡Que Dios te bendiga!».

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n la República de Uruguay se volvieron a autorizar los duelos en 1920, aunque la costumbre los restringió a asuntos ideológicos, más que de honor. Precisamente, por una controversia de índole política se batieron en 1968 el periodista Jorge Batlle y el senador Flores Mora.

S
egún cuenta Herodoto, los babilonios subastaban anualmente a las muchachas casaderas. Lógicamente, los hombres pujaban por las más bellas. Con el dinero de sus pujas se constituía una bolsa de fondos con que posteriormente se formaban dotes para que las muchachas menos bellas pudieran encontrar marido.

C
on anterioridad al siglo XV, los jueces chinos utilizaban unas primitivas gafas de sol de cristal de cuarzo para ocultar su expresión mientras administraban justicia. Al conocer las gafas de cristal graduado, tiñeron sus cristales y fueron usadas por los jueces con problemas de visión.

U
na ley del territorio norteamericano de Maryland de 1634 obligaba a las mujeres viudas que habían heredado propiedades de sus maridos a casarse en un plazo máximo de seis años. Si no lo hacían, perdían sus pertenencias, que pasaban al pariente masculino más cercano.

E
n la antigua Esparta el adulterio era permitido siempre y cuando la mujer se entregara a un hombre más alto y robusto que su propio marido. Además, la soltería estaba penada con el destierro. Si un espartano no se había casado a los 30 años perdía el derecho de sufragio y se le prohibía asistir a festejos.

E
n Abisinia, nombre antiguo de la actual Etiopía, se elegía a un perro emperador, cuidándole y mimándole con suma atención. Todas sus reacciones condicionaban el devenir político del pueblo: si se mostraba alegre, se interpretaba como que el pueblo estaba siendo bien gobernado; pero si ladraba a algún sirviente o visitante, éste era condenado a muerte.

T
ras derrocar al tirano Hipias en el año 510 a. de C., los atenienses trataron de alejar cualquier nuevo fantasma de tiranía. Para ello, una de las medidas que tomaron fue el establecimiento de un mecanismo democrático que acabase con tal posibilidad: el
ostracismo
, práctica propuesta, en opinión de Aristóteles, por Clístenes, que, por cierto, fue una de sus primeras víctimas. Una vez al año, si los ciudadanos lo consideraban necesario, la asamblea popular ateniense efectuaba una votación con objeto de designar una persona en quien se hubiera apreciado cualquier signo de tendencia tiránica o simplemente que estuviera acumulando excesivo poder a ojos de todos los demás. Esta persona, por el simple hecho de recibir más de 6.000 votos (aproximadamente la cuarta parte de los ciudadanos con derecho a ello), era desterrada por un periodo de 10 años (periodo que posteriormente fue rebajado a la mitad), es decir, sufría el ostracismo. Los votos eran emitidos escribiendo su nombre en unos tejuelos con forma de concha hechos al efecto y llamados
óstrakon
, de donde deriva el nombre de la institución. No obstante, no se trataba de un exilio deshonroso: no se confiscaban sus bienes, ni su familia era objeto de desconsideración alguna; incluso, a su regreso, recibía una bienvenida cordial.

S
egún los historiadores, era tal el número de fiestas de todo tipo que se celebraban en la Roma imperial que prácticamente por cada día laborable había dos festivos. Claro está que, en realidad, no eran muchos los ciudadanos romanos que trabajaban al uso actual: para eso estaban los esclavos y, por tanto, la costumbre no afectaba, sino todo lo contrario, a la buena marcha de los asuntos económicos del Imperio.

E
n tiempos del emperador Augusto (hacia el año 30 a. de C.) se hizo costumbre en Roma el beso como fórmula de saludo entre los varones romanos, y especialmente entre los nobles y patricios. Durante el imperio de Claudio I, al desatarse una epidemia de erupciones cutáneas, pudo comprobarse que la enfermedad sólo afectó a los varones patricios, y no a las capas medias y bajas, ni a las damas de cualquier estrato, ni tampoco a los esclavos, lo que hizo deducir que el vehículo de contagio era precisamente aquella costumbre del beso. No obstante, la moda continuó, extendiéndose al poco, ya en tiempos de Domiciano, al resto de ciudadanos romanos (de lo que, por ejemplo, se quejaba el poeta Marcial, al señalar que era imposible sustraerse en Roma a esa forma de saludo y que, por tanto, se hacía incómodo pasear por la ciudad).

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urante muchos siglos, fue una práctica legal común en Gran Bretaña encarcelar a los morosos por tiempo indefinido hasta que abonasen sus deudas (lo cual, para casi todos, resultaba harto difícil estando encarcelados). Incluso se permitía a los deudores condenados instalarse en la cárcel con toda su familia. En la práctica, dichas penas se convertían en muchas ocasiones en cadenas perpetuas. En esa circunstancia pasó sus primeros años el escritor Charles Dickens (1812-1870), lo que luego, por cierto, le permitiría describir tan perfectamente el ambiente carcelario.

L
os diputados de la Cámara de los Comunes inglesa ajustan su comportamiento parlamentario a muchas tradiciones, algunas de las cuales cabe calificar de curiosas. Por ejemplo, si un diputado pretende dirigir la palabra a la asamblea durante una votación es requisito indispensable que lo solicite a la presidencia poniéndose el sombrero. En tiempos pasados ello no constituía mayor problema, pero dado el escaso uso moderno de sombreros, hoy en día provoca curiosas escenas cuando un diputado, deseoso de tomar la palabra, se toca la cabeza con cualquier adminículo que tenga a mano.

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as pócimas, ungüentos, mascarillas y pomadas cosméticas han variado mucho a lo largo de la historia; pero en casi todas las épocas se han utilizado algunas de composición realmente sorprendente. Veamos algunos ejemplos. Las mujeres de la nobleza egipcia de tiempos de Cleopatra utilizaban todo tipo de desodorantes, tónicos capilares y corporales, mascarillas faciales, blanqueadores, suavizantes, pomadas antiarrugas…, hechos con sustancias tales como leche de burra, harina de avena y habas, levaduras, miel, arcilla, lodo del Nilo, aceites de palma, cedro y almendras. Las romanas (y romanos) de los tiempos de Nerón usaban sustancias como el albayalde y la tiza para aclarar el rostro; harina y mantequilla para curar espinillas y erupciones cutáneas; piedra pómez, mezclada con orina de niño, para blanquear los dientes; loción de amapolas como base para aplicarse blanco de cerusa sobre el rostro; y vinagre, arcilla y corteza (le encina macerada con limón para endurecer los pechos. Juvenal menciona en uno de sus escritos el uso del sudor de lana de oveja como excelente crema de noche. Este producto puede parecer realmente extraño, pero ha de decirse que no es ni más ni menos que el equivalente a la actual lanolina.

Perdido el gusto cosmético durante la Edad Media, a partir del Renacimiento volvió con verdadera fuerza, surgiendo costumbres verdaderamente curiosas. Por ejemplo, la reina escocesa María Estuardo se bañaba en vino. Isabel de Baviera solía bañarse en jugo de fresas. Y la profusión cosmética también afectaba a los hombres. El rey inglés Enrique VI popularizó una pomada perfumada elaborada con manzanas y grasa de perro joven. El barón Dupuytren se aplicaba un crecepelo elaborado con 150 gramos de virutas de madera de boj maceradas durante dos semanas en 300 mililitros de vodka, a lo que se añadía luego 50 de extracto de romero y 13 de extracto de nuez moscada; con él se masajeaba dos veces al día, mañana y noche. Por aquel tiempo, volvieron también a ponerse de moda las mascarillas, fueran sencillas, como un filete de ternera, o más complicadas, como la utilizada por la duquesa de Alba (la que fue retratada por Goya en 1797), quien se trataba las arrugas de su rostro con una singular mascarilla hecha con cuatro claras de huevo batidas y cubiertas con agua de rosas, llevadas a ebullición y espolvoreadas después con 15 gramos de polvo de alumbre y 7 de aceite de almendras. María Antonieta, por su parte, combatía el acné, al que era muy propensa, con otra elaborada con una emulsión cocida a fuego lento de leche, limón natural y brandy.

L
a reina francesa Catalina de Medicis (1519-1589) decretó que, para ajustarse al canon de belleza, las damas de su corte debían de tener una cintura de 35 centímetros.

A
pesar del tópico, la costumbre de arrancar cabelleras no era propia sólo de los indios norteamericanos. Esta salvaje práctica fue también utilizada por los colonos blancos a modo de prueba de la caza y muerte de los indios que permitiera recibir la recompensa que, en determinadas zonas de Norteamérica, se pagaba por su exterminio. Se suele atribuir al gobernador del antiguo territorio de Nueva Holanda, William Kieft, el dudoso mérito de haber sido el primero que instituyó esta costumbre en el decenio de 1630. En 1703, la colonia americana de Massachusetts ofrecía unos 60 dólares por cabellera, y a mediados de siglo, Pennsylvania ofrecía ya unos 134 dólares por la cabellera de un hombre indio y 50 por la de una mujer.

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n el Código de Hammurabi (un conjunto de leyes que regulaban la sociedad babilónica hacia el año 1700 a. de C.) la venta de cerveza en mal estado era castigada con la pena de muerte.

C
arlomagno (742-814) prohibió la usura entre sus súbditos hacia el año 800, considerando como tal «todo aquel negocio en que se exige más de lo que se da». En 1179, durante el III Concilio de Letrán, la Iglesia promulgó que se negara sepultura cristiana (lo que equivalía a ir directamente al infierno) a todo cristiano que prestara dinero a cambio de interés.

S
egún una tradición francesa, los cuchillos de mesa tienen punta redonda desde que el Cardenal Richelieu mandó redondearlos al ver que el Canciller Pierre Séguier los utilizó ante él para limpiarse los dientes con la punta.

L
a constitución de la República romana tenía ya previsto hacia el año 500 a. de C. que, en caso de producirse una emergencia o un estado de excepción en que fuera necesaria la acción rápida, se pusiera en marcha un mecanismo político por el cual una especie de rey temporal afrontara la situación transitoriamente, sin ningún tipo de traba ni cortapisa senatorial. Mientras durase su mandato, la palabra de este temporal rey absoluto sería considerada ley. Por ello era designado con la palabra latina equivalente a nuestra
dictador
, con el significado de «[el que] ha dicho». El dictador estaba dotado de una total e inapelable capacidad de decisión, salvo en lo que afectaba a dos cuestiones: el erario público, del que no podía disponer sin consentimiento expreso del pueblo, y su salida de Italia, que le estaba prohibida. El Senado tenía la prerrogativa de nombrar al dictador que, de ordinario, desempeñaba este cargo por un periodo máximo de seis meses, al final de los cuales tenía que rendir cuentas a la propia asamblea.

Por ejemplo, en el año 459 a. de C., el general retirado Lucio Quintio Cincinato (519-438 a. de C.) fue nombrado dictador para afrontar la amenaza de un ejército enemigo que avanzaba hacia el territorio romano. Marchó Cincinato a la guerra, derrotó al enemigo, regresó y, cual era norma, renunció al cargo inmediatamente, a los 16 días de haberlo asumido. En el transcurso de muy pocos años, tanto Sila como Julio César se hicieron nombrar dictadores perpetuos, excepciones que siempre se consideraron anómalas e indeseables por los ortodoxos. Tras la muerte de Julio César, esta institución política fue abolida por una ley promulgada el año 40 a. de C. por Marco Antonio.

L
a primera ilustración que se conoce del uso del tenedor en una mesa europea nos la ofrece un manuscrito de 1022 encontrado en el monasterio italiano de Montecassino. El tenedor fue importado a Roma desde Bizancio por algunos mercaderes venecianos, pero continuó siendo un capricho, casi con categoría de adorno, y casi siempre también de extravagancia, en la casa de las familias más ricas. Por ejemplo, en un inventario de la plata de Eduardo 1 de Inglaterra, datado en 1297, se consigna que el rey inglés poseía un único ejemplar. En 1328, la reina Clementina de Hungría tenía 30 cucharas y 1 tenedor. Al parecer por aquel entonces el tenedor sólo se utilizaba, en ocasiones excepcionales, para comer algún tipo especial de fruta (por ejemplo, peras o fresas), pero no la carne o el pescado. Según la mayoría de los investigadores de estos pormenores históricos, el primer uso público del tenedor en Europa no se dio hasta 1582, en que fueron utilizados en el restaurante
La Tour d'Argent
, de París.

E
l rey visigodo Chindasvinto (563-653) ordenó castrar a todo aquel que fuese sorprendido practicando la sodomía, salvo que el sodomita perteneciese al clero, en cuyo caso era perdonado (no se sabe muy bien por qué).

E
ra costumbre culinaria romana, y de las más apreciadas, la degustación de lirones, especialmente de los condimentados con salsa de miel. Se sabe que en el siglo I de nuestra era Quinto Fulvio Lipenio introdujo la crianza de estos animales, para proveer el mercado romano.

H
asta principios del siglo XX estuvo vigente en Inglaterra una ley que permitía al marido pegar a su esposa «siempre que no fuera con una vara más ancha que el pulgar del marido».

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