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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Gengis Kan, el soberano del cielo (13 page)

BOOK: Gengis Kan, el soberano del cielo
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Levantó la vista cuando se abrió la cortina de la entrada y entró Temujin. Hoelun se secó las lágrimas con un brazo.

—Mi tío no debería haberte hablado de ese modo —masculló él.

Ella se cerró la ropa y puso a Temulun en la cama.

—No está bien escuchar a escondidas, Temujin.

—Había un perro mordiendo la parte de atrás de la tienda. Lo ahuyenté antes de que rompiera el fieltro. No pude evitar escuchar.

—Nunca te preocupaste mucho por lo que hacían los perros.

—Bortai me enseñó a no temerles. —Se acercó y se sentó junto a ella, apoyando un brazo en la cama—. Te gustaría, madre. No tuve ocasión de contártelo, pero cabalgó detrás de Munglik y de mí, y dijo que no se marcharía hasta que no le dijera por qué debía irme. Juró no decírselo a nadie, y supe que podía confiar en su promesa. Será para mí tan buena esposa como tú fuiste para padre.

—Acabo de comportarme como una tonta, hijo. Le di a tu tío razones para no ayudarnos.

El muchacho sacudió la cabeza.

—Dijiste la verdad sobre él. No temas. Cuando yo sea jefe, Daritai me seguirá como siguió a mi padre.

Esas palabras la fortalecieron, aunque sólo fueran las palabras de un muchacho ingenuo.

—Es probable que tu tío tenga razón en una cosa. Tal vez no estemos preparados para emprender una campaña contra los tártaros.

—No es así, madre. Si luchamos y perdemos, tú y yo no estaríamos peor que ahora, y si ganamos, nadie pensaría en tener otro jefe. Para nosotros, valdría la pena correr el riesgo.

Ella le rozó levemente la mano; sus palabras ya no parecían infantiles.

—Podrías tener alguna oportunidad si lucharas contra los Merkit.

—Y si lo hiciera, tendría que cuidar muy bien mi espalda. Si alguien aprovechara el fragor de una batalla para quitarme de en medio, las cosas estarían decididas. —Hizo una pausa—. Podemos confiar en muy pocos ahora. Munglik me transmitió las últimas palabras de mi padre, y cómo dijo que mis hermanos y yo debíamos vengarlo. —Temujin alzó la cabeza y la miró con los ojos de Yesugei—. No olvidaré a los que nos traicionaron.

Ella lo abrazó, deseando devolverle la infancia que tan pronto había perdido.

20.

Hoelun yacía en la cama, incapaz de moverse. Los gemidos de Temulun se convirtieron en aullidos.

—Madre. —Una mano le rozó el rostro. Temujin estaba inclinado sobre ella. Se alejó del lecho y dijo—: Khasar, vigila a los otros. No tardaré en volver.

Hoelun cerró los ojos. Un espíritu maligno la rodeaba, aislándola de todo. Ya no tenía fuerzas para resistirse. El espíritu se había cernido sobre ella durante la reunión con los hombres. Ahora moraba en su interior paralizando todo sentimiento.

El espíritu le había hablado con la voz de Daritai, y con la de Targhutai. "Escúchanos —susurraba—. Tu esposo ha muerto: la bella gema se ha hecho añicos, la manada ya no tiene semental y necesita otro que la guíe".

Sólo Munglik y Charakha habían hablado a favor de ella antes de que los otros los silenciaran. Los hombres no harían ningún juramento de lealtad a ella ni a su hijo. No podía dominarlos. Era más sencillo permitir que Daritai asumiera el liderazgo de su clan y dejar que Targhutai y Todogen fueran jefes de los Taychiut. Daritai se había marchado del campamento, pero todavía no era demasiado tarde para que ella lo siguiera.

Temulun gritaba. Hoelun oyó que Temujin decía:

—Ya ves cómo está mi madre.

—Lleva a tus hermanos fuera a vigilar las ovejas.

Ésa era la voz de Khokakhchin.

Hoelun yacía inmóvil. Los gritos de Temulun se apaciguaron.

—¿Estás despierta? —preguntó Khokakhchin.

Abrió los ojos. Khokakhchin tenía a la pequeña en sus brazos y la alimentaba con leche de oveja.

—Temujin vino a buscarme —dijo la anciana—, pero tal vez deberíamos traer a un chamán.

—No —logró decir Hoelun.

—Entonces tu aflicción no es tan grande. —Khokakhchin ató a Temulun a su cuna, después destapó a Hoelun—. Pobre niña. —La criada la sostuvo y empezó a vestirla, poniéndole la camisa y la túnica larga—. Qué cansada te ves. —Le enrolló las trenzas debajo del tocado, después se agachó para ayudarla a calzarse las botas—. El campamento hervirá de rumores si te recluyes aquí. Dirán que Hoelun demuestra ser tan débil como ellos temían, pero al menos aliviará la carga que te agobia.

—No —dijo Hoelun—, no puedo aliviarme tan fácilmente del peso de mis penas.

La oscura niebla que la invadía empezaba a desvanecerse; después de todo, el espíritu maligno no era tan poderoso.

—Hace años que te sirvo con lealtad —dijo Khokakhchin—, y agradezco que hayas sido tan buena conmigo. Nunca he tenido necesidad de decirte gran cosa, pero ahora quiero hablarte con franqueza. Has estado tan ocupada tratando de convencer a los hombres que has descuidado a sus esposas. ¿Qué les has demostrado desde que tu esposo nos dejó? Sólo que eres una viuda enloquecida de dolor y que únicamente piensa en la venganza, una mujer que podría lograr que ocurriera lo que ellas más temen: la pérdida de esposos e hijos en una batalla inútil, y el cautiverio o cosas peores para ellas mismas.

—Podríamos haber ganado esa guerra —dijo Hoelun.

—Los hombres no lo creen así, y en consecuencia tampoco sus mujeres. —La criada hizo una pausa—. Extrae un poco de fuerza de Etugen, la tierra que se renueva cuando han pasado las tormentas de Tengri. Ha llegado el momento de que apeles a las mujeres y les demuestres que hay más cosas que temer si no os apoyamos a ti y a tu hijo. Deben ver que estás en condiciones de gobernar, pero también que compartes sus preocupaciones. Las mujeres temen la incertidumbre que reina cuando los hombres no tienen jefe. Si creen que tú puedes evitarla, defenderán tu causa ante sus esposos.

Hoelun bajó los ojos.

—Eres más sabia de lo que creía.

La anciana se estremeció.

—¿Sabia? Por tonta que una mujer sea, puede convertirse en sabia si vive el tiempo suficiente. Tú quieres poder, Hoelun Ujin, pero no usas el poder de que toda mujer dispone. No lo necesitabas cuando tu esposo vivía, pero ahora sí. He visto morir a otros jefes y a sus seguidores luchar entre sí, he visto hijos de jefes huyendo de los que antes servían a sus padres. Debes actuar, y de prisa.

Se acercaba el sacrificio primaveral a los ancestros. Debía aprovechar la ocasión. Cuando las mujeres se reunieran para el festejo, Hoelun podría recordarles sus obligaciones hacia ella.

Tomó las manos de Khokakhchin.

—Yo misma debería haber visto todo lo que me has dicho, anciana. Gracias por tus consejos, Khokakhchin-eke.

—Ujin, no tienes que llamarme…

—Sí. A partir de ahora eres Madre Khokakhchin.

Otra persona en quien confiar, pensó. Tenía tan pocas.

Las dos Khatun Taychiut estaban sentadas en el "yurt" de Orbey. Hoelun hizo una profunda reverencia.

—Os saludo, Honorables Damas.

—Bienvenida, Hoelun Ujin —replicó Orbey—. Una visita tuya siempre nos honra; son tan escasas.

Hoelun se sentó delante del lecho y la anciana le tendió un cuerno de "kumiss".

—La pena me impidió buscar antes vuestra compañía. —Levantó una rodilla, cuidando que su postura fuera cortés—. He venido para hablar de nuestro sacrificio de primavera.

—Tal vez quieras presidirlo.

—No os privaría de ese honor. Pedid a los chamanes que establezcan el día y el momento, y yo invitaré a las mujeres que deben participar. Sólo deseo ayudaros a conducir el ritual.

Orbey hizo una mueca.

—Ya veo. Si hacemos la ofrenda juntas, las otras mujeres verán que te apoyamos.

—Por lo que advierto os dais cuenta de que, como debo gobernar hasta que mi hijo ocupe su lugar, también debo tener precedencia entre las mujeres. Entonaremos las plegarias juntas, y juntas serviremos las ofrendas de alimentos a los ancestros.

"Y agradeced que os ofrezca tanto", pensó.

Sokhatai se recostó en los almohadones; Orbey permaneció en silencio.

—Debo gobernar —prosiguió Hoelun—, si es que queremos castigar alguna vez a los que tan suciamente traicionaron a nuestros esposos. Debéis respaldarme para que guíe a nuestro pueblo. No deseo que les ocurra nada malo a nuestras madres y niños, como sucederá si no nos unimos.

Orbey se inclinó hacia adelante.

—No veo qué ganaríamos apoyándote ni aguardando a que Temujin sea hombre.

—Te aseguro que es digno de convertirse en nuestro jefe, y dará pruebas de ello.

—Todas las madres elogian a sus hijos. Yo admiraba mucho a los míos y ya no están. Ruega no vivir demasiado, Ujin, pues sólo te servirá para ver cómo pierdes a tus hijos.

Hoelun se puso de pie.

—Haremos el sacrificio juntas. Esperaré vuestra invitación. —Hizo una profunda reverencia.

Orbey bajó la cabeza.

—El sacrificio se llevará a cabo.

Hoelun se inclinó sobre el fogón. Durante todo el día, desde que abandonara el "yurt" de Orbey, había percibido un cambio en el campamento. Las otras mujeres la eludían, tal vez preguntándose qué le habrían dicho las Khatun y si las dos ancianas viudas le darían ahora su apoyo.

Munglik extendió las manos hacia el fuego. Con la excepción de Temujin, que estaba con ellos, los niños dormían; Khokakhchin estaba tendida y cubierta con una manta junto a la cama de Hoelun. La anciana le había pedido que le permitiera permanecer en la tienda, y Hoelun se sentía más segura con ella allí.

—¿Te traigo más bebida? —preguntó Hoelun.

Munglik negó con la cabeza.

—No, guárdala. —Hizo una pausa—. Mañana saldré de cacería.Tal vez esté ausente varios días, y la presa que persiga puede llevarme cerca de las tierras de los tártaros.

Hoelun le lanzó una mirada penetrante.

—¿Piensas ir a cazar allá?

—No pienso cazar hombres… sólo seguirles la pista. Averiguaremos si están acercándose a nuestro territorio. Mi padre cuidará de ti mientras yo no esté.

—¿Irás con otros? —preguntó Hoelun.

—Iré solo. Alguien tiene que explorar un poco. Los demás parecen demasiado dispuestos a olvidar a nuestros enemigos por el momento. —Mascó los extremos de sus bigotes—. Prometí cuidarte, Hoelun. Tal vez deberías pedirle a Targhutai que sea jefe.

Ella suspiró.

—Veo que ha acabado por convencerte.

—Estoy pensando en ti. Los hombres le jurarían lealtad. Deja que tenga lo que desea, con la condición de que Temujin sea nuestro jefe más adelante.

—No permitirán que viva lo suficiente para eso —intervino Temujin.

—Mi hijo tiene razón —dijo Hoelun—. Si cedemos ahora, Targhutai nos creerá débiles. Mi única posibilidad consiste en obtener su apoyo y obligarlo a unirse a nosotros.

—Estaré de tu lado, hagas lo que hagas. —El joven se puso de pie—. Y ahora debo irme, antes de que mi esposa se impaciente.

Temujin se quedó mirando fijamente la puerta por la que desapareció el Khonkhotat.

—Munglik asegura ser nuestro amigo —dijo el muchacho—, pero me pregunto por cuánto tiempo.

—Él amaba a tu padre.

—Lo sé, pero mi padre ha muerto, y Munglik debe pensar en su gente. Tal vez cree que su clan estaría mejor con un jefe Taychiut.

—Por favor —susurró ella—. No dudemos de uno de los pocos amigos que nos quedan.

—Mi padre debió esforzarse más para garantizar la lealtad de sus hombres. Tendré cuidado de no cometer el mismo error.

Hoelun se incorporó y alimentó el fuego. Tal vez Munglik descubriera que los tártaros se acercaban a sus tierras. Ese peligro le resultaría útil a ella: Targhutai y Todogen tendrían que preocuparse de algo más que de sus mezquinas ambiciones. Hoelun casi ansiaba que hubiera guerra.

21.

—No puedes seguir así —dijo Hoelun.

Sochigil estaba sentada junto al fogón. Belgutei había ido al "yurt" de Hoelun en plena noche, preocupado por su madre, mascullando que buscaría a un chamán para que quebrara el hechizo. Hoelun le habló a la otra viuda de sus propios temores y de cómo había logrado vencer la desesperación que había sentido. Pero Sochigil se negó a responder.

—No comes —continuó Hoelun—. Estás demasiado delgada.

—Ningún alimento puede llenar el vacío que hay dentro de mí. —Sochigil se cubrió el rostro—. Nadie puede consolarme.

—Tampoco duerme bien —murmuró Belgutei desde un rincón. Los hijos de Sochigil estaban sentados en sus camas, abrazándose las rodillas—. Pensé que se le pasaría, pero…

—Todos eluden mi tienda como si me estuviera muriendo. Ojalá así fuera.

—Basta. —Hoelun cogió la mano de Sochigil—. Si hablas así, llamarás a la muerte.

—La gente también te evita a ti, Hoelun-eke —dijo Bekter—. Murmuran y hablan en secreto.

Hoelun frunció el entrecejo. Bekter tenía los ojos oscuros de su madre y el rostro de huesos fuertes de su padre, pero su expresión habitual, de astucia y resentimiento, le deformaba las facciones.

—Escúchame —dijo Hoelun—. Todos se sienten inseguros. Tenemos que demostrarles que… —Oyó un ladrido; los perros del campamento aullaban más de lo habitual. Aún era de noche pero, al parecer, había mucha gente despierta. Los caballos relinchaban y en el campamento había tanta actividad como al amanecer.

Súbitamente asustada, se incorporó y fue hasta la entrada, después salió corriendo. Detrás de la tienda de Sochigil vio que una procesión de mujeres, algunas en carro y otras a caballo, avanzaba por la llanura iluminada por la luna. Se apoyó en un carro. El sacrificio, pensó. Las Khatun se lo habían ocultado, a ella y a cualquiera que pudiera avisarle; las ancianas y los chamanes se habían aliado contra Hoelun.

Lentamente dio la vuelta al "yurt". Con seguridad esperaban que retrocediera, tal vez que recurriera a Daritai, quien juraría fidelidad a Targhutai y no al hijo de Yesugei.

Sochigil levantó la visa.

—Han ido a hacer el sacrificio sin nosotras —dijo Hoelun al entrar.

La otra mujer la miró con asombro. Bekter se incorporó de un salto.

—¿Y ahora qué, Hoelun-eke? —preguntó—. Esto es lo que has conseguido por no escucharlos.

Hoelun le dio una bofetada.

—Lo lamentarán —masculló.

—¿Qué podemos hacer? —gimió Sochigil.

—Quédate aquí con tus hijos. Yo arreglaré esto.

Hoelun se volvió y salió rápidamente de la tienda.

El sol estaba alto cuando Hoelun se dirigió hacia los caballos. Los hombres de los alrededores la ignoraron mientras ensillaba uno de los castrados grises de su esposo. Sabía lo que los hombres pensaban de ella: estaba marcada como descastada. Había advertido a sus hijos que no salieran del círculo de su tienda y que estuvieran en guardia.

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