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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Gengis Kan, el soberano del cielo (6 page)

BOOK: Gengis Kan, el soberano del cielo
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Se levantó antes del alba, y estaba a punto de tomar un poco de caldo de carne cuando sintió un mareo. Pasó. No diría nada hasta que estuviese segura. Esperanzada, se cubrió el vientre con una mano.

A media mañana, las mujeres ya habían desarmado sus "yurts" y apilado los paneles de fieltro en los carros que contenían la totalidad de sus bienes hogareños. Yesugei y casi todos sus hombres fueron de cacería; las mujeres los siguieron en una fila de carros tirados por bueyes, y detrás venían otros hombres y niños con los rebaños.

Se detuvieron al atardecer. Las mujeres encendieron fuegos, ordeñaron, hirvieron la leche y después pasaron la noche en los carros techados. Los hombres durmieron fuera, con sus caballos.

Los cazadores se pondrían en marcha antes del amanecer. Se desplegarían en dos amplias alas para cercar a su presa, después cerrarían el círculo, atrapando a los animales. Ciervos ágiles y gacelas atemorizadas caerían bajo una lluvia de flechas. Hoelun pensó que la cacería alegraría a su esposo. Yesugei perseguiría y encerraría a sus enemigos en otra estación; el fuego volvería a arder en su interior. La seguridad de Hoelun y de sus hijos dependía de ese fuego.

Dieciséis días después de que comenzase la cacería, las mujeres llegaron a una estepa cubierta de escarcha llena de cadáveres de ciervos y otras presas menores. Los cazadores aún estaban descuartizando las reses; Ias mujeres dejaron los rebaños en manos de los niños más grandes y fueron a ayudar a los hombres.

Hoelun estaba arrodillada junto a un ciervo pequeño, cuchillo en mano, cuando sintió náuseas; se inclinó para vomitar. Una mano la cogió del brazo.

—Pasará —murmuró Sochigil—. Déjame hacerlo a mí.

Yesugei se acercó a ellas.

—¿Qué ocurre? —preguntó mientras refrenaba su caballo.

—¿No te das cuenta? —La voz de Sochigil fue audaz por una vez—. No se siente bien en este momento.

Yesugei abrió desmesuradamente los ojos y se inclinó hacia adelante.

—Hoelun está embarazada —prosiguió Sochigil—. Hace días que lo sospechaba.

Su esposo sonrió.

—Volved al trabajo —masculló antes de marcharse.

Acamparon en el sitio en el que habían caído los animales. Los rebaños pastarían allí hasta que se mudaran al campamento de invierno.

Yesugei fue al "yurt" de Hoelun cuando éste estuvo armado, cenó en silencio y después la llevó a la cama. Fue suave con ella, excitándola con las manos antes de penetrarla; para él, eso debía de ser lo más parecido a una disculpa.

Cuando terminó, permaneció un rato en silencio, después preguntó:

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Desde que levantamos el campamento.

—Debiste decírmelo entonces, antes de la cacería.

—Tenía que estar segura. No quería que volvieras a golpearme si me equivocaba.

Él se incorporó, apoyándose en un codo.

—Será un hijo… lo presiento.

Ella cerró los ojos. Yesugei la convertiría entonces en su esposa principal. Se sumergió en el sueño, satisfecha.

9.

El sol era un escudo rojo. Flechas de luz centelleaban en las aguas del Onon. La llanura, con hierba alta y parda, se extendía hacia el este más allá de la montaña llamada Deligun. Hoelun avistó una figura distante distorsionada por el calor.

Ese jinete podría traer noticias de su esposo. Esta vez, Yesugei había decidido atacar en verano, cuando sus enemigos menos lo esperaban. Un triunfo alentaría a sus hombres y dañaría a los tártaros; su esposo sacaría provecho de esa pequeña victoria.

Las mujeres que recogían plantas junto al río se incorporaron cuando el jinete se acercó. Hoelun se movía pesadamente y apenas veía las plantas y raíces porque su enorme vientre se lo impedía. El peso que llevaba en sus entrañas hacía que el calor resultase más opresivo. Escarbó la tierra con su vara de enebro; su mano se cerró sobre la rama cuando una contracción le apretó el abdomen.

Los dolores eran cada vez más frecuentes. Pronto terminaría todo y ella por fin sabría si la criatura que le había golpeado las entrañas durante los meses pasados era un hijo.

Sochigil pasó junto a ella, arreando a un cordero extraviado en dirección al campamento. Hoelun jadeó; la otra mujer la miró.

—¿Ya es tiempo? —preguntó Sochigil.

—Pronto —respondió Hoelun, repentinamente atemorizada.

Su abuela había muerto al dar a luz, pero ya era vieja y tenía otros hijos adultos.

Sochigil puso una mano sobre su propio vientre hinchado: la mujer de ojos oscuros esperaba su segundo hijo el siguiente otoño. El jinete que avanzaba hacia ellas les gritó a los muchachos que hacían guardia en la llanura, y Hoelun reconoció a Todogen. El Taychiut se desvió para esquivar al ganado que pastaba río arriba y galopó hacia las mujeres.

Por un momento, Hoelun compadeció a los tártaros. Los niños llorarían de terror al ver a sus padres y hermanos muertos y a sus madres y hermanas capturadas por los hombres de Yesugei. Pero los tártaros habían hecho lo mismo con ellos. El dolor se hizo más agudo; la lucha de su hijo por entrar en el mundo le impedía pensar en lo que ocurría más allá del campamento.

Todogen disminuyó el galope a un trote.

—¡Victoria! —gritó—. Sorprendimos un campamento enemigo… sólo unos pocos tuvieron tiempo de escapar.

—Mi esposo… —dijo Hoelun.

—Yesugei ha tomado prisionero a un jefe tártaro —dijo Todogen—, y trae también a otros cautivos… te envía uno a ti. Cuando lo dejé, estaba abrazando a una de las mujeres. Ella había lanzado una flecha pero erró, después trató de atacarlo con un cuchillo. Yesugei la dejó para el final.

Hoelun ya no escuchaba. Se apoyó en Sochigil y ésta la llevó al campamento.

Sochigil la ayudó a quitarse la ropa, la sostuvo mientras caminaba en círculos alrededor del fogón y le dio friegas en la espalda. Los dolores se hicieron cada vez más frecuentes, hasta que sólo hubo unos momentos de intervalo entre uno y otro.

—Es el primero —le dijo Sochigil—. Tal vez deberías llamar a una "idughan".

Hoelun negó con la cabeza. Posiblemente los hechizos de la chamana la ayudasen, pero no quería manos que escarbaran en su cuerpo. Fuera de su tienda, la gente festejaba y reía por el regreso de los hombres. Hoelun gateó hasta la cama mientras alguien gritaba desde la entrada:

—Mi hermano dijo que la trajéramos aquí. —Era la voz de Nekun-taisi.

Hoelun aferró un cojín y hundió la cara en él. Sochigil estaba hablando, pero ella no pudo distinguir las palabras. "Que sea un hijo —pensó Hoelun—; que pase de una vez". De pronto, oyó una voz desconocida:

—Ujin, tu esposo dijo que me necesitarías muy pronto. Veo que estaba en lo cierto.

Hoelun levantó la vista. Una mujer de mediana edad, de ojos marrones y gruesos párpados estaba inclinada sobre ella.

—No temas, Ujin —dijo la mujer—. Me llamo Khokakhchin. Los tártaros mataron a mi esposo y me convirtieron en esclava mucho antes de que tus hombres atacaran. Cuando le dije a tu amo que sabía mucho de partos, hizo que me trajeran aquí, y prometió recompensarme por mi ayuda.

Hoelun intentó hablar.

—Puedes confiar en mí —continuó la mujer—. El llamado Yesugei Bahadur también dijo que me mataría si algo malo os ocurría a ti o al niño.

Parecía que Yesugei se había decidido muy rápido con esta mujer. Hoelun apretó los dientes mientras volvía a hundirse en la cama.

El niño pugnaba por salir; el cuerpo de Hoelun se resistía, y el dolor cedía, sólo para retornar con mayor furia, con garras que le destrozaban las entrañas.

En medio de la lucha, apenas si advirtió que el trozo de cielo que se veía por la salida de humo comenzaba a aclarar. ¿Este niño había estado luchando con ella durante un día y una noche? Tenía que ser un varón: todos sabían que un varón entraba en la vida con mayor violencia que una niña.

Algo fluyó de su cuerpo; sintió los muslos mojados. Yacía de lado, jadeando, con las rodillas recogidas sobre el pecho. Khokakhchin le frotaba con sus manos cálidas la espalda y las piernas.

—Ya viene el niño —dijo la mujer.

Hoelun mordió un pedazo de cuero y se arrodilló, apretando las manos contra el tapete de fieltro. Su vientre se agitó con violencia cuando todo su cuerpo expulsó lo que había dentro de ella.

Hoelun cayó sobre los cojines. Khokakhchin alzó una pequeña figura ensangrentada y la cogió por los pies, colocando una mano justo debajo de los hombros. La criatura chilló. Unas manos se la entregaron y Hoelun la estrechó entre sus brazos temiendo que se le resbalara.

—Un niño —masculló la mujer—, y un presagio… Tu hijo tiene en la mano un coágulo de sangre. Es un signo de poder; está señalado para la grandeza.

Ella lo miró. Los diminutos dedos de su hijo sostenían un coágulo rojo tan brillante como un rubí.

El abdomen de Hoelun se contrajo y de su interior fluyeron más líquidos. Un cuchillo centelleó cuando Khokakhchin cortó el cordón. El niño lloró; la mujer lo alzó y lo limpió con un trozo de lana.

—Es un hermoso niño, señora. El Bahadur quedará complacido, y yo viviré. Mira a tu hijo.

Era pequeño. A Hoelun le costaba creer que alguien tan pequeño pudiera haberle causado tanto dolor. Khokakhchin buscó un jarro, vertió unas gotas de "kumiss" en la boca del bebé, y después empezó a untarlo con grasa. Hoelun cerró los ojos.

Permaneció dentro de su "yurt" durante siete días, tal como tenía que hacerlo toda mujer que había parido recientemente. Los chamanes sólo entraron para bendecir al nuevo niño y para decirle a la madre que sus estrellas eran favorables.

Khokakhchin le traía comida y estiércol para el fogón. Nadie más, ni siquiera Yesugei, podía entrar en la tienda hasta la próxima luna llena. Ella estaba tranquila, sin nada que hacer salvo cuidar a su hijo. Por la noche, yacía con él y escuchaba los cantos de Yesugei y sus camaradas.

Los ojos del pequeño eran tan pálidos como los de su padre. Khokakhchin ya le había dicho qué nombre le pondría Yesugei: Temujin, el Forjador de Metal. El jefe tártaro que Yesugei había capturado se llamaba Temujin-uge; el nombre de su hijo conmemoraría ese acontecimiento. La muerte del jefe tártaro dejaría un lugar en el mundo para el hijo de Yesugei.

Temujin, pequeño como era, demostraba tener fuerza. Succionaba sus pezones hasta que éstos le dolían, y se debatía con las tiras de tela que lo ataban a la cuna. Sus ojos pálidos tenían la luz del metal caliente y el fuego de la fragua. Hoelun se hinchaba de orgullo cada vez que lo miraba; le cantaba y lo mecía para dormir. Pero cuando él estaba quieto y en silencio y la miraba desde su cuna con aquellos ojos de gato que tenía, ella se estremecía como si la hubieran rozado con un hierro helado.

Ocho días después del nacimiento, Hoelun ató a Temujin a su cuna, lo levantó y salió del "yurt", pasando entre dos fuegos que ardían a la entrada. Sobre ésta colgaba un arco y un carcaj, signo de que el recién nacido era varón.

Caminó hasta el borde de su círculo de tiendas, seguida por Sochigil y otras mujeres. Munglik recogía estiércol seco con otros niños; escrutó el rostro ceñudo de Temujin y se rio.

—Algún día —dijo el muchacho—, él y yo combatiremos juntos.

—Sí —dijo Hoelun.

Su esposo y otros hombres estaban practicando con sus arcos cerca del campamento, apuntando en dirección a una piel de buey extendida sobre madera a la que estaba atada una muchacha tártara. Varias flechas sobresalían a ambos lados de ésta. Le tocaba el turno a Yesugei. Su flecha salió disparada y fue a clavarse justo por encima de la cabeza de la muchacha.

Yesugei soltó una carcajada; era poco probable que alguien mejorara su tiro.

—Liberadla —gritó—. Merece una recompensa por no haber gritado.—Se volvió hacia Hoelun y caminó rápidamente hacia ella. Cuando llegó a su lado, gruñó a las demás mujeres, que rápidamente se dispersaron—. He elegido un buen nombre —dijo.

—Khokakhchin me lo contó.

—Haremos la ceremonia en cuanto los chamanes lo permitan. —Agitó su arco delante del niño y rió cuando Temujin empezó a chillar—. Podría ser un hijo del cielo.

—Tal vez lo sea —dijo Hoelun—. Quizá un rayo de luz de Tengri despertó mi vientre mientras tú dormías. —Hizo una pausa—. ¿Soy ahora tu esposa principal?

—Te prometí que lo serías.

Los otros hombres se acercaron para admirar al nuevo hijo de su jefe. Hoelun miró a un costado. Había una mujer junto a uno de los carros, abrazando a un niño pequeño; miró a Hoelun con ojos inexpresivos mientras el niño ocultaba el rostro contra la chaqueta de la madre. "Dos nuevos tártaros —pensó Hoelun—, que ahora serán esclavos de la gente de Yesugei". Su esposa extendió las manos y alzó la cuna del niño sobre su cabeza. El chillido de Temujin fue más fuerte que los vítores de los hombres.

II - Segunda parte.

Hoelun dijo: "¿Quién queda para luchar con nosotros ahora? Sólo nuestras propias sombras. ¿ Qué látigos tienen nuestros caballos? Sólo sus propias colas".

10.

Yesugei y Munglik desmontaron junto a las dos hogueras en el límite oeste del campamento; algunos hombres se pusieron de pie para recibirlos. Hoelun se preguntó qué noticias habría traído su esposo del Kereit Kan.

Quedaban aún algunos retazos de nieve en el valle, junto al Onon, pero aquí y allá habían empezado a brotar briznas de hierba. Los ancianos decían que años atrás la hierba había sido más espesa y los inviernos más cortos. Yesugei y su gente se habían visto obligados a trasladar el campamento con mayor frecuencia durante los últimos años.

Al oeste del río se veían círculos de tiendas y carros. Yesugei había ganado más seguidores en ése y en otros campamentos. Sin embargo, también habían tenido penas durante ese tiempo: Nekun-taisi había caído en combate, y varios amigos y parientes habían muerto a manos de los tártaros.

Hoelun caminó alrededor de sus carros y entró a su "yurt". Temuge, su hijo más pequeño, empujaba un hueso por el suelo cubierto de fieltro. Su hija Temulun lloraba en su cuna mientras Biliktu la mecía.

La vieja Khokakhchin trabajaba más que Biliktu. Hoelun frunció el entrecejo al mirar a la muchacha.

—Tráeme a mi hija —le dijo.

Biliktu levantó la cuna a la que estaba atada Temulun.

—Después dedícate al pellejo que descuidaste. Temuge, ve fuera y avísame cuando veas venir a tu padre —agregó Hoelun.

El niño recogió su hueso y salió de la tienda. Hoelun sonrió mientras amamantaba a su hija. Yesugei le había dado cinco hijos. No había descuidado a Sochigil, pero su otra esposa no había tenido más niños después del nacimiento del segundo, Belgutei.

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