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Authors: Max Bentow

Tags: #Policíaco

La huella del pájaro (25 page)

BOOK: La huella del pájaro
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Y entonces vio el pájaro. Revoloteaba por toda la habitación y chocaba contra las paredes, una y otra vez.

Intentó incorporarse, pero algo se lo impidió. Oyó un chirrido metálico.

De pronto se hizo el silencio.

Tenía que concentrarse, descubrir dónde estaba.

Si movía demasiado rápido los ojos se le nublaba la vista y se mareaba.

Reconoció una cortina. A través de una diminuta abertura entraba un haz de luz. Detectó un movimiento cerca del rayo de luz.

El pájaro se había posado encima de la cortina y extendió las alas. Vio como el pecho del animal se henchía, reconoció las plumas rojas y la cabeza negra.

El pájaro echó de nuevo a volar. Jana quiso levantar los brazos para protegerse la cara pero algo se lo impidió. Percibió un dolor.

De repente se acordó de Franka, volvió a ver toda la sangre.

Quiso gritar pero no le salió la voz.

Encogió las piernas y volvió a oír aquel chirrido metálico.

«Tengo que salir de aquí», pensó.

El pájaro pasó por encima de su cabeza.

Ella cerró los ojos.

Y volvió a perder el sentido.

Sin dejar de correr, se sacó el móvil del bolsillo y llamó a la comisaría. Pasó un rato hasta que tuvo a Stefanie Dachs al aparato. «Gracias a Dios que no ha ido directamente al escenario del crimen —pensó—, y que primero ha pasado por el despacho».

—Stefanie, necesito que me consigas una información urgentemente.

—Vale.

Resolló y cruzó la Hermannstrasse a la carrera.

—Entra en el registro del padrón y comprueba los datos de Melanie Halldörfer.

Trojan oyó como su colega tecleaba algo en el ordenador.

—¿Qué quieres saber?

—¿Desde cuándo estaba empadronada Halldörfer en la Fuldastrasse?

Otra vez sonido de teclas.

—¿Lo tienes?

—Un momento. Ya. Empadronada desde el 1 de octubre de 2009.

«Bingo», pensó Trojan.

—Y ahora Michaela Reiter, Pflügerstrasse.

Pasó un rato. Finalmente oyó la voz de Stefanie al otro lado de la línea.

—Empadronada desde el 15 de febrero de 2010.

Trojan notó un cosquilleo: otro bingo.

Llegó donde había aparcado el coche, abrió la puerta, entró de un salto y arrancó.

«Y ahora viene la prueba definitiva», pensó.

—¿Algo más?

—¿Tú qué crees?

—¿Coralie Schendel?

—Claro.

—Un momento.

La oyó teclear una vez más. Finalmente llegó la respuesta:

—Vivía en la Wrangelstrasse desde el 1 de marzo de 2010.

Trojan respiró hondo y cogió la Karl-Marx Strasse.

—Esto no puede ser casualidad —dijo Stefanie—. Las tres se han mudado hace poco.

—Espero que no sea casualidad.

«Vamos a agarrarnos a este clavo ardiendo», pensó Trojan, que volvió a acordarse del rostro de Jana: estaba desencajado por el dolor. Intentó ahuyentar esos pensamientos.

—¿Y qué me dices de Franka Wiese? ¿Desde cuándo vive en la Mainzer Strasse?

—Un momento —dijo Stefanie—. Qué raro —añadió finalmente.

—¿Qué pasa?

—Vivía allí desde hacía tres años.

«Mierda —pensó Trojan—, no encaja».

—Da igual —dijo—, tenemos tres dianas, a lo mejor basta con eso.

—¿Qué quieres que haga ahora?

—Llama al novio de Coralie Schendel. Rápido. Pregúntale si sabe cómo consiguió el piso, si tuvo tratos con un agente de la propiedad inmobiliaria o un administrador.

—Vale, espera un momento.

Trojan pasó el cruce de Hermannplatz en rojo.

«Estamos tardando demasiado —pensó—, no nos queda mucho tiempo. Eso si no es ya demasiado tarde».

Finalmente oyó la voz de Stefanie al teléfono.

—No contesta.

—Vuelve a intentarlo.

Avanzó a toda velocidad por Kottbusser Damm.

—¿Qué pasa, Stefanie? ¿Por qué no puedes hablar con él?

—No lo coge. Lo he intentado también en su teléfono de Londres, pero tampoco contesta nadie.

—Mierda —dijo Trojan, que soltó un bufido—. Pásame su dirección de Berlín.

Oyó otra vez ruido de teclas.

—Achim Kleiber. Köpenicker Strasse, 180.

Trojan viró derrapando y cogió la Skalitzer Strasse.

—Vale —dijo—. No te separes del teléfono.

Colgaron.

Unos cinco minutos más tarde aparcó delante del 180 de la Köpenicker Strasse. Llamó con insistencia al timbre de Kleiber.

Al cabo de un rato le abrieron.

Subió por la escalera a toda velocidad.

Kleiber esperaba en la puerta. Estaba pálido.

—Siento haberlo despertado.

El chico tardó un rato en reconocerlo.

—La verdad es que no duermo mucho desde… desde lo de…

Se le quebró la voz.

—Señor Kleiber, lo que voy a preguntarle es muy importante, tiene que concentrarse, por favor. ¿Cómo consiguió Coralie Schendel su piso en la Wrangelstrasse?

Kleiber lo invitó a pasar con un gesto.

Trojan entró en el piso e intentó respirar calmadamente. Le habría gustado sacudirlo hasta obtener la respuesta que buscaba, pero el chico parecía aturdido. Seguramente aún tomaba tranquilizantes.

—No lo sé —dijo al fin.

—Piense, por favor. Es muy importante.

Una vez más, Trojan oyó mentalmente la voz de Lene cuando le dijo: «¿Tengo que volver a mudarme?». Entonces recordó las palabras de Michaela Reiter: «Vivo aquí desde hace relativamente poco».

Se trataba de un punto de partida vago, pero podía tratarse de una buena pista.

Dirigió una mirada suplicante a Kleiber.

—Por favor, la vida de otra persona podría depender de ello. Tiene que recordarlo. ¿Tuvo noticia del piso a través de algún amigo, del periódico o de Internet? Tampoco hace tanto que se mudó…

—Lo encontró en Internet, ahora me acuerdo.

—¿Y tuvo que pagar comisión?

Achim Kleiber se rascó la barba.

—Sí, lo comentó en una ocasión. No estaba de acuerdo, le parecía un atraco y se indignó porque…

Pero no pudo continuar, se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Soy consciente de que esto es muy doloroso para usted, pero tiene que concentrarse. ¿Se acuerda del nombre de la inmobiliaria?

—No sé… Creo que era una empresa especializada en esta zona.

Trojan llamó a Stefanie a la comisaría.

—Stefanie, dame una lista de inmobiliarias especializadas en las zonas de Kreuzberg y Neukölln.

—Tengo ya una lista de todas las inmobiliarias de Berlín.

«Bien —pensó Trojan—, es rápida, muy bien».

—Pero especializadas en estos barrios sólo hay cuatro: Habermann, Krüger, Redzkow o Jung.

Trojan repitió los nombres y observó a Kleiber con atención.

—Redzkow, era ésa —dijo Kleiber.

—¿Está seguro?

—Sí, segurísimo, estuvo varios días echando pestes de la inmobiliaria Redzkow. Le cobraron una comisión exagerada.

—Gracias —dijo Trojan, que se marchó corriendo—. Stefanie —dijo por el móvil mientras bajaba por la escalera—. Ahora búscame el hogar infantil al que llevamos a Lene.

—De acuerdo, te llamo enseguida.

Trojan llegó a la calle, se subió al coche y partió en dirección a Görlitzer Park.

El corazón le latía con fuerza y volvió a pensar en Jana. Contó cuántas horas llevaba ya en manos del asesino.

No se atrevió a imaginar su situación.

Le sonó el móvil y descolgó.

—Los del hogar infantil me ponen pegas —dijo Stefanie—. ¿Quieres que te ponga con la institutriz de guardia?

—Sí.

Al cabo de un momento, una áspera voz de mujer dijo:

—Oiga, ya le he dicho a su colega que Lene está durmiendo. La niña aún está traumatizada y no creo que todas estas emociones le convengan.

—Despiértela, por favor —dijo Trojan—. La vida de una persona está en juego.

—Lene está agotada y yo debo velar por su bienestar.

—¡Que se ponga al teléfono, inmediatamente!

—Si me habla en ese tono aún vamos a entendernos menos.

Trojan golpeó el volante con las palmas de las manos.

Entonces hizo un esfuerzo por hablar con voz calmada.

—Escuche, si un amigo suyo estuviera en estos momentos en manos de un asesino y supiera que una persona, aunque fuera una niña que ha vivido y visto cosas horribles, que ha perdido a su madre y está traumatizada… Si supiera que esta persona puede salvarle la vida a su amigo…

—De acuerdo, aguarde un momento, intentaré despertarla.

Trojan resolló, cogió la Glogauer Strasse, cruzó el canal y llegó finalmente a la Pannierstrasse. Entonces oyó la voz adormilada de Lene.

—¿Diga?

—Lene, soy Nils Trojan. ¿Te acuerdas de mí?

Oyó tan sólo la respiración de la niña al otro lado de la línea.

—Fui quien te encontró tu nueva casa…

—Eres el de la chaqueta de cuero, ¿no?

—Sí —dijo Trojan, que tragó saliva—. Lene, lo que te voy a preguntar ahora es muy importante, piensa bien lo que respondes, por favor. Antes de que os mudarais a la Fuldastrasse debisteis de pasar bastante tiempo buscando piso, ¿verdad?

—Sí.

—¿Sabes de dónde sacó tu…? —se le atragantó la palabra—. ¿De dónde sacó tu madre el piso?

—No me acuerdo.

—Concéntrate, por favor.

La oyó respirar.

—¿Visteis muchos pisos?

—Sí.

—Y cuando llegasteis por primera vez al piso de la Fuldastrasse, ¿hubo alguien que os enseñara el piso?

—Sí.

—¿Quién era?

—Un hombre.

Trojan notó un cosquilleo en las manos.

—¿Cómo era? ¿Me lo puedes describir?

—No me acuerdo. Llevaba traje y corbata. Fue muy amable con nosotras. Recuerdo que mamá… —La niña se calló—. Mamá se puso muy contenta cuando nos dijo que podíamos quedarnos el piso.

Trojan contuvo el aliento.

—¿Había alguien más cuando visteis el piso? ¿Otros interesados?

—No, estábamos solas con él.

Trojan tragó saliva.

—¿De verdad que no me lo puedes describir? ¿Era alto, bajo, gordo, delgado?

La niña soltó un sollozo.

—Es que no me acuerdo.

—No pasa nada, Lene. Gracias, me has ayudado mucho.

Habría querido preguntarle si le gustaba la residencia y si había empezado ya a adaptarse.

Tenía muchas cosas que decirle, pero el tiempo apremiaba.

Eran las cinco de la mañana. Unos gorriones piaban entre las ramas de un arbusto. La calle estaba desierta.

Trojan pulsó todos los timbres del número 76 a la vez, pero nadie le abrió. Cogió carrerilla y se lanzó contra la puerta. Las bisagras chirriaron. Volvió a coger carrerilla. Ya había perdido la cuenta de las puertas que había intentado derribar en lo que llevaba de noche.

Alguien asomó la cabeza por una ventana del segundo piso, renegando. Trojan se dio cuenta de que era la vieja chiflada del piso de enfrente del de Michaela Reiter. Le gritó que le abriera la puerta, pero la mujer se limitó a cerrar la ventana. Trojan volvió a coger carrerilla y finalmente la puerta cedió.

Subió corriendo al segundo piso.

Aún era posible reconocer el rastro de sangre en las paredes del rellano. Alguien había intentado limpiarla, sin demasiado éxito.

Trojan dudó un instante y miró a su alrededor. Entonces desenfundó el arma y apuntó al cerrojo.

Apretó el gatillo.

Una vez, dos veces, tres veces.

El cerrojo saltó y Trojan abrió la puerta de un empujón.

Oyó gritos en la escalera, pero no les hizo caso.

Atravesó todo el piso, buscando. Finalmente encontró varios archivadores en una estantería. Cogió uno.

Mientras hojeaba los documentos, alguien desde la escalera amenazó con llamar a la policía.

Sacó el siguiente archivador y hojeó febrilmente.

De pronto se detuvo.

Michaela Reiter había sido una persona ordenada.

Arrancó una hoja sin molestarse siquiera en abrir las anillas.

La mano le temblaba.

Era una factura con fecha de febrero del 2010. En la cabecera, con letras grandes, podía leerse «
INMOBILIARIA REDZKOW
».

Trojan tiró el archivador por el suelo, se guardó la factura y salió corriendo del piso.

La vieja chiflada del piso de enfrente asomó la cabeza por la puerta entreabierta.

—Jesús, María y José —murmuró.

Trojan la ignoró.

Bajó corriendo la escalera, salió a la calle y montó en su coche.

Pisó el gas a fondo al tiempo que marcaba el número de Stefanie.

VEINTISIETE

Wolfgang Redzkow hijo poseía una finca a orillas del Spree. Trojan necesitó apenas un cuarto de hora para ir de Neukölln a Stralau.

Aparcó delante de la casa y bajó del coche. Se trataba de un edificio moderno, con grandes ventanales. Entre la casa y el río había un pescante para barcas.

Trojan llamó al timbre, pero al ver que nadie le abría simplemente trepó por encima del muro.

Al caer sobre el césped, al otro lado, le sonó el móvil.

Era Stefanie.

—Nils, ¿dónde estás?

—En la casa.

—Espera un momento, he avisado a Landsberg y Gerber. Están de camino.

Se acercó a la puerta de entrada.

—No puedo esperar más.

—No cometas ningún error, Nils.

Trojan colgó y miró a su alrededor. El caminito del jardín estaba bordeado por piedras. Cogió la más pequeña, apuntó y la lanzó con fuerza contra una ventana de la planta baja.

La alarma se disparó al instante.

Trojan se quitó la chaqueta, limpió con ella los fragmentos de cristal que no habían caído, se apoyó en el marco y entró en la casa de un salto.

Estaba en la cocina. Desenfundó la pistola y accedió al pasillo.

Al doblar una esquina, oyó a alguien respirar. Trojan giró sobre sí mismo, pero entonces notó el cañón de una pistola en la sien.

—Los tipos de la empresa de seguridad son demasiado lentos —murmuró una voz.

Trojan intentó reconocer la cara del otro en la penumbra.

—Policía criminal —dijo entre dientes—, suelte el arma.

El otro se rió.

—¿Policía? Es una broma, ¿no? —preguntó, y lo encañonó aún con más fuerza.

—Que suelte el arma —masculló Trojan.

Al ver que el otro no reaccionaba, pegó un salto hacia delante y de un golpe le tiró la pistola al suelo.

Ésta se disparó. La bala se incrustó en la pared.

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