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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Intriga

Monstruos invisibles (18 page)

BOOK: Monstruos invisibles
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Una de las manos de Parker aprieta una billetera de piel de anguila, vieja y raída, entre los dientes postizos de Ellis.

Ellis tiene la cara brillante y de color rojo oscuro, como cuando te comes la tarta de cerezas en el concurso de tartas. Un desastre de cuadro pintado con el dedo a base de sangre de la nariz y lágrimas, de mocos y babas.

El señor Parker tiene el pelo caído sobre los ojos. La otra mano es un puño situado a diez centímetros de la lengua de Ellis.

Ellis le da manotazos al señor Parker entre las piernas gruesas y lo agarra con fuerza.

Jarrones Ming rotos y otros objetos de colección yacen por el suelo.

El señor Parker dice:

—Eso es. Así. Muy bien. Relájese.

Brandy y yo los miramos.

Yo, que quiero ver a Ellis destruido, pienso que todo es demasiado perfecto como para echarlo a perder.

Tiro de Brandy. Brandy, cariño. Será mejor que volvamos a subir. Que descanses un rato. Te daré un buen puñado de Centraminas.

20

Hablando de cirugía plástica, durante todo un verano fui propiedad del Hospital Memorial de La Paloma, y estudié lo que la cirugía plástica podía hacer por mí.

Había cirujanos a montones, y estaban los libros que compraban. Con fotos. Las fotos que veía eran en blanco y negro, gracias a Dios, y los cirujanos me explicaban qué aspecto tendría tras años de dolor.

La cirugía plástica suele empezar por algo llamado pedículo. Hay que seguir las pautas.

Esto se pondrá horripilante. Incluso aquí, en blanco y negro.

Con todo lo que he aprendido, podría ser médico.

Perdón, mamá. Perdón, Dios.

Manus dijo una vez que los padres eran Dios. Que los querías y querías hacerles felices, pero siguiendo tus propias reglas.

Los cirujanos decían que podías quitarte un trozo de piel de un sitio y ponértelo en otro. Pero no es como injertar un árbol. La sangre, las venas y los capilares no están conectados para mantener el injerto vivo. Y la piel acaba muriendo y desprendiéndose.

Da miedo, pero ahora, cuando veo que alguien se ruboriza, no pienso: Ay, qué tierno. El rubor solo me recuerda que la sangre se oculta bajo la superficie de todas las cosas.

La dermoabrasión, según me explicó este cirujano, equivale más o menos a rayar un tomate maduro. Por lo que más pagas es por el lío que se organiza.

Para hacer un injerto de piel, para reconstruir una mandíbula, tienes que quitarte una buena franja de piel del cuello. Cortar desde la base del cuello sin que el corte afecte a la piel de arriba.

Imaginad una especie de estandarte o de tira de piel que cuelga del cuello pero sigue sujeta a la cara. Como la piel sigue sujeta a la carne, recibe el flujo sanguíneo. Esta tira de piel sigue viva. Luego se coge la tira de piel y se enrolla hasta formar un cilindro o una columna. Se deja enrollada hasta que se cura y se convierte en un trozo de carne que cuelga en la parte posterior del rostro. Tejido vivo. Lleno de carne, de sangre sana, que cuelga caliente y te roza el cuello. Esto es un pedículo.

Solo la recuperación de la piel puede llevar meses.

Volvamos al Fiat rojo, con Brandy parapetada tras sus gafas de sol y Manus encerrado en el maletero. Brandy nos lleva hasta la cima de Rocky Butte, hasta las ruinas de un fuerte de vigilancia donde los estudiantes del turno de noche de los institutos de Parkrose y Grant y Madison se reúnen para romper botellas de cerveza y practicar el sexo sin ningún tipo de precaución.

Los viernes por la noche, la colina está llena de jóvenes que dicen: «Mira, allí se ve mi casa. Esa luz azul de la ventana son mis padres viendo la tele».

Las ruinas no son más que un montón de bloques de piedra amontonados unos sobre otros. Dentro de las ruinas, el terreno es plano y pedregoso, está cubierto de cristales rotos y malas hierbas. Alrededor, en todas las direcciones menos en la de la carretera que sube, los acantilados de Rocky Butte ascienden desde la retícula luminosa de la ciudad.

Podrías ahogarte con tanto silencio.

Necesitamos un sitio donde estar. Hasta que se me ocurra qué hacer a continuación. Hasta que consigamos algo de dinero. Tenemos dos o tres días hasta que Evie vuelva a casa. Supongo que entonces llamaré a Evie y le haré chantaje.

Evie me debe un montón de cosas.

Puedo seguir adelante con mi plan.

Brandy conduce el Fiat a toda velocidad por la zona más oscura de las ruinas, luego apaga los faros y pisa el freno. Nos detenemos tan bruscamente que si no fuera por los cinturones de seguridad saldríamos disparadas contra el salpicadero.

En el coche suena un tintineo y un repiqueteo de metal y chatarra.

—Lo siento —dice Brandy—. Hay cosas en el suelo; se han metido debajo del pedal del freno cuando intenté parar.

Una música brillante como la plata sale rodando de debajo de nuestros asientos. Servilleteros y cucharillas de plata tropiezan contra nuestros pies. Brandy lleva candelabros de plata entre los pies. Una resplandeciente fuente de plata asoma por debajo del asiento de Brandy, entre sus largas piernas.

Brandy me mira. Con la barbilla hacia abajo, Brandy se coloca las Ray-Ban en la punta de la nariz y arquea las cejas perfiladas con lápiz.

Me encojo de hombros, y salgo para liberar mi cargamento amoroso.

Abro el maletero, pero Manus no se mueve. Tiene las rodillas contra los codos, las manos apretadas contra la cara, los pies metidos por debajo del trasero; Manus podría ser un feto con ropa de faena. No me había dado cuenta. He pasado tanta tensión esta noche que debéis perdonarme por no haberlo visto en casa de Evie, pero Manus está rodeado de objetos de plata. Un botín pirata en el maletero de su Fiat, y otras cosas.

Reliquias.

Una vela larga y blanca; hay una vela.

Brandy sale del coche dando un portazo y se acerca a mirar.

—Joder —dice, y pone los ojos en blanco—. Joder.

Hay un cenicero; no, es un objeto en forma de mano, junto al trasero inconsciente de Manus. Es un molde de esos que haces en el colegio, apoyando la mano en un bloque de yeso húmedo, para el día de la Madre.

Brandy aparta el pelo de la frente de Manus.

—Es una auténtica monada —dice—, pero creo que se va a quedar tarado.

Es demasiado difícil explicárselo todo a Brandy por escrito, pero que Manus se quedase tarado carecería de importancia.

Lástima que sea solo por el Valium.

Brandy se quita las Ray-Ban para ver mejor. Se quita el pañuelo de Hermès y sacude la cabeza, mordiéndose los labios, humedeciéndolos con la lengua por si Manus se despierta.

—A los chicos monos es preferible darles barbitúricos —dice Brandy.

Te aseguro que lo tendré en cuenta.

Incorporo a Manus hasta sentarlo en el maletero con las piernas colgando sobre el parachoques. Los ojos de Manus, intensamente azules, parpadean, guiñan, parpadean, guiñan.

Brandy se inclina para observarlo atentamente. Mi hermano se dispone a quitarme el novio. Llegado este punto, lo que deseo es ver a todo el mundo muerto.

—Despierta, cariño —dice Brandy, apoyando la mano bajo la barbilla de Manus.

Y Manus bizquea y dice:

—¿Mami?

—Despierta, cariño —dice Brandy—. No pasa nada.

—¿Ahora?

—No pasa nada.

Se oye un sonido como de ráfaga; el sonido de la lluvia en el techo de una tienda de campaña o de un descapotable cerrado.

—¡Dios mío! —exclama Brandy, retrocediendo—. ¡Cristo bendito!

Manus parpadea y mira a Brandy; luego se mira el regazo. Una de las perneras de sus pantalones de faena se oscurece cada vez más, en dirección a la rodilla.

—Es monísimo, pero acaba de mearse en los pantalones —dice Brandy.

Volvamos a la cirugía plástica. Pasemos al feliz día de la curación. Llevas ese colgajo de piel en el cuello durante varios meses; pero no hay solo una tira. Normalmente son media docena de pedículos, para que el cirujano disponga de mayor cantidad de tejido.

Para la reconstrucción, tienes que pasarte dos meses con esos colgajos en el cuello.

Dicen que lo primero en lo que se fija la gente es en los ojos. Renunciarás a esa esperanza. Pareces un derivado cárnico triturado y procesado en una fábrica de aperitivos.

Una mamá se deshace en la lluvia.

Una piñata rota.

Las tiras de piel caliente que te cuelgan del cuello están sanas; son tejido vivo y sano. El cirujano las levanta todas y te coloca el extremo sano en la cara. Así es como el tejido se traslada y adhiere a tu piel sin dejar de recibir el flujo sanguíneo. Luego levantan toda la piel suelta y hacen con ella un montón, hasta darle la forma de una mandíbula. En el cuello, donde antes había piel, ahora solo hay cicatrices. La mandíbula es un amasijo de tejido injertado que los médicos esperan que agarre y se asiente.

Los cirujanos y el paciente esperan otro mes. Pasas otro mes escondida en el hospital, esperando.

Pasemos a Manus sentado entre su orina y su plata, en el maletero de su deportivo rojo. Un regreso a la edad de aprender a usar el orinal. Ocurre a veces.

Yo estoy en cuclillas delante de él, buscando el bulto de su billetera.

Manus solo mira a Brandy. A lo mejor piensa que soy yo, la antigua yo, con cara.

Brandy pierde el interés.

—No se acuerda de nada. Piensa que soy su madre. Su hermana, todavía; pero. . . ¿su madre?

Completamente
déjà vu
. Inténtalo, hermano.

Necesitamos un sitio donde instalarnos, y Manus necesita un espacio nuevo. No el viejo que compartíamos. O nos esconde en su casa o le digo a la policía que me ha secuestrado y ha prendido fuego a la casa de Evie. Manus no sabrá que el señor Baxter y las hermanas Rhea me han visto por la ciudad con una escopeta.

Con un dedo, escribo en el polvo:

tenemos que encontrar su cartera.

—Tiene los pantalones mojados —dice Brandy.

Manus me mira, se endereza y se da con la cabeza contra la puerta del maletero abierto. Joder, tío, todos sabemos que eso duele, pero no es ninguna tragedia hasta que Brandy Alexander reacciona exageradamente.

—Pobrecito —dice.

Y Manus empieza a sollozar.

Manus Kelly, la última persona del mundo con derecho a hacerlo, está llorando.

Me repugna.

Pasemos al día en que el injerto agarra, y aun así sigue necesitando sujeción. Aunque el injerto cure y llegue a parecer una especie de mandíbula tosca, sigues necesitando una mandíbula de verdad. Sin mandíbula, el tejido blando y vivo podría reabsorberse.

Esa es la palabra que empleaban los cirujanos.

Reabsorción.

En mi cara, como si yo fuese una esponja hecha de piel.

Pasemos a Manus llorando y a Brandy inclinada sobre él, arrullándolo y acariciándole ese pelo tan sexy.

En el maletero hay unos zapatitos de bebé de bronce, una fuente de plata ennegrecida, una imagen de un pavo hecha con macarrones pegados sobre un cartón.

—Bueno —dice Manus, sollozando y limpiándose la nariz con la mano—. Ahora que me siento bien, puedo decirte algo. —Manus mira a Brandy inclinada sobre él y a mí acuclillada en el suelo—. Primero los padres te dan la vida, pero luego intentan imponerte la suya.

Para construir una mandíbula, los cirujanos te rompen trozos de la tibia, junto con su correspondiente arteria. Primero sacan el hueso a la luz y lo esculpen allí mismo, en la pierna.

Otra posibilidad es que te rompan otros huesos, por lo general huesos largos, de las piernas y los brazos. Dentro de estos huesos está la médula, blanda y esponjosa.

Esa es la palabra que empleaban los cirujanos, y la que aparece en los libros.

Esponjosa.

—Mi madre y su nuevo marido —dice Manus—, porque mi madre se ha casado un montón de veces, acaban de comprarse un apartamento en Bowling River, en Florida. La gente menor de sesenta años no puede comprar una propiedad allí. Hay una ley que lo impide.

Miro a Brandy, que sigue comportándose como una madre hiperprotectora, arrodillada, apartándole a Manus el pelo de la frente. Miro por el barranco que hay a nuestro lado. Las lucecitas azules que se ven en todas las casas son gente viendo la televisión. Azul claro Tiffany’s. Azul Valium. Gente en cautividad.

Primero mi mejor amiga y ahora mi hermano intentan robarme a mi novio.

—Fui a verlos las últimas Navidades —dice Manus—. Mi madre vive en el campo ocho, y están encantados. Es como si la edad no contase en Bowling River. Mi madre y mi padrastro acaban de cumplir los sesenta, de manera que son de los más jóvenes. Todos los viejos me miran como si fuera casi con toda seguridad un ladrón de coches.

Brandy se pasa la lengua por los labios.

—Teniendo en cuenta la edad media en Bowling River, yo todavía no he nacido —dice Manus.

Hay que conseguir una buena cantidad de esa pulpa ósea esponjosa y sanguinolenta. De médula. A continuación se insertan las esquirlas y la médula en la masa blanda del tejido injertado.

Claro que tú no haces nada de esto; los cirujanos lo hacen todo mientras duermes.

Cuando las esquirlas se colocan muy cerca unas de otras, acaban formando fibroblastos y uniéndose entre sí. Otra palabra técnica.

Fibroblastos.

Y esto también lleva meses.

—Mi madre y su marido —dice Manus, sentado en el maletero de su Fiat Spider en lo alto de Rocky Butte— me regalaron una caja enorme y muy bien envuelta. Es del tamaño de un equipo de música o de un televisor grande. Es lo que esperaba. Quiero decir que, si hubiese sido cualquier otra cosa, me habría gustado más.

Manus desliza un pie y lo apoya en el suelo; luego el otro. Una vez en pie, se vuelve hacia el Fiat lleno de plata.

—Pues no —dice Manus—, me regalaron toda esta mierda.

Manus, con sus botas militares y su ropa de faena, saca una gran tetera de plata del maletero y mira su reflejo deformado en la superficie convexa.

—Toda la caja está llena de reliquias de familia que nadie quiere para nada.

Igual que yo cuando estrellé la pitillera de cristal de Evie contra la chimenea, Manus se estira y lanza rápidamente la tetera a la oscuridad. Por el barranco, entre la oscuridad y las luces de la periferia, la tetera sale volando tan lejos que no la oímos aterrizar.

Sin darse la vuelta, Manus vuelve a agacharse y coge otro objeto. Un candelabro de plata.

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