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Authors: Fabio Fusaro

Tags: #Autoayuda

Mi ex novia (4 page)

BOOK: Mi ex novia
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Patético.

Federico, de México, me escribió desesperado. Su novia le confesó que un mes atrás se había besado con un compañero de la universidad. O que al menos eso es lo que «se dice», porque ella no se acuerda. ¿Cómo es eso?

Bueno… resulta que esa noche ella había bebido mucho y estaba totalmente borracha. Por eso no tomó conciencia de lo que hacía y ese hombre se aprovechó de la situación. Y no sólo no se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, sino que además no se acuerda de absolutamente nada.

Esa historia ya la sabía de memoria porque era como el vigésimo lector que me venía con lo mismo. ¡Dejémonos de joder! ¿Alguna vez estuvimos tan borrachos como para no saber lo que hacíamos y al otro día padecer amnesia total? ¿Tendrías relaciones sexuales con otro hombre porque estás borracho? A menos que seas homosexual, seguramente no. Y si te interesa el contenido de este libro dudo de que tengas tendencia a comerte la galletita.

El alcohol a lo sumo te desinhibe y te da ánimos para hacer cosas que tal vez estando sobrio no harías con facilidad, pero bajo ningún punto de vista te lleva a hacer cosas que no quieras.

Lo peor del caso es que Federico en el fondo lo sabía, pero no podía verlo.

—Y la semana pasada se han vuelto a besar —me dijo Federico.

—¿Otra vez estaba borracha? —pregunté.

—No… esta vez estaba sobria… pero me dijo que como sabía que antes se habían besado y ella no se acordaba, quería saber qué se sentía al hacerlo.

Para Federico la culpa de todo la tenía ese sucio aprovechador que la besó cuando ella estaba indefensa por el efecto del alcohol. Y claro… era lógico que si todos decían que ella había hecho algo que no recordaba, quisiera experimentar qué se sentía al hacerlo.

Una boludez total. Pero no había vuelta que darle. Federico estaba empecinado en creerle. Necesitaba creerle.

La realidad indicaba que, si de verdad le creyera, no habría problema: ella hizo algo sin tener conciencia, luego al enterarse quiso saber qué fue lo que hizo y ahí terminó todo. Pero si Federico se hacía tanto problema era porque en el fondo de su autoengaño sabía perfectamente que la novia era una yegua garca de quinta y no podía soportarlo.

Nos gusta pensar que nuestra novia es Blancanieves. Que es un personaje único y diferente salido de un cuento de hadas.

Pero hasta los mismos cuentos pueden enseñarnos muchas cosas sobre la forma de ser de los hombres y las mujeres. Sólo hay que verlos con un poco menos de superficialidad.

La madrastra de Blancanieves, al enterarse de que ella ya no era la más bella, directamente la manda a matar. ¡Yegua competitiva!

Hoy en día no vamos a negar que las mujeres son más competitivas entre ellas que los hombres, al menos en materia de belleza.

Así arranca el cuento… ¿Y cómo termina? Con un casamiento entre Blancanieves y un príncipe. Pero fíjense qué curioso: el príncipe no reparó en el oscuro pasado de Blancanieves. Al verla tan hermosa se boludizó tanto que ni siquiera se puso a pensar que la mina venía de convivir con siete enanos calentones y bien dotados en una cabañita con siete camitas en el medio del bosque. Con sólo contar las camas se tendría que haber dado cuenta de que su mina no tenía cama propia, por lo que debían ser ciertos los rumores que se escuchaban en la comarca de que Blanqui dormía cada noche con un enano diferente.

Él vio a una mujer hermosa y le dio para adelante autoconvenciéndose de que era perfecta. Todo lo demás no lo veía o no lo quería ver. Y a Blancanieves le interesó bastante poco que el príncipe fuera un necrófilo hijo de puta que se mandó a comerle la boca mientras supuestamente la estaban velando.

Lo único que le importó fue que el tipo era príncipe vaya a saber de dónde y que tendría un castillo y varios sirvientes a su disposición. Blancanieves no se fijó si compartían los mismos gustos, si tenían afinidad de caracteres, si tenían objetivos de vida comunes. Nada. Era príncipe y listo.

Ustedes dirán: ¿en qué difieren entonces las actitudes de ambos?

La diferencia está en que Blancanieves «se hacía» la boluda.

El príncipe «era» boludo.

Capítulo 6: Mentime que me gusta

«No hay persona más fácil de engañar que aquella que desea ser engañada.»

La relación entre Andrea, de veinte años, y Alejandro, de veintidós, ya no era el idilio perfecto de un año atrás. Peleas tan estúpidas como reiteradas, celos infundados (o no) y una actitud bastante más fría con respecto al sexo de parte de ella eran algunas de las causas visibles del deterioro. De todas formas, por ninguna de esas dos cabezas se cruzaba la idea de una ruptura. (Ojo que cuando digo «ninguna de esas dos cabezas» me refiero a las dos cabezas de Alejandro.)

—Este domingo me voy a San Pedro a visitar a mi tía —le dijo un día Andrea a Alejandro.

San Pedro es una ciudad que queda a unos ciento veinte kilómetros de donde ellos vivían.

A Ale no le divirtió mucho la idea y consideró que no hubiese estado mal que su novia le propusiera acompañarla, pero teniendo en cuenta que ese domingo su equipo de fútbol jugaba de local y su platea lo esperaba como cada quince días, no armó quilombo.

—Bueno, que te diviertas —se limitó a responder.

En la semana posterior a la visita a su tía las peleas se tornaron más molestas que lo habitual. «Que siempre tenes que ir a la cancha, que vos a mí no me tenes en cuenta, que no te cortaste el pelo, que sos un antipático con mis amigas, que patatín, que patatán.» El viernes discutieron más fuerte por equis motivos y el sábado no se llamaron en todo el día.

El domingo por la tarde Alejandro decidió dar el primer paso al diálogo y llamó por teléfono a su novia. «No… Andreíta se fue a pasar el fin de semana a la casa de la tía en San Pedro… ¿no te dijo?» ¡La calentura que se agarró ese muchacho! ¿Cómo se le había ocurrido irse un fin de semana sin siquiera avisarle? ¿Estamos todos locos? Al día siguiente vuelve a ser él quien da el paso hacia el diálogo marcando su número telefónico.

Andrea lo atendió con el mismo entusiasmo con el que atendería a un encuestador.

—¿Te fuiste el fin de semana y ni siquiera me lo comentaste? ¿Quién te crees que sos, nena? ¿Me tomaste por estúpido vos a mí?

—Mira, Alejandro… ahora estoy saliendo para hockey y no tengo tiempo para tus escenitas. Si querés vení a buscarme a la salida y hablamos.

Las explicaciones de Andrea en el viaje de regreso del club fueron bastante convincentes:

—Sabes que tengo muchos problemas con mi vieja, a veces se hace insoportable vivir con ella. Además, mi tía está remal porque se está separando… y vos sabes cómo la quiero yo a mi tía, que además es mi madrina… ella necesitaba compañía… yo necesitaba alejarme un poco de casa…

—Sí, está bien… ¿pero no me podías avisar al menos?

—Mira, lo decidí de un momento a otro… y además, de la manera en que me trataste la semana pasada…

Ése fue el comienzo de otra pelea que no vale la pena detallar.

El asunto es que la relación continuó esa semana entre discusiones y calmas temporarias.

—Me voy a ver a mi tía el fin de semana —le dice Andrea el siguiente viernes.

—¿Otra vez? —pregunta Alejandro molesto.

—Sí, otra vez. Ya te dije que mi tía está mal. Me llamó, me preguntó si quería ir porque le hizo muy bien estar acompañada y le dije que sí. ¿Vos acaso no vas a la cancha el domingo?

El lunes suena el teléfono de Alejandro. Era Andrea desde San Pedro.

—Me voy a quedar diez días con mi tía.

—Ah… qué bien… bueno, mira, hace lo que quieras. ¿Sabes qué? Quédate todo lo que se te ocurra. Eso sí, no esperes que te vaya a estar llamando a San Pedro como un idiota.

—No me grites, escúchame, después de lo que vos me hiciste…

—No tengo ganas de discutir otra vez con vos, Andrea… me aburre discutir siempre, me tenes las pelotas por el suelo, quédate los diez días y llámame cuando vuelvas.

«Click.»

Alejandro cortó recaliente pero con la tranquilidad interna de saber que había actuado correctamente, como un hombre con orgullo, sin permitirle ver el dolor que le causaba su ausencia y negándose a volver a hablar con ella hasta su regreso. Sin duda eso haría que lo extrañara, que recapacitara, que tuviera miedo de perderlo y hasta que decidiera regresar antes.

A medida que pasaban los días las ganas de Alejandro de saber algo de su novia iban en aumento, pero bajo ningún punto de vista iba a quebrar su promesa de no llamarla. Ella tampoco lo haría porque era muy orgullosa, pero seguramente estaba muy mal y muy necesitada de hablar con él.

«Y bueno… que se joda… ella se lo buscó.»

El día previo al regreso Alejandro ya no aguantaba no tener noticias de ella, por lo que decidió entrar a espiar la casilla de e-mails de su novia a ver si encontraba algo que le alivianara la ansiedad.

El único e-mail que había en su bandeja de entrada era de un tal Sebastián y decía: «¿Por qué decís que no te quiero? ¿No sabes acaso que te quiero mucho?».

Eso era todo. ¡La reputa madre! ¿Quién era ese tipo? ¿Qué significaba eso de «te quiero mucho»? ¿Se enganchó un tipo en San Pedro?

No… ni en pedo… seguramente era un amigo.

O tal vez era un buitre que se la quería ganar… qué pelotudo…

«Hola, Claudia… soy Alejandro… ¿está Andrea?»

La promesa de no llamarla a San Pedro se había ido al carajo.

—Hola —dijo Andrea con voz de dormida.

—Hola… venís mañana, ¿no?

—Sí, ¿por qué? ¿Pasa algo?

—Porque quiero que me expliques quién es Sebastián y qué es esa boludez de «te quiero mucho».

El sueño en su voz desapareció instantáneamente.

—¿Me estás revisando la casilla de e-mails? ¿Cómo entras a la casilla?

—La casilla te la di de alta yo, estúpida. ¿Te olvidaste?

—No me insultes.

—Si no querés que te insulte decime qué carajo está pasando, qué me estás ocultando, quién es el tipo ese…

—Para, para… vos como siempre interpretando todo para la mierda… ya te voy a contar mañana.

—Mañana nada. Me decís ahora.

—Ale, no seas tonto. Sebastián es un amigo… es el hermano de la vecina de adelante de mi tía…

—Claro… ¿y «te quiere mucho» el hermano de la vecina de tu tía?

—Mira, Ale… ahora no puedo hablar… acá hay gente. Mañana llego y te cuento bien. No seas tonto.

—OK, pero llámame ni bien llegues.

«Bueno, al parecer todo está bien. Se trata de un amigo», se dijo Alejandro al cortar la comunicación.

Sí… todo estaba bien salvo la taquicardia y esa sensación de mierda de que nada estaba tan bien como él se esforzaba por creer para no desesperarse.

Había dos opciones: creerle y quedarse tranquilo o no creerle y volverse loco.

Eligió la primera, aunque no pudo llevar del todo a cabo la segunda parte, porque tranquilo lo que se dice tranquilo no se quedó. A la mañana siguiente, Andrea llegó a su casa. Llamó a Alejandro y arreglaron para verse en la casa de él tipo seis de la tarde.

—¿No puede ser antes? —preguntó Ale.

—No, antes no puedo —respondió ella sin mayores explicaciones.

Andrea llegó a las 18:15 con cara de perro que volteó la olla.

Se saludaron fríamente y se encerraron en la habitación.

—Te escucho —dijo Ale.

—¿Que me escuchas qué…? —respondió Andrea en un estúpido e infructuoso intento de hacerse la boluda.

—Dale, Andrea: Sebastián, el e-mail, el «te quiero mucho»…

Andrea respiró hondo y comenzó a hablar en un tono sereno y de forma pausada. Algo no andaba bien.

—Sebastián es el hermano de la vecina de mi tía. Una noche mi tía amasó unas pizzas y los invitó a comer. Mi tía hace unas pizzas riquísimas. Tiene un horno de barro…

—Andrea…

—Bueno, resulta que salió el terna del problema que tengo con mamá… y a Sebi le pasaba algo similar pero con el padre… entonces nos quedamos hablando mucho esa noche…

—¿Eso cuándo fue? ¿Antes de venirte?

—No… esteeee… eso fue la vez pasada… cuando fui a pasar el primer fin de semana.

—Ah…

El rompecabezas se iba armando.

—Y bueno… esta vez que volví hablamos mucho… y nos hicimos bastante amigos. Es un pibe remacanudo.

—¿Y de qué hablaban tanto?

—Ya te dije, del problema que tiene él con el padre, de mi vieja… de su ex novia… de vos…

—¿De mí? ¿Y qué tenías que hablar de mí?

—Ay, Ale… nosotros hace rato que tenemos problemas y lo sabes. Y la verdad es que me hacía muy bien tener una visión masculina de algunas cosas. Yo no tengo hermanos, con mi papá no se puede hablar mucho… entonces en un amigo encontré un apoyo.

La palabra «apoyo» le trajo imágenes feas a la cabeza, pero decidió bloquear esos pensamientos.

—¿Entonces es un amigo?

—Sí…

—¿Seguro?

—Ya te dije que sí.

—¿Me extrañaste?

—Sí, tonto…

—¿Y no me vas a dar un beso como la gente?

Andrea se acercó y sus bocas se juntaron en lo que podría tranquilamente enmarcarse dentro de la categoría «beso de mierda».

—¿Qué pasa, Andrea?

—Nada…

—¿Me aseguras que con este pibe no pasó nada y que sólo son amigos?

Silencio.

—Andrea…

—Bueno, sí… de parte mía al menos sí.

—¿Cómo de parte tuya?

—Es que él confundió un poco las cosas… y una noche estábamos tomando algo en un boliche…

—¿Qué boliche? ¿Fuiste a bailar? ¿Fuiste a bailar con él?

—No… no fui con él, fuimos con todo un grupo de amigos.

La taquicardia había regresado. Y esta vez, al parecer, para quedarse.

—¿Y?

—Y nada… él me dijo que sentía algo más por mí… y me besó…

Alejandro quiso decir algo pero su cerebro no coordinó con sus cuerdas vocales y sólo atinó a emitir un sonido corto, ahogado e inentendible que Andrea pasó por alto.

—Pero te juro que fue sólo un beso… inmediatamente pensé en vos.

—¿O sea que fue solamente un beso?

—Sí, sí… yo le dije que tenía novio… que a él sólo lo veía como un amigo.

—¿Y eso cuándo fue?

—El primer sábado.

—¿El día que llegaste? ¿Y después seguiste con él todos estos días?

—Sí… pero ya te dije. No pasó nada más, sólo como amigos. Él me insistía pero yo le decía que tengo novio… y que mi novio me quiere. Él me decía que también me quería, pero yo le dije que eso no puede ser… que no puede quererme en tan poco tiempo… por eso lo del e-mail.

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