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Authors: Fabio Fusaro

Tags: #Autoayuda

Mi ex novia (14 page)

BOOK: Mi ex novia
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Los hombres también creemos que matamos de ternura a una mujer cuando caemos con un tremendo oso de peluche de regalo. «Ay… qué divino… qué dulce», dicen mientras lo abrazan.

Los osos de peluche traen etiquetas que dicen «no lavar con agua caliente» o «utilizar bajo la supervisión de un adulto».

Deberían tener otra etiqueta que diga «prohibido regalar a mujeres mayores de catorce años».

Las posibilidades de que tu novia te deje después de haberle regalado un oso de peluche son directamente proporcionales al tamaño del oso.

¿Por qué?

Pasemos a analizarlo.

Lo que les causa ternura a las mujeres no es el oso en si.

Lo que ocurre es que las mujeres asocian inmediatamente y de manera inconsciente la forma y el tamaño del oso con la forma y el tamaño de un bebé. Y es esa asociación la que, al despertar el instinto materno, las hace abrazar, besar y mostrarse tan conmovidas por lo que para nosotros no es otra cosa que un pedazo de trapo relleno con goma espuma.

Que la mujer tenga esa reacción no significa que se enternezca con nosotros o nos ame más.

Por el contrario, el hecho de habernos detenido a pensar en un elemento tan poco masculino y habernos tomado la molestia de ir a una juguetería a elegirlo para luego comprarlo y transportarlo hasta la casa de nuestra mujer nos envuelve en un halo de estupidez y falta de virilidad de tal magnitud que pocas mujeres, aunque demuestren lo contrario, pueden tolerar.

Cuando nos dejan nos preguntamos: ¿pero cómo? Si hace tan poco tiempo la había enternecido tanto con el oso…

Así como según las mujeres a los hombres nos cuesta demostrar nuestros sentimientos, a las mujeres no les cuesta nada demostrar lo que no sienten. Por eso a veces nos juran su amor eterno con lágrimas en los ojos y a la semana siguiente nos dejan.

Y por el mismo principio demuestran volverse locas de amor por nosotros ante nuestro gesto peluchal, pero cuando les cae la ficha consciente o inconscientemente y nos imaginan dialogando con el osito camino a su casa… o nos recuerdan hablando con ellas acerca de qué nombre podría ponerle… se les viene nuestra imagen al piso.

Cualquier mujer podrá asegurar que le encanta el gesto osopeluchista de su pareja, pero la realidad demuestra otra cosa.

Una vez le compré a una novia un oso panda de un metro de alto… que de cara se parecía a Rocky. Tenía un ojo negro como si lo hubieran matado a pinas. Lo compré cerca de Congreso y no me quedó ni para el subte. Me fui caminando con el oso hasta Acoyte y Rivadavia. La bolsa de plástico me lastimaba los dedos, por lo que terminé llevando el oso a upa. Cuando a los pocos meses la mina estaba de novia con otro no podía evitar que, además de lo molesto que era el abandono en sí, me viniera a la mente mi propia y patética imagen con un panda a upa por la avenida Rivadavia. Al menos eso hubiera sido evitable. Y vaya uno a saber incluso en qué proporción influyó mi romántico gesto en su decisión de tomarse el buque.

Sí… sí… ya sé que a tu ex novia vos también le habías regalado un oso de peluche y que no se puede volver el tiempo atrás.

Lo importante de todo esto es que no lo repitas con la próxima.

Capítulo 29: La novia de dieciséis

«Nos pusimos de novios cuando ella tenía dieciséis años y yo diecinueve…»

Cada vez que alguien comienza por ahí el relato de su ruptura ya puedo imaginarme todo lo que sigue.

Hay algo que los hombres deberían tener en cuenta:

«Todo el que empiece una relación seria con una chica de dieciséis años seguro va a tener problemas».

A los dieciséis años las chicas comienzan a hacer sus primeras incursiones en el campo amoroso. Si bien hay algunas que a esa edad ya tienen «kilómetros» de experiencia, hay que reconocer que son las menos y que la gran mayoría de ellas recién está arrancando. Y estas chicas no se fijan en chicos de su edad.

Para ellas son como bebés de pecho. Y ellos verdaderamente desearían serlo, porque ésa sería la única manera de tener contacto con una teta.

Qué edad jodida, los dieciséis en un hombre. A menos que seas una versión adolescente de Brad Pitt, las minas de tu edad no te van a dar pelota, porque van a tener los sentidos puestos en los de dieciocho/diecinueve años. Las de catorce/quince están cepillando el cabello de las Barbies y las de veinte se están cepillando a uno de veintitrés.

Conclusión, a los dieciséis años los hombres se desesperan por arrancar su vida sexual pero no tienen a nadie que les dé una mano. Por lo tanto, qué mejor que la propia.

Las chicas en cambio tienen a su disposición a todos los de dieciocho/diecinueve, a los cuales por fin se les está empezando a dar lo que anhelan desde los dieciséis.

Estos pibes de dieciocho/diecinueve, y por qué no de veinte, que se enganchan con una de dieciséis están en el horno.

Al comienzo de la relación estas chicas los ven como semidioses. Sienten que son el amor de sus vidas, que sin ellos se mueren, y ni lerdas ni perezosas se lo hacen saber. Y los pibes entran como por un tubo creyéndoles hasta la última palabra, sin detenerse un segundo a pensar en la posibilidad de que ese amor que ella expresa pueda desaparecer en algún momento o, lo más común, «cambiar de manos».

Es así como la relación avanza y los encuentra tres años más tarde con diecinueve y veintitrés años respectivamente, donde el cuadro de situación inicial en el que ella era una niña embobada con un chico más grande ha pasado a ser el siguiente: una chica que tiene doscientos tipos alrededor intentando levantársela y que por ende comienza a plantearse que no ha vivido lo suficiente, que no conoce otra cosa en el plano sexual que su novio, que quiere salir con las amigas (y sin el novio, por supuesto) a sentirse «las diosas de los boliches», que probablemente tenga algún admirador en la universidad o en el club que a ella también le atraiga.

Por otro lado, un tipo ya grandecito siente que esa chica es «el amor de su vida», que sin ella se muere, que tiene la seguridad de que ella jamás podría dejarlo porque durante tres años (aunque el último año menos) le estuvo diciendo que jamás podría mirar a otro, que se quiere casar y tener hijos con él, que lo quiere, que lo ama, que lo necesita, etc.

Cuando se produce la ruptura lo primero que viene a la mente del chico es esa nefasta e incoherente frase de tres palabras:

«No puede ser».

Nefasta porque le duele enormemente pensarla, e incoherente porque «no puede ser», pero «es». Lo está dejando. ¿Y por qué él piensa que no puede ser?

Porque durante todos esos años tomó por verdaderas las afirmaciones de ella.

Porque la posibilidad de imaginarse siquiera que a «su niña» otro asqueroso depravado hijo de puta la pueda engatusar por medio de ardides y artimañas para tener relaciones sexuales con ella le resulta aterradora.

Porque siempre estuvo convencido de que si él fue el primero en todo, ella no podría dejar de amarlo y tener algo igual con un segundo. Convencimiento que no se sabe de dónde sacó, pero que lo tenía.

Por eso el «no puede ser».

Ese «no puede ser» es el que lo lleva a intentar recuperar la relación por medio del convencimiento, intentando que ella «recapacite» y retorne a la senda del bien.

«Hablemos… por favor, hablemos.»

«Entiendo que estés confundida, yo voy a estar acá esperándote.»

«Mírame y decime que no me amas.»

«Pero… yo te quiero y no puedo vivir sin vos.»

«Dame una oportunidad.»

«No podemos tirar todos estos años a la basura.»

Estas y muchas frases similares son las que terminan de sepultar la relación y logran cambiar definitivamente esa imagen de «semidiós» inicial a la de «boludo total».

Una vez que esa última imagen está lograda, es absolutamente irreversible.

Una mujer siempre prefiere un hijo de puta a un boludo, porque siente que el hijo de puta puede cambiar, en cambio de boludo no se vuelve.

El tipo que a los veinte se enganchó con una de dieciséis/diecisiete es bueno que esté preparado. Que no crea que su novia es diferente de las chicas mencionadas en este capítulo, que muchos preferirían no haber leído.

Si resulta que lo es, maravilloso. Porque, como todo, esto también tiene excepciones.

Pero la realidad es que esas excepciones se cuentan con los dedos de una mano.

Capítulo 30: Punto límite

«La maldad de una mujer es directamente proporcional a la estupidez de su pareja.»

«Mi novia se ha enterado de que su ex novio está nuevamente en pareja con otra chica. Ella entonces se ha deprimido mucho, ha llorado y lo ha llamado diciéndole que aún lo ama y pidiéndole una oportunidad para regresar con él (ella me lo ha contado). Él se ha negado porque dice que está bien con su nueva novia. Yo la acompaño y la apoyo en todo porque la amo. Quiero demostrarle de esta manera lo que ella significa para mí…»

«La semana pasada estaba visitando a mi novia en su casa, cuando sonó el teléfono y era su ex novio. Ella me ha hecho señas de que no hablara para que él no notara que yo estaba allí y se ha ido a hablar a la habitación de su madre…»

«Llevo tres años conviviendo con mi pareja y tenemos un hijo de dos. Mi mujer se ha enamorado de un hombre que conoció por Internet. Hace poco ella me ha confesado todo después de que encontré unos e-mails de él en su casilla de correo. Dice que esto no lo planeó pero que se dio así. Algunas veces se va de casa y no regresa por uno o dos días. Y cuando está en casa se la pasa encerrada en su habitación y yo estoy seguro de que está chateando con ese hijo de puta. Yo la amo y no quiero perderla. Quiero recuperar su amor y su atención. El próximo mes se irá de viaje diez días con él…»

«Mi novia me ha dejado hace tres meses y está con otra persona. De todas formas ella me dice que me ama y que está segura de que soy el hombre de su vida y yo sé que lo dice en serio. El problema es que la semana pasada he ido al cine con una amiga y ella se ha enterado y me ha montado un escándalo tremendo. Yo no sé cómo hacer para que me crea que con esta chica no ha pasado nada, que es sólo una amiga, que yo sólo la quiero a ella…»

«Mi novia es muy posesiva y me ha separado de toda mi familia y de todos mis amigos. Hace un tiempo me dijo que me dejaría si volvía a hablar con mi padre (debo verlo a escondidas, pero me vigila mucho), y recientemente se ha peleado también con mi madre. Me ha dicho que toda mi familia son unos egoístas de mierda y que no quiere volver a verlos nunca. Yo la amo y…»

Esto que acaban de leer no son cuentos de ciencia ficción. Son fragmentos de algunos de los miles de e-mails reales que me han llegado pidiéndome consejo para resolver determinados problemas.

Por supuesto, estas consultas eran mucho más extensas y contenían algunos párrafos directamente inhumanos, por definirlos de alguna manera.

En algunos casos me sentí avergonzado de ser hombre.

Las «novias» de estos tipos habían llegado a límites insospechados, que iban desde infidelidades múltiples hasta golpes, robos y estafas.

Todos ellos continuaban viéndolas como un tesoro que no podían perder e imposible de reemplazar. ¿Cómo puede llegar una persona a tales situaciones?

Por dos motivos.

El primero es que algunas mujeres no tienen límite para la maldad.

El segundo es que algunos hombres no tienen límite para la estupidez.

Cuando se juntan estos dos factores en una pareja, las cosas que pueden suceder entre ellos no tendrían lugar ni en el cerebro del más maquiavélico escritor de novelas de terror.

Las mujeres pueden ser tan malas como nosotros se lo permitamos. Ilimitadamente.

Una pregunta se repetía en todos los casos: «¿Cómo puede hacerme esto?».

La respuesta era también siempre la misma: «Te lo puede hacer porque vos permitís que te lo haga».

Este tipo de situaciones límite no se dan de un momento para el otro, así, de la nada. Son consecuencia de muchas otras cosas más pequeñas que los hombres, en el afán de no perderlas, de no crear un conflicto que pudiera terminar en una separación, fueron dejando pasar.

Una mujer puede empezar prohibiéndole a su novio que salga de noche con sus amigos.

Una vez aceptada esta condición, podrá prohibirle que juegue al fútbol una vez por semana.

Al ver que sumisamente y por temor a perderla va acatando las órdenes, seguirá avanzando, con prohibiciones hacia él y libertades hacia ella.

—No salgas de noche.

—Sí, mi amor.

—No juegues al fútbol.

—Sí, mi amor.

—Tu madre es una bruja.

—Tienes razón, mi amor.

—Me hice un amigo por Internet.

—Qué bien, mi amor.

—Voy a tomar un café con mi amigo de Internet, así nos conocemos.

—Eso no me gusta, mi amor… pero si tú quieres…

—Tengo un affaire con mi amigo de Internet.

—¿Pero es que ya no me quieres, mi amor? ¿Qué puedo hacer para enamorarte nuevamente?

—Quiero estar sola por un tiempo para aclarar lo que me sucede con él, así que vete.

—Pero mi amor… esta casa y todo lo que hay en ella es mío… pero si así lo deseas…

Los grandes aludes empiezan con una pequeña bola de nieve que comienza a rodar lentamente sin que nadie la detenga.

Toda mujer es una yegua en potencia.

Desde Eva, que le dijo a Adán «¡Comete la manzanita, pedazo de sometido!», hasta cada una de las mujeres de nuestros días, todas llevan dentro la semillita de la maldad.

Y así como las semillas de maíz germinan con humedad, las semillas de la maldad en las mujeres germinan con la estupidez masculina.

Lo peor (o lo mejor) del caso es que llegará un momento en el que, aburridas de jugar con un títere, terminarán yéndose de todas maneras. Y la tan temida pérdida se producirá tarde o temprano. Generalmente más tarde que temprano, lo cual dejará un saldo de meses o años de sufrimiento y humillación.

Detené el alud a tiempo.

Y si no podes parar el alud salí rajando.

Capítulo 31: Asediadores

Hay hombres que no soportan el alejamiento de su pareja, a tal punto que prefieren tener un vínculo a la fuerza antes que no tener nada.

Ellos prefieren que su ex tenga un sentimiento de odio o de temor hacia ellos antes que indiferencia.

Eran las dos de la mañana y Anselmo lloraba detrás del árbol.

La luz del cuarto de su ex estaba encendida.

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